Nuevamente, QPH radio ha puesto voz a unos comentarios míos sobre un cuadro velazqueño. Continúa así la serie de colaboraciones que comencé con La Fragua de Vulcano.
Más que hacer una crítica de arte, me interesa el análisis socio-psicológico de las situaciones representadas en estos cuadros. El artista revela en ellos muchas cosas sobre lo que expone, pero quizá mucho más sobre la personalidad del propio Velázquez.
La Rendición de Breda
Para celebrar una de las efímeras victorias de la guerra de Flandes, le fue encargado a Velázquez un cuadro de circunstancias. Y lo resolvió con una de sus composiciones más raras, un esquema insólito para la época. Y hay en la pintura muchas otras cosas, que darían para hablar de ellas durante horas.
No conozco ningún otro cuadro suyo, ni de otros contemporáneos, que se pueda descomponer tan claramente en tres. Al primer golpe de vista, se destacan tres rectángulos, que, siguiendo la doctrina militar sobre los elementos del combate, podríamos titular como “hombre, armamento y terreno”. El hombre ocupa los tres quintos del cuadro, pero en la franja superior el armamento victorioso roba dos quintos de protagonismo al terreno en que se desarrolló la batalla.
Hay por lo tanto tres cuadros en uno. El convencional, en el que un conjunto variopinto de personajes no hacen demasiado caso al momento histórico y el gesto caballeresco. El paisajístico, que sitúa la escena. Y el tempranamente abstracto de las lanzas victoriosas, en el que un imposible paralelismo es disimulado por dos que no mantienen la vertical. ¿Sería creíble la perfecta disposición de todas? Y en sentido contrario, ¿sería la natural disposición caótica expresiva de una victoria militar?
En La Fragua de Vulcano cada personaje mantiene un complejo diálogo psicológico con los demás. Aquí solo hablan los generales, cuyos rostros ocupan el centro exacto del cuadro. Velázquez, como sabemos, establece numerosas disposiciones dialógicas (“dialécticas”) entre sus personajes. Lo hizo en La Fragua, también en Las Meninas, con relaciones de armonía (las dos solícitas damas con la infanta), o de contraste (la belleza de esta, contrapuesta a la grotesca figura de la enana Mari Bárbola); y sobrevolando sobre la obra, su propia efigie contemplativa los juzga a todos.
En Las Lanzas hay contraposiciones, como los armamentos dispares de vencedores y vencidos, o sus figuras: los unos, cansados; orgullosamente indiferentes los otros. Los únicos que interactúan son el vencedor y el vencido ¿Se comunicarán también los dos caballos enfrentados, ajenos a las disputas entre los hombres?
Se ha discutido si el hombre que asoma aislado en el extremo derecho del cuadro es el propio Velázquez. Contra esta hipótesis se argumenta que no parece posible que tuviera la osadía de incluirse en un cuadro oficial sobre una guerra en la que, además, no estuvo. Pero sabemos de su relación estrecha, casi familiar, con el rey Felipe IV, que no sólo lo hizo caballero sino que tras su muerte hizo pintar en su pecho la cruz de Santiago. Si se podía permitir el protagonismo inquisitivo en una escena de la familia real, ¿por qué no iba a hacerlo en este cuadro, siempre en su papel de observador sagaz e independiente?
Se ha escrito mucho sobre la geometría de sus composiciones, diagonales barrocas, círculos de personajes y masas de color; los detalles que resolvían dificultades estructurales, llenaban vacíos y equilibraban masas. Pero a mí me gusta más destacarlo como el juez benevolente de una época, más indulgente con la corte de lo que luego fue el mordaz Goya. Velázquez psicólogo, que analizó a los retratados y se autoanalizó él mismo.
Sus autorretratos no son tan numerosos como los del otro gran psicólogo que fue Rembrandt, pero a Rembrandt no le robaron tanto tiempo los compromisos cortesanos. No podemos seguir a través de los escasos del sevillano su trayectoria vital, como sí lo hacemos con el gran neerlandés. Pero cada artista se retrata a sí mismo en su obra.
Una de las cosas cuyo significado más me intriga de este cuadro es esa pata trasera suspendida del caballo, que por su voluminosa presencia se convierte en el protagonista visual de la obra.
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