La extraordinaria película As Bestas, además de la trama principal basada en un hecho real, contiene, como apunta Valentín Tomé en una oportuna reseña, varias líneas argumentales más. No voy a extenderme en aspectos formales, de indudable calidad, como el uso de los tres idiomas que de forma tan natural emplea, con el gallego propio de quienes lo tienen por lengua materna, tan alejado del "académicamente correcto" que presentan los doblajes de la TVG. Tampoco quiero entrar en polémica con quienes se sienten ofendidos al ver en ella una presentación peyorativa del rural gallego, demostrando así lo errado de su defensa de la dignidad nacional de este país.
Lo que me importa es destacar, en la línea del artículo de Tomé, los condicionantes sociales que pesan como una losa sobre los hechos narrados. Otros aspectos toca, como los roles petrificados de hombres y mujeres, la firmeza y dignidad de la protagonista o, de paso, el conflicto intergeneracional con su hija. Todos ellos comparten esos condicionantes en un momento de cambios y resistencias, cuando solo algunos se pueden permitir cierta libertad: los que logran superar, nunca por completo, el estado de necesidad.
Hay una jerarquía de necesidades que chocan entre sí. Una vez cubierto el mínimo vital se presentan otras, encadenadas como etapas del avance social. De modo desigual, algunos pueden aspirar a lo que otros no alcanzan. Los hermanos Anta solo quieren escapar de la aldea y de su vida miserable. Los franceses por su parte buscan también otra forma de vivir. Su educación y sus ideas, además, los inclinan a comportamientos que chocan con los primitivos sentimientos, e intereses, de los lugareños. La lucha contra los molinos de viento (imagino que los autores de la película fueron conscientes de la metáfora) tiene algo de quijotesco.
La desigualdad brota de la acumulación, en principio ilimitada, y de su apropiación privada. Los conflictos en el rural gallego son conflictos entre propietarios, cuando chocan sus intereses particulares o sus expectativas. Mover os marcos es casi un deporte nacional. Pero no penséis que está relacionado con algún gen galaico: contaba mi padre que, en el otro extremo de la península, en Vélez Málaga, el lindero en principio recto de la finca de mis abuelos se había ido curvando poco a poco...
El enriquecimiento y la prosperidad no tienen límites... hasta que chocan con las intenciones semejantes de otros. De los encontronazos que origina la propiedad privada trata este cuento del «obrero de la pluma» Rafael Barrett:
Mientras no poseí más que mi catre y mis libros, fui feliz. Ahora poseo nueve gallinas y un gallo, y mi alma está perturbada.
La propiedad me ha hecho cruel. Siempre que compraba una gallina la ataba dos días a un árbol, para imponerle mi domicilio, destruyendo en su memoria frágil el amor a su antigua residencia. Remendé el cerco de mi patio, con el fin de evitar la evasión de mis aves, y la invasión de zorros de cuatro y dos pies. Me aislé, fortifiqué la frontera, tracé una línea diabólica entre mi prójimo y yo. Dividí la humanidad en dos categorías; yo, dueño de mis gallinas, y los demás que podían quitármelas. Definí el delito. El mundo se llena para mí de presuntos ladrones, y por primera vez lancé del otro lado del cerco una mirada hostil.
Mi gallo era demasiado joven. El gallo del vecino saltó el cerco y se puso a hacer la corte a mis gallinas y a amargar la existencia de mi gallo. Despedí a pedradas el intruso, pero saltaban el cerco y aovaron en casa del vecino. Reclamé los huevos y mi vecino me aborreció. Desde entonces vi su cara sobre el cerco, su mirada inquisidora y hostil, idéntica a la mía. Sus pollos pasaban el cerco, y devoraban el maíz mojado que consagraba a los míos. Los pollos ajenos me parecieron criminales. Los perseguí, y cegado por la rabia maté uno. El vecino atribuyó una importancia enorme al atentado. No quiso aceptar una indemnización pecuniaria. Retiró gravemente el cadáver de su pollo, y en lugar de comérselo, se lo mostró a sus amigos, con lo cual empezó a circular por el pueblo la leyenda de mi brutalidad imperialista. Tuve que reforzar el cerco, aumentar la vigilancia, elevar, en una palabra, mi presupuesto de guerra. El vecino dispone de un perro decidido a todo; yo pienso adquirir un revólver.
¿Dónde está mi vieja tranquilidad? Estoy envenenado por la desconfianza y por el odio. El espíritu del mal se ha apoderado de mí. Antes era un hombre. Ahora soy un propietario...
Sigmund Freud escribió el malestar en la cultura. Aquí se trata del mal estar en la propiedad. Tonto y pobre ¿Qué feliz? La felicidad esta en el interior. Ni en la cultura ni en la propiedad
ResponderEliminar