Varias veces más he tratado este tema, con cálculos irrefutables, como los aportados en el preámbulo a otro artículo, de George Monbiot, que, como el que traigo hoy aquí, denunciaba precisamente la imposibilidad de sostener indefinidamente un sistema capitalista cuyo motor exclusivo es el beneficio empresarial.
Somos ya muchos los que hemos comprendido esto. Pero el sistema, con su enorme inercia, prosigue impertérrito su avance hacia el vacío. Sin que la mayoría sea consciente de que hay otro Sistema Tierra que lo contiene y que conviene tocar lo menos posible.
Cuarto Poder
Hace ya mucho tiempo que el progreso celebra una victoria pírrica sobre la naturaleza. Decía Simone Weil que “el progreso se transforma, a todos los efectos, en una regresión”. Este verano se ha publicado un manifiesto titulado ‘Última llamada’ en
el que un grupo importante de científicos, ecologistas y ciudadanos de
relevancia social llaman la atención sobre los grandes riesgos
medioambientales que tiene el planeta. Como, a pesar de su importancia,
ha pasado desapercibido en los medios de comunicación, merece la pena
detenerse en el contenido de su angustioso llamamiento a la ciudadanía. Y
de paso reflexionar sobre la necesidad y la posibilidad de un nuevo
horizonte económico, social y cultural.
El manifiesto plantea que
si se mantienen las tendencias de crecimiento vigentes (económicas,
demográficas, en el uso de recursos, generación de contaminantes e
incremento de desigualdades) en el siglo XXI se producirá un colapso civilizatorio.
El progreso, tal y como se venía entendiendo está en quiebra por el
declive en la disponibilidad de energía barata, los escenarios
catastróficos del cambio climático y las tensiones geopolíticas por los
recursos. Se llega a afirmar que la vía del crecimiento es ya un genocidio a cámara lenta.
Rechaza las consideradas hasta ahora soluciones: no bastan los mantras cosméticos del desarrollo sostenible, ni la mera apuesta por tecnologías ecoeficientes, ni una supuesta “economía verde”
que encubre la mercantilización generalizada de bienes naturales y
servicios ecosistémicos. Y rechaza, por supuesto, las recetas del
capitalismo por considerar que un nuevo ciclo de expansión es inviable y
nos colocaría en el umbral de los límites del planeta: La sociedad productivista y consumista no puede ser sustentada por el planeta.
Defiende la necesidad de construir una nueva civilización que
asegure una vida digna a más de 7.200 millones de personas que habitan
un mundo de recursos menguantes. Y solo se puede conseguir con cambios
radicales en los modos de vida, las formas de producción y sobre todo en
los valores. El objetivo es recuperar el equilibrio con la biosfera, y
utilizar la investigación, la tecnología, la cultura, la economía y la
política para avanzar hacia ese fin.
Pero apunta que lo que llama la Gran Transformación se topará con dos obstáculos titánicos: la inercia del modo de vida capitalista y
los intereses de los grupos privilegiados. Defiende una ruptura
política profunda con la hegemonía vigente para evitar el caos y la
barbarie. Y sitúa un nuevo principio rector de la economía que tenga
como fin la satisfacción de necesidades sociales dentro de los límites
que impone la biosfera, y no el incremento del beneficio privado. Un modelo
que asuma la realidad, haga las paces con la naturaleza y posibilite la
vida buena dentro de los límites ecológicos de la Tierra. No hacer
nada, o no hacer lo suficiente, nos llevaría al colapso social,
económico y ecológico. Estiman que queda un lustro para un debate amplio
y transversal en el que hay que ganar a grandes mayorías para un cambio
de modelo económico, energético, social y cultural.
No es un
alarmismo infundado. La Organización Meteorológica Mundial afirma que la
acumulación de gases de efecto invernadero marca otro máximo histórico,
que registra el mayor incremento anual en 30 años de CO2. Por ello, la propia Organización de Naciones Unidas (ONU) prepara un nuevo y detallado informe sobre el cambio climático y no hay buenas noticias. The New York Times ha tenido acceso a un borrador del mismo, y la ONU es más tajante que nunca:
si los países no hacen nada para impedirlo, las consecuencias del
cambio climático para el planeta serán “severas, continuas e
irreversibles”.
La incógnita es saber qué alternativas ecológicas y
energéticas pueden implementarse que sean a la vez rigurosas y viables.
Para ello es muy recomendable el libro colectivo Qué hacemos frente a la crisis ecológica que
desgrana una amplia serie de propuestas. Defiende la sostenibilidad en
su dimensión ecológica, social y económica: la reproducción y producción
de las sociedades humanas en su contesto biosférico. Y propone más de
una decena de principios de una práctica sostenible a tres escalas:
micro (personal o comunitaria), meso (provincial y estatal) y macro
(internacional). Son principios como el de suficiencia en el uso de
recursos disponibles, cerrar el ciclo de materiales (residuos), evitar
los contaminantes, el criterio de cercanía, energía justa y solar,
potenciar la diversidad e interconexión biológica, aprender del pasado y
del contexto, tener una velocidad de vida acoplada a los ciclos
naturales, la interdependencia y la actuación desde lo colectivo,
considerar el entorno de incertidumbre en que vivimos, y la capacidad de
metamorfosis.
Pero una economía sostenible no es compatible con
el sistema capitalista que explota al hombre por el hombre y a la
naturaleza entera. Hablar de economía ecológica supone cambiar el
concepto de riqueza y de calidad de vida que se refleja en cuestiones
como la esperanza de vida, la educación o la percepción de felicidad. Y
ello no tiene correlación con el consumo. De ahí que aprender a vivir con menos materiales y energía es
una obligación por los límites físicos del planeta. La clave está en si
se hace desde un reparto más justo y equitativo de la riqueza.
Otro
sistema es necesario y urgente antes de que el viejo mundo nos asfixie y
arruine el planeta. De lo contrario, entraremos en una situación de
desigualdad y de catástrofe como la que describe Antonio Turiel en su relato Distopía III. La tempestad y
que la presenta como de ciencia ficción para que no entremos en pánico.
Desgraciadamente, nos asustaremos como niños pequeños. Algo que no
estamos tan lejos de ser por un comportamiento irresponsable que nos
lleva a quemar el mundo para que funcione la locomotora del crecimiento
al grito de ¡más madera!
Agustín Moreno es profesor de Ciencias Sociales
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