Este cuento de Sebastián C. Bascuñana publicado en The Oil Crash narra otra versión de la historia de amor que recogí aquí hace cinco años.
La fascinación inicial de los colonizados ante la llegada de los colonizadores es un hecho históricamente comprobado. Primero llegan los exploradores, luego los misioneros, acompañados o seguidos, y a veces precedidos, por comerciantes. O llegan directamente los conquistadores e imponen su dominio a sangre y fuego. En todo caso, el colonizado siente que se encuentra ante una civilización superior, lo que facilita la invasión. A veces la visita estaba anunciada por algún mito y se veía como una promesa mesiánica o como una inevitable jugada del destino.
Advertiré que muy fácilmente podemos dar a esta historia una interpretación distinta. Los invasores serían ahora los colonizados, los que huyen de la miseria y vienen a arrebatarnos (¿"nuestras"?) riquezas.
En estos tiempos en que se alientan la xenofobia y el odio al pobre, los que llegan no están, como en el cuento, en condiciones más prósperas y avanzadas. Su intención no puede ser otra que salvarse de los horrores que les hemos dejado, y que les seguimos dejando cada día. La idea de la invasión alienta en la execrable conducta del gobierno italiano con los náufragos recogidos por el barco Open Arms (brazos abiertos), y por desgracia es compartida en Europa por mucha gente a la que nada importa el origen de su prosperidad.
Este mensaje xenófobo no sostiene (todavía) una teoría del "espacio vital" ni del exterminio más o menos programado de los sobrantes. Todavía está cercana la derrota del nazismo y la propaganda humanitarista que la siguió, para hacer ver las bondades de las democracias occidentales frente a la amenaza comunista. Pero en tiempos de regresión es posible que un sálvese el que pueda excluyente vaya calando, sobre todo, en las capas medias de sociedades antes relativamente prósperas y ahora súbitamente empobrecidas.
Los partidos de la derecha española han proclamado oficialmente estar de acuerdo con la acogida de los inmigrantes recatados en el Mediterráneo. Por debajo, entre sus bases electorales, cada día llegan mensajes a mi teléfono que nada tienen que envidiar a los del fascismo de otros tiempos.
Estimado lector, me he esforzado mucho para extraer estos datos del extraño dispositivo en el que los encontré; no obstante, me temo que ha habido algunas pérdidas de datos que ya se encontraban corruptos. He intentado la traducción más aproximada y precisa de la que he sido capaz, para preservar el contenido y las impresiones que se hallan en el texto que estáis a punto de leer
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Recuerdo con toda claridad el día que llegaron. ¡¿Quién podría olvidar una fecha tan memorable?!
Toda la zona estaba abarrotada, y los medios de comunicación estaban a cientos por todas partes. ¡Miles de nosotros reunidos para presenciar el evento; el gran, el extraordinario evento. Prácticamente no tengo palabras.
Tantos miles de años preguntándonos si estábamos solos... Y, si no, serían “ellos” inteligentes. Si eran inteligentes, ¿serían pacíficos? Si eran pacíficos, ¿nos encontrarían, o nosotros a ellos? ¿Cómo serían? ¿Tendrían una forma como la nuestra, o similar? ¿O tendrían unos cuerpos extraños y exóticos?... Todas esas habían sido, quién lo duda, preguntas que nos habían intrigado durante mucho, mucho, tiempo. ¡Y ahora por fin tenían una respuesta! Yo casi no podía creérmelo, nadie podía.
[...datos perdidos]
Los bosques habían sido explorados, las junglas, las montañas, los desiertos, a lo largo de nuestra no demasiado larga historia. En la actualidad ya todo había sido descubierto por todo el planeta; las tierras y los mares. Y, desafortunadamente —o no—, todos aquellos seres de las fábulas, que aparecían en nuestras leyendas y mitos y cuentos, y que se decía que vivían en zonas remotas y distantes, dejaron lógicamente de existir. Todos aquellos románticos folclores se habían esfumado. Definitivamente no había ninguna especie inteligente viviendo en nuestro mismo mundo (aparte de esas pocas que normalmente se consideran “inteligentes”, claro).
¡Y, de repente, ahí estaban ellos! «Caídos de los cielos», como había acuñado algún “ingenioso” periodista.
El nombre que daban a su propia especie resultó ser bastante difícil de pronunciar para nosotros, así que, simplemente, acabamos llamándolos los hun.
Al principio todo fue muy emocionante, pero ahora... Bueno, ahora nos hallábamos metidos en un gran problema.
[DD. pp. Datos perdidos]
A final, después de tanto tiempo, todo me viene a la cabeza: el descubrimiento de su nave espacial, desde más allá de del último planeta de nuestro sistema, las primeras comunicaciones entre ellos y nosotros, su aproximación a través de las órbitas de los planetas interiores, los últimos cientos de miles de kilómetros... Y, entretanto, toda la población en la superficie del planeta había estado terriblemente agitada —recuerdo—, desde el momento en que los alienígenas habían sido descubiertos en el espacio profundo, hasta el día en que por fin aterrizaron.
Recuerdo las primeras noticias, las primeras reacciones, los primeros preparativos... ¡Y el comité de bienvenida! Líderes de todas partes, con expertos que les asesoraban, habían estado reuniéndose durante muchos días y en diversas ocasiones, para decidir cuál sería la mejor manera de relacionarse con los visitantes, y sobre dónde podría ser el encuentro, el primer contacto. Llegaron al acuerdo de que sería en tierra firme; adecuado para ambas partes, tanto para ellos como para nosotros.
[dd. perdidos]
Nuestra especie había estado soñando con esos seres que ahora se aproximaban «los seres de otro mundo» —otra “joya” de la expresión y de la originalidad del mismo periodista—, ya que transcurrió mucho tiempo desde el momento en que supimos de ellos, allá en el espacio profundo, hasta el momento en que nuestros invitados por fin pusieron sus pies en nuestro suelo. Sí, digamos que habíamos tenido tiempo de sobra para ocuparnos (y preocuparnos) del asunto; para especular sobre todo aquello, para discutirlo, debatirlo, comentarlo... No se podía ir a ninguna parte en que el tema no fuese otro que los hun. «Los hun esto», «los hun, lo otro»... «Deben de ser verdes», «No, deben de ser de color gris»; «deben de ser altos», «deben de ser bajitos»... ¡Nadie, ni jóvenes ni mayores, dejaba de hablar del tema! No se nos podía culpar; ¡no todos los días dos especies entran en contacto!
Y por fin llegó el gran día. Hacía calor, y era un día rojo y luminoso, recuerdo. Todo el mundo, con los ojos desencajados, sin apartar la vista de aquella nave espacial que acababa de posarse.
Se abrió la escotilla con un 'bang' y aquellos seres emergieron del interior. Eran tres, con sus extrañas formas y extremidades, y con aquellos extraños, bulbosos, trajes blancos. El primero de ellos se quitó una especie de casco, y lo mismo hicieron los otros dos (eran dos hembras y otro de sexo masculino, como supimos más tarde).
Entonces hubo una reacción al unísono de la masa allí congregada: un gran y general asombro expresado en una especie de grito contenido.
¡Las criaturas que aparecieron bajo los cascos, bajo los trajes espaciales, eran terriblemente horrendas! Aparecían como envueltas por una especie de pellejo de color rosáceo. ...Pero al menos no eran agresivas (si lo consideramos de modo amplio, por así decirlo). De todas formas, al cabo del tiempo, en nuestro planeta nos acabamos acostumbrando a su apariencia. ...Después de todo, nuestro aspecto debía de haberles resultado a ellos igual de repulsivo.
Su lenguaje fue casi del todo descodificado y comprendido con el tiempo; y hubo muchas reuniones y cónclaves. Y, al final, El Gran Tratado fue acordado entre ambas especies.
[dd. pp.]
En la actualidad ya quedamos muy pocos de nosotros. Cincuenta veces ha descrito ya nuestro planeta su órbita desde la primera vez que aterrizaron; y, en el presente, está todo hecho un desastre.
Aquellos tres primeros resultaron ser solo una partida de exploradores, y ya han llegado muchos más visitantes desde su planeta de origen (el cual tiene un nombre paradójico, si es verdad lo que ellos cuentan de su composición).
El Gran Tratado no consistía, básicamente, en otra cosa que recibir a cuantos de ellos fueran llegando. Se puede decir que, de alguna manera, nos la jugaron. Necesitaban algún lugar donde continuar su existencia, porque su planeta ya era prácticamente inhabitable. Ahora mismo hay más de 700.000 hun por todo nuestro planeta, casi una cuarta parte de la población total. Y siguen viniendo.
Cuando miro atrás y pienso en las enfermedades que trajeron los hun; la plaga de sus extraños animales, y sus parásitos y microorganismos... No fuimos capaces de resistir toda esa microvida alienigena que les acompañaba. Además nuestro planeta se ha convertido en prácticamente un basurero, y el clima ha resultado, también, finalmente dañado.
Arrogantes y en extremo orgullosos de su avanzada tecnología, los hun han llenado nuestro pequeño planeta (de apenas 8.000 km de diámetro) de cacharros y chismes; de sus vehículos y de sus máquinas extractoras; y, encima, las contaminantes fábricas, que han arruinado y esquilmado la belleza natural y casi virgen de nuestro mundo.
También, y para colmo de males, han empezado a llevársenos a muchos de nosotros a sus complejos industriales para servir casi de esclavos. ...Hoy nos damos perfecta cuenta de que esos seres son en realidad crueles e inmisericordes. ¿Empatía? Sí, pero solo para con ellos mismos (y no siempre, tampoco). Para nosotros ya es demasiado tarde.
El caso es que su antiguo planeta fue esquilmado, destruido, exterminado... Pues eso es lo que ellos hacen siempre en todos los planetas por los que se extienden. Y ahora le ha llegado el turno al nuestro. El desasosiego que siento es casi insoportable.
...Y ya apenas puedo seguir narrando todo esto ni un momento más, pues la sensación que me invade me hace sentir profundamente deprimido..., y creo que ya nada tiene mucho sentido.
[dd. pp.]
Con sus cuatro extremidades huesudas, su pellejo rosado, sus feas cabezas redondas, sus dos únicos ojos, sus enormes bocas dentudas, y sus retorcidos y traicioneros cerebros...
...¡los H U ma N os están aquí!
Toda la zona estaba abarrotada, y los medios de comunicación estaban a cientos por todas partes. ¡Miles de nosotros reunidos para presenciar el evento; el gran, el extraordinario evento. Prácticamente no tengo palabras.
Tantos miles de años preguntándonos si estábamos solos... Y, si no, serían “ellos” inteligentes. Si eran inteligentes, ¿serían pacíficos? Si eran pacíficos, ¿nos encontrarían, o nosotros a ellos? ¿Cómo serían? ¿Tendrían una forma como la nuestra, o similar? ¿O tendrían unos cuerpos extraños y exóticos?... Todas esas habían sido, quién lo duda, preguntas que nos habían intrigado durante mucho, mucho, tiempo. ¡Y ahora por fin tenían una respuesta! Yo casi no podía creérmelo, nadie podía.
[...datos perdidos]
Los bosques habían sido explorados, las junglas, las montañas, los desiertos, a lo largo de nuestra no demasiado larga historia. En la actualidad ya todo había sido descubierto por todo el planeta; las tierras y los mares. Y, desafortunadamente —o no—, todos aquellos seres de las fábulas, que aparecían en nuestras leyendas y mitos y cuentos, y que se decía que vivían en zonas remotas y distantes, dejaron lógicamente de existir. Todos aquellos románticos folclores se habían esfumado. Definitivamente no había ninguna especie inteligente viviendo en nuestro mismo mundo (aparte de esas pocas que normalmente se consideran “inteligentes”, claro).
¡Y, de repente, ahí estaban ellos! «Caídos de los cielos», como había acuñado algún “ingenioso” periodista.
El nombre que daban a su propia especie resultó ser bastante difícil de pronunciar para nosotros, así que, simplemente, acabamos llamándolos los hun.
Al principio todo fue muy emocionante, pero ahora... Bueno, ahora nos hallábamos metidos en un gran problema.
[DD. pp. Datos perdidos]
A final, después de tanto tiempo, todo me viene a la cabeza: el descubrimiento de su nave espacial, desde más allá de del último planeta de nuestro sistema, las primeras comunicaciones entre ellos y nosotros, su aproximación a través de las órbitas de los planetas interiores, los últimos cientos de miles de kilómetros... Y, entretanto, toda la población en la superficie del planeta había estado terriblemente agitada —recuerdo—, desde el momento en que los alienígenas habían sido descubiertos en el espacio profundo, hasta el día en que por fin aterrizaron.
Recuerdo las primeras noticias, las primeras reacciones, los primeros preparativos... ¡Y el comité de bienvenida! Líderes de todas partes, con expertos que les asesoraban, habían estado reuniéndose durante muchos días y en diversas ocasiones, para decidir cuál sería la mejor manera de relacionarse con los visitantes, y sobre dónde podría ser el encuentro, el primer contacto. Llegaron al acuerdo de que sería en tierra firme; adecuado para ambas partes, tanto para ellos como para nosotros.
[dd. perdidos]
Nuestra especie había estado soñando con esos seres que ahora se aproximaban «los seres de otro mundo» —otra “joya” de la expresión y de la originalidad del mismo periodista—, ya que transcurrió mucho tiempo desde el momento en que supimos de ellos, allá en el espacio profundo, hasta el momento en que nuestros invitados por fin pusieron sus pies en nuestro suelo. Sí, digamos que habíamos tenido tiempo de sobra para ocuparnos (y preocuparnos) del asunto; para especular sobre todo aquello, para discutirlo, debatirlo, comentarlo... No se podía ir a ninguna parte en que el tema no fuese otro que los hun. «Los hun esto», «los hun, lo otro»... «Deben de ser verdes», «No, deben de ser de color gris»; «deben de ser altos», «deben de ser bajitos»... ¡Nadie, ni jóvenes ni mayores, dejaba de hablar del tema! No se nos podía culpar; ¡no todos los días dos especies entran en contacto!
Y por fin llegó el gran día. Hacía calor, y era un día rojo y luminoso, recuerdo. Todo el mundo, con los ojos desencajados, sin apartar la vista de aquella nave espacial que acababa de posarse.
Se abrió la escotilla con un 'bang' y aquellos seres emergieron del interior. Eran tres, con sus extrañas formas y extremidades, y con aquellos extraños, bulbosos, trajes blancos. El primero de ellos se quitó una especie de casco, y lo mismo hicieron los otros dos (eran dos hembras y otro de sexo masculino, como supimos más tarde).
Entonces hubo una reacción al unísono de la masa allí congregada: un gran y general asombro expresado en una especie de grito contenido.
¡Las criaturas que aparecieron bajo los cascos, bajo los trajes espaciales, eran terriblemente horrendas! Aparecían como envueltas por una especie de pellejo de color rosáceo. ...Pero al menos no eran agresivas (si lo consideramos de modo amplio, por así decirlo). De todas formas, al cabo del tiempo, en nuestro planeta nos acabamos acostumbrando a su apariencia. ...Después de todo, nuestro aspecto debía de haberles resultado a ellos igual de repulsivo.
Su lenguaje fue casi del todo descodificado y comprendido con el tiempo; y hubo muchas reuniones y cónclaves. Y, al final, El Gran Tratado fue acordado entre ambas especies.
[dd. pp.]
En la actualidad ya quedamos muy pocos de nosotros. Cincuenta veces ha descrito ya nuestro planeta su órbita desde la primera vez que aterrizaron; y, en el presente, está todo hecho un desastre.
Aquellos tres primeros resultaron ser solo una partida de exploradores, y ya han llegado muchos más visitantes desde su planeta de origen (el cual tiene un nombre paradójico, si es verdad lo que ellos cuentan de su composición).
El Gran Tratado no consistía, básicamente, en otra cosa que recibir a cuantos de ellos fueran llegando. Se puede decir que, de alguna manera, nos la jugaron. Necesitaban algún lugar donde continuar su existencia, porque su planeta ya era prácticamente inhabitable. Ahora mismo hay más de 700.000 hun por todo nuestro planeta, casi una cuarta parte de la población total. Y siguen viniendo.
Cuando miro atrás y pienso en las enfermedades que trajeron los hun; la plaga de sus extraños animales, y sus parásitos y microorganismos... No fuimos capaces de resistir toda esa microvida alienigena que les acompañaba. Además nuestro planeta se ha convertido en prácticamente un basurero, y el clima ha resultado, también, finalmente dañado.
Arrogantes y en extremo orgullosos de su avanzada tecnología, los hun han llenado nuestro pequeño planeta (de apenas 8.000 km de diámetro) de cacharros y chismes; de sus vehículos y de sus máquinas extractoras; y, encima, las contaminantes fábricas, que han arruinado y esquilmado la belleza natural y casi virgen de nuestro mundo.
También, y para colmo de males, han empezado a llevársenos a muchos de nosotros a sus complejos industriales para servir casi de esclavos. ...Hoy nos damos perfecta cuenta de que esos seres son en realidad crueles e inmisericordes. ¿Empatía? Sí, pero solo para con ellos mismos (y no siempre, tampoco). Para nosotros ya es demasiado tarde.
El caso es que su antiguo planeta fue esquilmado, destruido, exterminado... Pues eso es lo que ellos hacen siempre en todos los planetas por los que se extienden. Y ahora le ha llegado el turno al nuestro. El desasosiego que siento es casi insoportable.
...Y ya apenas puedo seguir narrando todo esto ni un momento más, pues la sensación que me invade me hace sentir profundamente deprimido..., y creo que ya nada tiene mucho sentido.
[dd. pp.]
Con sus cuatro extremidades huesudas, su pellejo rosado, sus feas cabezas redondas, sus dos únicos ojos, sus enormes bocas dentudas, y sus retorcidos y traicioneros cerebros...
...¡los H U ma N os están aquí!
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