Más que oculta, ocultada. Tanto por el que debería mostrarla como por el que no quiere oírla, porque a nadie le gusta que le den malas noticias, sobre todo cuando te has acostumbrado a ideas balsámicas. Y una idea balsámica muy común es que la tecnología, en su momento, espoleada por la innovación, resolverá cualquier problema que se vaya presentando.
La variable oculta es la energía y sus limitaciones. Como explica muy bien Antonio Turiel en esta entrada de su blog The Oil Crash, las limitaciones energéticas hacen inviables muchas salidas tecnológicas. Podemos imaginarlas, pero cada una de ellas plantea nuevas y espinosas cuestiones, y para resolver los problemas que se van encadenando se requerirá emplear más energía aún.
Argumentan algunos que puede prolongarse un progreso tecnológico indefinido con una supuesta (y muy deseable) desmaterialización de la economía. Y efectivamente, las tecnologías de la información y la comunicación, con un menor gasto energético que los vuelos espaciales, se han desarrollado mucho más rápidamente. Pero también comienzan a encontrar un techo (*).
Desmaterializar la economía es en cierto modo lo que ha intentado hacer la financiarización. Hoy ya es evidente que también encuentra su techo; y pierde pie, como Anteo, al separarse del mundo físico.
Que no, que no, que no... |
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Imaginemos, por un momento, que la Humanidad tuviera acceso a toda la energía que quisiera utilizar y sin causar otros efectos indeseados. Con una cantidad ilimitada de energía disponible hacer un coche volador no sería nada problemático; podrían funcionar con pilas de plutonio (tecnología que usan las sondas espaciales que enviamos a visitar otros planetas) que accionarían hélices horizontales como en los actuales drones, o bien con un sistema de levitación magnética basado en proyectar un haz sobre una enorme infraestructura de carriles magnéticos, todo ello construido con imanes basados en neodimio que se extraería con facilidad o se sintetizaría con reacciones nucleares adecuadas (los residuos radiactivos de las cuales se consumirían en otros reactores diseñados para su eliminación y con poca eficiencia energética, pero eso no es un problema si la energía sobra), o bien se crearían imanes y baterías más eficientes gracias a la síntesis del grafeno en cantidades masivas (a pesar del derroche energético que implica, pero eso es indiferente si hay energía a espuertas) o bien algún otro sistema de propulsión que ahora no imaginamos facilitado por la energía hiperabundante. Del mismo modo, sería perfectamente posible usar un monopatín levitador que funcionaria sobre todo el área urbana cuyo subsuelo contendría una apropiada aleación ferromagnética. Robotizar la ropa es algo que es factible incluso hoy en día, pero que no se hace porque el coste productivo no compensa la escasa utilidad añadida de ese producto; pero en un entorno de energía hiperabundante los costes productivos de cualquier producto serían despreciables (ni siquiera la mano de obra sería un problema, ya que todas las cadenas de montaje estarían hiperrobotizadas). Generar grandes hologramas o cualquier otra extravagancia que se nos pudiera ocurrir podría hacerse con tal de que alguien se lo propusiese, ¿por qué no?, puesto que implicaría un costes despreciable.
La exploración espacial sería un uso más serio de toda esa energía que nos sobraría. En un post reciente sobre, justamente, el estancamiento tecnológico, Tom Murphy comenta que proyectando las tendencias los años 50 lo lógico es que las misiones tripuladas de nuestros días estuviesen ya más allá de Plutón, cosa que obviamente no ha pasado: sólo hemos podido llegar a la Luna, es decir, al jardín de nuestra casa, y sólo hemos enviado allá un puñado de hombres.
Enviar hombres al espacio implica un gran coste energético para sacar una masa bastante considerable fuera del campo gravitatorio terrestre, y aunque viajar por el espacio puede ser poco costoso debido a la falta de fricción y explotando el impulso gravitatorio de los planetas, si se quisiera viajar a una velocidad aceptable (y no emplear años para llegar a Plutón) tendríamos que emplear cantidades aún más grandes de energía. Nuevamente, lo que parece ser el cuello de botella no es la factibilidad técnica (no exenta de sus problemas considerables, por su puesto) tanto como la disponibilidad energética.
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Analicemos, pues, qué es lo que realmente se ha desarrollado más allá de las previsiones sociales de hace treinta años, las TIC. El exponencial incremento de prestaciones de la microelectrónica, el abaratamiento de costes y los nuevos conceptos en transmisión de información (fibra óptica, wifi, gestión multibanda) han posibilitado la explosión de internet, la gran red global que ha permitido un acceso a gran cantidad de información prácticamente al instante y desde un pequeño dispositivo que puedes albergar en la palma de tu mano. No es poca cosa: las transformaciones en los ámbitos productivos y sociales que son resultado de internet son enormes; internet ha posibilitado, entre otras muchísimas cosas, plataformas de difusión como este propio blog: sin internet, el esfuerzo de divulgación que yo hago simplemente no sería posible, pero es que tampoco me sería fácil acceder siquiera a la información que uso en mis análisis. Es obvio que había una enorme capacidad de desarrollo tecnológico, que el ingenio humano ha explotado mucho más allá de cualquier previsión. Este desarrollo ha tenido una componente material, que justamente se ha basado en la miniaturización de componentes, con su descenso de costes, y un aumento de la potencia de procesamiento, que ha hecho posible una explotación masiva del procesamiento de datos. Pero es justamente esta desmaterialización temprana de la microeelectrónica la que ha permitido la gran explosión de las TICs: el objeto de las TICs, la información, es primeramente inmaterial, y así su consumo energético ha sido bajo o moderado. No había, por tanto, la necesidad de acceder a fuentes de energía aún más potentes como requerían los otros avances tecnológicos proyectados, y eso ha hecho posible el gran avance de las TIC. Pero esta rápida expansión de las TICs está llegando a su final, en realidad. Por una parte, debido al final de la ley de Moore, por razones meramente físicas, que implica que no continuará la reducción de costes por bit procesado. Por otro lado, porque la expansión de internet y la explotación masiva de terminales de TIC ha hecho que el consumo de energía de las TIC ya no sea despreciable: se estima en el 2 de toda la energía final anualmente consumida por las TIC, cantidad que algunos suben hasta el 5% se si tiene en cuenta el coste energético de fabricación de las diversas componentes. No es tan sorprendente, teniendo en cuenta que por ejemplo Google tiene varias centrales térmicas (por cierto, de carbón) sólo para alimentar sus servidores con los que cualquier búsqueda, seria o frívola, lleva segundos. Al margen de que nos cueste imaginar nuevas aplicaciones de las TICs (más allá de la quimérica y temida Singularidad), el hecho es que la huella energética de las presentes TICs ya no es despreciable y eso asegura que su desarrollo futuro ya no será exponencial.
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Se da el problema añadido de que este incremento de energía, que no ha sido tan grande como deseábamos, se ha hecho a costa de fuentes de energía de peor calidad, más difíciles de extraer y más contaminantes, con lo que el progreso que sí que hemos podido conseguir ha llevado aparejado una factura ambiental muy elevada que hace que muchos se cuestionen si realmente ha merecido la pena.
Y si el simple hecho de que la disponibilidad de energía no haya seguido aumentando tan rápido como en las primeras décadas del siglo XX ha hecho que no se cumplieran nuestros sueños de gloria y progreso, ¿cómo creen Vds. que les afectará la disminución de la disponiblidad de energía que se avecina? ¿Cómo estará afectando ya el declive energético del petróleo? ¿Cómo les va a afectar las crisis concéntricas, con las materias primas en su interior, que ya se están desarrollando?
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(*) Véase este artículo en crisisenergetica.org:
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