Es una mala noticia que se pierda empleo en el sector del automóvil. Con los despidos anunciados, Ford Almussafes se reducirá prácticamente a la mitad. Pero la industria de la guerra en cambio está de enhorabuena. El presupuesto a ella destinado sube como la espuma, al calor de los tambores no muy lejanos que nos la anuncian. Justifican el gasto por una apremiante necesidad defensiva. Consolémonos: de fabricar coches podemos pasar a fabricar tanques para emplear a los nuevos parados.
La peligrosa situación nos la explica en un inquietante artículo el periodista Rafael Poch-de-Feliu. Con una notable experiencia geopolítica, fue corresponsal de La Vanguardia en Moscú, Pekín y Berlín, y es autor de varios libros sobre el fin de la URSS, sobre la Rusia de Putin, sobre China, y un ensayo colectivo sobre la Alemania de la eurocrisis.
La resistencia rusa a quienes la cercan militarmente está provocando el incremento de la temeridad de Occidente en su ofensiva. Eso obliga a Moscú a prepararse para el escenario de un conflicto aún más directo y largo con la OTAN. ¿Hasta dónde arriesgarán la apuesta unos y otros?
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Instalación rusa de radar de alerta temprana en Voronezh. / Ministerio de Defensa ruso |
El 23 de mayo, Ucrania atacó con drones la estación de radares de Armavir (Krasnodar, al norte del Cáucaso). Tres días después, el día 26, el mismo ataque se repitió contra la estación de Oremburgo (Siberia Occidental), a 1.700 kilómetros al noreste de Armavir. Ambas instalaciones forman parte del sistema ruso de alerta temprana de misiles nucleares. Su función es identificar el vuelo de misiles intercontinentales americanos hacia Rusia. Ninguno de esos radares tiene relevancia en el conflicto de Ucrania. En cambio, esos sistemas son muy importantes en caso de guerra nuclear, porque destruirlos significa cegar la vigilancia estratégica de Rusia. Es decir, son irrelevantes en el actual conflicto, pero cruciales desde el punto de vista de la seguridad estratégica global.
Durante la Guerra Fría (ahora podríamos hablar más bien de “primera guerra fría”) esas instalaciones eran fundamentales para la “destrucción mutua asegurada” (MAD, por sus siglas en inglés), es decir: garantizaban que el primero en disparar sería el segundo en morir, pues una vez detectado el ataque nuclear del adversario americano, que a diferencia de la URSS contemplaba la hipótesis de un “primer golpe”, se ponía en marcha la respuesta soviética que la doctrina informal de la época definía como “sokrushitelny otvetny udar” (el golpe de respuesta aplastante).
Atacar con drones esos radares es algo “difícilmente imaginable sin mediar consulta con los principales aliados de Ucrania y acaso con instrucciones de ellos”, en palabras del experto suizo en seguridad Leo Ensel.
Durante la Guerra Fría esas instalaciones eran fundamentales para la “destrucción mutua asegurada”
El ataque contra los sistemas rusos de alerta temprana de misiles nucleares ha sido lo suficientemente grave como para que los medios de comunicación rusos lo ignoraran, pero no es el único dato. En los últimos días los principales estados de la OTAN han autorizado a Ucrania a atacar objetivos en suelo ruso con misiles de alcance intermedio y corto (IRBM) que ellos suministran. Así lo han manifestado el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg; el presidente francés, Emmanuel Macron; el portavoz del canciller alemán; el ministro de Exteriores británico, David Cameron; y todos ellos después de que el jefe, el presidente Biden, “permitiera a Ucrania golpear territorio ruso”, pretendiendo al mismo tiempo que es solo para defender la ciudad de Járkov y que “la política de permitir ataques de misiles de largo alcance en el interior de Rusia no ha cambiado”. Esos misiles de hasta 300 kilómetros de alcance pueden impactar en ciudades rusas como Kursk, Bélgorod, Vorónezh, Rostov y Volgogrado. Recordemos que, en marzo de 2022, Biden decía que “la idea de que vayamos a enviar armas ofensivas, tanques y aviones con pilotos y operadores americanos significaría tercera guerra mundial”.
Hay que tener en cuenta que los disparos de misiles de alcance intermedio y corto de la OTAN por parte de Ucrania “dependen de las directivas americanas en materia de precisión”, como informó The Washington Post en su edición del 9 de febrero de 2023, citando fuentes ucranianas y de Estados Unidos:
“Altos funcionarios ucranianos informaron de que las fuerzas armadas ucranianas casi nunca disparan armas modernas sin recibir coordenadas de posición concretas de los militares americanos desde sus bases europeas. Altos funcionarios americanos reconocieron, en condiciones de anonimato, que su colaboración en la dirección hacia objetivos ayuda a garantizar la exactitud y la máxima eficacia del gasto en munición”.
Rusia y China han tomado buena nota de la amenaza al más alto nivel. La declaración conjunta ruso-china, tras el encuentro de mediados de mayo en Pekín entre Putin y Xi Jinping, condenó “las acciones de EEUU para desplegar misiles terrestres de alcance intermedio en la región de Asia-Pacífico”. “Estados Unidos afirma que continuará con estas prácticas con el objetivo último de establecer despliegues rutinarios de misiles en todo el mundo. Ambas partes condenan enérgicamente estas acciones, que son extremadamente desestabilizadoras para la región y suponen una amenaza directa para la seguridad de China y Rusia, y reforzarán la coordinación y la cooperación para responder a la política hostil y poco constructiva de doble contención de Estados Unidos hacia China y Rusia”.
El ministro de Exteriores ruso, Sergei Lavrov, observa con preocupación que los misiles de la OTAN en Ucrania “tendrán la capacidad de apuntar a puestos de mando [rusos] y emplazamientos de despliegue nuclear”. La semana pasada, Putin advirtió a los países europeos que “antes de empezar a hablar de golpear en profundidad territorio ruso, tendrían que tener en cuenta que los suyos son países pequeños y densamente poblados”.
Las armas rusas precisaban de semanas para ser transportadas a un estado operativo similar al de la OTAN
Rusia y Bielorrusia han realizado en mayo movimientos con sus armas nucleares tácticas para aumentar la rapidez de su disponibilidad. Si las bombas nucleares de Estados Unidos en Europa (bombas nucleares de aviación almacenadas en hangares) son utilizables en una cuestión de horas, las armas rusas precisaban de semanas para ser transportadas desde su estado (técnicamente descrito en ruso como “en el almacén”) a un estado operativo similar al de la OTAN. Eso ya se ha hecho y forma parte de la respuesta rusa a la escalada de la OTAN. Otros escenarios de respuesta que los expertos manejan en los debates de la televisión rusa, más con preocupación que jactancia, son un ataque ruso al centro logístico de la OTAN en Rzeszów, Polonia, donde se concentran y distribuyen a Ucrania los misiles para atacar a Rusia, o la destrucción de los drones americanos que desde el mar Negro guían esas armas, algo que el general retirado Evgeny Buzhinsky, uno de los principales comentaristas militares rusos, ha mencionado varias veces en la tele como hipótesis en los últimos meses.
“Si Europa se enfrentara a esas consecuencias, ¿qué haría Estados Unidos, teniendo en cuenta nuestra paridad estratégica en materia de armamento? ¿Buscan un conflicto global?”, se preguntaba Putin a finales de mayo.
Esa pregunta tiene treinta años de historia en Moscú y no ha dejado de estar presente desde que quedara claro el objetivo –ahora abiertamente declarado por Estados Unidos, años atrás solo debatido y objeto de controversia entre expertos rusos– de derrotar estratégicamente a Rusia. La actual escalada forma parte del modus operandi gradual de la OTAN desde el fin de la Guerra Fría: primero su ampliación territorial (1999 y 2004), luego el despliegue de misiles en Polonia y Rumanía, la retirada unilateral de acuerdos de desarme (Bush y Trump), el tanteo en Georgia (en 2008, ahora reeditado con la revuelta contra un gobierno georgiano prooccidental pero reacio a ser utilizado como segundo frente militar contra Rusia), la guerra por procuración en Ucrania (2014) y, cuando Rusia reaccionó, el gran escándalo por la “agresión no provocada”.
Las responsabilidades de Rusia (y desde luego también de Ucrania) en la génesis y desencadenamiento de la guerra son claras, sin embargo son mucho menores que las de Estados Unidos y sus vasallos europeos. La opinión pública occidental, que, en general, comprende las criminales responsabilidades de Israel y sus padrinos occidentales en la masacre de civiles en Palestina –responsabilidades que hasta su “justicia internacional” considera “plausible genocidio”–, aún no entiende quién es el principal responsable de la carnicería de Ucrania. “Al fin y al cabo ha sido Rusia la que ha invadido”, se dice, como podrían decir sobre el ataque de Hamás a Israel el 7 de octubre. La comparación es inválida, porque Rusia, a diferencia de Palestina, es la más fuerte, “no es David, sino Goliat”, y los ucranianos tienen derecho a la autodeterminación y a defenderse, se argumenta. Rusia, efectivamente, es más fuerte que Ucrania, pero mucho más débil que las fuerzas sumadas de EEUU y la Unión Europea, que animan la guerra contra ella con armas y dinero desde mucho antes de la invasión rusa de febrero de 2022. Respecto a la autodeterminación de los ucranianos, ¿de cuáles de ellos? ¿Los de Crimea y el Donbás tienen derecho a ella? En cualquier caso, esa autodeterminación ha sido pisoteada por todas las potencias que intervienen en el conflicto y también por el propio Gobierno ucraniano… El debate es más complejo de lo que se ofrece al público. Con un debate serio las responsabilidades de la guerra de Ucrania serían, seguramente, adjudicadas en un 70% a Occidente, con el restante 30% repartido entre la élite rusa y la ucraniana.
La opinión pública occidental aún no entiende quién es el principal responsable de la carnicería de Ucrania
Treinta años de desinformación de nuestros medios de comunicación en materia de seguridad europea, así como las propias complejidades del conflicto, explican la incomprensión de la “izquierda de derechas” europea sobre la guerra de Ucrania. Pero, como dicen dos profesores canadienses, “puede que haga falta otra conflagración, esta vez entre China y Estados Unidos, para que el foco se centre en el único y principal pirómano”.
“Rusia tiene claramente la sartén por el mango, desarmando metódicamente a Ucrania, destruyendo las más modernas armas occidentales que le suministran y vaciando los arsenales de la OTAN”, dicen. “El triunfalismo occidental se está convirtiendo en pánico, abatimiento, desvaríos y poses. La apuesta de una fácil guerra por poderes contra Rusia se ha perdido”. Y esa realidad incrementa la temeridad. Eso obliga a Moscú a prepararse, económica e industrialmente, para el escenario de un conflicto aún más directo y largo con la OTAN. Ese conflicto quizás se extienda a otros frentes, fuera de Ucrania y fuera de Europa.
Hay que repetirlo: nos llevan a una guerra mayor y nunca había existido una necesidad tan urgente de un movimiento social por la paz. La cuestión de la guerra debería estar en el centro del debate de las elecciones al Parlamento Europeo del 9 de junio, cuya relevancia no es mucho mayor que la de aquellas en las que se elige a los diputados de la Asamblea Consultiva del Pueblo Chino, o la Asamblea Suprema del Pueblo de Corea del Norte. Solo el voto a las minorías que entienden todo esto será un voto útil.
Si arrojar al matadero a la población de Europa (tal como se está haciendo en Ucrania) es rentable para la elite globalista, no dudaran en extender la guerra cuanto estimen necesario. Los europeos no deberíamos creernos inmunes a los caprichos del gran capital, uno de los cuales es la guerra. Vivimos tiempos sumamente peligrosos, mucho más peligrosos de lo que la población pueda imaginar, lo cual no significa que debamos aterrorizarnos, pero sí ser conscientes de la situación y, en la medida de nuestras posibilidades, en actuar en pos de la paz.
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