Recibo la comunicación de un querido corresponsal que, al tiempo que alerta sobre el auge de la extrema derecha, plantea sus dudas sobre la eficacia de un pacto que aísle a Vox para impedir que "toque poder", apelando a la unidad defensiva de todos los "partidos democráticos". También hemos oído de Pablo Iglesias razones parecidas en La Base, su nuevo espacio en Público.
Adjunto ambas argumentaciones, anteriores al inaudito estallido del Partido Popular, que plantea nuevas incógnitas y nada ayuda a diseñar una barrera frente al fascismo (llamemos a las cosas por su nombre de una vez por todas) que podría convertirse pronto en mayoritario, y quién sabe si, de nuevo, totalitario y excluyente.
La extrema derecha avanza a través de la apropiación indebida de la indignación, para la que no faltan motivos, pero que canalizan hacia fórmulas identitarias que se cuidan muy mucho de definir con claridad. No es totalmente homogénea en lo ideológico. En ella caben nazis puros, racistas de corte decimonónico, nacional-patriotas de diferentes escalas y desde luego grupos de intereses. Y matones "de gimnasio y discoteca".
Avanza en todos los países occidentales con características particulares según la memoria histórica de cada uno, apelando siempre a mirar hacia abajo, porque para ellos la amenaza viene de quienes están peor: aceptada la inutilidad de luchar contra el explotador, hagámoslo contra el competidor.
En la Europa en la que el fascismo fue derrotado por las armas se ha intentado conjurarlo, con relativo éxito, mediante un pacto más o menos tácito que une a partidos de la izquierda con una derecha, hasta ahora mayoritaria, que se considera a sí misma "centro derecha", para evitar que los ultras lleguen al poder. Este es el llamado "cordón sanitario".
El caso de España es diferente. Aquí la extrema derecha, nunca abiertamente derrotada, ha permanecido siempre en el seno de la derecha. No hay fronteras claras en este amplio abanico, y la brecha entre Vox y el PP es tan ajena a cuestiones ideológicas de fondo como la que, antes de puertas adentro (pero de público y notorio conocimiento) y ahora por sorpresa, de golpe y porrazo, divide a facciones un tanto mafiosas dentro del gran partido de la derecha que, habrá que recordarlo, crearon los "reformistas" del último franquismo, comenzando por Manuel Fraga Iribarne, aquel al que según Felipe González "le cabía el Estado en la cabeza".
Por eso trasladar el caso europeo a nuestra situación parte de una suposición falsa, la de que existe una frontera nítida entre los partidos democráticos y la ultraderecha. El ala más a la derecha del Partido Popular no se diferencia en absoluto de algo nacido en su seno. Tampoco es nítida la distinción entre sus elementos más "centristas" y los cercanos a ellos que habitan en el PSOE, Ambos grupos estaban muy cómodos con un turnismo como el de la (¡anterior!) restauración borbónica.
Que Vox sea parte de los gobiernos no es tan decisivo cuando al condicionar su apoyo a la otra derecha impone su visión y sus políticas en temas fundamentales. De hecho, desde fuera tiene menos desgaste, puede enfrentarse retóricamente a "los políticos corruptos" desde una imaginaria pureza y acumula fuerzas hasta un asalto decisivo al poder.
Un PP despedazado añade incertidumbre a la gobernabilidad de Castilla y León. Vox se fortalece y podría superarlo en breve. Ceder ahora en sus pretensiones sería una muestra de debilidad. Tampoco el PSOE puede ahora ayudar absteniéndose a que forme un gobierno en solitario el partido más desprestigiado. Eso sí que sería debilidad, pero no olvidemos que la división interna izquierda-derecha lleva mucho tiempo instalada en el Partido Socialista. No podemos jugar a profetas porque el futuro está ahora menos escrito que nunca.
Fronteras políticas tan artificiales no pueden funcionar, cuando hay tantas fronteras socioeconómicas reales. El "cordón sanitario" hay que ponerlo en otro lugar.
De hecho, en los medios mejor financiados y más influyentes funciona, más o menos abiertamente o sutilmente disimulado, otro "cordón sanitario" que en el mejor de los casos pasa por una falsa objetividad, una "equidistancia" que equipara a la izquierda menos equívoca con la extrema derecha fascista.
Así se manipula el debate político, que pasa de centrar la atención en las cuestiones de peso a valorar habilidades, tacticismos, maniobras y zancadillas, al más puro estilo de la crónica futbolística.
Póntelo, pónselo, (el cordón)
Se viene suscitando desde las pasadas elecciones en Castilla y León la necesidad de poner un cordón democrático a Vox, y se genera en mí una profunda dualidad. Desde mi punto de vista, y posiblemente también desde mi propia situación geográfica, (vivo en Madrid), no termino de entender el beneficio de hacerlo ahora. Como bien es sabido por los que vivimos en este país, no se ha planteado hacerlo en otros comicios, o al menos con tanta difusión y énfasis, ya sea Andalucía, Murcia o la propia CAM, ¿por qué ahora sería necesario hacerlo?
Habrá quien ya se haya hecho una idea sobre mi, solo con lo que acaba de leer. Para dejar clara mi opinión y que no haya dudas, yo me opongo frontalmente a un gobierno en el que vicepresidencias, o consejería tan importantes como educación, sanidad interior o vivienda puedan estar en manos de la extrema derecha neoliberal-católica, ¿pero es que acaso no lo está ya, allá dónde gobierna en solitario el PP? ¿No está marcando ya su agenda, o mejor dicho, no son prácticamente indiferenciables?
Para ello dos ejemplos:
Un parlamentario de Vox, no recuerdo quien, asegura que estamos ante el peor gobierno en ochenta años, obviando cuarenta de dictadura militar y represión.
El alcalde de Madrid en un mitin y completamente exaltado dijo "seremos fascistas, pero sabemos gobernar".
Lo que quiero decir, ya no existe diferencia ninguna en su discurso, y tampoco en sus políticas. Por eso se me ha generado un debate interno, ¿es posible que no aplicar ese cordón sea beneficioso a nivel estratégico para obligar al PSOE a virar más a la izquierda, con la presión y la presencia de otras fuerzas políticas que sean realmente de izquierdas? Tal vez sea adecuado para la consolidación de un verdadero frente de izquierdas, (no progresista, sino de IZQUIERDAS) un acuerdo claro de las derechas.
Quizás esto implicaría mayor movilización en los diversos movimientos sociales, desde asociaciones vecinales hasta agrupaciones estudiantiles, desde colectivos en riesgo de exclusión hasta el funcionariado. Dejo abierto mi propio debate para los que leéis aquí asiduamente.
Rodrigo Alonso Martín
Cordón democrático en los medios
Ultraderecha es VOX pero ultraderecha también es Carlos Herrera escupiendo basura cada mañana desde la radio de los obispos. Ultraderecha es VOX pero ultraderecha son también los jusapoles defendiendo la ley mordaza y rodeando el Congreso. Ultraderecha es VOX pero ultraderecha son también la legión de tertulianos de OK diario en todas las televisiones. Ultraderecha es VOX pero ultraderecha son también todas las grandes empresas que financian el golpismo en las redes sociales. Ultraderecha es VOX pero ultraderecha también es José Luis Concepción, alias conchito, juez y presidente del Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León, diciendo que un gobierno con ministros comunistas es un gobierno ilegítimo. Ultraderecha es VOX pero Ferreras sienta a María Claver en su tertulia y a Marhuenda y a Inda en la Sexta noche. Ultraderecha es VOX pero Securitas Direct te dice que te pongas una alarma para que no te ocupen la casa. Ultraderecha es VOX pero Vicente Vallés cada noche milita en su telediario con manipulaciones y argumentario ultra.
¿A quién hay que hacerle el cordón democrático? Algunos periodistas de izquierdas que siempre dicen a los partidos de izquierdas lo que deberían hacer, hoy hablan del movimiento táctico de Sánchez ofreciendo al PP el cordón sanitario. Unos dicen que está bien, otros que llega tarde pero ninguno quiere hablar de la necesidad de un cordón democrático mediático. Quizá estos compañeros periodistas deberían preguntarse lo siguiente: ¿Legitimar a Ferreras o a Risto Mejide no es quizá una forma de legitimar la normalización de los discursos de la ultraderecha? Ojo yo no lo tengo claro, solo hago la pregunta. En 2013 y 2014 yo me sentaba en las teles a debatir con cualquiera. A lo mejor también en 2022 hay que sentarse frente a Inda y Marhuenda o frente a Celia Villalobos y, entre ruidos y mentiras, hacer que la gente escuche algo de izquierdas.
O a lo mejor en 2022 el cordón democrático hay que hacérselo a los hipócritas que abrieron de par el par las puertas de sus medios a los corruptos, a los ultras y a los mentirosos profesionales. ¿Puede haber cordón democrático político sin que haya cordón democrático mediático? Hoy hablamos de ello.
PABLO IGLESIAS
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