domingo, 25 de junio de 2023

Guerra preventiva: causas, excusas, riesgos

Immanuel Kant, en su obra sobre la paz perpetua, analizó con gran perspicacia las causas que en su tiempo solían conducir a las guerras y que a día de hoy no han dejado de estar presentes. Según él la guerra preventiva tenía su origen en la existencia de ejércitos permanentes cuyo mantenimiento llegaba a ser insoportable para las economías. Se trataba ya entonces de una carrera de armamentos que encendía la espoleta de la conflagración. La potencia agresora buscaba resolver la situación mediante una guerra que calculaba breve:

Los ejércitos permanentes son una incesante amenaza de guerra para los demás Estados, puesto que están siempre dispuestos y preparados para combatir. Los diferentes Estados se empeñan en superarse unos a otros en armamentos, que aumentan sin cesar. Y como, finalmente, los gastos ocasionados por el ejército permanente llegan a hacer la paz aún más intolerable que una guerra corta, acaban por ser ellos mismos la causa de agresiones, cuyo fin no es otro que librar al país de la pesadumbre de los gastos militares. Añádase a esto que tener gentes a sueldo para que mueran o maten parece que implica un uso del hombre como mera máquina en manos de otro -el Estado-; lo cual no se compadece bien con los derechos de la Humanidad en nuestra propia persona.

Muy otra consideración merecen, en cambio, los ejercicios militares que periódicamente realizan los ciudadanos por su propia voluntad, para prepararse a defender a su patria contra los ataques del enemigo exterior. Lo mismo ocurriría tratándose de la formación de un tesoro o reserva financiera; pues los demás Estados lo considerarían como una amenaza y se verían obligados a prevenirla, adelantándose a la agresión. Efectivamente; de las tres formas del Poder "ejército", "alianzas" y "dinero", sería, sin duda, la última el más seguro instrumento de guerra si no fuera por la dificultad de apreciar bien su magnitud.

Dos enseñanzas se desprenden de este texto. Por una parte, el rechazo a los ejércitos permanentes, aunque no a las milicias populares de carácter defensivo, aunque la línea que separa ambas concepciones sea demasiado delgada. Por otra, las causas  económicas, y especialmente financieras, desencadenantes de las guerras.

Pero estas proyectadas "guerras relámpago" han sido muchas veces causa de la ruina del agresor, casi siempre una potencia con un grado de hegemonía que la hacía considerarse invencible. 

Un análisis geopolítico de Enrique Vega, licenciado en Psicología, doctor en Paz y Seguridad internacionales y buen conocedor del tema militar, porque además ha sido coronel de Infantería, aplica las enseñanzas de Tucídides a la situación actual, con el enfrentamiento a que nos aboca la discutida hegemonía norteamericana frente a la emergente China.







 

Se suele entender como “la trampa de Tucídides”, la trampa en la que cayó la democrática e imperialista Atenas, que, ante la cada vez mayor capacidad de la oligárquica Esparta de proteger a las ciudades que de alguna forma se enfrentaban con el imperio ateniense, creyó que haciéndole la guerra y venciéndola antes de que la potencia espartana superase a la suya, solucionaría el problema y mantendría la hegemonía. Pero perdió la guerra y, en consecuencia, la hegemonía y el imperio.

La cuestión, desde entonces, es si lo que nos narra Tucídides en su Historia de la Guerra del Peloponeso es un simple hecho histórico de mal cálculo estratégico, la trampa en la que cayó Atenas, o también una tesis, “la tesis de Tucídides”: que la tensión que se crea entre una potencia hegemónica y otra emergente induce a la hegemónica a intentar resolverla mediante la guerra, o la amenaza de ella, y acabe perdiéndola junto con su hegemonía.

Después de todo, es lo que le paso a Atenas frente a Esparta en el siglo v a.c. (431-404 a.c. Guerra del Peloponeso), a Cartago frente a Roma en los siglos iii/iv a.c. (264-146 a.c. Guerras Púnicas) o la propia España frente a Francia en el siglo xvii (1635-1659 Campaña de Francia de la Guerra de los Treinta Años).

¿Son aplicables al mundo de hoy día los dos enunciados de la tesis de Tucídides?: ¿Que la potencia hegemónica actual, Estados Unidos y su Liga de Delos, ese conjunto de OTAN, G7, AUKUS, etc. que podemos identificar como una OTAN+, ha decidido entrar en guerra (estilo siglo XXI) con la actual potencia emergente, China y su, en posible formación, Liga del Peloponeso: ¿Rusia?, ¿BRICS? Etc.? ¿Y que acabará perdiéndola?

La tensión entre una potencia hegemónica y otra emergente induce a la hegemónica a intentar resolverla mediante la guerra y acabar perdiéndola junto con su hegemonía

Podemos considerar que la ascensión de Estados Unidos a la categoría de potencia hegemónica mundial tiene su primer hito en el año 1872, cuando su economía supera a la de la hasta entonces primera potencia económica mundial, el Reino Unido. Para entonces, y en nombre de la doctrina Monroe de 1823 (“América para los americanos”) y del conocido como Destino Manifiesto, enunciado por el periodista O’Sullivan en 1845, los Estados Unidos ya han arrebatado a México, California, Nevada, Utah, Nuevo México y otros territorios (1848) y han alcanzado el Pacífico, culminando la “conquista del oeste” (1859). El corolario de la doctrina Monroe declarado por el presidente Roosevelt en 1904, según el cual: “Estados Unidos tiene la obligación de intervenir en los asuntos internos de cualquier Estado americano, si en él se ponen en peligro las propiedades o derechos de ciudadanos o empresas estadounidenses, para restaurar el orden y los derechos y patrimonio de sus ciudadanos y empresas” terminará de dejar asentada su hegemonía, y el uso que piensa hacer de ella, en el continente americano.

Su tardía pero decisiva intervención en Europa en la Primera Guerra Mundial sitúa a Estados Unidos en el corazón de la sociedad internacional, más allá de su feudo americano. Pero esta reconfiguración del mundo que trae la Primera Guerra Mundial, no solamente sitúa a Estados Unidos en el centro de la sociedad internacional, sino que, asimismo, ve la transformación de una de las históricas grandes potencias europeas, la Rusia zarista, en un nuevo país, la Unión Soviética, que reclama la abolición de las imperantes estructuras capitalistas impuestas en el mundo por la revolución industrial y liberal –“liberal” en sentido económico, perfectamente compatible con el colonialismo y el clasismo social– a lo largo del siglo XIX, uno de cuyos principales epicentros, sino el principal, es precisamente Estados Unidos.


Estados Unidos se convierte en el gran prestamista e inversor del periodo de prosperidad y crecimiento económico que supone la reconstrucción europea tras la guerra (los “felices años veinte”), mientras que para Europa, interrumpida su recuperación por la crisis económica del “crack de 1929”, supone un agitado tiempo de revoluciones populares tratando de imitar el proceso soviético, la emergencia de regímenes de carácter fascista y el revisionismo de los perdedores de la anterior contienda, mientras la recién nacida Unión Soviética se repliega sobre sí misma, en nombre de la doctrina del “socialismo en un solo país”, priorizando su industrialización a marchas forzadas.

Un conjunto de factores que harán estallar la Segunda Guerra Mundial, de la que saldrán dos “superpotencias” enfrentadas por la hegemonía ideológica, económica y geopolítica en un orden mundial establecido por los Acuerdos de Bretton Woods, donde se crean el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM), que se complementarán con la constitución de la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 1995, y se acuerda sustituir el patrón oro, que hasta entonces regía las transacciones comerciales internacionales, por el dólar (estadounidense) como divisa internacional, siempre que éste estuviera respaldado por las correspondientes reservas de oro en su Reserva Federal (Banco Central). Condición que se suprimirá unilateralmente por Estados Unidos en 1971 (Administración Nixon), como consecuencia del déficit comercial estadounidense, en parte debido a sus enormes gastos por la guerra de Vietnam. La Reserva Federal estadounidense se convierte, así, en el árbitro incontestable del comercio internacional (dolarización de la economía mundial).

Enfrentamiento entre “superpotencias” que inducirá, asimismo, a la creación (1949) de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), constituida por las democracias liberales europeas y americanas ribereñas del Atlántico Norte, gestionada por Estados Unidos, a estas alturas la primera potencia económica y comercial del mundo con diferencia, y con la finalidad de la “defensa colectiva de sus miembros en caso de ataque armado a cualquiera de ellos”. Sin embargo, en última instancia, no sería necesaria la OTAN como “instrumento militar” para suprimir la amenaza que representaba la Unión Soviética a este orden mundial inaugurado en Bretton Woods teledirigido por Estados Unidos. La propia dinámica competitiva Bretton Woods/OTAN inducirá el colapso económico, que arrastrará al político (1990-91), del mundo comunista. La rivalidad ideológica, geopolítica y militar con la Unión Soviética desaparece y Estados Unidos queda como el gran y único hegemón de todo el orbe.

La OTAN ya no es necesaria, pero sigue siendo útil. En vez de disolverla, una vez desaparecida la amenaza por la que fue creada, Estados Unidos la utilizará (en solitario, como OTAN o con la colaboración de la Unión Europea) como ariete para el mantenimiento de su hegemonía: Irak (1990-91 y desde 2003), Yugoslavia (1995-2001), Afganistán (2001-2021), Golfo de Adén (desde 2008), Libia (2011), Siria (desde 2011), etc. Al tiempo que amplía su membresía en Europa para cercar a la Rusia, ya no soviética, pero que sigue siendo la segunda potencia nuclear y con gran ascendencia todavía en importantes áreas del mundo.

Una Rusia que se someterá dócilmente a la “colonización” económica occidental a través del FMI y el BM durante los periodos presidenciales de Yeltsin (1991-2000), pero que reaccionará tras la llegada de Putin al poder en el año 2000, enfrentándose progresivamente en diferentes formas y áreas a la hegemonía estadounidense, hasta llegar a la actual triple guerra en Ucrania: la geopolítica entre Rusia y Estados Unidos/OTAN, la bélica entre Rusia y Ucrania y la comercial entre Rusia y la Unión Europea.


Pero mientras la historia discurría aproximadamente de esta forma en el hemisferio euroamericano, en el asiático (para nosotros “el lejano oriente”) también pasaban cosas. Tras el “siglo de humillación” (1839-1912) que sufre la China de la dinastía Qing a manos de las potencias europeas y del Japón europeizado, en 1912 la Revolución Xinhai del partido político Kuomintang, encabezado por Sun Yat-sen, instaura la República, que pronto se ve dividida por el enfrentamiento/colaboración del Kuomintang de Chiang Kai-shek y el Partido Comunista, que dirigido por Mao Tse-Tung, se hace con el poder en 1949, instaurando la República Popular China en todo el territorio, excepto en la isla de Taiwán, en la que el derrotado Kuomintang se refugia declarando la República de China, y los enclaves británico de Hong-Kong y portugués de Macao, últimos vestigios de la “colonización” europea.

La rivalidad ideológica, geopolítica y militar con la Unión Soviética desaparece y Estados Unidos queda como el gran y único hegemón de todo el orbe

Tras la muerte de Mao (1976), Deng Xiaoping se convierte en el hombre fuerte del régimen (1978-1989), instaurando un comunismo que sin dejar el sistema de partido (comunista) único y autoritario, abre el país al exterior y pone en marcha un intenso proceso de crecimiento económico (“socialismo con características chinas” o “economía de mercado socialista”) y transformación interna ("centralismo democrático" o "liderazgo colectivo descentralizado”), que continuarán sus sucesores. Para 2011, las organizaciones económicas internacionales y el mundo financiero posicionan a China como la segunda potencia económica del mundo, tras haber superado a Japón, y como primer exportador mundial. China se había convertido en la “fábrica del mundo”. Es el momento en el que Estados Unidos (Administración Obama) designa el área Asia-Pacífico como el principal teatro de interés político, económico-comercial y de seguridad de su política exterior (el célebre “giro” o “pivote” hacia el Pacífico). La guerra “híbrida” estilo siglo XXI estadounidense de propaganda anti-china y cerco estratégico en el Pacífico ha comenzado.

China –desde 2012-13, bajo la égida del nuevo dirigente Xi Jinping (tercer gran periodo de la China contemporánea o del “socialismo en una nueva era”)– que aspira a que se le reconozca el estatus geopolítico que cree que le corresponde como potencia comercial, económica y tecnológica de primer orden, empieza a responder.

Ya en Asia, China y Rusia habían creado en 2001 la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) junto a los países exsoviéticos de Asia Central como respuesta al proselitismo estadounidense en el área a través de las conocidas como “las revoluciones de colores”. Una Organización que a día de hoy cuenta con nueve países signatarios, tras la incorporación de India, Paquistán y recientemente Arabia Saudí, y 12 observadores, con el objetivo estatuario de fortalecer la cooperación económica, comercial, cultural y de seguridad. La OCS es la organización internacional de mayor extensión territorial y de mayor población del mundo tras la ONU.


Y en 2008, China y Rusia habían constituido junto a Brasil e India el grupo conocido como BRIC, al que en 2011 se incorporará Sudáfrica (BRICS), como instrumento para la cooperación económica entre los países de los llamados “mercados emergentes”, a modo de alianza “sur-sur” frente al condicionamiento impuesto por el sistema económico de Bretton Woods y la dolarización de la economía mundial. Entre los países posibles aspirantes a incorporarse a los BRICS se encuentran países de la entidad de Indonesia, México o Argentina (BRICS+).   

En 2013, China lanza la llamada “nueva ruta de la seda”, la construcción progresiva de todo tipo de infraestructuras, que, partiendo de China y a través de Asia Central y de las costas índicas asiáticas, facilitará el comercio y las inversiones chinas en el resto del mundo, para lo que se crea (2015) el Banco Asiático de Inversiones e Infraestructuras (¿para eludir la “hegemonía” del FMI y del BM?), mientras continua fomentando sus relaciones económicas y comerciales, no sólo con Asia, África y Latinoamérica, sino con la propia Unión Europea y Estados Unidos. Al mismo tiempo que inicia un primer intento de “desdolarización” de las relaciones comerciales internacionales, que se está viendo fuertemente impulsado con ocasión de la actual guerra en Ucrania (2022-23). China deja de ser la líder de la fabricación y exportación de bienes de baja tecnología. Ha pasado a ser exportadora de bienes y capital en muchos sectores de alta tecnología y ecológicos.

China se había convertido en la “fábrica del mundo”. Es el momento en el que EEUU designa el área Asia-Pacífico como el principal teatro de interés político y de seguridad

Todo ello, mientras inicia un importante fortalecimiento de sus capacidades militares y de su progresiva “presencia” en todos los escenarios de litigio territorial de su entorno marítimo (mares de la China y de la China Meridional). Un proceso que inducirá a Estados Unidos, encabezando a sus aliados de la OTAN+, a intensificar su “guerra híbrida” estilo siglo XXI: sanciones y restricciones comerciales, acusación permanente de beligerancia respecto a Taiwán, visitas-provocación de altos dirigentes estadounidenses a Taiwán, reforzamiento de su presencia militar en el área, etc. Una tensión que no ha hecho sino aumentar tras la citada y todavía inacabada guerra en Ucrania (2022-23), cuya más trascendental consecuencia está siendo el fortalecimiento de todo tipo de lazos entre ambas grandes potencias, China y Rusia, a las que cada vez parecen unírseles más adeptos, como los BRICS, un buen número de países africanos, que relevan la ayuda militar occidental por la rusa, o el giro que parece estar iniciando el mundo árabe-musulmán, viejo terreno colonial, y en consecuencia reivindicativo, europeo.


En definitiva, parece que es posible encontrar ciertos parámetros que nos permiten vislumbrar respuestas para el primer enunciado de la tesis de Tucídides: que la potencia hegemónica actual, Estados Unidos y su Liga de Delos (OTAN+), han decidido declarar la guerra (híbrida, estilo siglo XXI) a la actual potencia emergente, China y su posible Liga del Peloponeso (BRICS+).

No es el caso del futurible planteado por el segundo enunciado: que acabará perdiéndola. Sólo la historia futura más o menos inmediata y cercana nos dará la respuesta a quien carecemos de bola de cristal adivinatoria. Entre otras cosas, porque las respuestas que realmente tienen sentido no son sólo el mero sí o no, sino fundamentalmente el cómo, el a costa de qué, el adónde nos lleva, etc

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