miércoles, 31 de julio de 2019

Ecosocialismo y marxismo colapsista (II)

Planteados anteriormente los elementos del debate, toca exponer, en toda su crudeza, la hipótesis más pesimista, la de que llegamos tarde para solucionar el desaguisado. Si la damos por inevitable, ya estamos perdidos. Si nos aferramos a la esperanza racional de que es posible paliar los peores efectos de la debacle, tenemos que actuar, decidida y rápidamente.



Algunos elementos de la crítica del colapsismo marxista al Ecosocialismo

Desde hace algunos meses diversas organizaciones ecosocialistas de Chile, Argentina y otros países de América Latina vienen siendo objeto de una potente campaña de ataque ideológico en redes sociales por parte de un nuevo referente comunicacional que actúa bajo el nombre de “Marxismo y Colapso”. Uno de los objetivos centrales de este referente ha sido polemizar con algunas de las figuras y posturas centrales del ecosocialismo, por ejemplo aquellas representadas por el intelectual marxista Michael Lowy. Una de las posiciones centrales de este grupo ha sido negar reiteradamente varios de los preceptos centrales de los programas marxistas tradicionales y de la estrategia ecosocialista; esto es, por ejemplo, la idea de que un cambio revolucionario en las relaciones sociales de producción y el establecimiento de un nuevo régimen productivo orientado a la satisfacción de las necesidades sociales sería capaz tanto de “frenar” (o “revertir”) los efectos de la actual crisis ecológica-energética, así como también de “evitar” un fenómeno de colapso civilizatorio cercano.

Por el contrario, “Marxismo y Colapso” defendería la necesidad de un nuevo marco teórico y estratégico al interior de la izquierda mundial para dar cuenta del fenómeno de colapso civilizatorio y extinción humana que, como producto de la combinación entre los efectos destructivos de la crisis ecológica-energética actual y las contradicciones tradicionales del sistema capitalista decadente, sería ya imposible de detener. Según este planteamiento, lo anterior pondría al conjunto de las fuerzas socialistas ante un escenario inédito en la historia revolucionaria moderna que se caracterizaría, entre otras cosas, por la “irrupción práctica” (a diferencia de los siglos pasados) del “horizonte de barbarie” anticipado teóricamente por una serie de pensadores marxistas tales como Rosa Luxemburgo o Walter Benjamin.

De acuerdo con Miguel Fuentes, uno de los ideólogos principales de estas posiciones, un escenario como el anterior implicaría no sólo una diferencia fundamental con el siglo pasado en el cual dicho horizonte se habría mantenido en un terreno aún “hipotético”, sino que obligaría además a las organizaciones de izquierda anti-capitalista a pensar la situación histórica actual en el marco de una “dinámica de cierre” (o clausura) del horizonte socialista moderno. La razón de lo anterior sería que estaríamos (o estaríamos muy cerca de estarlo) ante las puertas de un tipo de “resolución negativa” de la lucha de clases moderna como aquella anticipada teóricamente por Marx en el Manifiesto Comunista, esto al referirse a la posibilidad de una “autodestrucción” de las dos clases fundamentales del sistema capitalista.

Uno de los ejemplos de este “escenario inédito” al cual estaríamos a punto de enfrentarnos sería la perspectiva de un derrumbe generalizado (inminente) de las fuerzas productivas a nivel planetario, aquello como efecto de un avance imparable del calentamiento global y la crisis ecológica. Según las concepciones de “Marxismo y Colapso”, una situación de derrumbe económico de este tipo poseería, potencialmente, una gravedad mayor a cualquiera de las crisis económicas experimentadas durante la historia del capitalismo, asociándose desde aquí a un escenario mucho más destructivo al que tuvieron algunas de las peores catástrofes históricas de los últimos siglos: por ejemplo, las guerras mundiales. La explicación de esto sería que, a pesar de los niveles de destrucción masiva que experimentó Europa durante estos conflictos bélicos, las bases de la economía capitalista habrían podido mantenerse sólidas en el resto del planeta (por ejemplo en Estados Unidos), constituyendo lo anterior, en consecuencia, una situación radicalmente diferente al escenario potencial de derrumbe global “sincronizado” que estaría pronto a producir la crisis ecológica-energética en ciernes. Igualmente, a diferencia del costo en vidas que tuvieron las guerras mundiales, el cual ascendió en su conjunto a una cifra alrededor de los cien millones de personas, la crisis ecológica actual, ligada a una pronta crisis de subsistencia planetaria generalizada, podría cobrarse durante este siglo un número de víctimas que llegue a los miles de millones (esto sin descartarse la posibilidad de una extinción completa de nuestra especie). Otro planteamiento colapsista que puede destacarse aquí sería la supuesta existencia de un “déficit tecnológico” estructural que, debido a la extrema gravedad que tendría la crisis ecológica-energética actual y el nivel de descomposición de las bases eco-sociales del desarrollo histórico contemporáneo, incapacitaría hoy no sólo al capitalismo, sino que también a un hipotético proyecto socialista, para “contener”, “frenar” o bien “revertir” los efectos catastróficos de la crisis mundial que se aproxima. Esto último, por lo menos, en el poco tiempo que nos quedaría antes de que esta crisis se descontrole de manera absoluta, precipitando con ello un derrumbe ecosistémico planetario total que se asociaría, de manera inevitable, no a una pretendida “superación revolucionaria” del sistema capitalista, sino que a su colapso.

Un argumento adicional en esta línea sería que la crisis ecológica y energética en ciernes plantearía hoy, acorde con el posible derrumbe inminente del desarrollo de las fuerzas productivas que se asociaría a aquella, un horizonte de escasez crónica de recursos que terminaría por “bloquear” y volver pronto en inviable una gran parte del programa marxista revolucionario de los siglos pasados. La razón de lo anterior se encontraría en el hecho de que, a diferencia del contexto característico de abundancia de recursos de los siglos XIX y XX, un escenario de escasez global implicaría una perdida de efectividad (y posterior caducidad) de una serie de consignas revolucionarias clásicas que habrían sido entendidas hasta hoy como las vías principales para la aseguración íntegra y efectiva de las necesidades materiales y espirituales de la población mundial. Algunas de estas medidas serían, entre otras, la expropiación y el control obrero de los medios de producción y la redistribución socialista de las riquezas sociales.

En pocas palabras, la situación de escasez crónica de recursos que se avecinaría en el futuro cercano implicaría, lisa y llanamente, que un sector importante de la población mundial se encontraría ya, literalmente, perdida (muerta), esto incluso en un contexto futuro cercano de reorganización socialista del sistema económico. Para los referentes de “Marxismo y Colapso”, aquello tendría una serie de repercusiones (todavía no estudiadas) sobre las futuras dinámicas de la lucha de clases internacional, esto por ejemplo al nivel de las “fracturas” inevitables que el avance progresivo de un marco de escasez de recursos podría producir, inexorablemente, al interior de las filas de los explotados. Lo anterior constituiría así un escenario radicalmente distinto a los vistos durante los siglos XIX y XX en los cuales el desarrollo de las fuerzas productivas (y la abundancia mundial de recursos) representó la base objetiva de una potencial “alianza revolucionaria” internacional del conjunto de los oprimidos por el capitalismo. Un ejemplo de estas posibles “fracturas internas” futuras al nivel del campo de los explotados, gatilladas por un derrumbe global de las fuerzas productivas y un contexto de escasez aguda, podría encontrarse en una potencial división entre los sectores de la sociedad aptos para asegurar su sobrevivencia por sus propios medios y aquellos sectores (remanentes) que sólo podrían hacerlo obteniéndolos (de forma pacífica o violenta) de los primeros.

La perspectiva ecosocialista y la ecología marxista se caracterizarían por presentar, por lo tanto, una serie de “puntos ciegos” que afectarían su capacidad para una evaluación realista de la verdadera gravedad de la crisis ecológica-energética en curso y de sus potenciales proyecciones durante las próximas décadas. Una muestra de lo anterior serían tanto la escasa reflexión dada por estas corrientes en torno a la ya referida posibilidad (objetiva) de un fenómeno de colapso civilizatorio como resultado del avance de los procesos ya activados (e irreversibles) de destrucción ecosistémica, así como también la incomprensión de aquellas de las “limitaciones estructurales” que, tal como se indicó más arriba, tendría una potencial revolución mundial para hacer frente (tanto en el ámbito tecnológico como social) a este escenario de ruptura ecológica planetaria.

Un ejemplo supuestamente evidente de esto último se hallaría en la consigna ecosocialista de una posible “regeneración” del “equilibrio metabólico” entre el hombre y la naturaleza, aquello nada menos que en un contexto en el cual los niveles de alteración antrópica del medio-ambiente ya habrían destruido no sólo los últimos restos de dicho equilibrio (ya pulverizado por el avance del capitalismo), sino que, asimismo, hecho “saltar por los aires” los delicados y complejos pilares climáticos del periodo holocénico establecidos en la Tierra a lo largo de decenas de miles de años. De acuerdo con la perspectiva colapsista, estos equilibrios serían así ya no sólo imposibles de “recomponer” durante un largo periodo de tiempo en escala geológica, sino que, además, tal como en el caso del resto de “equilibrios medioambientales” rotos en el pasado terrestre con motivo de otras graves alteraciones paleo-climáticas (entre otras las cinco extinciones masivas que enfrentó la vida sobre nuestro planeta previamente al origen de la humanidad), aquellos habrían sido destruidos, muy probablemente, para siempre. Sería justamente en consignas como éstas en torno a una posible “restauración” del equilibrio metabólico hombre-naturaleza, compartida incluso por sectores “ecológicos” del industrialismo marxista (por ejemplo los representados por la sección medioambiental de la revista democrático-ciudadana “La Izquierda Diario”, en donde una parte importante del programa eco-socialista se presentaría, según la postura colapsista, como una verdadera “utopía verde”.

Debe considerarse aquí, asimismo, la incapacidad del desarrollo tecnológico actual para siquiera detener (y menos “revertir”) la trayectoria destructiva de lo que ha sido denominado ya por la ciencia como el inicio de la VI extinción masiva de la vida terrestre, la cual se encontraría hoy, aquello sin siquiera haberse alcanzado la barrera catastrófica de los 1.5 grados centígrados de aumento del calentamiento global fijada por la ONU, en pleno desarrollo. Lejos de cualquier posible “restauración” de ningún “equilibrio metabólico” entre el hombre y la naturaleza, no existiría hoy, por lo tanto, si se consideran por ejemplo los actuales niveles de gases de efecto invernadero en la atmósfera que asegurarían un aumento cercano probablemente incontrolable de las temperaturas globales, otro escenario más que el de una “ruptura geológica” imparable que, con o sin la aplicación de un “programa ecológico socialista”, no hará más que empeorar durante este siglo. Una de las críticas esgrimidas al ecosocialismo y al pensamiento ecológico marxista en este punto es que, tal como se dijo anteriormente, dichos referentes defenderían una perspectiva simplista (y en gran medida utópica) respecto a las capacidades que tendría el proyecto revolucionario socialista moderno para enfrentar esta crisis planetaria.

De acuerdo con las posiciones colapsistas, las tareas de la izquierda y la revolución hoy serían así, asumiendo la perspectiva cercana de un cambio climático y una crisis energética super-catastrófica imparable, dar pasos en la discusión de un programa político coherente con este escenario de derrumbe global inminente. Una de las razones de lo anterior sería que solamente discutiendo esta perspectiva, de una manera realista, sería posible mantener en el futuro de un proyecto comunista que, debiendo ser esta vez asegurado “en la barbarie misma”, pueda constituir una alternativa de sobrevivencia y civilización para aquel sector de la humanidad que estaría capacitado para superar (de la manera que sea) los desafíos de la gran crisis geológica-civilizatoria que se abalanza sobre nosotros.

Ecosocialismo y marxismo colapsista (I)

Las dos posturas parten de la identificación de la causa fundamental del problema, que es para ambas el actual modo de producción capitalista, de imposible sostenimiento sin crecimiento continuo, al menos mientras le quede combustible. Aunque ese combustible sea una naturaleza que se degrada y agota a ojos vista.

Se desecha lo que va dejando de ser aprovechable y se va aguantando mientras quede algo. Es un sistema mundial autofágico que sobrevive devorando partes de su propio organismo.

Es este un debate largo y necesario. Se podría resumir en la frase ¿existe aún solución o hemos pasado ya el punto de no retorno?

Es un debate que nos debe importar, y mucho, porque plantea el dilema entre hacer algo si aún hay remedio y no hacer nada, si ya es irremediable el proceso destructivo.

El fatalismo es lo más cómodo si el colapso parece inevitable. Pero ante la duda, la actitud no puede ser otra que hacer todo lo posible por salvar el barco.

La  teoría de Olduvai contempla un retorno progresivo a etapas anteriores de la historia de la humanidad conforme se vayan agotando los recursos y deteriorando y empobreciendo la biosfera. La  cuestión verdaderamente importante es si el proceso es lento y controlable o brusco y caótico. Parece que cada vez es más probable esta segunda posibilidad.

Cuanto más próximo se ve el momento crítico, más se acentúa la toma de postura en uno u otro sentido. Así que lo razonable es plantearse una actuación urgente y radical, aunque no tengamos la certeza de poder salir con éxito de esta alarmante coyuntura.

Aunque no pudiéramos remediar el desastre, siempre será mejor paliar sus peores efectos, porque no es lo mismo morir de viejo en la cama que frito en una sartén.

Y el primer paso es dosificar sabiamente el miedo: poco, tranquiliza; mucho, paraliza.

Como dicen en mi pueblo, "ustedes veréis".





Entrevista a Daniel Tanuro

Los muchos efectos del cambio climático están frente a nuestros ojos. La naturaleza no lineal de este proceso hace que las proyecciones futuras sean inciertas, pero no hay duda de que el modelo económico dominante es una de las causas principales. Daniel Tanuro, ingeniero agrónomo y autor de El imposible capitalismo verde, defiende una alternativa ecosocialista: una ruptura radical con el productivismo, que durante mucho tiempo ha permeado las corrientes socialistas mayoritarias. Pero desde la emergencia hasta el desastre, a veces existe solo un paso, que la colapsología cruza sin dudar: sus partidarios dirán que el colapso de la civilización que conocemos tendrá lugar en un futuro muy próximo, y que ya es demasiado tarde para actuar sobre ello. Tanuro cree que están equivocados: lo discutimos.
Ballast: una vez escribió que «el ecosocialismo es algo más que una nueva etiqueta en una botella vieja». ¿Qué tiene de singular esta palabra?
Daniel Tanuro: una ruptura radical con la idea de que el socialismo sería necesario para «liberar las fuerzas productivas materiales de los obstáculos capitalistas» y así permitir su «desarrollo ilimitado», una condición para la emancipación humana a través de la «dominación de la naturaleza». Es cierto que en Marx, un investigador del pensamiento abierto, las fórmulas prometeicas están enmarcadas o compensadas en otra parte por un naturalismo sincero y un análisis que expone el carácter destructivo del capitalismo. En El Capital, escribe que «la única libertad posible es que el hombre social, los productores asociados, gestionen racionalmente su intercambio de materia con la naturaleza y lo hagan en las condiciones más dignas, las más acordes con su naturaleza humana». John Bellamy Foster ve en esta fórmula la marca de una «ecología marxiana». Pero, en primer lugar, esta «ecología» es una cantera colateral apenas perforada por el mismo Marx. En segundo lugar, y lo más importante, los marxistas posteriores abandonaron este proyecto para volver a caer en las fórmulas estereotipadas y mecanicistas sobre el «progreso». Hay algunas excepciones, Walter Benjamin es la más notable, pero han permanecido en los márgenes. La degeneración estalinista no es suficiente para explicar esta realidad. La crítica debe profundizar más. Es necesario, sin anacronismos pero sin complacencia, desechar las concepciones que abarrotaban al marxismo con «escorias productivistas», como dijo Daniel Bensaïd. Este trabajo ha adquirido una importancia considerable hoy en día, por la sencilla razón de que una respuesta socialista no productivista es la única alternativa a la catástrofe ecológica que está creciendo ante nuestros ojos.
En su libro Esto lo cambia todo, usted cree que Naomi Klein oscila entre «una alternativa anticapitalista autogestionada y descentralizada, ecosocialista y ecofeminista (…) y un proyecto de capitalismo verde regulado, basado en una economía mixta relocalizada e impregnada de una ideología del cuidado y la prudencia». ¿Está esto también funcionando en los partidos de la izquierda crítica que, en todo el mundo, aspiran al poder?
La «izquierda crítica», como usted dice, se enfrenta a este terrible dilema: hay un abismo entre el programa anticapitalista muy radical que es objetivamente indispensable para detener la catástrofe climática, por una parte, y el nivel de conciencia de la gran mayoría de la humanidad, por otro lado. Pero Naomi Klein, en su libro, tiene el inmenso mérito de reconocer desde el principio la dificultad: «No tengo dudas sobre la necesidad de medidas radicales», escribió, «pero me pregunto cada día sobre su factibilidad política». En el contexto de su pregunta, esta «flotación» me parece bastante positiva. Por un lado, esta franqueza lúcida falta en muchos partidos; por otro lado, Klein no se limita a la «viabilidad política»: aunque hace, erróneamente,  un elogio al «Energiewende [1] alemán». (En el contexto norteamericano, ¡es perdonable!), insiste especialmente, (¡con razón!) sobre la importancia estratégica de la acción directa no violenta contra proyectos extractivistas de fósiles y reclama la coordinación internacional de la «Blockadia [2]». En estos dos puntos, es más avanzado, más revolucionario y más coherente que la mayoría de los partidos de la «izquierda crítica». Debido a que aspiran al poder, estos partidos minimizan la radicalidad de las medidas a tomar. En particular, evitan la necesidad absoluta de reducir la producción de material y el transporte para lograr los niveles necesarios de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero.

Esta es la principal crítica que debe dirigirse a la propuesta Green New Deal avanzada en los Estados Unidos por Alexandria Ocasio-Cortez, por ejemplo. La misma crítica debe dirigirse en mi país al PTB [Partido del Trabajo Belga], que ha logrado un avance notable, pero está contento, ante el cambio climático, de prometer transporte gratuito y una «revolución del hidrógeno [3]». Una cosa es colocar delante reivindicaciones parciales, correspondientes al nivel de conciencia, con el objetivo de iniciar un proceso de radicalización de la lucha, y así comenzar a salvar el abismo; otra cosa es hacer creer que la realización de estas demandas parciales de cualquier gobierno sería suficiente para evitar que la catástrofe se convierta en un cataclismo. Porque no es cierto. Para tener una media posibilidad de mantenerse por debajo de 1,5 °C de calentamiento sin el uso de tecnologías de aprendiz de brujo, las emisiones netas globales de CO2 deben reducirse en un 58% para 2030, en un 100% para 2050, y ser negativo más allá de esa fecha. Es rigurosamente imposible alcanzar estos objetivos, e incluso acercarse a ellos, sin una ruptura revolucionaria anticapitalista. Aquí  es donde encontramos la cuestión clave del crecimiento.
El productivismo ha ganado históricamente numerosas corrientes de izquierda durante dos siglos [4]. ¿Qué lugar le das a esta noción en tu pensamiento?
De hecho, las concepciones «productivistas» han sido históricamente hegemónicas en la izquierda. Aún así, debemos ponernos de acuerdo sobre el término. El sistema soviético sin duda debe considerarse productivista, pero fue un absurdo productivismo burocrático: estaba basado en la defensa de los privilegios parásitos de la casta gobernante, no en las relaciones de producción [***]. Este productivismo no tiene nada que ver con el pensamiento de Marx al menos tanto como la Inquisición tiene que ver con el mensaje de Jesucristo. Desde las primeras páginas de El Capital, su comparación de los dos movimientos M-D-M y D-M-D [5] lleva a Marx a la conclusión de que el segundo, que define al capital, implica necesariamente una tendencia al desarrollo sin fin. Esta tendencia está en el corazón del capitalismo, ya que se deriva de su objetivo fundamental: la producción de un (plus)valor abstracto [6]. Lógicamente, en lugar de reemplazar la producción de los valores debería haber cesado. En sus Teorías sobre la plusvalía, Marx vuelve a la pregunta por otro sesgo, más técnico: la competencia con fines de lucro conduce a un aumento fantástico en el capital fijo, y por lo tanto a un «lock-in» tecnológico [7]. De largo alcance, por una obligación despótica de producir: el «lock-in» del capital en el sistema de energía fósil es un buen ejemplo. Al concluir el razonamiento, evoca la tendencia del capital a «producir por producir, lo que también implica consumir para consumir». «Producir por producir» podría ser una buena definición de productivismo.

Según este rasero, Marx no es productivista, a pesar de sus ambigüedades prometeicas. Pero a este respecto, es dudoso si algún marxista lo haya sido: si no todos ellos hubieran tenido como objetivo el establecimiento de una economía basada en la satisfacción de las necesidades humanas reales a través de ¿la producción de valores de uso? Podemos ver que la pregunta no es tan simple. De hecho, el dominio productivista sobre la izquierda no se refiere tanto a «producir por producir», como a la idea estratégica de que el capital, al desarrollar las fuerzas productivas, acerca a la humanidad a la emancipación socialista, al reino de la libertad. Pero más allá de cierto punto, lo contrario es cierto. Por lo tanto, podría ser útil distinguir el productivismo de lo que podría llamarse la ideología productivista de la dominación sobre la naturaleza, o la ideología instrumental del progreso técnico ilimitado. En mi opinión, es esta ideología la que se ha constituido como hegemónica durante dos siglos. Pero no es fácil luchar, porque está arraigado no solo en la lógica económica del capital sino también en la situación esquizofrénica que esta lógica impone a los explotados, obligados a vender su fuerza de trabajo para sobrevivir. Esta dura realidad basa el productivismo en la democracia social de gestión y los sindicatos reformistas, para los cuales el empleo depende del crecimiento. Como ecosocialistas, estamos en la continuidad del Marx ecológico cuando nos oponemos a la idea de que es urgentemente necesario producir menos y compartir más, especialmente compartir el trabajo necesario.

El movimiento marxista ha podido apoyar la idea de que el capitalismo eventualmente colapsaría bajo el peso de sus propias contradicciones económicas. Algunos críticos ecologistas del capitalismo a veces usan este tipo de discurso teleológico [8], afirmando que la sociedad termoindustrial en su conjunto se topará con los límites (físicos, naturales) y se derrumbará. ¿El ecosocialismo no tiene este horizonte?

Los marxistas han apoyado esta idea mecanicista de que la dinámica de acumulación conduciría automáticamente a un colapso del capitalismo. Este fue particularmente el caso en el período de entreguerras de un autor alemán, Henryk Grossman, que lo había convertido en un verdadero dogma. De hecho, existen fuertes similitudes entre esta teoría y la del inevitable colapso ecológico de la «sociedad termoindustrial», que hoy defiende algunas corrientes verdes. No es casual que un pequeño «marxista colapsado» actual haya reaparecido recientemente en el mundo de habla hispana, concretamente en América Latina. Los ecosocialistas por su parte rechazan este fatalismo del colapso. Que la situación es muy seria es obvio. Pero el capitalismo no colapsará por sí solo, ni por el peso de sus contradicciones internas, ni por la crisis ecológica. Por el contrario, su lógica alienta a los sectores de las clases dominantes a considerar los medios bárbaros neomaltusianos para salvarse a sí mismos y sus privilegios. Ante esta amenaza tan concreta, temo que el fatalismo del inevitable colapso sembrará la resignación. Pero necesitamos urgentemente lucha, solidaridad y esperanza.

Los ecosocialistas critican el concepto de Antropoceno porque invisibilizaría el papel del capitalismo y preferirían usar el del Capitaloceno. En nuestro séptimo número en papel, Agnes Sinai nos dijo: «El capitalismo es una explicación necesaria pero no suficiente del Antropoceno. Representa una dimensión histórica del industrialismo, pero no explica la fascinación por el átomo, la velocidad, las armas o los hipermercados». ¿Cuál es tu mirada en esto?

Discuto el concepto de Antropoceno pero no lo combato. Tomo nota de esto como la conclusión a la que llegaron los geólogos en función de sus criterios como geólogos: el aumento del nivel del mar, los elementos radiactivos, miles de compuestos químicos artificiales y la repentina caída de la biodiversidad que nos han puesto en peligro. La corteza terrestre presenta importantes huellas de actividad humana. Los geólogos creen que esto marca la entrada del planeta en una nueva era geológica. Los que se oponen al término «Antropoceno» no discuten esta conclusión. El problema es, por tanto, semántico. Ciertamente hablar del «Capitaloceno» permite señalar la gran responsabilidad del capital en la destrucción ecológica. Pero la medalla tiene un reverso negativo: la responsabilidad de los países del llamado «socialismo real» es invisible. Pero esta responsabilidad no es escasa: como recordatorio, antes de la caída del Muro, Alemania Oriental y Checoslovaquia mantuvieron el récord mundial de emisiones anuales de gases de efecto invernadero per cápita. También podemos preguntarnos acerca de la utilidad de este encubrimiento, en el momento preciso en que necesitamos entender por qué estos países fueron productivistas, para no caer en las mismas rutinas… En mi opinión, el punto clave no es la semántica sino la datación. Si los geólogos son consistentes con sus criterios de geólogos, entonces el cambio de era no irrumpe hasta la segunda mitad del siglo XX, lo que significa que las interpretaciones misantrópicas del término «Antropoceno» se oponen: no es la especie humana la responsable sino su modo histórico de producción. Este aspecto es decisivo, porque el peligro de una misantropía esencialista basada en una pseudociencia es muy real hoy en día, y se desarrolla a raíz de la creciente barbarie capitalista. Al mismo tiempo, es obvio que el hecho objetivo del cambio de época no termina el debate. Por el contrario, lo abre, y está claro a partir de los argumentos pro y contra que los criterios de los geólogos son inadecuados, en todo caso insuficientes, por la sencilla razón de que las causas del cambio de época no son «naturales» sino sociales. De ahí la necesidad de la crítica y la intervención de las ciencias humanas y sociales: historia, sociología, economía.
Desde un punto de vista económico, ¿cómo reconciliamos las gigantescas inversiones necesarias para transformar nuestros sistemas productivos, la energía en primer lugar, y una cierta disminución en el PIB?
La pregunta me parece mal planteada. Por un lado, el PIB no es un indicador relevante. Es imperativo, anclarse en «clavos verdes», reducir masivamente las emisiones de gases de efecto invernadero, por lo que respecta a la extracción, transporte y procesamiento de materiales, por lo tanto, al consumo de energía. Por consiguiente, la transición socioeconómica debe estar enmarcada por indicadores físicos. Por otro lado y sobre todo, son precisamente las gigantescas inversiones requeridas para la transformación de los sistemas productivos, en particular el sistema energético, lo que hace indispensable el decrecimiento en cuestión. La transición no significa que un sistema B podría funcionar como una alternativa al sistema A, sino que indica el camino de A a B. El sistema de energía fósil no es adaptable a fuentes renovables. Se debe desechar con urgencia y se debe construir un nuevo sistema. La tarea es enorme, e inevitablemente requiere grandes cantidades de energía. Hoy, a escala mundial, esta energía es un 80% fósil y, por lo tanto, una fuente de emisiones de CO2. En otras palabras: si todas las demás cosas siguen igual, la transición en sí misma será la causa de emisiones adicionales.

Pero estos deben comenzar a disminuir de inmediato, y muy radicalmente, como dije. En el contexto de la lógica capitalista de la acumulación, el problema es rigurosamente insoluble. Dejando de lado el negacionismo de Trump y Bolsonaro, la única respuesta del sistema es desarrollar tecnologías insuficientes, inciertas y peligrosas, como la energía nuclear y la bioenergía con captura y secuestro de carbono (BECCS). En lugar de hacer todo lo posible para evitar superar el umbral de peligro de 1,5 °C, elegimos superar este umbral con la esperanza de que estas tecnologías «enfríen» la Tierra después. Es una locura absoluta, un absurdo absoluto. Sin embargo, es a estas «soluciones» de aprendizaje de brujo  hacia las  que el «capitalismo verde» se está moviendo hoy. ¿Por qué? Porque la única manera racional de equilibrar la ecuación del clima es intolerable para él. ¿En qué debería consistir? Se debe decretar una movilización general, hacer un inventario de todas las producciones inútiles o peligrosas, todos los transportes inútiles y eliminarlos por completo, sin compensación para los accionistas, hasta que se logren las reducciones de emisiones necesarias. No hace falta decir que esta operación requiere medidas drásticas, especialmente la socialización de los sectores de energía y crédito, la reducción masiva de horas de trabajo sin pérdida de salarios, la reconversión del personal de las empresas hacia actividades útiles con ingresos garantizados, y el desarrollo de los servicios públicos democráticos.
La palabra decrecimiento ha sido descrita como una «palabra bomba». La colapsología, por la atracción que ejerce, incluso con personas o grupos sociales poco politizados, ¿es una «palabra imán»?
Sin embargo, ¿una «palabra imán» hacia qué? Toda la pregunta está ahí. Los colapsólogos no siempre son muy claros: hay matices y variaciones en su forma de hablar. Pero en última instancia, siempre tienden a volver a la afirmación de que «el colapso» es inevitable y que la única respuesta es crear pequeñas comunidades «resistentes», porque no habrá otra forma de sobrevivir después del Apocalipsis. En su último trabajo, Une autre fin du monde est possible, Pablo Servigne y sus amigos escribieron que el «colapso» es como la enfermedad de Hutchinson, enfermedad degenerativa, hereditaria y mortal: usted la tiene la acepta y deja de luchar… en lugar de identificar al capitalismo como la causa principal —no estoy diciendo que la única— de la destrucción ecológica. Naturalizan las relaciones sociales y plantean una amenaza sobre nuestras cabezas de acentos bíblicos. A partir de ahí, todos los excesos ideológicos son posibles, y Otro fin del mundo, por desgracia, nunca nos faltará…

Dicho esto, el atractivo de la colapsología es innegable y no unilateralmente negativo. Obviamente, se debe a la ansiedad por las terribles amenazas que representa la destrucción del planeta, y debe atribuirse el crédito de los especialistas en colapso por haber contribuido a informar de la gravedad de la situación. Pero esta atracción también es, en algunas personas, una conciencia política de la necesidad de romper profundamente con la sociedad actual, su productivismo y el fetichismo de la mercancía. Existe una paradoja: aunque parecen incapaces de explicar por qué el capitalismo es tan destructivo, los colapsólogos sin embargo se hacen eco de los grupos sociales, especialmente de los jóvenes, que buscan respuestas anticapitalistas. Con respecto a estos entornos, por lo tanto, es importante liderar el debate. En particular, creo que es importante explicar que el escenario inspirado por los anarquistas de un colapso del capitalismo allanando el camino para una sociedad de autogestión basada en las comunidades locales no aborda los desafíos globales de la transición. La complejidad de estos desafíos requiere una acción planificada. Me adhiero al 100% a las ideas de autogestión descentralizadas, pero la transición requiere tanto la centralización como la descentralización, la planificación y la autoactividad. La historia ha demostrado los terribles riesgos de la degeneración inherente a esta combinación de opuestos. Pero la burocratización no se puede evitar proyectando, más allá de la transición, un futuro radiante de autogestión, sin estado ni partidos… Se necesita un programa para combatirlo.
Al considerar que algunos de ellos naturalizan las relaciones sociales, usted criticó a los colapsólogos por «sumergirse en una regresión arcaica» ...
No digo que la naturalización de las relaciones sociales lleve inevitablemente a una regresión arcaica, pero la favorece indiscutiblemente. Si no identificamos la mayor responsabilidad histórica del capitalismo, ¿cómo podemos lograrlo, dónde está el posible resultado? Para algunos, no hay ninguno, la Tierra sufre de una enfermedad llamada humanidad y se curará con la eliminación de esta raza. Lamentablemente, esta es la conclusión cínica de James Lovelock al final de su libro sobre la hipótesis de Gaia, por ejemplo. Los colapsólogos ciertamente no están entre estos cínicos. El resultado, para ellos, sería psicológico: deberíamos pasar por una fase de luto, redescubrir nuestro inconsciente colectivo y nuestros arquetipos, incluidos los arquetipos masculinos y femeninos, profundamente enterrados desde la prehistoria. Debemos practicar rituales para encontrar al salvaje en nosotros. En resumen, la clave del futuro debe buscarse en el pasado más lejano, de acuerdo con las lucubraciones reaccionarias de Carl Gustav Jung. Esto es lo que llamé «regresión arcaica». Pero coexiste con otras tendencias, como la «eco-espiritualidad». La colapsología está atravesada por muchas contradicciones.

Dadas las décadas de inactividad de los poderes existentes y las luchas actuales por el poder, podemos temer una continuación del status quo, un escenario business as usual. Hablar de colapsos para nombrar las catástrofes que se derivarían de ellos, ¿no sería quizá en sí mismo un cierto pragmatismo?

Si utiliza el condicional, como lo hace, y habla de colapsos plurales y desastres plurales, como lo hace, el pesimismo es ciertamente una forma de lucidez. Pero esto no es lo que hacen los colapsólogos: no hablan de colapsos, sino de colapso absoluto, y este superconcepto absorbe todo indistintamente. Desde los colapsos del mercado de valores hasta los de los anfibios e insectos, todos los fenómenos están unidos como si estuvieran anunciando el fin del mundo. El amplio recurso a las referencias científicas le da a este discurso una apariencia de rigor, pero no es así. Primero porque las referencias están seleccionadas. Pero sobre todo porque hay un defecto de método. Uno puede «confiar en los dos modos cognitivos de razón e intuición», como escriben Servigne y sus amigos. Pero con una condición: esa razón trata de abarcar tanto la destrucción «antrópica» del medio ambiente, por una parte, como la responsabilidad precisa de la formación social histórica responsable hoy de esta destrucción, por otra. Sin articular estos dos aspectos de la realidad, cuanto más se acumulan los datos relacionados con la destrucción, mayor es la pregunta que se hace al público: «¿a dónde te dice tu intuición que esto nos guía?», probablemente nos llevará a la respuesta deseada: «Todo colapsará». Sin conciencia social, la intuición está sesgada, el razonamiento es circular y se utiliza la pseudociencia.

Desde 2007, has estudiado el best seller del científico Jared Diamond, Colapso: Por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen. Usted discute la idea de que el crecimiento de la población es un factor determinante en la crisis ambiental: ¿puede explicar por qué?

Es obvio que la demografía es parte de la ecuación ambiental. Lo que yo contesté a Diamond, entre otras cosas, es su intento de hacer de la demografía el factor determinante, la explicación final de sus supuestos «colapsos» de las sociedades humanas, y por lo tanto, la palanca principal de una política para evitarlas. Desde entonces, las críticas que he realizado han sido ampliamente confirmadas por numerosos trabajos científicos. En particular, se ha demostrado sin lugar a dudas que la explicación de Diamond sobre el colapso de la Isla de Pascua (la teoría del «ecocidio» por parte de una población que excede la capacidad de carga del ecosistema y presenta todos los signos de una arrogancia delirante) era, de un extremo a otro, solo un tejido de falsedades creadas desde cero. Lejos de ser los brutos tontos descritos por Diamond, los Rapa Nui (nombre polinesio de los habitantes de la isla de Pascua), habían desplegado tesoros de inteligencia para proteger el medio ambiente de su isla, incluso si fuera necesario contra sus propios errores. Fueron las incursiones de esclavos y el colonialismo lo que destruyó esta notable civilización y finalmente arruinó el ecosistema. Pero a esta verdad le cuesta mucho salir del pozo. Especialmente en Francia, donde las más altas autoridades del estado continúan promoviendo el best seller Colapso: Por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen, que cimentó el éxito de Diamond. Espero que los colapsólogos eventualmente se alejen de este carácter reaccionario y racista.
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Notas:

1. «Revolución energética» en alemán. «Energiewende» es el nombre dado al Programa de transición energética de Alemania. Sus dos medidas principales son el cese de la energía nuclear en 2022 y una electricidad 100% renovable en 2050.

2. Movimientos de resistencia en todo el mundo contra las industrias de combustibles fósiles.

3. El hidrógeno se propone a veces como «solución» energética, particularmente para vehículos: una pila de combustible transforma el hidrógeno en electricidad. Véase también «El falso milagro de la revolución del hidrógeno», Izquierda anti-capitalista, Daniel Tanuro (disponible en Viento Sur)

4.  Ver Serge Audier, L’Âge productiviste, La Découverte, 2019. 


5. Para Marx, la forma inicial de movimiento de bienes se realiza de acuerdo con el siguiente proceso: una mercancía se intercambia por dinero, que se intercambia por otra mercancía (este es el ciclo M-D-M). Pero hay otra forma de circulación de capital: el dinero se transforma en mercancía, a su vez se transforma en dinero (D-M-D). En el primer caso, el dinero es un medio simple de intercambiar bienes; en el segundo, el dinero es el propósito mismo de la circulación.

6. En la teoría marxista, el trabajo está en el origen de la producción de valor. Esto se define por «trabajo abstracto», el tiempo de trabajo promedio socialmente necesario para producir una mercancía. Al trabajador se le paga, por una parte, solo lo necesario para su supervivencia: el excedente es la buena voluntad (o plusvalía) que el capitalista se apropia.

7.  Bloqueo.

8.  Doctrina que considera que todo en el mundo tiene un fin [un objetivo].

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[***]. Este transcriptor discrepa sobre este punto. El productivismo seguramente hubiera existido sin burocracia parasitaria, y la clase parásita sin productivismo a ultranza. Sociedades no crecentistas han tenido castas privilegiadas.

La palabra burocracia tiene muy mala fama, pero a un cierto nivel la planificación y su organización más o menos centralizada es una necesidad absoluta que no puede confiarse a grupos autónomos que tiendan a competir entre sí, y en las condiciones de desigualdad territorial.

Con poblaciones privilegiadas por el punto de partida cultural y las diferentes condiciones naturales de clima, suelo y subsuelo, la pretendida igualdad desemboca en no deseada desigualdad.

Claro que el autor viene a decir esto mismo más adelante, reconociendo la necesidad de hacer compatibles "adecuadamente" centralización y descentralización, y lo catastrófico de que esa combinación sea "inadecuada".

jueves, 25 de julio de 2019

Batallitas

Un ayuntamiento reconquistado por VOX retira el busto de Abderramán III del pueblo que le debe su existencia. Argumentan que "creaba división entre los vecinos". Ninguna división habría si ejercieran un poder absoluto, como no la podía haber en los peores momentos de dominio fascista.

No es un disparate sino una estrategia esa grosera reinvención del pasado. Y no es solo algo de andar por casa; ¿por qué, precisamente ahora, una ola antiislámica recorre toda Europa?

La Historia deformada y falsificada se ha utilizado siempre para dar a las naciones en formación unos mitos fundacionales que galvanicen la fidelidad de las clases subalternas. Aunque finalmente también sean creídos por los mismos que los inventaron.

Nada une más que un enemigo compartido. Cuando no lo hay, se inventa.

vox reconquista
'La batalla de Poitiers', óleo pintado en 1837 por Charles de Steuben. ANN RONAN (PRINT COLLECTOR / GETTY IMAGES)







La ultraderecha busca en el pasado remoto justificación para sus políticas actuales
GUILLERMO ALTARES

(...)

Tras esa visión nacionalista del medievo se esconden varios presupuestos contradictorios con la investigación científica contemporánea. 
Primero, que los habitantes de Europa en el siglo XXI somos los herederos de quienes habitaron este mismo lugar hace siglos. Esta afirmación ignora que las unidades políticas son completamente diferentes, por no hablar de las migraciones y mezclas que marcan la historia. 
Segundo, que pueden establecerse paralelismos entre sociedades de hace siglos y las actuales, soslayando las abismales diferencias que las separan en multitud de asuntos, desde la esclavitud hasta la tecnología. 
Y, por último, que, incluso si se admite esa herencia, esta no tiene por qué condicionar el presente.
“Esa movilización reivindicando el pasado está siempre vincu­lada a pulsiones del presente, a la necesidad de ciertas comunidades, ideologías o proyectos políticos de encontrar su justificación”, explica Eduardo Manzano Moreno, investigador del CSIC, experto en Al Andalus, que acaba de publicar La corte del Califa. “La simple regla de mayor o menor cercanía respecto de ese pasado no siempre funciona: los romanos o los mongoles pudieron hacer todo tipo de masacres y a nadie le importa, pero en el caso de los musulmanes, el discurso conservador intenta plantar la idea de una similitud exacta entre lo ocurrido en la Edad Media y el presente, algo que también alimentan los propios radicales islámicos”.

El historiador Jean-Paul Demoule ha estudiado el asunto en su libro Les dix millénaires oubliés qui ont fait l’histoire (Los diez milenios olvidados que hicieron la historia), y explica cómo los nacionalismos que estallan después de la I Guerra Mundial explotan la idea de un pueblo que se conserva inmutable a lo largo de los siglos, sumergiéndose incluso en la prehistoria. “Hubo que garantizar a cada uno de esos Estados un pasado glorioso, que se remonta al confín de los tiempos y que garantiza la existencia de la nación a lo largo de la eternidad”, escribe el profesor de la Sorbona. Su ensayo acaba con una pregunta: “¿No es mucho más interesante la historia cuando los seres humanos la escogen que cuando la padecen?”.

domingo, 21 de julio de 2019

¿Quiénes se sientan en el Parlamento?

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Mientras el 1% de los españoles tiene una renta superior a 101.000 €, 18 diputados de un total de 350 quintuplican esa cifra. Otros 262 superan los 39.500 € que solo alcanza el 10% de la población. Sumados a los anteriores son 280 de los 350 que se sientan en el parlamento de la Carrera (¡y qué carrera!) de San Jerónimo.

Se trata del 80% del total. ¡Vaya mayoría absoluta!

Es decir, medido por el nivel de riqueza, el 90 % de la población está representado por un quinto del total, y el 10% suertudo cuadruplica esa cifra. Si no me falla la aritmética, la relación es de 1 a 36.

Naturalmente, no es este el único factor que determina las políticas. Los programas (y su cumplimiento real) dicen mucho de los partidos. Se puede ser (o eso dicen) muy rico y generoso. Y algunos millonarios pueden tener alterada la conciencia de clase, aunque no parece que esa sea la norma.

Si completamos la panorámica, observaremos cosas como las que movían a sospecha en mi anterior publicación. ¿Conspiranoia o dictadura de la clase dominante?

Visto así, me parece que la democracia es otra cosa. Esta se parece bastante a la que evocaba Carlos Puebla:
Aquí pensaban seguir
jugando a la democracia...

Y no se trata de dar la espalda a los hechos y dejar de votar, sino de estudiar muy bien a quién se vota y por qué.

Artículo aparecido en El País. En el gráfico podéis encontrarlos a todos y cada uno, con su grupo parlamentario y su nivel de renta:


BORJA ANDRINO
DANIELE GRASSO
KIKO LLANERAS

Jaume Alonso-Cuevillas ingresó unos 258.000€ el año pasado, Beatriz Corredor 245.000 € y Ana Pastor 194.000€. Marcos de Quinto se sale de la escala (y de nuestro gráfico: está al final del artículo) con 5,6 millones. Son cuatro de los 18 diputados que ingresaron más de 101.000€ en 2018, según la estimación de EL PAÍS.

(...)

sábado, 20 de julio de 2019

¿Quién manda aquí?




(...)

Pues algunas veces parece, [véase como han utilizado al muy corrupto Tribunal de Cuentas del PPSOE para rescatar a la ‘Botella’  de Aznar] que aquí mandan los mafiosos de Blackstone, digo ese fondo buitre yanqui que es el puto amo del ladrillo a nivel planetario. Otras veces parece que manda el BBVA [recuérdese el incendio intencionado del Windsor o, ahora mismito, el visto bueno a su pelotazo: Operación Chamartin]. En ocasiones he llegado a pensar que aquí manda ‘la Botín’ [obligar a retractarse a todo un Tribunal Supremo, no se rían con lo de Supremo, con el asunto de las hipotecas no es moco de pavo togado… sino muchos miles de millones de euros]. Pero cuando ‘el absorbente yanqui’ ordena a la 'soberana' Gran Bretaña con base nuclear en el ¡Gibraltar español!  apresar a un superpetrolero cargado con millones de barriles de petróleo iraní con destino supuesto a Siria… entonces ya no me caben dudas, aquí: 

‘La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado’.

(...)

(Tomado de aquí)

miércoles, 17 de julio de 2019

Ay, democracia...

Cada vez son más los que ven los estrechos límites de las democracias parlamentarias, y particularmente de la nuestra, la aquí congelada por la "inmodélica transición", en expresión de Vicenç Navarro.  

Sobre ese mecanismo que perpetúa la incómoda (pero tan cómoda para algunos) sociedad actual trataba la anterior entrada de este blog. Y prolongo mi reflexión con esta canción de Javier Krahe.

Casualmente, hace muy pocos días se celebró en Pontevedra una festa do libro en la que encontré sus zozobras completas. Entre ellas hallé esta, que viene como anillo al dedo para la denuncia de una reforma política, forjadora de un "aparato irreformable" que una y otra vez nos obliga a elegir entre lo malo y lo peor, nuevamente lo malo, otra vez lo peor...

El libro es un homenaje al desaparecido cantautor (el prefería el término "cantante letrista"). Sus calidades humana y literaria quedan bien reflejadas en el prólogo de Miguel Tomás-Valiente. 

Sus letras y el modo de interpretarlas, entre la inocencia y la sorna, son muestras de una clara conciencia de la necesidad de decir las verdades sin "ponerse estupendo". Dialéctico como pocos, con sus dobles sentidos pasaba continuamente de lo profundo a lo trivial, de lo trágico a lo cómico, de lo culto a lo popular, del respeto a la completa irreverencia. Y especialmente de lo rotundo a lo inseguro, a veces con vacilaciones y escalas, como en aquella estimación, en el tío Marcial, de la conducta de un hijo pródigo que se le escapa:


Y el hijo que me dio
mi adorada mitad
nos salió inconformista
o quizá intelectual
o emigrante quizá
o, en fin, quizá turista...

En el principio de la canción que sigue vemos un ejemplo de manejo intencionado de una cita literaria, recurso muy de su gusto, cuando sustituye por "democracia" el "cuando callas" de Pablo Neruda.

A fin de cuentas, viene a ser lo mismo...


Javier Krahe interpreta "Ay, Democracia", en la sala PALO PALO de Marinaleda, el 10 de Abril de 2010



Me gustas, Democracia, porque estás como ausente
con tu disfraz parlamentario,
con tus listas cerradas, tu Rey, tan prominente,
por no decir extraordinario,
tus escaños marcados a ocultas de la gente,
a la luz del lingote y del rosario.

Me gustas, ya te digo, pero a veces querría
tenerte algo más presente
y tocarte, palparte y echarte fantasía,
te toco poco últimamente.
Pero, en fin, ahí estás, mucho peor sería
que te esfumaras…   como antiguamente.

Los sesos rebozados de delfín
que Franco se zampaba en el Azor
nos muestran hasta qué grado era ruin
el frígido y cristiano dictador,
el frígido y cristiano dictador.


Fue un tiempo de pololos, tinieblas y torturas...
volvamos al aquí y ahora
donde tú, Democracia, ya sé que me procuras
alguna ley conciliadora,
pero caes a menudo en sucias imposturas,
fealdades que el buen gusto deplora.

Como el marco legal siempre le queda chico,
y a eso el rico es muy sensible,
si tirando, aflojando, empleando un tiempo y pico,
se hace un embudo más flexible,
que tú apañes la ley a medida del rico
al fin y al cabo…  es muy comprensible.

¿Pero qué hay del que tiene poca voz,
privado de ejercer tantos derechos,
porqué al nudista pones albornoz,
qué hay de los raros, qué hay de los maltrechos?
¿qué hay de los raros, qué hay de los maltrechos?


Y tus representantes selectos, Democracia,
tus güelfos y tus gibelinos,
cada día que pasa me hacen menos gracia,
sus chistes son para pollinos.
A enmendar tus carencias te veo muy reacia
y están mis sentimientos muy cansinos

y como ya me aburre decir continuamente
"eso no estaba en el programa"
no cuentes con que vaya hacia ti cuatrianualmente,
no compartamos más la cama,
vamos a separarnos civilizadamente.
Y sigue tú…   viviendo de tu fama.

Cuando veas mi imagen taciturna
por las cívicas sendas de la vida
verás que no me acercan a tu urna.
No alarguemos ya más la despedida.
No alarguemos ya más la despedida.