Ya no es solo que tengamos una guerra en Europa, "la primera en décadas", nos dicen, olvidando las que alentaron en Yugoslavia, y en las que participaron de muy buen grado países de la Unión Europea; bajo la batuta otánica, no lo olvidemos, de nuestro admirado Javier Solana.
Es que nuevamente se está alentando a que participemos en ella. Emmanuel Macron ya ha lanzado un globo sonda, es de suponer que como avanzadilla a la que otros, de momento, no se suman. Nada más claro que decir que "la intervención puede ser necesaria para evitar que Rusia gane la guerra".
El clima prebélico es tan claro que ya se especula con que España podría participar, y en tal caso no bastaría con nuestro ejército profesional. La prensa ya insinúa una posible vuelta al servicio militar obligatorio si la carne de cañón profesional no es suficiente. La constitución nunca lo ha impedido, y la propia ley que acabó con la mili obligatoria deja abierta la puerta a "casos excepcionales" en que se podría movilizar a la población civil. Véase como muestra este artículo: ¿Puede volver la mili a España?
No son únicamente motivos geopolíticos los que pueden llevarnos a una militarización aún mayor de nuestras sociedades. Es que en tiempos de crisis la economía de guerra permite tomar medidas imposibles para un capitalismo de libre oferta y demanda. Una demanda artificial de productos bélicos que hay que renovar continuamente, con una obsolescencia más que programada de materiales a destruir o desechar, y la propia destrucción que dará en su momento oportunidades de negocio para reconstruir lo que nunca debió ser destruido, unida a una feroz disciplina laboral, y a la dinamización de otros sectores productivos, son una tabla de salvación para inversores que ya no disponían de otros nichos de inversión.
Sobre esta peliaguda cuestión son varios los artículos que están denunciando el reforzamiento de la industria militar como motor de una economía que se estanca. Con la avidez de los capitalistas por el beneficio inmediato, olvidan que esta vez la remontada de la economía sería efímera, y que ya no quedarán recursos para reconstruirla en su estado anterior, como sucedió en otras guerras de las que salió fortalecida e incrementada.
Dejo aquí tres textos sobre este tema tan preocupante, mientras la ciudad alegre y confiada se deja pasivamente arrastrar y continúa con su vida habitual, salvo allí donde la guerra es ya un hecho (la obra de Benavente se estrenó en mitad de la Primera Guerra Mundial).
En el primer escrito, del día once de este mes, Pere Brunet, investigador del Centre Delàs experto en la relación entre militarismo y crisis ambiental, denuncia precisamente el negocio de la guerra y la ceguera medioambiental de sus promotores. En situaciones dramáticas aparecen grandes oportunidades de lucro para quienes carezcan de escrúpulos. Lo vemos ahora mismo con la crisis de las mascarillas.
En otro artículo, del día nueve, Juan Antonio Sanz explica el proceso de escalada bélica que padecemos, y se muestra muy preocupado por el posible desenlace que nadie parece desear (¿o algunos que se consideran a salvo tal vez sí...?).
Por último, fechado el día siete (yo también voy para atrás este día trece...) selecciono un comentario, elegido por su oportunidad entre VEINTIDÓS TEXTOS DE JORGE RIECHMANN CON LOS QUE PEDALEAR HACIA EL ECOSOCIALISMO seleccionados por Raúl Garrobo Robles. Todos dignos de mención y análisis profundo, en esta ocasión el más pertinente es el que se pregunta:
Si una economía de guerra puede movilizar las voluntades y recursos con los que transformar el marco sociocultural humano, ¿cuánto mejor no será acudir a una planificación económica ecosocialista y evitarnos la guerra?
Siguen los análisis sobre el actual capitalismo en crisis y esa economía de guerra al acecho:
De 1992 a 2024: armas y retos
Estamos en una encrucijada. Parece que Europa se prepara para un escenario de guerra, armándose y aumentado presupuestos militares.
En estos momentos convulsos, tal vez nos convenga un poco de aire fresco. Retrocedamos a 1992. Habían pasado sólo tres años desde la caída del muro de Berlín. Este año, 1.700 científicos independientes, entre ellos 104 premios Nobel en disciplinas de ciencias, escribieron una Advertencia a la humanidad. Nos urgían a reducir la destrucción ambiental y a abordar un gran cambio en nuestra gestión de la Tierra y la vida, declarando que "el éxito en este esfuerzo global requerirá una gran reducción de la violencia y la guerra. Los recursos que ahora se dedican a la preparación y conducción de la guerra... serán muy necesarios para las nuevas tareas y deberían desviarse hacia los nuevos desafíos". Eran años de optimismo. En junio de 1991, Mikhail Gorbachev había pronunciado la "Conferencia Nobel" en Oslo, en la que habló extensa y profundamente sobre la necesidad de que la paz prevaleciera sobre cualquier otra condición, expresando su confianza en el que la solidaridad y el cambio serían aceptados por el mundo entero para hacer frente a los desafíos globales. Como explica Federico Mayor Zaragoza, Gorbachev planteó el desarme a Ronald Reagan, incluyendo la terminación de la carrera de armamentos y de las ojivas nucleares. Gorbachev decía: "vivimos en un mismo planeta. Europa es nuestra casa común; una casa, y no un campo de batalla".
A pesar de las advertencias, nuestros dirigentes no han querido entender la extrema gravedad de los retos a los que nos enfrontamos. A pesar de los muchos recordatorios (como el de 15.364 científicos de 184 países en 2017, a los 25 años del primer aviso), los políticos no saben afrontar la crisis ambiental que nos viene encima y que nos irá destruyendo con sequías, epidemias y todo tipo de cambios climáticos. Con el único motivo de adorar al dios del negocio neocapitalista, nos han abocado a treinta años de retroceso. Ni se ha querido desmilitarizar, ni se han desviado recursos militares tal como pedían los científicos (el gasto militar mundial ha aumentado un 69% entre 1992 y 2022 según SIPRI) ni se ha abordado la reducción de emisiones de efecto invernadero, con un aumento del CO2 en la atmósfera que ha pasado de las 356 ppm a las 418 ppm.
Las guerras nos hablan de supuestas fronteras mientras destruyen pueblos y vidas; pero desde 1945 ya no acaban en victorias. Los grandes retos de la humanidad son en cambio globales y transfronterizos. ¿Despertaremos algún día del letargo militarista para exigir soluciones reales para las personas actuales y venideras? ¿Quién se aprovecha y quién gana, en este rearme europeo? Antoni Bassas hace poco citaba a Warren Buffet ("Es mi clase, la clase rica, la que hace la guerra y la estamos ganando") y continuaba planteando si se trata de la misma clase que cree que realizar una guerra en Rusia puede ser un buen negocio (para ellos, no para los peones de ajedrez).
Según el instituto SIPRI, 14 de los 20 primeros países productores y exportadores de armas del mundo pertenecen a la OTAN. Entre todos ellos venden el 78% de las armas mundiales. España es el octavo exportador a nivel mundial de unas armas que acaban en todos los conflictos bélicos del planeta, avivando su crueldad y empeorando las condiciones de vida de la población civil.
La caldera de la Tierra está hirviendo, mientras los políticos desoyen las continuadas advertencias que llegan desde la ciencia y de los pueblos. Estamos destrozando la vida en el planeta, la de las nuevas generaciones y la de nuestros nietos. Pero nuestros dirigentes sólo saben seguir los dictados de los grandes negociantes de la destrucción criminal.
Si vis pacem, para verbum. Si queremos paz, debemos denunciar a los traficantes de las guerras y las armas. Si queremos la Paz, debemos olvidar las armas, escuchar, empatizar y exigir el alto al fuego y la negociación en todos los conflictos armados. Europa tiene una gran oportunidad. La de distanciarse de las opciones bélicas para ofrecer soluciones diplomáticas y modelos geopolíticos sustentados en los grandes retos actuales del mundo y basados en sus objetivos fundacionales de contribuir a la paz y a la solidaridad y del respeto mutuo entre los pueblos.
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La guerra de Ucrania entra en una nueva fase marcada por el rearme europeo y la escalada de tensión entre Bruselas y Moscú
La adhesión de Suecia a la OTAN, el rearme de la UE y la sugerencia de enviar tropas europeas a Ucrania marcan un hito en la guerra y disparan la tensión con Rusia.
09/03/2024
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Tropas ucranianas realizan maniobras en Bajmut, cerca de Donetsk, a 8 de marzo de 2024 |
Rusia y Occidente mueven sus piezas en el tablero bélico de Ucrania para una larga confrontación que consolida la nueva Guerra Fría entre los dos contendientes, sin excluir un eventual choque armado y directo sobre suelo ucraniano.
La entrada de Suecia en la OTAN esta semana, después de que recientemente lo hiciera Finlandia, el nuevo plan de defensa europea que apuesta abiertamente por la carrera armamentística y la propuesta francesa de desplegar tropas occidentales en Ucrania, que poco a poco gana adeptos, marcan la nueva realidad militarista de Europa y complican mucho los intentos, como el que acaba de plantear Turquía, de abrir una mesa de negociaciones antes de que sea demasiado tarde.
La Unión Europea, hasta ahora un proyecto de paulatina integración política, económica, social, cultural y de derechos compartidos, ha aprovechado un momento crítico, la guerra de Ucrania, para hacer del componente militar el principal pilar de cohesión de los Veintisiete.
El primer pretexto lo ofrecieron la invasión rusa de Ucrania y el decidido apoyo a este país, con dinero y armas. Ahora, ya no hay medias tintas y la apuesta es por una Europa fuerte militarmente, que supedite incluso la economía a la defensa, y con el peligro ruso como elemento cohesionador.
La Europa de los misiles se impone a la Europa social
La preeminencia de halcones de la derecha más recalcitrante al frente del timón europeo, como la actual presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, facilita esta transición hacia la Europa de los misiles y la economía de guerra. Esta semana, Von der Leyen propuso destinar 1.500 millones de euros del presupuesto de la UE durante el periodo 2025-2027 para convertir la industria militar europea en uno de los motores de la nueva Europa con su propia personalidad en materia de seguridad.
Esta visión cuenta con el respaldo de la mayor parte de los socios, que no ven mal que la fabricación de armas abandere la política y la economía europeas. Han visto los pingües beneficios que las empresas armamentísticas estadounidenses han obtenido en Irak y ahora en Ucrania, y no quieren quedarse atrás.
Uno de los objetivos es que, para 2030, el 50% de las compras de armas de la UE sea a fabricantes europeos y que el 40% de las compras puedan ser conjuntas. Para el año 2035, el 60% del armamento debería ser ya europeo. El equipo de Von der Leyen considera que la industria europea de defensa podría alcanzar pronto a la estadounidense, que gracias a la guerra de Ucrania ha visto cómo los clientes europeos acaparaban el 63% de sus ventas de armas.
Una senda que pasa por la economía de guerra
La hoja de ruta de la militarización europea pasa por la llamada Estrategia Industrial Europea de Defensa (EDIS) y el Programa Europeo Industrial de Defensa (EDIP), claves del nuevo plan estratégico que se está pergeñando en Bruselas en un momento que debería ser poco propicio, dados los reveses ucranianos ante Rusia. Sin embargo, adquiere todo su sentido cuando se entiende que la guerra fue, precisamente, solo un pretexto para la carrera de armamento.
Además de hacer partícipes de este rearme a las grandes empresas europeas del sector, se promueve que las pymes puedan también beneficiarse. Este espaldarazo al militarismo se completa con la posibilidad de que la Comisión Europea pueda declarar el estado de crisis en caso de que se necesite potenciar esa producción militar por algún riesgo o razón determinada. De facto, esta es la economía de guerra defendida por la conservadora Von der Leyen y admitida incluso por los gobiernos de izquierda europeos.
La incorporación de Suecia a la OTAN impulsará estos planes de militarización y, junto con la anterior incorporación de Finlandia, ofrecerá un mayor protagonismo al norte de Europa en la estrategia comunitaria de disuasión y defensa.
Maniobras de la OTAN junto al Ártico ruso
Como muestra de esta nueva apuesta militarista, la OTAN está embarcada en unas maniobras hasta el 14 de marzo en la península escandinava. Unos 20.000 soldados de 13 países toman parte en estos ejercicios en Noruega, Suecia y Finlandia, coordinados como una advertencia sin tapujos hacia Rusia: puede que Moscú esté ganando la batalla de Ucrania, pero la confrontación entre Occidente y Rusia tiene eventuales escenarios mucho más amplios.
El secretario del Consejo de Seguridad Ruso, Nikolái Pátrushev, uno de los hombres fuertes del presidente Vladímir Putin, ha calificado este importante ejercicio militar de la OTAN como "un ensayo para un enfrentamiento armado con Rusia".
Pátrushev es uno de los hombres fuertes de Putin y uno de los que podrían considerarse en primera línea para su eventual sucesión llegado el momento. Momento que aún tardará en producirse, pues Putin se dispone a revalidar su mandato en los comicios presidenciales que Rusia celebra entre el 15 y el 17 de marzo. El actual presidente ruso lleva en el poder desde hace 24 años y su aparente intención es permanecer en él hasta 2036, si gana éstos y los próximos comicios. Su retención férrea y autoritaria de las riendas del Kremlin apunta a que podría lograrlo, salvo que ocurra un cataclismo en Rusia.
Pátrushev acusó precisamente a Occidente de estar buscando esa hecatombe geopolítica en Rusia, "una derrota estratégica" de manos de su apoyo con armas y medios financieros a Ucrania. "Al continuar brindando asistencia militar y técnico-militar a gran escala, Occidente en realidad está participando en el conflicto armado", explicó Pátrushev esta semana.
EEUU amenaza con una guerra si Ucrania cae ante Rusia
El político ruso tuvo también palabras de advertencia contra la propuesta disfrazada de sugerencia del presidente francés, Emmanuel Macron, para llevar en un futuro tropas europeas a Ucrania. Aunque después el propio Palacio del Eliseo matizó que no serían para participar en combate, sino de apoyo logístico y para mantenimiento de equipo, nadie se creyó que la intención de París no sea tratar de compensar de alguna forma la falta de soldados que afronta el Ejército ucraniano y que podría ser crítica de cara al próximo año, si la guerra continúa.
Sobre esa propuesta de enviar soldados europeos a Ucrania, pronunciada por Macron tras la Conferencia de Seguridad de París de fines de febrero pasado, Pátrushev ha sido conciso: "Los países occidentales tienen la intención de hacer todo lo necesario para impedir que Rusia gane en Ucrania".
Y sobre la posibilidad de una derrota, dada la incapacidad de Ucrania para recuperar el territorio conquistado por los rusos, se manifestó esta semana el secretario de Defensa de Estados Unidos, Lloyd Austin. El político estadounidense indicó que si Ucrania cae ante Rusia, Putin no se detendrá en las fronteras ucranianas o rusas con Europa. "Francamente, si Ucrania cae, realmente es posible que la OTAN entre en lucha con Rusia", agregó.
Francia busca el apoyo báltico y polaco al envío de tropas a Ucrania
Los países bálticos son los que menos impedimentos han puesto a la sugerencia francesa de enviar tropas a Ucrania, pues en esas capitales nórdicas la creencia en una eventual agresión rusa es muy elevada. Alemania es el país más receloso de la idea de Francia y su excesiva confianza de que la entrada de fuerzas europeas, sean combatientes o no, en territorio ucraniano no conducirá a una conflagración directa entre la OTAN y Rusia.
Y para sondear tal posibilidad, sin considerar los gravísimos peligros que entraña, el ministro de Exteriores francés, Stéphane Séjourné, se reunió este viernes en Lituania con sus homólogos bálticos. El ministro galo mencionó el desminado como una de las tareas que podrían acometer las tropas extranjeras en Ucrania, obviando la realidad de que en cualquier conflagración los zapadores son parte inherente de un ejército, son objetivo prioritario del enemigo y tienen una capacidad de combate muy alta.
"No corresponde a Rusia decirnos cómo debemos ayudar a Ucrania en los próximos meses o años", insistió Séjourné en una reunión presidida por el ministro de Asuntos Exteriores lituano, Gabrielius Landsbergis, y a la que asistió el jefe de la diplomacia ucraniana, Dmytro Kuleba. El ministro ucraniano azuzó el fuego y animó a sus colegas europeos a despachar a Ucrania "misiones de entrenamiento militar" para formar sobre el terreno a los soldados ucranianos.
Polonia, que en un principio se alineó con la prudencia alemana ante el despropósito estratégico francés, parece que ande ya considerando todas las posibilidades. "La presencia de fuerzas de la OTAN en Ucrania no es impensable", dijo el ministro de Asuntos Exteriores polaco, Radosław Sikorski, este viernes.
Turquía se ofrece para organizar una conferencia de paz
En todo este desaguisado de amenazas y propuestas estrambóticas, como la de ver marchar a los zapadores europeos delante de los tanques Leopard conducidos por ucranianos, mientras los artilleros rusos tratan, seguramente, de no herirlos para no provocar una Tercera Guerra Mundial, destaca la iniciativa de Turquía.
Tras reunirse esta semana con el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, el presidente Recep Tayyip Erdogan propuso organizar en Turquía una conferencia de paz para preparar una mesa de negociaciones entre Moscú y Kiev.
El Gobierno de Ankara ya tiene la experiencia de haber intermediado entre rusos y ucranianos en los primeros meses de la guerra, aunque ese diálogo fue frustrado por Reino Unido y Estados Unidos. Turquía también ayudó a concretar en julio pasado un acuerdo con Moscú para exportar el cereal ucraniano por el mar Negro.
La propuesta turca no tiene en estos momentos muchas posibilidades de prosperar. Sin embargo, dada la capacidad de Erdogan para moverse entre los rusos y los ucranianos sin ofender ni a unos ni a otros, posiblemente sea ésta la apuesta de paz más pragmática desde el principio de la guerra, al menos sin la ambigüedad de otras propuestas, como la del presidente chino, Xi Jinping.
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Y aquí la gran pregunta de Jorge Riechmann:
Si una economía de guerra puede movilizar las voluntades y recursos con los que transformar el marco sociocultural humano, ¿cuánto mejor no será acudir a una planificación económica ecosocialista y evitarnos la guerra?
«Desde hace ya algunos años, autores hondamente preocupados por la magnitud y la velocidad de la transformación socioeconómica que sería necesaria para evitar despeñarnos en un abismo civilizatorio señalan que no podemos seguir pensando en términos de business as usual dentro del capitalismo, y que por ello sería necesario ir a una "economía de guerra". Así, por ejemplo, Lester R. Brown y sus colaboradores/as del Earth Policy Institute, quienes piden una movilización como en tiempos de guerra para salvar el clima: "Recortar las emisiones netas de CO2 un 80 por ciento para 2020 para estabilizar el clima implicará una movilización de recursos y una rotunda reestructuración de la economía global. La entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial ofrece un ejemplo inspirador en cuanto a una rápida movilización. El 6 de enero de 1942, transcurrido un mes desde el bombardeo de Pearl Harbor, el presidente Franklin D. Roosevelt utilizó su discurso del Estado de la Unión para anunciar los objetivos de producción de armas del país. [...] Desde principios de 1942 hasta el final de 1944, prácticamente no se produjeron coches en Estados Unidos. En vez de ello, la mayor concentración de poder industrial del mundo en ese momento ―la industria automovilística estadounidense― fue aprovechada para conseguir los objetivos de producción de armas de Roosevelt". [...] En el caso español, Antonio Turiel [...] calcula que sustituir los aproximadamente 6 exajulios de energía primaria usada anualmente en España por fuentes renovables implicaría instalar un terawatio eléctrico [...], de modo que las necesidades de capital de esta transformación se elevarían a 4'12 billones de dólares: tres veces el PIB de España. Si se adoptase una "economía de guerra" que permitiese destinar el 10 por ciento del PIB cada año para sufragar esa transición hacia uno de los rasgos básicos de una sociedad sostenible (un sistema energético sostenible), y suponiendo que el territorio nacional pudiese proporcionar toda esa energía renovable [...], se necesitarían 32 años para completar la transformación [...]. El propio Turiel comenta: "es evidente que, en el marco de un sistema de economía de mercado, el capital privado no acometerá una inversión tan grandiosa y de tan dudosa o nula rentabilidad". Lo que uno se pregunta es: si se reconoce que respetar las exigencias de rentabilidad de los capitales privados es incompatible con la preservación de una biosfera habitable, ¿por qué no hablar a las claras de ecosocialismo, en lugar de emplear el eufemismo "economía de guerra"? Nunca la necesidad objetiva de ecosocialismo fue tan grande como hoy, cuando nos asomamos al abismo de un colapso civilizatorio... Pero, al mismo tiempo, parecen lejísimas de madurar las condiciones subjetivas para avanzar hacia una sociedad así, después de tres decenios de neoliberalismo-neoconservadurismo y del fracaso del experimento pseudosocialista de la URSS y sus países satélites. Tal es la tragedia que caracteriza a nuestro tiempo»; [pp. 150-152].