Es interesante observar la distancia que separa nuestras creencias y sentimientos de nuestros comportamientos. Bien lo saben las personas religiosas: de eso se alimenta la sensación de estar pecando (y también el estamento clerical). Personas que reniegan de la sociedad de consumo son al mismo tiempo consumidores compulsivos. Hay un momento, poco comprometido, para razonar y otro, mecánicamente instalado en la conducta, para obrar.
No hay que confundir esta forma de actuar (o de no actuar) con la actitud cínica del que defiende una conducta que sabe perniciosa, ni la con la hipocresía del que finge compartir ideas moralizantes que no le importan nada. En ambos casos el individuo es coherente, aunque pueda ser calificado de imbécil moral.
Disonancia cognitiva (¡y conflictiva!) es otra cosa. Una especie de conmutador separa el tiempo de raciocinio y el de acción, pero en algún momento lúcido el sujeto se da cuenta de su situación; aparece el sentimiento de culpa. Salvo en algún caso de catarsis galopante no suele pasa nada y el comportamiento apenas varía.
Así se describe el concepto en Wikipedia:
¿Tirar la toalla? Nada de eso: nos toca seguir peleando, aun con incertidumbre sobre el desenlace, aun sin esperanza de vencer.
Incertidumbre, que no certidumbre, desde luego. Inevitabilidad, no, porque el fatalismo mata.
Vall Ferrera |
Jorge Riechmann
1.- Con el despliegue del capitalismo industrial, hemos construido nuestros modos de vida (en las zonas centrales del sistema-mundo que hoy llamamos el Norte global), así como las mentalidades y formas de subjetividad dominante, sobre la base de una casi inimaginable abundancia energética que sin embargo ya se está acabando (cénit o “pico” del petróleo, de los combustibles fósiles, de las energías no renovables, de diversos materiales básicos para las sociedades industriales, peak everything). Las nociones clave aquí serían las de capitalismo fosilista y modos de vida imperiales.
Por otra parte, el empuje sistémico que en términos marxianos llamamos valorización del valor (la dinámica autoexpansiva del capitalismo), más el intento por continuar manteniendo aquellos modos de vida imperiales cuando su base energética nos abandona, ahonda en la extralimitación ecológica (overshoot) en la que nuestras sociedades se hallan desde hace decenios. Los vanos intentos de prolongar la trayectoria del capitalismo industrial conducen a una casi inimaginable devastación de la biosfera (y he empleado de forma consciente el adjetivo inimaginable dos veces en pocas líneas). El concepto de extralimitación ecológica resulta fundamental.
2.- Por otra parte, tras varios decenios sufriendo la Madre de Todas las Guerras Culturales, el trabajo ordinario del neoliberalismo, hoy nos encontramos (en los países centrales del sistema) siendo una sociedad no ya invertebrada sino incluso deshuesada, cada vez más amorfa. Hay algo tremendo en los dos momentos recientes de agudización de la crisis (esta crisis que no acabará nunca, como suele decir Antonio Turiel, y que por tanto es algo diferente de lo que otras veces hemos llamado crisis), 2008 y 2020. En ambas ocasiones se han puesto de manifiesto dos graves asuntos: primero, la extrema debilidad de las fuerzas de cambio emancipatorio; y en segundo lugar la incapacidad de nuestras sociedades para un aprendizaje significativo. Ante conmociones ecosociales de tan enorme magnitud se opta de forma mayoritaria no por el cuestionamiento sino por tratar de volver a la “normalidad” y reforzar la huida hacia adelante…
Germán Cano sugería en un gorjeo de Twitter (el 25 de septiembre de 2022) que si el elemento fascista del siglo XX era la banalidad del mal, el del XXI parece la propia banalización del fascismo (que es, sin embargo, una cosa nueva). Si “en el fondo nada importa de verdad”, ¿qué más da conceder una oportunidad a cualquier cosa? Y Xan López comentaba entonces que “esto es clave. Se diría que hoy en día ese descreimiento hace que mucha gente elija opciones políticas extremadamente reaccionarias como quien elige una película en Netflix: el fascismo pasado por el colador posmoderno”.
Como sociedad, apenas somos otra cosa que papilla entre las muelas de la televisión y las mal llamadas “redes sociales” (en realidad, megaempresas del capitalismo digital embarcadas en un proyecto de control totalitario que deja en mantillas todo lo que pudieron soñar los autoritarismos del pasado). Según el barómetro del CIS en marzo de 2022, un 51% de la población española consideraba que la OTAN debía intervenir en la guerra si Rusia no se retiraba de Ucrania; y casi ocho de cada diez opinaban que Ucrania debe poder entrar en la OTAN “si así lo decide democráticamente su población”. (Y en todo el espectro político ibérico, sólo las bases de las CUP, en Cataluña, se mostraban muy mayoritariamente en contra de una guerra con participación de la OTAN.) Esto es: según esas demoscopias, habría una mayoría social a favor de una Tercera Guerra Mundial con armas nucleares.
Pura papilla como sociedad: nos mastican y regurgitan. Nuestra sociedad parece vivir, cada vez más, dentro de una grandiosa fantasía audiovisual. En el final del verano de 2022 dimos bastantes vueltas a una encuesta de IPSOS según la cual los españoles estaríamos preocupadísimos por la tragedia climática: el 71% de los consultados en el sondeo consideran grave o muy grave el efecto que está teniendo en España el calentamiento global. Sólo los húngaros, con una tasa del 74%, expresan una mayor inquietud, mientras que los italianos (70%) se sitúan prácticamente a la par que los españoles. Y lo más llamativo: “La hipótesis casi apocalíptica de que el cambio climático obligue a los consultados a desplazar su residencia en los próximos 25 años es vista como poco probable por tres de cada cuatro europeos, mientras que solo la mitad de los españoles descarta esa posibilidad. En el caso de España, un 46% juzga probable o muy probable verse desplazado de su hogar como resultado del cambio climático (frente a menos del 30% en el conjunto de la UE)” (Carles Castro en La Vanguardia, 18 de septiembre de 2022).
¿La mitad del país piensa que va a tener que emigrar por el calentamiento global? Si la gente creyese eso de verdad, estaría en la calle quemando coches y comisarías de policía… Pero es hablar por hablar: como si viviéramos -en gran medida- en las pantallas de un gran videojuego colectivo. El metaverso antes del metaverso; formas de autoficción en una sociedad nihilista. La desconexión entre las -supuestas- creencias y la acción resulta alucinante. ¿La demoscopia como casino de juego? ¡No nos creemos lo que sabemos!
3.- Necesitaríamos un cambio de rumbo radical: transformar no sólo nuestras relaciones de producción, nuestra forma de organizar la economía, sino también nuestras mentes y nuestros corazones. Pero, por la inercia de los sistemas naturales y los sistemas sociales, quizá ya no tenemos tiempo para ello: estamos viviendo un tiempo de descuento.
Barruntamos que en algún momento de finales del siglo XX perdimos esta suerte de carrera contra el tiempo. Cabe formular así nuestro dilema trágico: dejando de usar combustibles fósiles, nuestras sociedades se empobrecen (en lo material); si los seguimos usando, nuestras sociedades se autodestruyen (y devastan de paso la biosfera terrestre).
No se trata del fin del mundo -no es la muerte de Gaia, no es el final de la vida en el planeta Tierra- pero sí el fin de nuestro mundo: las condiciones del Holoceno que posibilitaron viviese y prosperase la humanidad que conocemos han sido ya fatalmente desequilibradas, y el planeta se dirige hacia otros regímenes climáticos (quizá incompatibles con la supervivencia humana). Para quien es consciente de esto, la idea de llamar Antropoceno al tiempo que viene le parece más un conjuro de simio asustado que una sabia decisión geológica. Antropoceno: ¿la era de la extinción humana?.
La “hoja de ruta” de los poderes dominantes es algo así: iremos dejando morir de hambre a la gente, primero por millones y luego por cientos de millones; y la asesinaremos en guerras y represión militarizada (la digitalización será de gran ayuda en eso). Pero los (pocos) elegidos disfrutarán de SUV eléctricos “para un estilo de vida flexible y tecnológicamente avanzado con cero emisiones”, (según reza la propaganda del sistema) (tres páginas enteras en La prensa de la comarca -periódico gratuito mensual de Colmenar Viejo, El Boalo, Cerceda, Mataelpino, Manzanares el Real y Soto del Real- número 142, abril de 2022). Y como clave de bóveda ideológica seguiremos alimentando fantasías sobre la colonización de Marte.
Necesitamos, de forma casi desesperada, niveles inéditos de racionalidad ecosocial para hacer frente a desafíos inéditos no ya en la historia humana reciente, sino en la historia de la especie. Al mismo tiempo las condiciones para esa racionalidad de conjunto (a la que los movimientos ecologistas hemos aludido desde los años 1970 con la noción de conciencia de especie) parecen muy lejos de nosotros.
¿Podemos pensar respuestas sociopolíticas adecuadas? Sin duda (yo he formulado mi propuesta, desde hace algunos años, en términos de ecosocialismo descalzo basado en una simbioética). ¿Estás esas respuestas a nuestro alcance? Eso ya es harina de otro costal… ¿Tirar la toalla? Nada de eso: nos toca seguir peleando, aun con incertidumbre sobre el desenlace, aun sin esperanza de vencer.
Vall de la Coma de Burg |
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