Ciertamente, las puñetas son un engorro. Hacer puñetas, como las que debían hacer las presas de la calle de Quiñones, suponía además un cierto escarnio.
Con puñetas o sin ellas, en todos los tiempos ha habido jueces prevaricadores y corruptos. Que hoy mismo los hay lo han sentenciado los propios jueces condenando a algunos de sus compañeros, aunque no siempre con criterios indiscutibles. La compra de voluntades no es privativa de ningún estamento con poder. No siempre es un crudo mercadeo monetario, como el que denuncia el sarcástico y vapuleado Francisco de Quevedo en su soneto. Hay muchas formas de torcer voluntades, de compensar a quienes se prestan a ello, además de que la ideología, el corporativismo y la conciencia de clase o de casta pueden obrar milagros, también judiciales.
Lo estamos viendo en directo en el caso de Begoña Gómez. ¿Puede ser casual que simultáneamente varios medios publiquen bulos o noticias sin fundamento? ¿Que eso motive una denuncia por parte de un supuesto sindicato que ya ha sido condenado por lo mismo? ¿Que la denuncia coincida con un determinado juez, que tiene un empeño pertinaz en llevarla adelante contra viento y marea? ¿Que todo ello coincida con un momento electoral?
Demasiadas casualidades. Es tan improbable ese cúmulo de coincidencias aleatorias como la restauración cuántica de un vaso roto.
A eso que llaman lawfare, dicho en español corrupción judicial, lo retrató mejor que nadie don Francisco de Quevedo hace ya unos siglos. Y es que no hay nada como acudir a los clásicos.
CGT |
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