Hablar de las "contradicciones del capitalismo" parece, para los oídos conformados por el discurso ideológico omnipresente, una fórmula gastada. Pero este es solamente un enunciado, y hay que desplegarlo para comprender su esencia profunda. Despreciar lo que no se conoce es fruto de una ignorancia cultivada desde el poder. Así, el más o menos involuntario ignorante "desprecia cuanto ignora", como en otro tiempo y contexto lamentaba Antonio Machado.
Tras el derrumbe de la Unión Soviética, una corriente reformista de carácter socialdemócrata sacudió a los partidos de izquierda. No fue solo la pérdida de un modelo fallido lo que reforzó el revisionismo de tradición socialdemócrata. Latente siempre como una alternativa a los cambios revolucionarios cada vez que parecen inviables, en esta ocasión pulverizó a algunos partidos, como el PCI, con las consecuencias que vemos en este mismo momento, e hizo tambalearse a otros. Desde luego, disminuyó su influencia y produjo derivas y fugas a derecha e izquierda (la mayoría a la derecha, más alimenticia). Recuerdo el calificativo de "zorrocotroco" aplicado a quien no compartiera esta deriva.
Quienes tomaron esta dirección, oportunistas aparte, no profundizaron mucho su análisis, que resultó puramente coyuntural. Ignoraron que ya entonces se había publicado aquel informe al Club de Roma: Los límites del crecimiento.
Pero además bastaría un razonamiento al alcance de cualquiera y que ya se ha divulgado hasta la saciedad: como en un espacio finito no puede haber un crecimiento infinito, y el capitalismo fracasa si no crece, los limites naturales conducen al sistema al agotamiento. Al llegar al límite tiene que convertirse en "otra cosa". En qué podría consistir "esa cosa" dependerá de un devenir histórico difícil de anticipar.
Superada ya la capacidad de renovación de los recursos, no queda otra vía que el decrecimiento. La vía reformista de la socialdemocracia está agotada, y cómo se produzca ese decrecimiento dependerá de la resistencia de la fuerza de trabajo organizada, pero son muchos los factores que objetivamente se oponen a esa organización.
La resistencia de la clase capitalista se centra en la sobreexplotación de la naturaleza y el trabajo humano y encuentra un arma poderosa en los medios de desinformación que posee. La diversidad de situaciones laborales incrementa la competencia interna en la clase trabajadora, ya no sólo obrera en el sentido tradicional. Un creciente ejército laboral de reserva debilita las reivindicaciones. Hay rivalidades en la lucha por lo inmediato entre indígenas e inmigrantes, empleados y desempleados, y una diversidad de situaciones laborales difíciles de unificar.
Pero el hecho objetivo de que este sistema muere, y la posibilidad de que la humanidad perezca con él o sea conducida a situaciones atroces debería reagruparnos para afrontar el dilema "socialismo o barbarie", que hoy podemos reformular como "revolución o extinción".
Así lo plantea Andrés Piqueras, profesor titular de Sociología y Antropología Social en la Universidad Jaume I de Castellón y miembro del Observatorio Internacional de la Crisis (OIC), con el que lleva tres lustros estudiando la crisis civilizatoria del capitalismo.
Con motivo de la publicación de su último libro, De la decadencia de la política en el capitalismo terminal, lo entrevista Salvador López Arnal. En el blog arrezafe, su conductor Loam resume lo esencial. Por mi parte, seleccionaré algunos puntos más. Puede verse la entrevista completa en Observatorio de la crisis.
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En este momento histórico el capitalismo incumple crecientemente los dos principales elementos que constituyen su razón de ser: la conversión del dinero en capital y la conversión de seres humanos en fuerza de trabajo asalariada (subsunción real del trabajo al capital), o dicho de otra manera, en una mercancía que realiza trabajo abstracto.
Hemos visto algunas de las claves a las que se enfrenta el neoliberalismo financiarizado como modelo de crecimiento que se ha intentado poner en práctica a escala casi planetaria. Con la degeneración de ese modelo el capitalismo en sí mismo enfrenta una serie de contradicciones cada vez más insalvables:
1. Entre acumulación y regulación (forma en que se expresa hoy la contradicción clásica entre desarrollo de las fuerzas productivas y relaciones sociales de producción).
2. Entre valorización y realización (dado que la escasa recuperación de la tasa de ganancia en la producción se ha hecho a costa de una exacerbada depresión de la demanda).
3. Entre el valor ficticio generado por el entramado mundial financiero-especulativo y la plusvalía real generada, que responde a un estancamiento de la rentabilidad (lo que denotó una parcial recuperación de las tasas de ganancia sin proporcional acumulación de capital).
4. Entre estancamiento y endeudamiento, el cual como factor imprescindible del crecimiento actual no tiene contrapartida ni productiva ni energética para posibilitar que una hipotética acumulación futura pueda satisfacer las deudas del presente.
5. Entre el valor capitalista y la riqueza social y natural, pues aquél depende cada vez más de la destrucción de éstas.
6. Entre el desarrollo de las fuerzas productivas (la automatización) y las bases de sustentación del capitalismo: valor, trabajo asalariado, plusvalía, ganancia…, que resultan crecientemente deterioradas.
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Los logros democráticos en el capitalismo, esto es, conseguir decantarle hacia su opción reformista o socialdemócrata (con una relativa mayor distribución del poder social; mayor participación del conjunto de la sociedad en las decisiones que la afectan; mayor redistribución del conjunto de la riqueza social), sólo se han podido alcanzar históricamente, siempre a través de las luchas de clase, cuando coinciden tres tipos de factores:
1) Cuando la masa de ganancia y con ella la tasa media de beneficio se desarrollan satisfactoriamente para la clase capitalista.
2) Cuando la clase capitalista se ve con dificultad de reemplazar o sustituir a la fuerza de trabajo; es decir, cuando se reduce mucho el «ejército laboral de reserva».
3) Cuando la fuerza de trabajo organizada adquiere una relevante fuerza social y política (las posibilidades de esta condición están a su vez profundamente vinculadas a las de las dos anteriores).
En esta fase del capitalismo no se dan ninguno de esos factores. Antes al contrario, tenemos una acumulación de capital gripada sin visos de superarse; un «ejército laboral de reserva» que hoy se ha hecho mundial, con al menos 4.200 millones de personas en situación de «disponibilidad migratoria», allá donde y cuando lo requiera el capital. El poder social de negociación (capacidad de hacer valer los propios intereses a escala social) de la fuerza de trabajo queda, con todo ello, reducido a mínimos.
Eso quiere decir que pretender mejoras sociales sustanciales dentro del capitalismo actual se va convirtiendo cada vez más en una quimera (los hechos históricos que vivimos desde hace al menos 30 años así lo atestiguan). El avance social cada vez más claramente sólo se podrá hacer contra el capitalismo, como parte de un proyecto de construcción de otra civilización.
Por las mismas razones que acabo de exponer, si al capitalismo le va mal, si tiene dificultades para ampliar el valor o realizar la plusvalía, no puede permitirse aperturas democráticas. La política se cierra y se dirige en toda su amplitud e intensidad a intentar paliar la caída del valor. Eso se traduce en contrarreformas laborales y fiscales, exponencial aumento de la explotación, degradación de los mercados laborales y militarización de las relaciones internacionales. En la ciencia hay bastantes premisas más difíciles de comprobar que esta cuestión teórica que te estoy enunciando. La venimos constatando en nuestras experiencias de vida desde los años 70 del siglo XX.
Por eso precisamente lo que propongo en el libro es que la política dentro de los cauces del capital está prácticamente cerrada. Es cada vez más un mero instrumento del (moribundo) valor. Repito, hoy ya sólo contra el capital se pueden conseguir nuevos logros sociales, por lo que hay que empezar a replantearse proyectos y estrategias a partir de estas consideraciones, en lugar de mirar atrás, según hacen las izquierdas del sistema (o izquierdas integradas) en todos lados, para ver si el capitalismo vuelve o recupera su fase keynesiana. Como si eso fuera posible.
(...)
Ninguna de ellas puede darse a escala satisfactoria en un modo de producción basado en la feroz competencia entre intereses privados y en la toma de decisiones por parte de cada capital particular. La cohesión social, imprescindible para aquellos objetivos, tampoco se puede lograr sin nivelación de las partes. Esto es, sin al menos un considerable grado de igualdad social tanto local como mundial.
Tales condiciones sólo tienen alguna posibilidad de alcanzarse a través de un modo de producción en el que los medios de producción y vida estén socializados; donde se pueda planificar, por tanto, a partir del interés común y para el bien común. Quizá, ciertamente, la clásica máxima de «Socialismo o Barbarie» vaya teniendo que ir dejando paso a otra aún más perentoria, la de «Revolución o Extinción».
Revolución, por supuesto. Pero parece ser que no seremos capaces de ver el muro hasta que nos estampemos contra él. Y en ello estamos con pavoroso ahínco.
ResponderEliminarUna dolorosa siguirilla recorre el mundo...
¡Ay, ayayay, ay, ay!
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