viernes, 6 de septiembre de 2013

La clase trabajadora en el siglo XXI

Quienes hoy hablan de la pérdida de importancia de la clase obrera en la sociedad tienen una visión idealizada y esquemática de la mítica “clase obrera” de los siglos XIX y XX.

Porque en ningún momento anterior los trabajadores constituyeron una masa homogénea y compacta, con intereses inmediatamente convergentes y conciencia de clase “para sí”. El capitalismo es un sistema desigual. También en su propio desarrollo. Coexiste con los modos de producción anteriores a él, y él mismo mantiene a la vez, junto a sus formas más evolucionadas, algunas de las más primitivas.

Por eso mismo, situaciones laborales comparativamente privilegiadas, sueldos relativamente altos y cierto bienestar, no implican siempre una tasa de explotación menor que la que sufren quienes trabajan con escasa productividad en condiciones miserables.

Al identificar a la clase obrera con el estereotipo del trabajador industrial, se pierde la perspectiva de lo que la define: pertenecen a ella quienes, para sobrevivir, están obligados a vender su fuerza de trabajo a los dueños de los medios de producción.

El capital, obligado a aumentar incesantemente la productividad del trabajo, lo consigue mediante cuantiosas inversiones, al alcance solamente de los grandes capitalistas. Pero en los intersticios del sistema permanecen pequeños capitalistas que sobreviven a costa de peores condiciones de los trabajadores que emplean. A una diversa composición de los capitales corresponde también una dispersa condición de los trabajadores, que enmascara la divisoria entre las clases sociales.

Es innegable que hay pequeños empresarios que extraen sus mínimas y a veces precarias plusvalías de trabajadores realmente pobres en condiciones muy poco productivas. Y que bastantes trabajadores fijos de grandes empresas tienen un mejor nivel de vida que ellos. En estas condiciones, lo que eran la pequeña burguesía y la aristocracia obrera confluyen en una mal definida clase media, concepto en que lo esencial es la percepción del sujeto de pertenecer a ella.

En la crucial coyuntura actual es esencial deshacer equívocos que confunden las mentes y con ello las conductas, y llevan a los grupos sociales, sin comprender los fundamentos de sus problemas, a sectarismos identitarios que impiden afrontarlos correctamente.


En este enlace encontraréis un importante y largo artículo de Chris Harman, que recomiendo leer detenidamente. Como se desprende de su lectura, no es muy reciente. Por eso mismo no es un escrito más "de moda", y puede entenderse mejor a la luz de los acontecimientos más recientes.
 
Con rigor analítico, pone en su lugar los conceptos, y demuestra claramente que, si bien enormemente diversa en su composición y sus situaciones concretas, nunca la clase obrera fue tan numerosa y con intereses más comunes.

No debe engañarnos el aumento de trabajos no manuales para excluir a sus laborantes de la clase obrera. Un trabajador informático, un autónomo subcontratado, pueden ocupar hoy el lugar del viejo proletariado industrial. Y la dispersión y atomización de las tareas en diversos centros y países puede dificultar las resistencias, pero no debe necesariamente impedirlas.
 
Así desarrolla el autor lo que algunos analistas más o menos postmodernos parecen haber olvidado:
(...)

Frecuentemente parece anti intuitivo decir que los grupos de trabajadores que tienen mejores condiciones que otros no se benefician a sus expensas: ya sea que este argumento se use con respecto a los trabajadores occidentales y del tercer mundo, o en el sector formal de la economía en el tercer mundo y el sector informal. Pero en este el caso el argumento “anti intuitivo” es correcto. En muchas industrias cuanto más estable y experimentada es la fuerza de trabajo, más productiva es. El capital está dispuesto a conceder salarios más altos a ciertos trabajadores en esas industrias porque, haciendo esto, puede sacar más ganancias de ellos. De aquí la aparente contradicción: algunos sectores de los trabajadores del mundo están a la vez mejor pagados que otros pero son más explotados. Sólo esto explica por qué los capitalistas, motivados sólo por la sed de la ganancia, usualmente no hacen inversiones a gran escala en regiones como África, donde los salarios son los más bajos.

Por supuesto, eso no evita que el capital intente continuamente disminuir lo que tiene que pagar: aprovechando las nuevas tecnologías y la reestructuración de la producción para reducir drásticamente sus costos laborales. Así que, en gran parte del mundo, el modelo de una fuerza de trabajo “formal” sigue más o menos intacto, aunque se va desgastando en los márgenes, y muchos nuevos empleos están en el sector “informal”.

La gran masa de la fuerza de trabajo informal en los países “en desarrollo” hoy está compuesta de personas que son nuevos en la fuerza de trabajo urbana, ya sean “inmigrantes” del interior (como por ejemplo los más de 100 millones de campesinos que buscan empleo en las ciudades chinas) o mujeres y jóvenes que buscan un empleo asalariado por primera vez. Pero el patrón de la acumulación capitalista en las últimas dos décadas implica que no se ha expandido la demanda de trabajo de la industria moderna y productiva a la escala necesaria para absorberlos dentro de su fuerza de trabajo. La competencia a escala global ha causado un giro hacia formas de producción intensivas en capital (con lo que Marx llamó la creciente “composición orgánica del capital”) que no requieren cantidades masivas de nuevos trabajadores. Como resultado, las únicas vías de entrada a la fuerza de trabajo para ganar un sustento son a través de las formas más exiguas de autoempleo o a través de vender la fuerza de trabajo a un precio tan bajo y en condiciones tan arduas que los pequeños capitalistas en los márgenes del sistema pueden beneficiarse de explotarlos.

Como señala un informe sobre el empleo en América Latina:
Los empleos informales per se representan casi un tercio de los trabajadores no agrícolas en la región… La mayor parte del incremento en el sector informal está concentrado en trabajadores por cuenta propia… El resultado de este proceso ha sido una tendencia hacia tasas de desocupación más bajas, pero a un costo de un marcado deterioro en la productividad promedio del trabajo.
En general el sufrimiento de una gran parte de las masas urbanas en estos países no se debe a una superexplotación por parte del gran capital, sino por el hecho de que el gran capital no ve la forma de sacar unas ganancias suficientes mediante su explotación. Esto es incluso más claro en África subsahariana. Después de exprimir la riqueza del continente durante el período desde el comienzo del comercio de esclavos hasta el fin del imperio en los ‘50, los que dominaban el sistema mundial (incluyendo gobernantes locales que llevaban su dinero a Europa y Norteamérica) están dispuestos ahora a descartar a la mayoría de su gente como “marginal” para sus requerimientos.

Marx describió muy bien el proceso por el cual crece el sector informal, observando la sociedad británica hace 150 años:
Los capitales adicionales formados a lo largo de la acumulación normal, sirven preferentemente de vehículo para la explotación de nuevos inventos y descubrimientos, y en general de perfeccionamientos industriales. Pero también el viejo capital llega con el tiempo al momento de su renovación de cabeza y miembros, momento en que cambia de piel y vuelve a renacer en forma técnica perfeccionada, en que una masa menor de trabajo se basta ya para poner en movimiento una masa mayor de maquinaria y materias primas.
El capital adicional formado en el curso de la acumulación, en proporción a su magnitud, atrae cada vez menos obrerosEl capital viejorepele cada vez más obreros ocupados antes por él.
Así, pues, la población obrera produce, junto con la acumulación del capital producida por ella misma y en volumen creciente, los medios de su propio exceso relativo.
Tan pronto como la producción capitalista se adueña de la agricultura… la demanda de población obrera agrícola disminuye en términos absolutos… Por eso, una parte de la población agrícola rural se halla continuamente a punto de pasar al proletariado urbano.
Esta dinámica produce un componente “estancado” del “ejército activo de trabajadores” con “empleo extremadamente irregular”:
Su nivel de vida desciende por debajo del nivel normal medio normal de la clase trabajadora y es eso lo que la convierte precisamente en amplia base de ramas propias de explotación del capital… Sus características son el máximo de trabajo y el mínimo de salario… Su volumen se extiende a medida que con el volumen y la energía de la acumulación quedan “sobrantes” mayor número de obreros.
La fuerza de trabajo disponible se desarrolla por las mismas causas que la fuerza expansiva del capital. La magnitud relativa del ejército industrial de reserva aumenta, pues, con las potencias de la riqueza. Mas cuanto mayor sea este ejército de reserva en proporción al ejército obrero activo, tanto más masiva será la superpoblación consolidada, cuya miseria se halla en razón inversa a los tormentos de su trabajo… Ésta es la ley general, absoluta, de la acumulación capitalista.
(...)
 
La falta de una perspectiva correcta ante la imposible situación actual entraña el gravísimo peligro de que luchas sectarias entre las víctimas sustituyan la lucha contra el enemigo común de clase:
…hay dos direcciones distintas en las que puede encaminarse la desesperación y el encarnizamiento que existe entre las “multitudes” de las grandes ciudades del tercer mundo. Una dirección involucra colectivamente a los trabajadores en lucha y atrae a millones de otros sectores empobrecidos detrás de ellos. La otra implica que los demagogos explotan la sensación de desesperanza, desmoralización y fragmentación para dirigir el encarnizamiento de un sector de las masas empobrecidas contra otro.

Por esto la clase trabajadora no puede simplemente ser vista como un agrupamiento más dentro de la “multitud” o del “pueblo” sin una importancia intrínseca para la lucha contra el sistema.


Así concluye este artículo tan estimulante:

Conclusión
El cuadro de conjunto no es de desintegración o de declive de la clase trabajadora sino que, a escala mundial, la clase trabajadora es más grande que en cualquier otro momento, incluso si la tasa de crecimiento se ha desacelerado con las crisis sucesivas en la economía mundial y la tendencia en todas partes es hacia formas de producción intensivas en capital que no emplean a nuevas personas en cantidades masivas.

Tampoco es el cuadro en el cual el empleo obrero es transferido a gran escala de las viejas economías industriales del “norte” a las economías previamente agrarias del “sur”. La nueva división internacional del trabajo se está desarrollando principalmente dentro de la “tríada” de Norteamérica, Europa y Japón, con un papel menor de los NICs del este de Asia y la costa este de China. También hay una expansión del empleo industrial dentro de algunas de las ciudades florecientes del “sur”— pero la expansión es desigual, no alcanza a regiones enteras y no se debe principalmente a la transferencia de empleos desde el norte.

En el norte y en el sur han ocurrido repetidas crisis con reorganización de las estructuras de acumulación. Esto está produciendo una recomposición de la clase trabajadora similar, en escala, a las recomposiciones que ocurrieron en la última mitad del siglo XIX cuando la industria pesada empezó a superar a la textil como centro de la acumulación y en los años de entreguerras cuando las industrias ligera y automovilística empezaron a ocupar un lugar central. Estamos asistiendo a un cambio doble. La producción de ciertas mercancías “inmateriales”, lo que usualmente se clasifica como parte del sector servicios, tiene una importancia creciente, pero involucra formas de trabajo muy similares a las de la industria. Y tienen una importancia creciente ciertas formas de trabajo que en sí mismas no producen mercancías, pero que sirven para mantener y aumentar la productividad de los productores directos.

Como estos sectores son cada vez más importantes para el capital, éste reacciona intentando recortar sus costos laborales, produciendo una creciente proletarización de sectores que tradicionalmente se consideraban de “clase media”. Mientras tanto, hay una mayor presión también sobre los productores directos, con una mayor intensidad del trabajo (disfrazada de “flexibilización) y, en algunos casos, un aumento en la jornada laboral: el número más alto de horas trabajadas por año se encuentra en Estados Unidos, con 1.991 para los trabajadores de producción en la manufactura, contra 1.945 en Japón, 1.902 en Gran Bretaña, 1.672 en Francia y 1.517 en Alemania.

La clase trabajadora no está desapareciendo ni se está aburguesando. No se está transformando en una capa privilegiada. No se está beneficiando del empobrecimiento de amplios sectores del tercer mundo, especialmente África. Está creciendo aunque a la vez está siendo reestructurada a nivel global.

La mayoría de la población del mundo todavía pertenece a otras clases subordinadas. En China, el subcontinente indio y gran parte de África, los campesinos superan numéricamente a los trabajadores. Hay casos en África y partes de América Latina de personas que intentan reestablecerse como pequeños campesinos porque no pueden encontrar trabajo en las ciudades. En algunas de las ciudades más grandes del mundo, los trabajadores permanentes son superados numéricamente por una población flotante de autoempleados, de desocupados y de los que tienen empleo casual y ocasional. En los países industriales avanzados todavía existe la vieja pequeña burguesía de los pequeños comerciantes, dueños de bares, pequeños empresarios y profesionales, y junto a ella una nueva clase media de gerentes.

Los trabajadores frecuentemente viven, trabajan y tienen familias ligadas a miembros de estas otras clases. Pueden estar influidos por su estado de ánimo, pero también pueden ejercer una influencia decisiva sobre el estado de ánimo de éstas, como vimos en el caso de los trabajadores textiles de Bombay.

Ciertas cuestiones alientan a estos distintos grupos a pelearse entre sí. Hay luchas comunitarias que unen a todos los que viven en ciertas localidades de clase más baja, independientemente de la forma en la que se ganan la vida. Pueden compartir la experiencia de tomar las calles y de enfrentarse juntos a los estratos más altos de la sociedad. En estas luchas parecen más adecuadas las nociones de “masa”, “pueblo”, “multitud” o las coaliciones arcoiris que la noción de clase. El ejemplo más reciente de estos ascensos de masas policlasistas fue la ola de cacerolazos de los barrios de la ciudad de Buenos Aires que barrió a los gobiernos de De La Rúa y Rodríguez Saá del poder en Argentina a finales de 2001, y las asambleas barriales que surgieron de ellos.

El mismo movimiento anticapitalista tiene algunas características similares. Su base inicial, como la del primer movimiento de finales de la década de 1960, no estaba compuesta de personas arraigadas en el proceso productivo: eran estudiantes, jóvenes sin empleo permanente, trabajadores que participaron de sus actividades como individuos sin ningún sentimiento claro de identidad de clase, profesionales… Como descripción de estos movimientos, el término “multitud” no es completamente equivocado. Una coalición de fuerzas dispares se ha unido para dar una nueva y masiva importancia a la lucha contra el sistema, tras dos décadas de derrota y desmoralización.

Pero la glorificación de la disparidad encarnada en el término evita que la gente vea lo que se debe hacer para construir el movimiento. No reconoce que lo que hizo tan importante las movilizaciones en Génova y Barcelona fue el hecho de que los trabajadores organizados comenzaron a involucrarse en las protestas. No identifica la deficiencia más importante del movimiento en Argentina hasta la fecha: la capacidad de las burocracias sindicales de levantar una pared entre los trabajadores ocupados por un lado y las asambleas barriales y los movimientos de desocupados por el otro.

El error es ver a los movimientos de grupos sociales dispares como “sujetos sociales” capaces de llevar adelante la transformación de la sociedad. No son capaces de esto. Debido a que no se basan en la organización colectiva arraigada en la producción, no pueden desafiar el control sobre la producción que es la clave del poder de la clase dominante. Pueden crear problemas a gobiernos particulares. Pero no pueden comenzar el proceso de reconstrucción de la sociedad desde abajo. Y en la práctica, los trabajadores que podrían comenzar a hacer esto juegan sólo un papel marginal dentro del movimiento. Hablar de “coaliciones arcoiris” o de “multitud” oculta la poca participación en el movimiento de los que trabajan durante largas jornadas en empleos manuales o rutinarios de cuello blanco (y con horas extras de trabajo no pagado de crianza de los niños). Subestima el grado en el que este movimiento sigue dominado por aquellos cuyas ocupaciones les dejan más tiempo libre y energías para ser activos. Las teorías de moda sobre la “sociedad postindustrial” se vuelven así una excusa para justificar una estrechez de miras y de acción que ignora a la gran mayoría de la clase trabajadora.

Lo que ha sido maravilloso en los últimos dos años y medio desde Seattle es la forma en la que una nueva generación de activistas se ha levantado para enfrentarse al sistema. Pero lo que cada vez importa más ahora es que esta generación encuentre las vías para relacionarse con la gran masa de trabajadores que sufren bajo el sistema pero que tienen también la fortaleza colectiva para combatirlo. Ésta es la lección de Génova. Ésta es la lección de Buenos Aires. Ésta es la lección ignorada por aquellos que dan una visión distorsionada de la realidad de la producción bajo el capitalismo actual, descartando a la clase cuya explotación mantiene funcionando al sistema.

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