sábado, 29 de junio de 2024

Más razón que un santo (padre)

El pasado 14 de junio, reunido con los miembros del G7, el Papa Francisco pronunció un importante discurso sobre la llamada "inteligencia artificial". Desde luego, demostró estar bien informado sobre los aspectos técnicos. Entre las ideas que desarrolló hay algunas que me parecen muy importantes.

En primer lugar, la inteligencia artificial funciona a partir de bases de datos, datos que solo son relevantes por su existencia y abundancia en estas bases, sin que aseguren la certeza de las respuestas. Registra y contrasta los datos de que dispone, independientemente de su veracidad.

Por otra parte, estos programas permiten hacer elecciones basadas en esos datos, pero es muy peligroso que puedan tomar decisiones. La decisión ha de corresponder a los seres humanos, y aquí es importante la ética. ¿Sería posible una ética robótica, basada en las leyes que formuló Asimov? De serlo fracasaría al elegir datos, tanto por los sesgos de sus bases como porque es imposible incluir en ellas todas las circunstancias concurrentes. El sistema, como en las historias del genio de la ciencia ficción, se paralizaría ante contradicciones insalvables.

Así resume los aspectos más luminosos del invento, y también los más sombríos:

La inteligencia artificial podría permitir una democratización del acceso al saber, el progreso exponencial de la investigación científica, la posibilidad de delegar a las máquinas los trabajos desgastantes; pero, al mismo tiempo, podría traer consigo una mayor inequidad entre naciones avanzadas y naciones en vías de desarrollo, entre clases sociales dominantes y clases sociales oprimidas, poniendo así en peligro la posibilidad de una “cultura del encuentro” y favoreciendo una “cultura del descarte”.

Si, como dice el Papa, no se debe permitir que el sistema tome decisiones, aunque pueda ofrecer elecciones, todo queda al arbitrio de la ética y la amplitud del conocimiento de quien en cada caso deba decidir.

Después de esta reunión, el pontífice recibió en el Palacio Apostólico a los asistentes a una conferencia sobre IA de la Fundación '"Centesimus Annus Pro Pontifice". Tras reconocer que "el futuro de la economía, la civilización y la propia humanidad se jugará en el terreno de la innovación tecnológica", planteó una "provocación": "¿Estamos seguros de querer seguir llamando 'inteligencia' a algo que no lo es? Pensémoslo y preguntémonos si usar impropiamente esta palabra tan importante, tan humana, no es ya ceder al poder tecnocrático", cuestionó.

Envié un WhatsApp con el discurso del Papa en el G7 a una persona a la que aprecio mucho, de cuyo sentido crítico y buen humor tengo sobradas pruebas, y me contestó con un GIF en que el Papa bendice incansablemente. Siguiendo la broma, le pregunté: "¿cuántas bendiciones me libran del 'infienno'?" Con gran sentido de la oportunidad, me respondió: "No hay infierno. Creo que ya lo dijo el Papa".

A continuación me escribió una experiencia suya sobre la IA, que muestra el modo en que podemos hacernos la ilusión de interactuar con una persona, con todos los riesgos que eso supone: 

Tengo un programita de Inteligencia Artificial pura y dura en el teléfono. El CHATGPT, hay versión gratis —la mía— y otra de pago, unos 25 €/mes que debe ser la releche de lista. Aclara dudas de lo más variopinto y me desarrolla ideas o conceptos de historia, sociología, etc. etc.

Lo que yo le plantee.

Incluso establecemos diálogos de besugos de cierto nivel: desde ética y responsabilidad médica a enfoques terapéuticos. (De entrada siempre me dice que consulte al médico, “no se moja”. Cuando le aclaro que soy médico me responde, después de desarrollar una respuesta, que consulte con “un colega”). Tiene varias peculiaridades curiosas: SE EQUIVOCA A VECES. Lo he pillado en algún renuncio: “oye, la primera obra publicada de Valle Inclán no es la que tú me dices, es “Femeninas: seis historias amorosas, editado en Pontevedra. Imprenta Landín, 1895.” Entonces me pide disculpas y lo corrige.

Teniendo pues en cuenta que se puede equivocar, suelo plantearle dudas o temas no vitales y me entretengo y a veces acabo “discutiendo”, pero nunca se enfada: procura darte la razón y si no es posible se disculpa y busca un punto de encuentro en el que coincidir contigo.

Otra característica es que si quieres información hay que insistirle. Le pregunté diversos significados del verbo inglés “TO GET”; inicialmente me dio diez traducciones. Le insistí y me dio veinte. Le pedí más y me soltó una lista de más de cien acepciones. Es la monda.

(Entre la información se cuela también, como podéis observar, el gracejo de mi interlocutor).

Dejo aquí el discurso papal. Es de agradecer que dedique casi todo el tiempo a profundizar con seriedad en el tema, aunque naturalmente lo apoye en un humanismo cristiano sustentado por su visión religiosa.

(Vatican Media)











EL PAPA FRANCISCO PARTICIPA EN LA SESIÓN DEL G7 SOBRE INTELIGENCIA ARTIFICIAL

[13-15 de junio de 2024]

DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO

Borgo Egnazia (Apulia - Italia)
Viernes, 14 de junio de 2024

Un instrumento fascinante y tremendo

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Estimadas señoras, distinguidos señores:

Me dirijo hoy a ustedes, líderes del Foro Intergubernamental del G7, con una reflexión sobre los efectos de la inteligencia artificial en el futuro de la humanidad.

«La Sagrada Escritura atestigua que Dios ha dado a los hombres su Espíritu para que tengan “habilidad, talento y experiencia en la ejecución de toda clase de trabajos” ( Ex 35,31)» [1]. La ciencia y la tecnología son, por lo tanto, producto extraordinario del potencial creativo que poseemos los seres humanos [2].

Ahora bien, la inteligencia artificial se origina precisamente a partir del uso de este potencial creativo que Dios nos ha dado.

Dicha inteligencia artificial, como sabemos, es un instrumento extremadamente poderoso, que se emplea en numerosas áreas de la actividad humana: de la medicina al mundo laboral, de la cultura al ámbito de la comunicación, de la educación a la política. Y es lícito suponer, entonces, que su uso influirá cada vez más en nuestro modo de vivir, en nuestras relaciones sociales y en el futuro, incluso en la manera en que concebimos nuestra identidad como seres humanos [3].

El tema de la inteligencia artificial, sin embargo, a menudo es percibido de modo ambivalente: por una parte, entusiasma por las posibilidades que ofrece; por otra, provoca temor ante las consecuencias que podrían llegar a producirse. A este respecto podríamos decir que todos nosotros, aunque en diferente medida, estamos atravesados por dos emociones: somos entusiastas cuando imaginamos los progresos que se pueden derivar de la inteligencia artificial, pero, al mismo tiempo, nos da miedo cuando constatamos los peligros inherentes a su uso [4].

No podemos dudar, ciertamente, de que la llegada de la inteligencia artificial representa una auténtica revolución cognitiva-industrial, que contribuirá a la creación de un nuevo sistema social caracterizado por complejas transformaciones de época. Por ejemplo, la inteligencia artificial podría permitir una democratización del acceso al saber, el progreso exponencial de la investigación científica, la posibilidad de delegar a las máquinas los trabajos desgastantes; pero, al mismo tiempo, podría traer consigo una mayor inequidad entre naciones avanzadas y naciones en vías de desarrollo, entre clases sociales dominantes y clases sociales oprimidas, poniendo así en peligro la posibilidad de una “cultura del encuentro y favoreciendo una cultura del descarte”.

La magnitud de estas complejas transformaciones está vinculada obviamente al rápido desarrollo tecnológico de la misma inteligencia artificial.

Es precisamente este poderoso avance tecnológico el que hace de la inteligencia artificial un instrumento fascinante y tremendo al mismo tiempo, y exige una reflexión a la altura de la situación.

En esa dirección tal vez se podría partir de la constatación de que la inteligencia artificial es sobre todo un instrumento. Y resulta espontáneo afirmar que los beneficios o los daños que esta conlleve dependerán de su uso.

Esto es cierto, porque ha sido así con cada herramienta construida por el ser humano desde el principio de los tiempos.

Nuestra capacidad de construir herramientas, en una cantidad y complejidad que no tiene igual entre los seres vivos, nos habla de una condición tecno-humana. El ser humano siempre ha mantenido una relación con el ambiente mediada por los instrumentos que iba produciendo. No es posible separar la historia del hombre y de la civilización de la historia de esos instrumentos. Algunos han querido leer en todo eso una especie de privación, un déficit del ser humano, como si, a causa de esa carencia, estuviera obligado a dar vida a la tecnología [5]. Una mirada atenta y objetiva en realidad nos muestra lo contrario. Vivimos una condición de ulterioridad respecto a nuestro ser biológico; somos seres inclinados hacia el fuera-de-nosotros, es más, radicalmente abiertos al más allá. De aquí se origina nuestra apertura a los otros y a Dios; de aquí nace el potencial creativo de nuestra inteligencia en términos de cultura y de belleza; de aquí, por último, se origina nuestra capacidad técnica. La tecnología es así una huella de nuestra ulterioridad.

Sin embargo, el uso de nuestras herramientas no siempre está dirigido unívocamente al bien. Aun cuando el ser humano siente dentro de sí una vocación al más allá y al conocimiento vivido como instrumento de bien al servicio de los hermanos y hermanas, y de la casa común (cf. Gaudium et spes, 16), esto no siempre sucede. Es más, no pocas veces, precisamente gracias a su libertad radical, la humanidad ha pervertido los fines de su propio ser, transformándose en enemiga de sí misma y del planeta [6]. La misma suerte pueden correr los instrumentos tecnológicos. Solamente si se garantiza su vocación al servicio de lo humano, los instrumentos tecnológicos revelarán no sólo la grandeza y la dignidad única del ser humano, sino también el mandato que este último ha recibido de “cultivar y cuidar” el planeta y todos sus habitantes (cf. Gn 2,15). Hablar de tecnología es hablar de lo que significa ser humanos y, por tanto, de nuestra condición única entre libertad y responsabilidad, es decir, significa hablar de ética.

De hecho, cuando nuestros antepasados afilaron piedras de sílex para hacer cuchillos, los usaron tanto para cortar pieles para vestirse como para eliminarse entre sí. Lo mismo podría decirse de otras tecnologías mucho más avanzadas, como la energía producida por la fusión de los átomos, como ocurre en el Sol, que podría utilizarse para producir energía limpia y renovable, pero también para reducir nuestro planeta a cenizas.

Pero la inteligencia artificial es una herramienta aún más compleja. Yo diría que es una herramienta sui generis. Así, mientras que el uso de una herramienta simple —como un cuchillo— está bajo el control del ser humano que lo utiliza y su buen uso depende sólo de él, la inteligencia artificial, en cambio, puede adaptarse de forma autónoma a la tarea que se le asigne y, si se diseña de esa manera, podría tomar decisiones independientemente del ser humano para alcanzar el objetivo fijado [7].

Conviene recordar siempre que la máquina puede, en algunas formas y con estos nuevos medios, elegir por medio de algoritmos. Lo que hace la máquina es una elección técnica entre varias posibilidades y se basa en criterios bien definidos o en inferencias estadísticas. El ser humano, en cambio, no sólo elige, sino que en su corazón es capaz de decidir. La decisión es un elemento que podríamos definir el más estratégico de una elección y requiere una evaluación práctica. A veces, frecuentemente en la difícil tarea de gobernar, también estamos llamados a decidir con consecuencias para muchas personas. Desde siempre la reflexión humana habla a este propósito de sabiduría, la phronesis de la filosofía griega y, al menos en parte, la sabiduría de la Sagrada Escritura. Frente a los prodigios de las máquinas, que parecen saber elegir de manera independiente, debemos tener bien claro que al ser humano le corresponde siempre la decisión, incluso con los tonos dramáticos y urgentes con que a veces ésta se presenta en nuestra vida. Condenaríamos a la humanidad a un futuro sin esperanza si quitáramos a las personas la capacidad de decidir por sí mismas y por sus vidas, condenándolas a depender de las elecciones de las máquinas. Necesitamos garantizar y proteger un espacio de control significativo del ser humano sobre el proceso de elección utilizado por los programas de inteligencia artificial. Está en juego la misma dignidad humana.

Precisamente sobre este tema, permítanme insistir en que, en un drama como el de los conflictos armados, es urgente replantearse el desarrollo y la utilización de dispositivos como las llamadas “armas autónomas letales” para prohibir su uso, empezando desde ya por un compromiso efectivo y concreto para introducir un control humano cada vez mayor y significativo. Ninguna máquina debería elegir jamás poner fin a la vida de un ser humano.

Hay que añadir, además, que el buen uso, al menos de las formas avanzadas de inteligencia artificial, no estará plenamente bajo el control ni de los usuarios ni de los programadores que definieron sus objetivos iniciales en el momento de elaborarlos. Y esto es tanto más cierto cuanto que es muy probable que, en un futuro no lejano, los programas de inteligencias artificiales puedan comunicarse directamente entre sí, para mejorar su rendimiento. Y, si en el pasado, los seres humanos que utilizaron herramientas simples vieron su existencia modelada por estos últimos —el cuchillo les permitió sobrevivir al frío pero también desarrollar el arte de la guerra—, ahora que los seres humanos han modelado un instrumento complejo, verán que este modelará aún más su existencia [8].

El mecanismo básico de la inteligencia artificial

Permítanme ahora detenerme brevemente sobre la complejidad de la inteligencia artificial. Básicamente, la inteligencia artificial es una herramienta diseñada para resolver un problema y funciona mediante un encadenamiento lógico de operaciones algebraicas, realizado en base a categorías de datos, que se comparan para descubrir correlaciones y mejorar su valor estadístico mediante un proceso de autoaprendizaje basado en la búsqueda de datos adicionales y la automodificación de sus procedimientos de cálculo.

La inteligencia artificial está diseñada de este modo para resolver problemas específicos, pero para quienes la utilizan la tentación de obtener, a partir de las soluciones puntuales que propone, deducciones generales, incluso de orden antropológico, es a menudo irresistible.

Un buen ejemplo es el uso de programas diseñados para ayudar a los magistrados en las decisiones relativas a la concesión de prisión domiciliaria a presos que están cumpliendo una condena en una institución penitenciaria. En este caso, se pide a la inteligencia artificial que prevea la probabilidad de reincidencia del delito cometido por un condenado a partir de categorías prefijadas (tipo de delito, comportamiento en prisión, evaluación psicológica y otros) lo que permite a la inteligencia artificial tener acceso a categorías de datos relacionados con la vida privada de la persona detenida (origen étnico, nivel educativo, línea de crédito, etc.). El uso de tal metodología —que a veces corre el riesgo de delegar de facto en una máquina la última palabra sobre el destino de una personapuede llevar implícitamente la referencia a los prejuicios inherentes a las categorías de datos utilizados por la inteligencia artificial.

El ser clasificado en un cierto grupo étnico o, más prosaicamente, el haber cometido hace años una pequeña infracción —el no haber pagado, por ejemplo, una multa por aparcar en zona prohibida—, influirá, de hecho, en la decisión acerca de la concesión de la prisión domiciliaria. Por el contrario, el ser humano está siempre en evolución y es capaz de sorprender con sus acciones, algo que la máquina no puede tener en cuenta.

Hay que evidenciar también que aplicaciones análogas a ésta de la que estamos hablando se multiplicarán gracias al hecho de que los programas de inteligencia artificial estarán cada vez más dotados de la capacidad de interactuar directamente con los seres humanos (chatbots), sosteniendo conversaciones y estableciendo relaciones de cercanía con ellos, con frecuencia muy agradables y tranquilizadoras, en cuanto tales programas de inteligencia artificial están diseñados para aprender a responder, de forma personalizada, a las necesidades físicas y psicológicas de los seres humanos.

Olvidar que la inteligencia artificial no es otro ser humano y que no puede proponer principios generales, es a veces un gran error que parte de la profunda necesidad de los seres humanos de encontrar una forma estable de compañía, o bien de un presupuesto subconsciente, es decir, de la creencia de que las observaciones obtenidas mediante un mecanismo de cálculo estén dotadas de las cualidades de certeza indiscutible y de universalidad indudable.

Esta suposición es, sin embargo, descabellada, como demuestra el examen de los límites intrínsecos del cálculo mismo. La inteligencia artificial usa operaciones algebraicas que se realizan según una secuencia lógica (por ejemplo, si el valor de X es superior al de Y, multiplica X por Y; si no divide X por Y). Este método de cálculo —denominado algoritmo— no está dotado ni de objetividad ni de neutralidad [9]. Al estar basado en el álgebra puede examinar sólo realidades formalizadas en términos numéricos [10].

No hay que olvidar, además, que los algoritmos diseñados para resolver problemas muy complejos son sofisticados de tal manera que hacen muy difícil a los propios programadores la comprensión exacta de cómo estos sean capaces de alcanzar sus resultados. Esta tendencia a la sofisticación corre el riesgo de acelerarse notablemente con la introducción de los ordenadores cuánticos que no operan con circuitos binarios (semiconductores o microchips), sino según las leyes, bastante articuladas, de la física cuántica. Por otra parte, la continua introducción de microchips cada vez más eficaces es la causa del predominio del uso de la inteligencia artificial por parte de las pocas naciones que disponen de ella.

La calidad de las respuestas que los programas de inteligencia artificial pueden dar, sean más o menos sofisticadas, depende en última instancia de los datos que manejan y de cómo estos los estructuran.

Finalmente, me gustaría señalar un último ámbito en el que emerge claramente la complejidad del mecanismo de la llamada inteligencia artificial generativa (Generative Artificial Inteligence). Nadie duda de que hoy en día están a disposición magníficos instrumentos de acceso al conocimiento que permiten incluso el autoaprendizaje (self-learning) y la autotutoría (self-tutoring) en una gran cantidad de campos. Muchos de nosotros nos hemos quedado sorprendidos por las aplicaciones fácilmente accesibles en línea para componer un texto o producir una imagen sobre cualquier tema o materia. Esto atrae de forma especial a los estudiantes que, cuando deben preparar los trabajos, hacen un uso desmedido.

Estos alumnos, que a menudo están mucho más preparados y acostumbrados al uso de la inteligencia artificial que sus profesores, olvidan, sin embargo, que la denominada inteligencia artificial generativa, en sentido estricto, no es propiamente “generativa”. En realidad, lo que esta hace es buscar información en los macrodatos (big data) y confeccionarla en el estilo que se le ha pedido. No desarrolla conceptos o análisis nuevos. Repite lo que encuentra, dándole una forma atractiva. Y cuanto más repetida encuentra una noción o una hipótesis, más la considera legítima y válida. Más que “generativa”, se la podría llamar “reforzadora”, en el sentido de que reordena los contenidos existentes, contribuyendo a consolidarlos, muchas veces sin controlar si tienen errores o prejuicios.

De este modo, no sólo se corre el riesgo de legitimar la difusión de noticias falsas y robustecer la ventaja de una cultura dominante, sino de minar también el proceso educativo en ciernes (in nuce). La educación, que debería dar a los estudiantes la posibilidad de una reflexión auténtica, corre el riesgo de reducirse a una repetición de nociones, que se considerarán cada vez más incontestables, simplemente a causa de ser continuamente presentadas [11].

Poner de nuevo al centro la dignidad de la persona en vista de una propuesta ética compartida

A lo que ya hemos dicho se añade una observación más general. La época de innovación tecnológica que estamos atravesando, en efecto, se acompaña de una particular e inédita coyuntura social, en la que cada vez es más difícil encontrar puntos de encuentro sobre los grandes temas de la vida social. Incluso en comunidades caracterizadas por una cierta continuidad cultural, se crean con frecuencia encendidos debates y choques que hacen difícil llegar a acuerdos y soluciones políticas compartidas, orientadas a la búsqueda de lo que es bueno y justo. Además de la complejidad de las legítimas visiones que caracterizan a la familia humana, emerge un factor que parece acomunar estas distintas instancias. Se registra una pérdida o al menos un oscurecimiento del sentido de lo humano y una aparente insignificancia del concepto de dignidad humana [12]. Pareciera que se está perdiendo el valor y el profundo significado de una de las categorías fundamentales de Occidente: la categoría de persona humana. Y es así que en esta época en la que los programas de inteligencia artificial cuestionan al ser humano y su actuar, precisamente la debilidad del ethos vinculada a la percepción del valor y de la dignidad de la persona humana corre el riesgo de ser el mayor daño (vulnus) en la implementación y el desarrollo de estos sistemas. No debemos olvidar que ninguna innovación es neutral. La tecnología nace con un propósito y, en su impacto en la sociedad humana, representa siempre una forma de orden en las relaciones sociales y una disposición de poder, que habilita a alguien a realizar determinadas acciones impidiéndoselo a otros. Esta dimensión de poder que es constitutiva de la tecnología incluye siempre, de una manera más o menos explícita, la visión del mundo de quien la ha realizado o desarrollado. 

Esto vale también para los programas de inteligencia artificial. Con el fin de que estos instrumentos sean para la construcción del bien y de un futuro mejor, deben estar siempre ordenados al bien de todo ser humano. Deben contener una inspiración ética.

La decisión ética, de hecho, es aquella que tiene en cuenta no sólo los resultados de una acción, sino también los valores en juego y los deberes que se derivan de esos valores. Por esto he acogido con satisfacción la firma en Roma, en 2020, de la Rome Call for AI Ethics [13] y su apoyo a esa forma de moderación ética de los algoritmos y de los programas de inteligencia artificial que he llamado “algorética” [14]. En un contexto plural y global, en el que también se muestran las distintas sensibilidades y plurales jerarquías en las escalas de valores, parecería difícil encontrar una única jerarquía de valores. Pero en el análisis ético podemos recurrir además a otros tipos de instrumentos. Si nos cuesta definir un solo conjunto de valores globales, podemos encontrar principios compartidos con los cuales afrontar y disminuir eventuales dilemas y conflictos de la vida.

Por esta razón ha nacido la Rome Call. En el término “algorética” se condensa una serie de principios que se revelan como una plataforma global y plural capaz de encontrar el apoyo de las culturas, las religiones, las organizaciones internacionales y las grandes empresas protagonistas de este desarrollo.

La política que se necesita

No podemos, por tanto, ocultar el riesgo concreto, porque es inherente a su mecanismo fundamental, de que la inteligencia artificial limite la visión del mundo a realidades que pueden expresarse en números y encerradas en categorías preestablecidas, eliminando la aportación de otras formas de verdad e imponiendo modelos antropológicos, socioeconómicos y culturales uniformes. El paradigma tecnológico encarnado por la inteligencia artificial corre el riesgo de dar paso a un paradigma mucho más peligroso, que ya he identificado con el nombre de “paradigma tecnocrático” [15]. No podemos permitir que una herramienta tan poderosa e indispensable como la inteligencia artificial refuerce tal paradigma, sino que más bien debemos hacer de la inteligencia artificial un baluarte precisamente contra su expansión.

Y es precisamente aquí donde urge la acción política, como recuerda la encíclica Fratelli tutti. Ciertamente «para muchos la política hoy es una mala palabra, y no se puede ignorar que detrás de este hecho están a menudo los errores, la corrupción, la ineficiencia de algunos políticos. A esto se añaden las estrategias que buscan debilitarla, reemplazarla por la economía o dominarla con alguna ideología. Pero, ¿puede funcionar el mundo sin política? ¿Puede haber un camino eficaz hacia la fraternidad universal y la paz social sin una buena política?» [16].

Nuestra respuesta a estas últimas preguntas es: ¡no! ¡La política sirve! Quiero reiterar en esta ocasión que «ante tantas formas mezquinas e inmediatistas de política [...], la grandeza política se muestra cuando, en momentos difíciles, se obra por grandes principios y pensando en el bien común a largo plazo. Al poder político le cuesta mucho asumir este deber en un proyecto de nación y más aún en un proyecto común para la humanidad presente y futura» [17].

Estimadas señoras, distinguidos señores:

Mi reflexión sobre los efectos de la inteligencia artificial en el futuro de la humanidad nos lleva así a la consideración de la importancia de la “sana política” para mirar con esperanza y confianza nuestro futuro. Como he dicho en otra ocasión,«la sociedad mundial tiene serias fallas estructurales que no se resuelven con parches o soluciones rápidas meramente ocasionales. Hay cosas que deben ser cambiadas con replanteos de fondo y transformaciones importantes. Sólo una sana política podría liderarlo, convocando a los más diversos sectores y a los saberes más variados. De esa manera, una economía integrada en un proyecto político, social, cultural y popular que busque el bien común puede “abrir camino a oportunidades diferentes, que no implican detener la creatividad humana y su sueño de progreso, sino orientar esa energía con cauces nuevos” (Laudato si’, 191)» [18].

Este es precisamente el caso de la inteligencia artificial. Corresponde a cada uno hacer un buen uso de ella, y corresponde a la política crear las condiciones para que ese buen uso sea posible y fructífero.

Gracias.

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[1] Mensaje para la 57 Mensaje para la 57 Jornada Mundial de la Paz (1 enero 2024), 1. 

[2] Cf. ibíd.

[3] Cf. ibíd., 2.

[4] Esta ambivalencia ya había sido advertida por el Papa san Pablo VI en su Discurso al personal del “Centro de Automación de Análisis Lingüísticos” del Aloisiano de Gallarate (19 junio 1964).

[5] Cf. A. Gehlen, L’uomo. La sua natura e il suo posto nel mondo, Milán 1983, 43.

[6] Carta enc. Laudato si’  sobre el cuidado de la casa común (24 mayo 2015), 102-114.

[7] Cf. Mensaje para la 57 Jornada Mundial de la Paz (1 enero 2024), 3.

[8] Las ideas de Marshall McLuhan y John M. Culkin son particularmente relevantes para comprender las consecuencias del uso de la inteligencia artificial.

[9] Cf. Discurso a los participantes en la Plenaria de la Pontificia Academia para la Vida (28 febrero 2020).

[10] Cf. Mensaje para la 57 Jornada Mundial de la Paz (1 enero 2024), 4.

[11] Cf. ibíd., 3 y 7.

[12] Cf. Dicasterio para la Doctrina de la Fe, Declaración Dignitas infinita sobre la dignidad humana (2 abril 2024).

[13] Cf. Discurso a los participantes en la Plenaria de la Pontificia Academia para la Vida (28 febrero 2020).

[14] Cf. Discurso a los participantes en el Congreso “Promoting Digital Child Dignity – From Concept to Action” (14 noviembre 2019); Discurso a los participantes en la Plenaria de la Pontificia Academia para la Vida (28 febrero 2020).

[15] Para una exposición más amplia, remito a mi Carta encíclica Laudato si’ sobre el cuidado de la casa común (24 mayo 2015).

[16] Carta enc. Fratelli tutti sobre la fraternidad y la amistad social (3 octubre 2020), 176.

[17] Ibíd., 178.

[18] Ibíd., 179.

viernes, 28 de junio de 2024

De pajaritos y pajarracos

Pajaritos y pajarracos fue en su momento la más controvertida película de Pier Paolo Pasolini. Para algunos fue una basura, para otros una lúcida parábola. Vista hoy, su mensaje pesimista cobra otra vez actualidad, superada la banal polémica, y nos parece una de sus grandes realizaciones.

Pero su decepción no es conformista como la de quienes acatan con ciega y malsana satisfacción la ideología del fin de las ideologías (rebeldes) y aceptan el triunfo "definitivo" del individualismo capitalista, tranquilizando así sus maltrechas conciencias. Lo que hace Pasolini es señalar el fin de un ciclo de ilusiones revolucionarias, simbolizadas en las lágrimas que acompañaron al multitudinario entierro de Palmiro Togliatti.

Un sabio cuervo marxista predica en medio de la cruda realidad. Lejos de dar por acabada la lucha de clases, reafirma la imposible convivencia pacífica de los pajaritos y los pajarracos, aunque lo único que consigue es que unos personajes acuciados por la necesidad y que prefieren soslayarla acaben por devorarlo.

Este el final aparentemente definitivo del tenaz optimismo gramsciano de la voluntad, aunque no lo es de la lucha inevitable. Porque al final, Totò y Ninetto, tras devorar al cuervo, asimilando la derrota y la quiebra del futuro soñado, siguen estando obligados a seguir el paso.

La película es de 1966. Unos años antes, en 1957, había publicado su autor el poemario Las cenizas de Gramsci, título premonitorio, motivado por una visita a su tumba en el Cementerio Inglés de Roma, un “jardín extranjero” donde también está enterrado el poeta romántico Shelley. El libro revela a su autor por la riqueza de temas, tanto de carácter político como artístico, destacando la lucha de clases, la definición de intelectual y la literatura nacional-popular.

Frente a la percepción marxista de un mundo que enfrenta a pajaritos y pajarracos se alza como una muralla la complejidad de la lucha de clases, en la que fácilmente "los de arriba" desvían la atención de "los de abajo" hacia "los de más abajo". El individualismo fomentado a lo largo de décadas hace que cada pájaro ignore los problemas de los que están peor, a los que ve como rivales, mientras envidia a los que quisiera alcanzar, pero acepta su dominio. Así es fácil admirar a los halcones y despreciar a las palomas.

El libro La vida emocional del populismo relata la frustración de los judíos mizrajíes frente a los asquenazíes que los discriminan, mientras ellos mismos pasan por alto lo que ambos practican contra los palestinos, considerados por muchos de ellos como animales. Es lo mismo que expresó Samaniego en la fábula La pava y la hormiga, y lo que también nos enseña esta película.

La poeta Elvira Hernández abunda en su libro Pájaros desde mi ventana en la metáfora pajaril. Si el italiano avistaba un futuro que se iba tiñendo de individualismo neoliberal, la chilena vive en una sociedad plenamente sumergida en él, incapaz de superar los destrozos de una dictadura. que, como la española, dejó profundamente impresa su huella en la sociedad.

Pero el libro, como la película, deja abierto otro final, porque como se dice en la reseña que sigue, Totò y Ninetto, tras devorar al cuervo, tienen que reanudar su camino. Queda abierta la esperanza, porque el futuro nunca esta escrito y la lucha necesaria siempre retorna:

“Andábamos y andábamos.
Para cambiar el rumbo del mundo”, 

escribe Elvira, y podríamos asignar sin dificultad tales palabras a los entrañables personajes de Uccellacci e uccellini. Andábamos y andábamos. Andamos y andamos. Creo así que estos versos, este libro, como un pequeño cántaro, pueden ser para nosotros, pájaros y pájaras, agua fresca para beber.

Los pájaros

Reseña de Pájaros desde mi Ventana, de Elvira Hernández. Santiago: 2018, Ediciones Alquimia.

En 1966, Pier Paolo Pasolini estrena una película decisiva, fundamental: Uccellacci e uccellini. Se trata de un filme que marcaba, según sus palabras, el comienzo de un período posgramsciano en su comprensión del quehacer artístico, pero también de su obra más personal, donde se exponía como nunca lo había hecho antes ni lo hizo después. Totò y Ninetto, padre e hijo, vagan por inhóspitos y miserables parajes de la periferia romana, acompañados de un cuervo que, metáfora irregular del autor, era señalado como un intelectual de izquierdas cuyo domicilio se encontraba en calle Karl Marx, villa del Futuro, ciudad capital de un país llamado Ideología. El azabache plumífero sigue a ambos personajes, les cuenta historias, razona hasta el hartazgo sobre todas las cosas y se lamenta solemnemente por el fin de las grandes esperanzas, por el ocaso de los obreros y la lucha de clases, por el paso de moda de las ideologías. Con amargura y algo de pedantería, su voz insiste, no se calla, y habla hasta agotar a este par de hombres que, a estas alturas, van no se sabe hacia dónde.

En distintas entrevistas Pasolini reconocía jamás haber traído al mundo una película tan desarmada, tan frágil y delicada, y que acaso por ese dicho “el más pobre y el más bello”, era la que había amado y continuaba amando más. Parábola política, fábula marxista, comedia ideológica, ensayo visual, panfleto y confesión, todo esto podría decirse respecto al significado de las andanzas que vemos en el filme. Pero quizás su clave era otra: una cierta melancolía, la signatura de esa atroce amarezza surgida a partir de la consciencia del fin de un momento de la historia italiana, frente a una realidad que desaparecía o que derechamente había dejado de existir. El naufragio de la izquierda, del marxismo de la Resistenza, junto con el auge de una nueva sociedad de consumo se cifraban en la muerte del histórico líder del PCI, Palmiro Togliatti, un acontecimiento que Pasolini (que mantenía con él agudas diferencias) poetiza de manera herética, melancólica y juglaresca. En definitiva, más que un filme, un auténtico monstruo del interregno: apuntes visuales sobre una época que no terminaba de morir y otra que no acababa de nacer, imágenes críticas de unos cambios sociales que, al decir de Susan Sontag, fueron enormes, viscerales y escandalosos. Obra de la desilusión y de la crisis, pero al mismo tiempo enérgica y disidente; el lúcido reclamo por un futuro que debía repensarse, reinventarse.

Más allá de las resonancias evidentes, creo que Pájaros desde mi ventana es un libro que dialoga de forma profunda con esta obra de Pasolini. Me arriesgaría a decir que se trata del trabajo más íntimo, más introspectivo y personal de Elvira Hernández, y que porta también el signo de una cierta melancolía histórica. Al modo de un diario o bitácora de observaciones poéticas (dato importante: surgidas post–2011), es a la vez una obra que registra lateralmente, con delicadeza e ironía, el paso de estos años recientes, los años críticos del interregno chilensis en el que nos hallamos. Siguiendo la ruta de la varia animalia trazada en Bestiario o en ciertos momentos de Álbum de Valparaíso, la agudeza del oído, la madurez del ojo y la intensidad de la memoria se concentran aquí especialmente en los avatares de pajaritos y pajarracos, pero también en gatos, insectos, caracoles y libélulas, y hasta en figuras aladas tan singulares como los ángeles, la serpiente emplumada y el chonchón. “Por estar mirando al cielo / paveando / de pronto / me encontré con los pájaros”, confiesa la voz, y en esa circunstancia cotidiana quizás se inscriba toda la poética del pajareo que rige al libro. En efecto, la escritura se constituye como una serie de ocurrencias súbitas, luminosas, relámpagos que pasan por la mente; como sutiles observaciones sobre la naturaleza; como el detalle de sucesos mínimos, domésticos; como imágenes cristalinas de viajes y estancias extranjeras; como corrosivos comentarios sobre el devenir social; o como cambios del clima y de las estaciones, lo que da cuenta del tiempo como un factor determinante en la hechura de los poemas, una consciencia radical –y acaso melancólica– respecto a su paso. Elvira funge así como una naturalista en retirada, y en este sentido el libro puede entenderse como su cuaderno de avistamientos, en los que nota, de paso, los signos de la época, el estado de la civilización. Otras veces ella misma es quien emerge desde las páginas sacando alas, volviéndose una pájara de canto silencioso que pareciera volar sobre nosotros y observarnos con lucidez punzante y mordaz. Y aunque de pronto declare querer irse en vuelo nocturno, en el sueño de Ícaro, hay algo, el peso de otros pájaros muertos, que la tironea: tal memoria, tal ética y sentido de gravedad.

En tanto la poesía de Elvira se caracteriza por escuchar de cerca “el paso del siglo, el rumor y la germinación del tiempo”, como escribiera alguna vez Osip Mandelstam, me interesa subrayar la mirada sobre la “época contemporánea” que se esboza en Pájaros desde mi ventana. Tiempo de moscas, cucarachas y virus; de cebos monetaristas, ardides, becerros de oro, trabalenguas y engañifas verbales; de claves y contraseñas, tarjetas bip, call centers, alarmas y enchufes; con la mortífera y seductora palabra lucro sobrevolando; con la gusanería de la objeción de consciencia encima, el libro expone de manera descarnada una lectura escéptica y pesimista sobre el presente. La mezquindad y el individualismo de las tórtolas, el ánimo aspiracional de algunos gatos, la retórica neoliberal de ciertos loros y, enfáticamente, la presencia de drones, aves de la época, ilustran en distintos textos el oscuro trance en que nos encontramos. Habitamos un mundo acelerado, con demasiado inglés, pasando a chino mandarín. Un mundo desorientado, ilegible: si el hegeliano búho de Minerva llegaba siempre tarde, cuando una figura de la vida había envejecido, acá ni siquiera alcanzará a emprender vuelo. Y es que vivimos una época incapaz de comprenderse a sí misma. Cercana a algunas ideas de Jean Baudrillard, la poeta insiste en mostrarnos cómo las pantallas nos tienen enviscados: ya “no nos miramos en un espejo. / Nos vemos en la pantalla”. “Nos tienen por el cuello”, advierte.

Pero no sólo nosotros, es el planeta mismo lo devastado, y los pájaros, en su lenguaje de signos transparentes, no dejan de alertarlo. El poema, en este plano, es apunte de lo que desaparece, notas desde el descampado, grafía del desastre en marcha. Se encarga de mostrar cómo en pos de progresoque es la catástrofe, repitamos con Benjamin– hay criaturas y formas de vida que son aniquiladas. El texto que abre el libro revela tal tensión con meridiana claridad. Allí, los mil y un árboles de una villa llena de pájaros han sido reemplazados por un plomizo complejo habitacional. El contraste sonoro de los versos es decidor: “este paraíso de pájaros” es sucedido por “una trápala fónica mecánica”. Como en una fábula pasolinesca, un solitario árbol sin nombre, la ausencia de gorjeos y aves en desbandada es lo que finalmente queda. Las potencias vitales de bosques, animales y humedales sucumben ante la homogeneidad del cemento, los incendios y una tierra que se reseca bajo un cielo moledor de carne, tupido de drones. No son, en suma, años dorados.

Sin embargo, en medio del eriazo perviven líneas de resistencia, una política de las patas y el buche: actitud que marca el rictus, que define la fortaleza, el carácter, el arrojo de vivir y escribir sin levantar cabeza. Y aunque se aborden con algún grado de nostalgia, leemos recuerdos de una vida corriendo bajo la lluvia, planeando en danza propia, al alero de la enseñanza de los pájaros, donde se muestra el desate de las potencias festivas, rituales e incluso auguradoras del lenguaje. La poesía es entonces palabra que se suma a trinos de pájaros que resisten. “Andábamos pato y sonrisa” es en este sentido uno de esos poemas que encierra una ética imprescindible, un poema que cabe tatuarse en la memoria: aunque patos y hambreados, la palabra debe estar primero, sólo en ello puede haber jactancia y poder.

Si bien uno podría leer este nuevo libro de Elvira Hernández a la luz de distintos linajes pajarísticos, desde la poesía china y persa hasta los arreglos provenzales de Daniel, desde el traladí huidobriano a los catálogos de Olivier Messiaen, he pensado sobre todo en la obra de Lorenzo Aillapán. Lo imagino ahora mismo, tomando la brisa refrescante del Budi, con su oído y la zugun atenta a la sabiduría de los pájaros. He pensado también en los pájaros mistralianos, en esas golondrinas de yodo que en plena guerra entraban mudas a los hospitales o en el canto de la tenca que se asemejaba al canto maternal. Desde el otro lado del tiempo, la escucho retándonos con voz áspera, porque no sabemos apreciar el cielo atravesado de aves: “Las gentes, chiquito, saben / de pájaros poco o nada”, y sólo se interesan en “yantares y cosas / y chismes de la contrada”.

Pero no dejo de volver a la parábola de Pasolini. A esa caminata sin norte de Totò y Ninetto, quienes, tras devorar al cuervo hacia el final del filme, asimilando la derrota y la quiebra de un futuro, siguen el paso. “Andábamos y andábamos. / Para cambiar el rumbo del mundo”, escribe Elvira, y podríamos asignar sin dificultad tales palabras a los entrañables personajes de Uccellacci e uccellini. Andábamos y andábamos. Andamos y andamos. Creo así que estos versos, este libro, como un pequeño cántaro, pueden ser para nosotros, pájaros y pájaras, agua fresca para beber.

martes, 18 de junio de 2024

Las puñetas, vistas por un puñetero

Ciertamente, las puñetas son un engorro. Hacer puñetas, como las que debían hacer las presas de la calle de Quiñones, suponía además un cierto escarnio.

Con puñetas o sin ellas, en todos los tiempos ha habido jueces prevaricadores y corruptos. Que hoy mismo los hay lo han sentenciado los propios jueces condenando a algunos de sus compañeros, aunque no siempre con criterios indiscutibles. La compra de voluntades no es privativa de ningún estamento con poder. No siempre es un crudo mercadeo monetario, como el que denuncia el sarcástico y vapuleado Francisco de Quevedo en su soneto. Hay muchas formas de torcer voluntades, de compensar a quienes se prestan a ello, además de que la ideología, el corporativismo y la conciencia de clase o de casta pueden obrar milagros, también judiciales.

Lo estamos viendo en directo en el caso de Begoña Gómez. ¿Puede ser casual que simultáneamente varios medios publiquen bulos o noticias sin fundamento? ¿Que eso motive una denuncia por parte de un supuesto sindicato que ya ha sido condenado por lo mismo? ¿Que la denuncia coincida con un determinado juez, que tiene un empeño pertinaz en llevarla adelante contra viento y marea? ¿Que todo ello coincida con un momento electoral?

Demasiadas casualidades. Es tan improbable ese cúmulo de coincidencias aleatorias como la restauración cuántica de un vaso roto.

A eso que llaman lawfare, dicho en español corrupción judicial, lo retrató mejor que nadie don Francisco de Quevedo hace ya unos siglos. Y es que no hay nada como acudir a los clásicos.

Imagen de archivo de varios jueces. (EFE)























Las leyes con que juzgas, ¡oh Batino!,
menos bien las estudias que las vendes;
lo que te compran solamente entiendes;
más que Jasón te agrada el Vellocino.

El humano derecho y el divino,
cuando los interpretas, los ofendes,
y al compás que la encoges o la extiendes,
tu mano para el fallo se previno.

No sabes escuchar ruegos baratos,
y sólo quien te da te quita dudas;
no te gobiernan textos, sino tratos.

Pues que de intento y de interés no mudas,
o lávate las manos con Pilatos,
o, con la bolsa, ahórcate con Judas.

CGT

lunes, 17 de junio de 2024

Cabreado me lo tienen...

...y no es para menos.

Antonio Turiel es un científico. No es un ideólogo de ideas preconcebidas. Esos trolls que le amargan la vida, hasta el punto de que lo han sacado de sus casillas, parecen creer, o quieren que nos lo parezca, que parte de una postura anticapitalista panfletaria y prejuiciosa. Pero lo suyo no es un punto de partida, sino de llegada. Una conclusión irrefutable.

Por eso, a falta de argumentos serios, la respuesta a su conclusión es el insulto y la descalificación. Lo mismo que estamos viendo en la vida política, sobrepasados ya los límites de una cortesía parlamentaria que funcionó mientras había cierto compadreo. Llegados a este nivel de crispación es muy difícil mantener la calma, porque una respuesta tranquila se parece a una rendición ante el que más chifle. Así que tras las respuestas airadas a bulos y falsedades, los menos informados interpretan que "hay mucha bulla" y que "todos son iguales".

¿De dónde procede el fluido que alimenta a esta internacional del negacionismo (que no es uno, sino varios convergentes)? ¿Quién pone de acuerdo a estos vociferantes? No hay que ser un lince para ver que los grandes capitales sostienen la red de trolls, muchos de los cuales son puro constructo digital. Creada la apariencia, muchos ignorantes la siguen.

¿Tiene el capitalismo motivos para sostener este entramado? Dado que su esencia es la acumulación sin límites, tiene que negar la existencia de límites. Les va la vida en ello, su opulenta vida. Pretenden prolongar el proceso gargantuesco a costa de ir eliminando a la gente que les sobra. Es su modo de adaptarse a un decrecimiento que conocen bien y tratan de ocultarnos.

Esto escribía, el pasado martes 11 de junio, un Turiel indignado en su blog. Nunca lo había dicho tan claro:

Procapitalismo o muerte (valga la redundancia)







Observo, una vez más, la legión de trolls que me acosan en las redes sociales, y más raramente en mi bandeja de entrada. Algunos con más educación que otros, algunos con mayor intento de articular algún argumento, otros solo vomitando su bilis farfullando algo sin sentido (tampoco sintáctico).

Apagones en Ecuador, Colombia, Bolivia, Venezuela... Nueve estados de los EE.UU. sufren un apagón. España, al borde del apagón...

A veces les respondo. A veces no. Pero en ningún caso hablo para ellos. ¿Para qué? Todos ya tienen su idea hecha. No han venido a discutir, han venido solo a acosar (para minar mis fuerzas y mi autoconfianza) y a intentar deteriorar mi imagen (de caras al exterior).

Argentina pierde parte de la cosecha por culpa de la escasez de diésel, a pesar de un productor de petróleo, y raciona el gas industrial a pesar de ser un productor de gas. La gasificación de los pozos de fracking en los EE.UU. anticipa un final abrupto para su producción de petróleo. La producción mundial de petróleo del mundo experimentó una brusca caída de 1,5 millones de barriles diarios en enero.

Cuando contesto a los trolls, en realidad hablo para los que me leen. Intento darles argumentos y estrategias para contestar a esos trolls del mundo real, que aparecen en la más suave variante conocida como cuñado. Además, las redes sociales generan un efecto microscopio: solo unos pocos son tan energúmenos para atacar, la mayoría de los que pasan leen y, estando de acuerdo o no, callan, porque tienen más sentido de la educación (y del ridículo). Lo que vemos son solo unos pocos individuos que creen que tienen que imponer su opinión, incluso en casa ajena, en vez de vivir y dejar vivir.

La producción de las minas de Chile retrocede por cuarto año consecutivo, mientras los costes se disparan. La tonelada de cobre llega ya a los 11.000 dólares. Se multiplican los robos de cobre. Matan a un actor de Hollywood para robarle el platino del catalizador de su coche.

El argumentario de la trollsfera es siempre más o menos el mismo. Hablan de mis profecías fallidas, asignando fechas que yo no he dado a problemas futuros que sí que he descrito, como el racionamiento del diésel o el final de la aviación masiva. Al final, suelen recurrir a un pantallazo fuera de contexto de un post mío de 2010, a falta de un argumento mejor, para acusarme de decir que solo se podrían construir un millón de coches eléctricos, pero hacen el ridículo en cuanto enlazo el post original. Porque los datos que me atribuyen no son míos sino de Jack Lifton, porque hace 14 años (cuando empezaba el blog y nadie me conocía) la mayoría de mis posts eran simplemente comentarios sobre artículos que leía. "Ah, pero por lo menos habrías debido explicar que los datos de Jack Lifton eran erróneos". Claro que sí. Lo hice, ya en 2010, cuando un lector me lo señaló, y rehice los cálculos de Lifton con las estimaciones del Servicio Geológico de los EE.UU., y encima enlacé este segundo post al final del primero, el cual, obviamente, mis trollacos no han leído. A pesar de lo cual, invariablemente, al cabo de unos días otro menguado me repetirá el mismo argumento de mierda con un "¡ajá!".

Después de meses en la cuerda floja, dimite el CEO de Siemens Gamesa y como era de temer se anuncia un ERE. Acciona continua con problemas. Algunas grandes compañías eléctricas comienzan a deshacerse de algunos activos renovables en España.

Otra idea-fuerza que está ganando tracción últimamente en la trollsfera es la de intentar desacreditarme académicamente. El problema es que lo hacen con argumentos de una ignorancia de lo que es la investigación que son simplemente enternecedores. El primer argumento reza que soy un investigador mediocre. Desgraciadamente para ellos, no es verdad. Mis indicadores de desempeño ciertamente no me sitúan entre el 5% más destacado, pero de ahí de calificar mi trabajo de mediocre hay un buen trecho. Mirando por ejemplo mi índice H (un indicador con ciertas limitaciones pero informativo), es actualmente de 33 de acuerdo con Scopus, un servicio de bibliometría aceptado en el mundo académico (el menos riguroso Google Scholar arroja un valor de 39). Según el creador de este índice, de manera orientativa H=20 es el valor de entrada a una posición de catedrático y se considera un valor bueno; H=40 sería excelente y H=60 sería extraordinario; dice también Hirsch que el 86% de los Premios Nobel de Física tenían H=30. También es cierto que el valor se tiene que ajustar por el tamaño de la comunidad en la que desarrollas tu trabajo principal (en mi caso, oceanografía y observación de la Tierra, ambas relativamente pequeñas) y por la edad (en mi caso, ya bastante senior). Sea como fuere, mis indicadores no son malos y están en consonancia con los de mis colegas en posiciones similares. Y eso sin contar con que a lo largo de mi carrera científica he conseguir 4 millones de euros en contratos y proyectos competitivos, y mi contribución a las tareas de asesoramiento científico a las administraciones y empresas españolas y las de desarrollo tecnológico con la Agencia Espacial Europea y algunas empresas.

En la misma semana de mayo, la temperatura llega a 50ºC en algunas partes de México y una tormenta de granizo convierte las calles de Puebla en ríos glaciales. En Delhi, temperaturas de más 50ºC hacen que se acumulen cadáveres a mayor ritmo del que pueden procesar las funerarias, y falta agua en casi todo el país, mientras la costa oriental es azotada por un tifón de fuerza inusitada. La granizada destruye el 30% de un gran parque solar en Texas y los tornados destruyen varios aerogeneradores en Iowa. Todo normal y bien...

El otro argumento, aún más tonto, es que yo no tengo formación específica en energía. Para esta gente, se ve, debería tener un título de energólogo. Se ve que el hecho de ser físico, con un doctorado en física, no me permite entender lo que es la energía. Lo peor del caso es que los temas de los que yo me ocupo caen en un disciplina académica relativamente reciente que en inglés se denomina Energy Policy (en castellano podría traducirse, quizá, como gestión y planificación de sistemas energéticos). Saber mucho de aerogeneradores, de paneles fotovoltaicos o de plantas nucleares no te da una mejor preparación para abordar cuestiones de Energy Policy. De hecho, como no hay un grado en Energy Policy (al menos en España), la conclusión para estos trolles es que nadie puede hablar de energía. Pero resulta que esto no funciona así. En investigación, una parte importante del tiempo se dedica a la autoformación, a través del estudio, los seminarios y la propia investigación, porque se está creando una disciplina nueva (¿qué investigación sería si no, si siempre se hiciera lo mismo?).

Una tormenta de granizo destroza el morro de un avión, que logra aterrizar de manera segura en Viena. Una riada de granizo inunda un túnel en el norte de Francia. El número de tempestades se multiplica en el Hemisferio Norte.

La última estrategia de descrédito ha consistido en atacarme en lo que se supone que es mi propio campo. Ha sido a raíz de un artículo de El Independiente en que nos entrevistan a un meteorólogo y a mi acerca de los efectos de una potencial detención del brazo atlántico de la Corriente Meridional de Lazo, la AMOC. El periodista habla en el titular de una posible glaciación, lo cual es un término erróneo: el colapso de la AMOC no llevaría a una glaciación (un estado estable en el cual la mayoría del planeta quedaría cubierto por la nieve), sino a un enfriamiento relativo de buena parte de Europa y una redistribución del calor hacia latitudes más bajas, lo cual traería como consecuencia una alteración muy seria de los patrones de precipitación en las zonas tropicales. Obviamente yo sé perfectamente todo esto: hace meses que escribí dos posts en este blog sobre el riesgo que supondría una detención de la AMOC: "Si no es ahora, será después" y "Si nuestra supervivencia fuera importante". Y obviamente tengo muy claro lo que es una glaciación, habiendo trabajado ya hace tiempo sobre el análisis de series temporales paleoclimáticas de los últimos 800.000 años y publicado dos artículos científicos sobre ello (1 y 2), que ya son 2 más que los de la manada de cuñados y advenedizos que me insultan por no saber lo que es una glaciación. Es además notorio y evidente leyendo el artículo que yo no hablo en ningún momento de glaciación. Y sin embargo, ha habido un tromba de descalificaciones hacia mi persona por haber usado ese término erróneamente, cuando es obvio que no lo he hecho. Lo peor es la gente que se ha abonado a esa cacería: al corifeo habitual de cuñados se le han añadido un meteorólogo de la AEMET, una meteoróloga que presenta un espacio televisivo sobre el tiempo atmosférico y un conocido divulgador ambiental. De una manera gratuita e inflando una polémica espuria por un titular desafortunado de un artículo en un diario generalista, aunque cuando entras dentro y lo lees está razonablemente explicado. A mi me ha dejado desconcertado, sobre todo, el nivel de odio e irracionalidad, y la rotundidad de los ataques sin molestarse a mirar si no ha habido un malentendido, sin intentar leer el artículo en cuestión.

Y es que al final solo hay un hilo conductor en todo este acoso, en todos estos ataques: el odio. El odio irracional e irrefrenable. Contra mi persona.

Pero, ¿acaso soy yo el enemigo a batir? Ésos que intentan por todos los medios despedazarme y desprestigiarme, ¿acosan del mismo modo a Iberdrola, a Forestalia o a CaixaBank? ¿De verdad les parece que el problema principal que tenemos soy yo? ¿De verdad creen que la causa principal de los problemas de sostenibilidad que tenemos es un pobre cretino que trabaja en un instituto de investigación y que tiene nulo poder decisorio? 

¿Por qué esta obsesión con alguien tan insignificante e irrelevante?

Yo solo veo una razón: porque yo represento un peligro real, aunque sea ridículamente minúsculo, para los intereses del capital. Porque yo denuncio, con datos, que lo que se está proponiendo no tiene ningún sentido desde el punto de vista técnico, y nadie está pudiendo refutar los argumentos que doy, entre otras cosas porque no son míos, sino de todo un cuerpo de investigación de cientos de científicos del todo el mundo, de los cuales yo simplemente hago divulgación.

Éstos que con furia me atacan no comprenden que los científicos salgan de sus laboratorios, que hagan divulgación no sesgada en favor de los intereses económicos, que participen del debate público. Para ellos, nosotros deberíamos centrarnos en investigar y ya quien está más preparado se dedicará a usar los frutos de nuestra investigación. ¿Qué es eso de tener conciencia social? ¿Qué es eso de poner en evidencia los abusos y manipulaciones?

Centran su ataque en mi porque soy, posiblemente, la cabeza más visible de un grupo de decenas de académicos concienciados en España, un grupo que además va creciendo gracias al empuje de las nuevas generaciones. Les molesta que aparezca en los medios, que me entrevisten en los diarios. Y eso que cada vez estoy vetado en más medios de comunicación, dada la fuerte campaña en mi contra: "Es un catastrofista, es un colapsista, es un profeta del apocalipsis que fracasa siempre en sus predicciones, es un retardista, un enemigo de las renovables". Mismas falacias repetidas una y otra vez por gente cada vez más poderosa. Lo cierto es que cada vez estoy más arrinconado, y aún así todavía aparezco demasiado en los medios para su gusto.

¿Por qué ese odio visceral contra un tipejo insignificante como yo? Porque no se puede criticar al capital, que es lo que yo hago. Y menos que nunca ahora que está entrando en su crisis histórica terminal.

Por eso quien me ataca no entra a discutir mis argumentos, ya que para ellos yo simplemente ataco sus creencias. Porque todos estos que niegan la libertad de expresión y denostan el debate son procapitalistas. Todo se puede hablar, pero siempre desde la perspectiva capitalista y siempre sin salirse de ella.

Y ahora que el viento de la Historia hace conmoverse los cimientos del edificio capitalista, ahora que en la sociedad se generaliza un sentimiento de final de camino, de conclusión histórica, de necesidad de nuevos paradigmas, los fanáticos de esta religión tienen la necesidad de reafirmarse con más fuerza que nunca, cerrando firmemente las filas y condenando al ostracismo al disidente. Ahora que los problemas ambientales se acumulan sin que se les dé solución (al contrario, están empeorando rápidamente); ahora que los recursos y la energía empieza a escasear, ahora que las desigualdades sociales crecen y las guerras se multiplican, ahora más que nunca intentan negar la realidad de que el capitalismo se está resquebrajando y amenaza con hundirse, arrastrándonos a todos en su caída.

Su lema es "Capitalismo o muerte". Valga la redundancia.

Pues yo os digo: ya está bien de agotar nuestra paciencia, procapitalistas. Allá donde estéis, allá donde amenacéis, yo os señalaré con el dedo. Cada vez que, delante de los problemas, recitéis vuestro credo, yo os señalaré. Porque los únicos que deberían de avergonzarse son los que mantienen inconmovible su fe en un sistema ecocida y represor que solo persigue nuestra destrucción.

Antonio Turiel, junio de 2024.