Algo más sobre deuda es el título de este artículo de Jorge Riechmann en su blog "Tratar de comprender, tratar de ayudar".
Es una nueva llamada de atención a la gente que no entiende las implicaciones de la acumulación indefinida, a pesar de que hace siglos, y tal vez milenios, que se desveló este problema. El relato sobre lo que pidió el inventor del ajedrez por su creación (un grano de trigo por la primera casilla, dos por la segunda, cuatro por la tercera...) es bien antiguo. En este mismo blog recogí una presentación en que se demostraba ampliamente que cualquier acumulación constante conducía a la duplicación, y la duplicación sucesiva a un desarrollo tumoral e insostenible, y que la insostenibilidad aparecería bruscamente y sin previo aviso.
Jorge Riechmann pone otro ejemplo realmente significativo. Y ahora que recuerdo, en un viejo libro de matemáticas del antiguo bachillerato, los ilustres matemáticos Rey Pastor y Puig Adam proponían un ejercicio parecido.
Así que el tema no es nuevo. ¿Por qué entonces esta voluntaria ceguera para no ver el problema? ¿Realmente los avestruces esconden la cabeza en la arena, o este es un invento de la imaginación humana, que sí lo hace?
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Salvar la Tierra, se titulaba dramáticamente el número de junio de 2010 de Investigación y ciencia (la versión española de Scientific American).
Pero la cuestión es: o salvar la Tierra, o hacer buenos negocios. Se
trata de una disyunción excluyente: ambas propuestas no son viables a la
vez.
El desajuste último, el que condena de forma inapelable a
este sistema económico –el capitalismo que precisa una expansión
constante, aunque se encuentra dentro de una biosfera finita–, es una
idea errónea: tratar de vivir dentro de un planeta esférico y limitado
como si se tratase de una Tierra plana e ilimitada.
Como si los
recursos naturales fuesen infinitos, como si la entropía no existiese,
como si los seres humanos fuésemos omnipotentes e inmortales.
Blas de Otero –de quien por fin se han publicardo los poemas póstumos agrupados en Hojas de Madrid, con la galerna–
quería escribir “la poesía en los siglos futuros con el pan en medio de
la mesa y un avión a Marte todos los miércoles”. No llegó a intuir
–como le pasa a la mayor parte de nuestra izquierda— que el esfuerzo por
inaugurar la línea aérea a Marte (que no se inaugurará jamás, dicho sea
de paso) es una de las causas que impiden que haya pan encima de cada
mesa.
Basta hacer números durante diez minutos para saber que
esta civilización está condenada. Incluso la devolución de la deuda, el
prerrequisito del capitalismo, resulta matemáticamente posible sólo a
corto plazo. En un cálculo al que me he referido otras veces (y que
recuerda el buen George Monbiot), Heinrich Haussmann mostró que un
simple pfennig –un céntimo de marco alemán– invertido al 5% de
interés compuesto en el año cero de nuestra era habría sumado en 1990
¡un volumen de oro equivalente a 134.000 millones de veces el peso del
planeta! (Decía el físico Albert Bartlett que “la mayor carencia del ser
humano es su incapacidad para entender las implicaciones de la función
exponencial”. [1])
Y el capitalismo persigue un valor de producción conmensurable con el reembolso de la deuda… Puro wishful thinking:
pero a semejantes disparates se subordinan las políticas y las vidas
humanas (así como las no humanas, claro está) bajo la dominación del
capital.
Endeudarse para crecer, y crecer para pagar las deudas: así se ligan capitalismo financiarizado y devastación ecológica.
No hay en el planeta Tierra recursos naturales suficientes para pagar la deuda emitida, acumulada, aceptada. Esa montaña de dinero virtual ha de ser denunciada (la banca privada es una de las instituciones que no podemos permitirnos en una sociedad sostenible).
Un sistema socioeconómico que sólo sabe abordar la realidad –las realidades— en términos de rentabilidad y beneficio está condenado. Esto es una obviedad: pero una obviedad sobre la que no podemos insistir demasiado, ya que las mayorías sociales, en nuestros países, siguen sin verla.
Seguir pensando hoy en términos de business as usual –más crecimiento del consumo para que tire de la producción; más aumento de la producción para incrementar el consumo; más endeudamiento para crecer más; más crecimiento para pagar la deuda— resulta equivalente a ser niños de 35 años que patalean en el suelo: ¡no es verdad, no puede ser, los Reyes Magos existen, no son los padres!
Pero ya vamos siendo mayorcitos, ¿verdad? ¿Ya se nos puede decir que los Reyes Magos son los padres? ¿Y que el “desarrollo sostenible” basado en un supuesto desacoplamiento (decoupling) entre crecimiento económico e impacto ambiental es, o bien engaño de los poderosos, o bien autoengaño?
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[1] Se hallarán algunos textos de este profesor de Física de la Universidad de Colorado (Boulder) en su web http://www.jclahr.com/bartlett/. Debo esta cita a Pedro Prieto.
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