De entre las fábulas de Samaniego, la lectura del libro La vida emocional del populismo me ha hecho recordar una que recitaba mi madre siendo niño. Ya entonces, la fábula me hizo ver lo fácilmente que clamamos contra el daño que nos hacen, mientras pasamos de largo sobre el que podemos causar a otros.
En la película Pajaritos y Pajarracos un par de tunantes se humillan ante un implacable amo que les reclama una deuda, mientras poco antes han exigido ellos lo mismo a una pobre mujer que ni puede alimentar a sus hijos. La necesidad de pagar la suya los lleva sin miramientos a exigir la ajena.
Un cuervo parlante, que representa el espíritu crítico, quiere explicarles desde su ideario marxista la esencia de la lucha de clases. Cansados de su charla, acaban comiéndoselo. Pasolini marca aquí un momento histórico en que la esperanza de un futuro mejor chocaba con la dura realidad.
La fábula me enseñó a dirigir siempre una mirada crítica y combativa a la escala social, tanto hacia arriba como hacia abajo. Pero admite otra interpretación, la del pensamiento nazifascista que acepta como normal y moralmente aceptable el dominio implacable del más fuerte. El ejemplo aterrador, en la sociedad israelí que estudia el libro, lo hemos visto en la espeluznante entrevista a Ariel Sharon.
En esa complicada sociedad, los agraviados mizrajíes, discriminados por los asquenazíes, muestran su resentimiento al tiempo que pasan por alto el sufrimiento de los palestinos, a los que se ha despojado de humanidad. Su solidaridad como grupo no los lleva a una protesta que vaya más allá de su aberrante apoyo a los partidos de extrema derecha. Es lo que estamos viendo con el apoyo irracional, pero cargado de sentimientos rencorosos, que los nuevos fascismos encuentran en lugares tan distintos y distantes como Israel, Argentina o Europa.
El exitoso nombre Se acabó la fiesta, elegido por Alvise Pérez para su agrupación electoral, le ha dado tres eurodiputados. Como lo hizo la motosierra de Milei ha atraído a indignados que no son capaces de ver más allá de su propio daño, sin intentar siquiera conocer a quien los maneja.
Más allá de la lectura conformista que otros puedan hacer de la fábula, o de la atroz interpretación nazifascista, me quedo con la lucidez que me aportó para oponerme a los que, con una visión fatalista o un triunfalismo identitario cruel, nos pueden arrastrar al desastre definitivo.
Teby & Tib |
Los criados de Pedro,
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