miércoles, 21 de octubre de 2015

Azar y necesidad. El caos determinista.

Al final de mi comentario va un artículo tomado de El Captor, blog de economía.

Además de su interés para la historia de la antropología, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado contiene ideas de Engels que sorprenden al autor del artículo por su plena actualidad en el campo económico. A mí me ha llamado la atención, en otro sentido, una que aparece casi al final, pardigma del pensamiento dialéctico:
El dinero, intermediario entre los productores, vuelve incierto el destino de los productos. Los mercaderes son muchos y ninguno sabe lo que hacen los demás. Los productores dejan de ser dueños de la producción pero los comerciantes tampoco llegan a serlo. Los productos y la producción están entregados al azar. 
El azar no es más que uno de los polos de una interdependencia, el otro se llama necesidad. En la naturaleza parece dominar el azar, pero en cada dominio hay leyes que se afirman en el azar. Y lo que es cierto para la naturaleza lo es para la sociedad. Cuanto más escapa del control consciente del hombre y se sobrepone a él una actividad social, una serie de procesos sociales, cuando más abandonada parece esa actividad al puro azar, tanto más las leyes propias, inmanentes, de dicho azar, se manifiestan como una necesidad natural.
Las leyes del azarparece estar hablando de la moderna teoría del caos determinista.  

Se ha acusado a Marx, y todavía más a Engels, de determinismo, a partir de la célebre afirmación de que "el ser determina la conciencia". Pero determinismo no es (o no debería ser) fatalismo. No implica  en absoluto que el futuro sea predecible. Para ello habría que poseer un conocimiento perfecto de todos los condicionantes iniciales del sistema del universo. Pequeños cambios en estas condiciones "iniciales", que es imposible conocer con exactitud incluso en sistemas altamente controlados, conducen pronto a situaciones divergentes. Y entre esas condiciones iniciales de cada momento está la intención de los actores del drama.

Ese conocimiento absoluto se ha atribuido a Dios, como Ser Supremo, en casi todas las religiones.

La Iglesia define contradictoriamente a ese Dios personal como "un ser infinitamente bueno, sabio, poderoso, misericordioso, principio y fin de todas las cosas". Las contradicciones intrínsecas de esta definición brotan de la radicalidad implícita en la infinitud, y han nutrido las controversias de los filósofos. En parte por su asunción ideológica, y sobre todo por las implicaciones que podría tener para la propia seguridad contradecir la ortodoxia del momento. Predestinación y libre albedrío son difíciles de encajar: si yo soy libre, Dios no lo es tanto. Si es Dios absolutamente libre y lo determina todo ¿dónde queda mi libertad?

La escolástica resolvió a su manera el dilema, afirmando que "la voluntad divina sigue al entendimiento divino". Dios es libre porque sigue su omnímoda voluntad, que es conocimiento total.

No muy diferente es la definición de Spinoza, que entiende (no sin cierta razón) que "la libertad consiste en el reconocimiento de la necesidad":
Es el conocimiento de la determinación de las cosas, paradójicamente, lo que proporciona la libertad humana. Una vez el determinismo ha sido entendido y aceptado por el hombre éste puede actuar libre y racionalmente desde esas “reglas del juego”. No hay libre albedrio, todo está determinado.
Determinado, naturalmente, por Dios. Pero para Spinoza Dios no es otra cosa que la naturaleza. El mundo creador de sí mismo. Por eso, pese a su insistencia en llamar teología a su sistema, su monismo holístico puede considerarse materialista. Pero la mayoría de sus contemporáneos continuaron enredados en las contradicciones de la predestinación.

Así, cuando el descubrimiento de anomalías en el movimiento de los planetas, con alteraciones caóticas en sus órbitas (que sin repetirse nunca de forma idéntica se ajustan a ciertos atractores) fue conocido ya por Newton, este sostuvo que, si el sistema solar se iba desajustando, la mano de Dios tenía que intervenir cada cierto tiempo para devolver a cada planeta dentro de su órbita elíptica. Esto horrorizaba a Leibniz, que no concebía que el creador fuera un relojero tan torpe. En ambos casos, la idea de un deus factotum sobrevuela la mente de estos grandes hombres.

Otra línea de pensamiento, con la que enlaza Spinoza, prescinde de la teleología divina, pero no por ello deja de oscilar entre la indeterminación del azar y el determinismo de la necesidad.

Se atribuye a Demócrito la frase "todo se debe al azar y la necesidad". Por lo que sabemos, sus escritos enfatizan en la necesidad. Frente a su materialismo mecanicista, Epicuro puso más énfasis en el azar (precisamente sobre las analogías y diferencias entre ambos filósofos versó la tesis doctoral de Marx).

El mecanicismo a ultranza, con o sin la participación del relojero divino, apenas es hoy motivo de interés. La indeterminación y la incertidumbre aparecen por todas partes. Los teoremas de Godel sobre incompletitud y la mecánica cuántica son signos de la renuncia a un destino único del universo. Si en cada bifurcación de posibilidades es imposible conocer y ponderar todas las variables, debemos movernos siempre en el campo de la probabilidad. Las bifurcaciones que acaban por ocasionar mínimos cambios en condiciones hasta entonces (casi) coincidentes ha dado origen a la teoría, muy explotada por la ciencia-ficción, de los universos paralelos.

Pero el análisis de los fenómenos caóticos muestra que, como afirmaba Engels, hay leyes que se afirman en el azar. El descubrimiento de atractores en fenómenos caóticos consolida las teorías sobre el "caos determinista".

La Mariposa y el tornadoteoría del caos y cambio climático es un interesante resumen sobre el caos determinista. Me permito citar su párrafo final sin la engorrosa solicitud del permiso del autor ni del editor, afrontando las amenazadoras salvaguardas de las leyes sobre Propiedad Intelectual:
Lo que hace tan atractivo un tema como el del cambio climático es, desde luego, que exige la colaboración de todos: climatólogos, meteorólogos, físicos, matemáticos, economistas, biólogos, políticos... y hasta de nosotros, los ciudadanos de a pie. Y en este problema no lineal la teoría del caos, la otra protagonista de este libro, aún tiene mucho que decir. Porque esta teoría nos ha enseñado dos cosas: la primera, que los sistemas complejos, como el tiempo meteorológico y el clima, poseen un orden subyacente, una estructura interna, y la segunda (que se podría decir que es la lección opuesta) que los sistemas simples también pueden poseer dinámicas complejas. Al final, después de todo, Friedrich Nietszche va a tener razón: «cada cual ha de organizar el caos que lleva dentro».
Pero para organizar "debidamente" su caos personal, cada uno debe sentirse libre y responsable. Y para contribuir a ello dejo aquí, para quien libre y responsablemente lo lea, este artículo.
 






El brillante pensamiento analítico y económico de Friedrich Engels (Barmen, 1820 – Londres, 1895) -coautor junto con Karl Marx de obras capitales como “El Manifiesto Comunista”- sigue poseyendo, aún hoy en pleno siglo XXI, una acentuada capacidad para explicar con suma precisión las principales claves del actual sistema socio-económico. A continuación ofrecemos  seis de dichas claves, extraídas de su libro: “El origen de la familia, la propiedad privada y el estado”.

1- Las crisis económicas son producto y consecuencia del comportamiento extremadamente codicioso de una parte concreta de la sociedad

“La civilización consolida y aumenta todas estas divisiones del trabajo ya existentes, sobre todo acentuando el contraste entre la ciudad y el campo (lo cual permite a la ciudad dominar económicamente al campo, como en la antigüedad, o al campo dominar económicamente a la ciudad, como en la Edad Media), y añade una tercera división del trabajo, propio de ella y de capital importancia, creando una clase que no se ocupa de la producción, sino únicamente del cambio de los productos: «los mercaderes». Hasta aquí sólo la producción había determinado los procesos de formación de clases nuevas; las personas que tomaban parte en ella se dividían en directores y ejecutores o en productores en grande y en pequeña escala. Ahora aparece por primera vez una clase que, sin tomar la menor parte en la producción, sabe conquistar su dirección general y avasallar económicamente a los productores; una clase que se convierte en el intermediario indispensable entre cada dos productores y los explota a ambos. So pretexto de desembarazar a los productores de las fatigas y los riesgos del cambio, de extender la salida de sus productos hasta los mercados lejanos y llegar a ser así la clase más útil de la población, se forma una clase de parásitos, una clase de verdaderos gorrones de la sociedad, que como compensación por servicios en realidad muy mezquinos se lleva la nata de la producción patria y extranjera, amasa rápidamente riquezas enormes y adquiere una influencia social proporcionada a éstas y, por eso mismo, durante el período de la civilización, va ocupando una posición más y más honorífica y logra un dominio cada vez mayor sobre la producción, hasta que acaba por dar a luz un producto propio: las crisis comerciales periódicas”.

2- El dinero es creado para constituir la herramienta esencial y necesaria de dominación

“Verdad es que en el grado de desarrollo que estamos analizando, la naciente clase de los mercaderes no sospechaba aún las grandes cosas a que estaba destinada. Pero se formó y se hizo indispensable, y esto fue suficiente. Con ella apareció «el dinero metálico», la moneda acuñada, nuevo medio para que el no productor dominara al productor y a su producción. Se había hallado la mercancía por excelencia, que encierra en estado latente todas las demás, el medio mágico que puede transformarse a voluntad en todas las cosas deseables y deseadas. Quien la poseía era dueño del mundo de la producción. ¿Y quién la poseyó antes que todos? El mercader. En sus manos, el culto del dinero estaba bien seguro. El mercader se cuidó de esclarecer que todas las mercancías, y con ellas todos sus productores, debían prosternarse ante el dinero. Probó de una manera práctica que todas las demás formas de la riqueza no eran sino una quimera frente a esta encarnación de riqueza como tal”.

3- El Estado nace para adoptar la apariencia de un poder supremo que persigue, supuestamente, la supresión de las desigualdades

“Pero acababa de surgir una sociedad que, en virtud de las condiciones económicas generales de su existencia, había tenido que dividirse en hombres libres y en esclavos, en explotadores ricos y en explotados pobres; una sociedad que no sólo no podía conciliar estos antagonismos, sino que, por el contrario, se veía obligada a llevarlos a sus límites extremos. Una sociedad de este género no podía existir sino en medio de una lucha abierta e incesante de estas clases entre sí o bajo el dominio de un tercer poder que, puesto aparentemente por encima de las clases en lucha, suprimiera sus conflictos abiertos y no permitiera la lucha de clases más que en el terreno económico, bajo la forma llamada legal. El régimen gentilicio era ya algo caduco. Fue destruido por la división del trabajo, que dividió la sociedad en clases, y remplazado por el «Estado». (…) A fin de que estos antagonismos, estas clases con intereses económicos en pugna no se devoren a sí mismas y no consuman a la sociedad en una lucha estéril, se hace necesario un poder situado aparentemente por encima de la sociedad y llamado a amortiguar el choque, a mantenerlo en los límites del «orden». Y ese poder, nacido de la sociedad, pero que se pone por encima de ella y se divorcia de ella más y más, es el Estado. (…) «La fuerza pública» asociada a todo Estado puede ser muy poco importante, o hasta casi nula, en las sociedades donde aún no se han desarrollado los antagonismos de clase y en territorios lejanos, como sucedió en ciertos lugares y épocas en los Estados Unidos de América. Pero se fortalece a medida que los antagonismos de clase se exacerban dentro del Estado y a medida que se hacen más grandes y más poblados los Estados colindantes. Y si no, examínese nuestra Europa actual, donde la lucha de clases y la rivalidad en las conquistas han hecho crecer tanto la fuerza pública, que amenaza con devorar a la sociedad entera y aun al Estado mismo. (…) Como el Estado nació de la necesidad de refrenar los antagonismos de clase, y como, al mismo tiempo, nació en medio del conflicto de esas clases, es, por regla general, el Estado de la clase más poderosa, de la clase económicamente dominante, que, con ayuda de él, se convierte también en la clase políticamente dominante, adquiriendo con ello nuevos medios para la represión y la explotación de la clase oprimida. Así, el Estado antiguo era, «ante todo», el Estado de los esclavistas para tener sometidos a los esclavos; el Estado feudal era el órgano de que se valía la nobleza para tener sujetos a los campesinos siervos, y el moderno Estado representativo es el instrumento de que se sirve el capital para explotar el trabajo asalariado”. 

4- La arrogación de la inviolabilidad no les impide a los representantes estatales sucumbir  en el intento de aparentar defender los intereses sociales

“Dueños de la fuerza pública y del derecho de recaudar los impuestos, los funcionarios, como órganos de la sociedad, aparecen ahora situados «por encima» de ésta. El respeto que se tributaba libre y voluntariamente a los órganos de la constitución gentilicia ya no les basta, incluso si pudieran ganarlo; vehículos de un poder que se ha hecho extraño a la sociedad, necesitan hacerse respetar por medio de las leyes de excepción, merced a las cuales gozan de una aureola y de una inviolabilidad particulares. El más despreciable polizonte del Estado civilizado tiene más «autoridad» que todos los órganos del poder de la sociedad gentilicia reunidos; pero el príncipe más poderoso, el más grande hombre público o guerrero de la civilización, puede envidiar al más modesto jefe gentil el respeto espontáneo y universal que se le profesaba. El uno se movía dentro de la sociedad; el otro se ve forzado a pretender representar algo que está fuera y por encima de ella”.

5- La mayoría reconoce el orden social actual como el único posible

“Y, por último, la clase poseedora impera de un modo directo por medio del sufragio universal. Mientras la clase oprimida -en nuestro caso el proletariado- no está madura para libertarse ella misma, su mayoría reconoce el orden social de hoy como el único posible, y políticamente forma la cola de la clase capitalista, su extrema izquierda. Pero a medida que va madurando para emanciparse ella misma, se constituye como un partido independiente, elige sus propios representantes y no los de los capitalistas. El sufragio universal es, de esta suerte, el índice de la madurez de la clase obrera. No puede llegar ni llegará nunca a más en el Estado actual, pero esto es bastante. El día en que el termómetro del sufragio universal marque para los trabajadores el punto de ebullición, ellos sabrán, lo mismo que los capitalistas, qué deben hacer”.

6- El producto domina aún al productor. La estructura económica y social parece estar regida por el azar, pero en realidad responde a la necesidad

“Con la producción mercantil, producción no ya para el consumo personal, sino para el cambio, los productos pasan necesariamente de unas manos a otras. El productor se separa de su producto en el cambio, y ya no sabe qué se hace de él. Tan pronto como el dinero, y con él el mercader, interviene como intermediario entre los productores, se complica más el sistema de cambio y se vuelve todavía más incierto el destino final de los productos. Los mercaderes son muchos y ninguno de ellos sabe lo que hacen los demás. Ahora las mercancías no sólo van de mano en mano, sino de mercado en mercado; los productores han dejado ya de ser dueños de la producción total de las condiciones de su propia vida, y los comerciantes tampoco han llegado a serlo. Los productos y la producción están entregados al azar.

Pero el azar no es más que uno de los polos de una interdependencia, el otro polo de la cual se llama necesidad. En la naturaleza, donde también parece dominar el azar, hace mucho tiempo que hemos demostrado en cada dominio particular la necesidad inmanente y las leyes internas que se afirman en aquel azar. Y lo que es cierto para la naturaleza, también lo es para la sociedad. Cuanto más escapa del control consciente del hombre y se sobrepone a él una actividad social, una serie de procesos sociales, cuando más abandonada parece esa actividad al puro azar, tanto más las leyes propias, inmanentes, de dicho azar, se manifiestan como una necesidad natural. Leyes análogas rigen las eventualidades de la producción mercantil y del cambio de las mercancías; frente al productor y al comerciante aislados, surgen como factores extraños y desconocidos, cuya naturaleza es preciso desentrañar y estudiar con suma meticulosidad. Estas leyes económicas de la producción mercantil se modifican según los diversos grados de desarrollo de esta forma de producir; pero, en general, todo el período de la civilización está regido por ellas. Hoy, el producto domina aún al productor; hoy, toda la producción social está aún regulada, no conforme a un plan elaborado en común, sino por leyes ciegas que se imponen con la violencia de los elementos, en último término, en las tempestades de las crisis comerciales periódicas”.

2 comentarios:

  1. Pero ¿existe realmente el caos?. ¿O, como decía Saramago, el caos es simplemente un orden aun por descifrar?

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