No es esta una llamada desesperada porque se acabe el tiempo para reaccionar ante la que se nos viene encima (que también...), como tantas que retóricamente circulan y que más bien entumecen las mentes, sino la continuación de mis reflexiones sobre el tema Filosofía y Tiempo que ha ocupado la XL Semana Galega de Filosofía.
En esta ocasión el desencadenante es la conferencia del escritor Franco "BiFo" Berardi titulada de forma muy sintética Tiempo, muerte, abstracción.
¿Cuál es el hilo conductor que pone en relación estas tres entidades? La abstracción, desde luego, siempre estará presente en el lenguaje, porque preside todos los conceptos universales. Elegidas una o más connotaciones, se las aplica a un conjunto de objetos, reales o imaginados, que entendemos incluibles en una categoría.
Los conceptos más despojados de connotaciones, los más universales, son los más abstractos. Especialmente dos son ineludibles en cualquier análisis: el tiempo y el espacio. Si el segundo es más objetivable, porque permanece sin prisas ante nosotros, el tiempo, como ya hemos visto, es huidizo y lo dejamos continuamente atrás. Se va, se escapa dejando una abstracción sobre algo que existe solamente durante un instante sin duración; atrás queda un tiempo que ya no existe más y nos internamos vertiginosamente en un futuro que no existe todavía.
Este es el tiempo intuitivo, uniforme e indefinido, sin origen ni final conocido, y por ello conceptualmente eterno. Y absolutamente abstracto e ideal.
Para objetivarlo, y siempre hay que hacerlo, necesitamos de otro tiempo mensurable, un tiempo que mida movimientos, sobre todo movimientos que tienen límites, un principio y un final. Estos movimientos son necesariamente cíclicos, repetibles, y se basan en un conjunto de ciclos naturales (día, año...) o vitales (respiración, metabolismo...) interiorizados por todos y considerados estables y permanentes. Movimientos que admiten, y esto es importante, múltiplos y submúltiplos, al superponer a los ciclos naturales movimientos que consideramos simultáneos, uno de los cuales (el reloj) sigue un ritmo uniforme, o unos ciclos cortos suficientemente estables.
Este tiempo medible es el que utilizan la ciencia y la vida cotidiana, y se contrapone al tiempo ideal en el que lo insertamos.
¿Y qué pinta la muerte en todo esto? Precisamente la duración de todo movimiento real está destinada a un término, y así es la vida humana en la que se inserta todo conocimiento, toda actividad personal.
Que sepamos, el ser humano es el único que puede representarse su tiempo en estos términos. Otros animales están sujetos a ciclos vitales, y los siguen. Su futuro se inserta siempre en estos ciclos, pero su experiencia de la propia muerte futura se limita a tratar de conservar su vida presente.
Por eso todas nuestras expectativas, todo lo que llena nuestras vidas, sabemos que tiene un tiempo limitado para realizarse. Su duración real está sometida a la siempre problemática duración de este límite.
Por eso, Heidegger distinguió, en Ser y Tiempo, dos formas de "ser" en el tiempo, que en alemán denomina sosein (ser así) y dasein (ser ahí).
En nuestra lengua tenemos dos verbos que, con las debidas precauciones, podrían traducir estos conceptos: ser y estar. El ser define la simple existencia, sin más. Los animales "son", y punto. Están situados en el tiempo ideal de la duración sin límites aparentes. Cuando el hombre se plantea "estar", y no puede dejar de hacerlo, tiene siempre un proyecto de vida más o menos rico, lleno de episodios finitos que sabe finitos. Los comienza y, si puede, los termina. Y siendo siempre un "estar para" contingente, en último término sabe que es un ser destinado a su acabamiento.
Esta distinción entre Ser y Estar la había utilizado Marx en otro contexto, cuando distinguió en las clases sociales dos momentos de diferente lucidez: si en todo caso la clase obrera es una clase "en sí", la conciencia de pertenecer a esta clase la transformará en una clase con un proyecto emancipatorio, una clase que está aquí "para sí".
Vemos así, en dos planos diferentes, el del individuo y el de los colectivos, la misma distinción. En realidad, siendo el individuo inseparable de sus relaciones, ese impulso hacia la participación y la acción se realiza siempre en el seno de un colectivo. Para Heidegger el colectivo en que se implica es "el pueblo alemán". Para Marx, "la clase obrera", como representante genuina de un grupo más amplio, "el género humano".
Volvamos a nuestra reflexión. La implicación de estos límites temporales, frente a la vasta extensión de los contenidos posibles y las expectativas que generan, llevan a BiFo a hablar del fin del tiempo, de la aniquilación del futuro tal como lo entendíamos.
La conferencia me llevó hasta su libro Después del futuro, sobre el agotamiento de la modernidad. El corto siglo XX comienza con una exaltación de la velocidad, de la expansión sin límites: había futuro. Termina en un agotamiento convulso que destruye estas expectativas hasta el punto de que solo espíritus obcecados pueden seguir manteniéndolas. Hace ya mucho que sabemos que esta "sostenibilidad" es insostenible, y mucho menos sostenible es aquel futuro de expansión exultante.
Un momento crucial en la conformación de las mentes es el paso del dominio de la máquina física al de la máquina virtual. La atención, y en gran medida el trabajo que crea el valor, se ha desplazado al ciberespacio, y el tiempo de atención, en enorme grado, al cibertiempo.
El tiempo finito lleno de posibilidades infinitas contiene en sí un conflicto, una terrible contradicción: mientras el espacio real, y también el ciberespacio, se llena más y más de posibilidades, el tiempo disponible para el análisis de los datos se circunscribe al ciclo diario que no se puede estirar. Con esto se produce un déficit de atención que daña irreparablemente la capacidad de reflexión. Y la salud mental.
Os pido que sigáis leyendo esta selección de contenidos del libro, y que atendáis al vídeo que dejo para el final, en la que para mí ha sido la conferencia clave de esta Semana.
Vayamos al libro. El salto crucial, el que da origen a este desbocado sistema económico, es el que pasa del ciclo mercancía-dinero-mercancia, en que la finalidad del dinero es el intercambio de mercancías, al capitalista dinero-mercancía-más dinero. A partir de aquí, la mercancía, incluida en ella la fuerza de trabajo, pasa a ser un simple medio para la acumulación de dinero.
Pero BiFo se plantea el agotamiento del modelo cuando la realidad pone un límite físico a esta cadena sin fin:
El antiguo modelo industrial de acumulación estaba basado en el ciclo D-B-D (Dinero, Bienes, más Dinero). El nuevo modelo financiero de acumulación se basa en el ciclo D-D-D (Dinero-Depredación-más Dinero), que implica lo siguiente: Dinero-Hundimiento social-más dinero.
Este es el origen del agujero negro que está disipando rápidamente el legado del trabajo industrial y de las estructuras propias de la civilización moderna.
Una grieta se está abriendo en nuestra percepción del tiempo y estamos tratando de rehuirla. Es como una falla tectónica en la superficie de nuestras expectativas, una incisión profunda en nuestra idea de futuro.
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Un siglo después de la publicación del Manifiesto futurista, la velocidad se ha desplazado del ámbito de las máquinas externas al ámbito de la información. Eso significa que la velocidad se ha interiorizado, se ha transformado en automatismo psico-cognitivo.
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Mientras la máquina externa podía concebir nuevos territorios para su explotación, existía un futuro que conquistar, porque el futuro no es solo una dimensión del tiempo, es también una dimensión del espacio. Futuro son los espacios que aún no conocemos y que debemos descubrir, explotar.
Una vez colonizado cada milímetro del espacio terrestre, dio comienzo la colonización de la dimensión temporal, es decir, de lo vivido, de la mente, de la percepción. Es entonces cuando comenzó el siglo sin futuro. Se abre aquí la cuestión de la relación entre la expansión ilimitada del ciberespacio y los límites del cibertiempo. El cibertiempo es tiempo mental, la atención de que la sociedad es capaz.
El ciberespacio, punto de encuentro virtual de las proyecciones generadas por innumerables emisores, es ilimitado y se expande continuamente. El cibertiempo, es decir, la capacidad de elaboración mental en el tiempo, no es ilimitado: sus límites son los de la mente humana, y se trata de límites orgánicos, emocionales, culturales.
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Como dijimos, en la modernidad el futuro tenía dos características tranquilizadoras: de algún modo se podían conocer sus líneas de tendencia y prever su evolución; en cierta medida, era influenciable.
Sin embargo, en tanto que los movimientos del capital financiero, de la economía y de la producción se han desvinculado de cualquier elemento cuantificable, de una masa más o menos compacta y evaluable de tiempo de trabajo, ya no es posible previsión alguna, conocimiento fiable alguno. Y mucho menos se puede creer en la eficacia de la acción humana.
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El presente es tan denso que el cerebro no puede apartarse de él, no puede proyectar su experiencia más allá del momento presente. Para proyectar la profundidad temporal, la mente necesita disponer de objetos mentales en perspectiva, elaborar su relación, sucesión, potencialidad. La saturación del cerebro social por los estímulos informativos tiende a impedirlo. El futuro se vuelve inimaginable.
El estrato de la infoesfera se torna cada vez más denso, y el estímulo informativo invade cada átomo de la atención social. El tiempo mental no es infinito, ni expandible de forma ilimitada.
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Más allá de cierto umbral, la aceleración de la experiencia provoca una reducción de la conciencia del estímulo, una pérdida de intensidad que afecta a la esfera de la estética, de la sensibilidad y también a la esfera de la ética.
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La escuela y la universidad están cada vez menos orientadas a la formación de personas libres y cada vez más orientadas a la producción de terminales humanos compatibles con el circuito productivo. El objetivo cada vez más explícito de la formación es someter a los humanos al proceso de producción del valor: la interacción fluida de la máquina productiva requiere suavizar las asperezas (diferencias culturales, históricas, estéticas).
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En la net economy la flexibilidad ha evolucionado hacia una forma de fractalización del trabajo. Fractalización quiere decir fragmentación del tiempo de actividad. Ya no existe el trabajador como persona. Es solo un productor intercambiable de microfragmentos de semiosis recombinante que entra en el flujo continuo de la red. El capital ya no paga la disponibilidad del trabajador para ser explotado durante un periodo de tiempo largo. Ya no paga un salario que cubra todas las necesidades económicas de una persona que trabaja. Al trabajador (máquina que posee un cerebro utilizable por fragmentos de tiempo) se le paga por su prestación puntual, ocasional, temporal. El tiempo de trabajo resulta fractalizado y celularizado. Las células de tiempo están a la venta en la red y las empresas pueden comprar las que quieran sin comprometerse de manera alguna con la protección social del trabajador. El trabajo cognitivo es un océano de fragmentos microscópicos de tiempo, y la celularización es la capacidad de recombinar esos fragmentos de tiempo en el marco de un semiproducto singular. Podemos considerar el teléfono móvil como la cadena de montaje del trabajo cognitivo.
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La economía de la atención se ha convertido en un sujeto importante a lo largo de los últimos años. Los trabajadores virtuales tienen cada vez menos tiempo disponible, pues están involucrados en un número creciente de tareas mentales que ocupan cada espacio de su tiempo de atención, ya no tienen tiempo para dedicar a sus vidas, al amor, a la ternura, al afecto. (...) El resultado de esto es una psicopatologización de la relación social.
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Una verdadera ola de comportamientos psicopáticos parece dominar el escenario de los primeros años del nuevo milenio. El fenómeno de los suicidios se extiende mucho más allá de los confines del fanatismo islámico. Desde el 11 de septiembre de 2001, el suicidio se ha convertido en el acto político crucial de la escena política global. No debemos ver el suicidio agresivo solo como un fenómeno de desesperación y agresión, sino como una declaración del fin. La ola de suicidios parece sugerir que el género humano está totalmente fuera del tiempo, y la desesperación se ha convertido en el modo prevaleciente del pensamiento sobre el futuro.
Esta última reflexión la expresa perfectamente el mismo Franco Berardi en este poema, contenido en Se agota el tiempo. Rebelión poética por el clima y contra la crisis ecosocial en apoyo de Rebelión Científica y los ecologistas criminalizados. VV. AA. Coordinación: Militancia Poética y Antonio Orihuela. La Vorágine, 2024.
Poema muy oportunamente publicado en el blog Escombros con hoguera:
Termino esta larga disertación con el vídeo de la conferencia que la ha motivado: