La ingente producción de Marx se desarrolló a lo largo de varias décadas, en un tiempo de grandes cambios políticos, económicos y socioculturales, pero también de importantes descubrimientos científicos a los que nunca fue ajeno. Por estas razones es difícil reducirla a un corpus monolítico, como han querido hacer muchos tanto entre sus detractores como entre sus panegiristas.
Y en efecto, un análisis escrupuloso de sus trabajos permite estudiar la evolución y el despliegue de su pensamiento, lo cual no supuso ningún cambio esencial en su intención.
En dos direcciones contrapuestas se ha querido interpretar su obra. De un lado, se ha visto en él un entusiasta del progreso, entendido como el desarrollo ilimitado de las fuerzas productivas; de otro, un precursor del movimiento ecologista, pues desde sus primeros escritos estuvo preocupado por la brecha metabólica, esa "ruptura irreparable en el proceso interdependiente del metabolismo social". Marx fue el primero en utilizar este concepto.
Su análisis meticuloso del desarrollo capitalista ha sido interpretado como una loa al crecimiento, y así lo entendieron las revoluciones socialistas allí donde triunfaron. Esto fue motivado en gran parte por la necesidad de superar lo antes posible la precaria situación que estaba en su propio origen, para no verse superadas por los países capitalistas que no paraban de crecer.
La percepción cada vez más clara de los límites que la naturaleza pone al crecimiento exponencial de la economía, el único posible en el capitalismo, ha hecho que muchos marxistas pongan su atención en aquellos textos que muestran una visión diferente, muchos de los cuales no fueron publicados en vida del autor.
John Bellamy Foster, en su libro La ecología de Marx, señaló diversos textos clave que muestran su preocupación y la de Engels por este tema; recogí algunos aquí. Hoy son ya muchos los que se han ocupado de rescatar a este Marx Verde.
Uno de los más escrupulosos en su investigación es Kohei Saito, que ha publicado con enorme éxito en su país El capital en la era del Antropoceno, tras una intensa búsqueda entre los casi inabarcables documentos del proyecto MEGA, que contiene, además de los trabajos publicados en vida de Marx y Engels, numerosos manuscritos y cartas antes inéditos.
Así ha podido analizar importancia creciente de la preocupación ecológica en el pensamiento de ambos autores, que pasa de unos esbozos iniciales a una atención cada vez más acusada. Esta evolución es natural en cualquier mente despierta que sea capaz de aprender de la experiencia y aumentar sus conocimientos sin el cierre dogmático que se produce muchas veces cuando los epígonos no son capaces de continuar la labor crítica del maestro, que les parece cerrada con su desaparición.
Pero no hay que mirar solamente la obra explícita de un autor. Incluso cuando no dice algo hemos de ser capaces de extraer las consecuencias de lo que sí ha dicho. Así lo afirma el autor de El capital en la era del Antropoceno:
Marx no predijo el cambio climático, pero sabía que el capitalismo contenía la contradicción ecológica que terminaría generándolo. De aquel momento a hoy cambiaron muchas cosas, salvo una: para proteger la vida es necesario acabar con el sistema.
Y en la misma línea, tras comentar cómo el propio Marx pudo analizar a la luz de la experiencia el fracaso de las revoluciones ocurridas durante su vida, sin dejar por ello de perseguir siempre sus metas:
Creo que en el mundo complejo de hoy en día tal cosa como la Revolución Rusa es imposible. Incluso si nos alzamos y tomamos el poder, esto no cambiará el sistema complejo del mercado financiero, el mercado de valores, etc. En este sentido, gente como Andreas Malm habla de leninismo ecológico pero este tipo de estrategia no es demasiado efectiva. Ya no podemos tumbar el capitalismo como a comienzos del siglo XX.
En este sentido, soy más cercano al reformismo radical o «reformunismo». Hemos de reformar para transformar radicalmente el modo de producción capitalista. Creo que si podemos desmercantilizar muchos ámbitos de nuestra vida, habrá más espacio para involucrarnos en actividades no comerciales y no capitalistas y se expandirá más la esfera del común. También podemos introducir una jornada laboral más corta, como por ejemplo un sistema de cuatro días laborales a la semana, la gratuidad del transporte público y la educación, o más vivienda pública.
Las reformas serían introducidas bajo el capitalismo, pero entonces la influencia de estas medidas abriría un nuevo modo de vida en el sentido de que no tendríamos que preocuparnos tanto por el dinero y por tanto podríamos decidir si estamos dispuestos a trabajar duro o a dedicarnos más a otras actividades. Esto generaría más espacios para nuevas iniciativas, creatividad, cooperación y ayuda mutua.
Ferran de Vargas entrevista aquí al autor de este libro. Politólogo y doctor en Estudios Interculturales especializado en Japón, forma parte del grupo de investigación ALTER de la Universitat Oberta de Catalunya. Es autor del libro Izquierda y revolución. Una historia política del Japón de posguerra (Edicions Bellaterra, 2020).
El capital en la era del Antropoceno
(...)
Me consta que ha vendido más de medio millón de copias de El capital en la era del Antropoceno en Japón desde su publicación en 2020.
Sí, es correcto. Y mi último libro, una introducción a El capital, ya ha vendido más de cien mil copias en menos de un mes.
¿Cómo explica semejante éxito?
El éxito de estos dos libros indica claramente que hay un interés creciente en un enfoque más radical a los problemas a los que se enfrenta la sociedad japonesa. Especialmente el gran éxito de El capital en la era del Antropoceno se debe a que apareció en plena pandemia.
Básicamente, en aquel momento había dos cuestiones que se hicieron muy visibles para el pueblo japonés. Una es la creciente desigualdad económica. La población japonesa se sintió muy indignada al ver lo mal que se trataba a los trabajadores esenciales. En la industria de los cuidados, como por ejemplo en los jardines de infancia o en los geriátricos, los trabajadores no tenían buena protección contra el virus y no podían teletrabajar, pero al mismo tiempo eran quienes recibían los salarios más bajos mientras había quien desde la distancia se lucraba enormemente en medio de la situación.
Entonces se celebraron los Juegos Olímpicos en plena pandemia, y algunas industrias consiguieron grandes beneficios mientras mucha gente sufría. Por lo tanto, mi crítica de que si seguimos en este capitalismo neoliberal las cosas irán empeorando, atrajo cierta atención.
Pero la otra cuestión es que la pandemia es algo muy típico del Antropoceno. La intervención humana en la naturaleza se ha hecho tan grande bajo el capitalismo global en los últimos treinta años, que ha aparecido este nuevo tipo de virus y se ha extendido muy rápido por todo el mundo. Entonces dije que esta crisis que sufrimos no es la última, sino que es el comienzo de una nueva era a la que llamo Antropoceno. Esta era se caracteriza por un estado de emergencia crónica relacionado especialmente con la crisis climática, que será mucho más larga y tendrá un impacto disruptivo en todas las esferas del día a día. Esto es consecuencia de la velocidad en continua aceleración de la producción capitalista.
Entonces, dije: de acuerdo, algunos intentan abordar estos dos problemas —la crisis económica y la crisis medioambiental— desde dentro del capitalismo, pero llevan fracasando los últimos treinta años. Ahora hablan de inversiones verdes y cosas por el estilo, pero estas propuestas son demasiado débiles ante la escala de esta crisis, son insuficientes y se utilizan como una especie de excusa o greenwashing.
Al inicio de El capital en la era del Antropoceno afirma de forma provocadora que el foco que se dirige sobre el consumo responsable y el reciclaje es el nuevo opio del pueblo. ¿Qué le diría a quienes ven este planteamiento demasiado radical?
Especialmente en Japón los objetivos de desarrollo sostenible (ODS) han sido muy populares; se han hecho virales y se pueden ver por todos lados, todo el mundo mira programas y anuncios en los que se habla de los ODS cada día, también e inculcan en las escuelas, pero al mismo tiempo nada ha cambiado. Mi afirmación es una provocación radical, sí, pero captó la atención de los medios de comunicación y de mucha gente.
El tipo de alternativa que yo propongo se basa en cambiar el sistema y no el comportamiento individual a través de reciclar más o comprar botellas de agua sostenibles. Este chocó a muchas personas que realmente creen ingenuamente que el que están haciendo es en realidad algo muy bueno, pero al final no es más que una mera ilusión. Pero mucha gente se sintió atraída por esta advertencia porque la pandemia y la crisis climática se convirtieron en problemas urgentes.
(...)
¿Qué papel juega el Partido Comunista de Japón (PCJ)?
Dentro del PCJ no hay elecciones democráticas y Kazuo Shii lleva más de veinte años al frente del partido. Un militante que se llama Nobuyuki Matsutake publicó recientemente un libro en el que proponía que el partido adoptase el sistema de elecciones democráticas internas, y ha sido expulsado fulminantemente. Los líderes del partido argumentan que este militante traicionó la organización y rompió sus normas. En este sentido, el PCJ mantiene el estilo antiguo de los partidos comunistas. Por otro lado, también ha ignorado totalmente mi libro. Tienen su periódico, Akahata, y nunca se han referido en él a mi libro, ni siquiera para escribir una crítica. Esto se debe a que mi interpretación de Marx, el comunismo decrecentista, contrasta con su defensa del crecimiento verde. Ellos defienden una especie de Green New Deal.
Las propuestas del PCJ son más socialdemócratas que comunistas, pero el partido mantiene algunos de los rasgos de los partidos comunistas antiguos, como la expulsión de los críticos. Yo soy marxista y hablo de comunismo. Por lo tanto, el núcleo de mis lectores es gente de izquierdas. Pero la gente de izquierdas en Japón normalmente es vieja y no puede aceptar la idea del decrecimiento. Mi única esperanza es la generación más joven.
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¿Podría hablar un poco más de su idea del comunismo?
Yo defino el capitalismo como una expansión constante de capital, y el capital es un proceso de valorización que se expande sin parar. Para conseguirlo, el capital lo ha de mercantilizar todo. Por lo tanto, la idea básica es que el proceso de acumulación capitalista va de la mano de la disolución del común a través de la mercantilización de las cosas. En las sociedades precapitalistas no teníamos que comprar muchas cosas porque compartíamos muchas incluyendo tierras, agua, bosques, etc. Pero con la acumulación originaria de capital muchas cosas empezaron a ser monopolizadas por unos pocos. Este proceso se ha acelerado en los últimos treinta años con la privatización de hospitales, transportes públicos, agua, etc. porque el capitalismo ya no puede encontrar nuevos espacios de acumulación. Por este motivo ha de crear un «afuera» que bien puede ser el espacio exterior, como hace Elon Musk, pero también puede destruir aquellos bienes comunes.
Así pues, mi propuesta es muy simple: si queremos proteger nuestras vidas, hemos de restringir esta expansión infinita de capital porque está invadiendo los fundamentos básicos de nuestra existencia, y para hacerlo hemos de rehabilitar el común desmercantilizando el agua, la atención médica, la electricidad, los transportes públicos, las escuelas, y todo lo que ha estado bajo ataque del capital en los últimos treinta o cuarenta años de neoliberalismo.
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¿Por qué cree que el marxismo es la mejor herramienta intelectual para abordar la crisis climática?
Creo que la crisis del Antropoceno es generada por este sistema de valorización infinita del capital, y por tanto hemos de criticar el capitalismo. Pero ha habido mucha gente durante la historia que ha criticado de alguna forma el capitalismo. De hecho la mayoría de académicos habla de cómo regular el capitalismo o de cómo vivir mejor y más eficientemente dentro del capitalismo, sin intentar superar o ir más allá de este sistema.
Marx es uno de los pocos pensadores de la historia que ha profundizado de forma realmente sistemática no solo en los problemas del capitalismo sino también en cierta visión del poscapitalismo.
Pero, lamentablemente, durante el siglo XX Marx ha sido interpretado como una especie de productivista prometeico. Después de la caída de la Unión Soviética se trató a Marx como un pensador desfasado, y entonces llegaron los movimientos verdes y decrecentistas, que no han sido demasiado explícitos sobre la necesidad de ir más allá del capitalismo.
Si puedo contribuir a entender que Marx era un pensador realmente ecologista e incluso no-productivista y decrecentista, se abre un nuevo espacio donde la gente proveniente del ecologismo político, el decrecentismo y el marxismo pueden pensar juntos en una nueva manera de vivir más allá del capitalismo.
Usted contrapone el Marx de el Manifiesto comunista y el de El capital. ¿Puede explicar este salto de un Marx al otro? ¿Qué rol juegan los cuadernos de notas de Marx para entender este salto?
El paso de el Manifiesto comunista a El capital es en parte el paso hacia el reformunismo. En el Manifiesto, Marx era más optimista y pensaba que una revolución sería suficiente para tumbar el capitalismo. Pero entonces la revolución fracasó, después estalló una crisis que no dio paso a ninguna otra revolución, y Marx reconoció lo fuerte que es el capitalismo. Si lees El capital, especialmente el volumen primero, habla de acortar la jornada laboral, establecer escuelas taller y casas de oficios donde los trabajadores puedan aprender determinadas técnicas, o de reformas muy importantes bajo condiciones capitalistas. Al mismo tiempo, también se acercó a las posturas del asociacionismo.
Pero Marx también se volvió más ecológico. En las décadas de 1840 y 1850 era más optimista respecto al progreso tecnológico, pero en la de 1860 adoptó una mirada más crítica, especialmente al observar cómo los trabajadores habían sido degradados a una especie de accesorio de la máquina y cómo en la agricultura las tierras habían sido destruidas por la tecnología. Así pues, Marx ve que el capitalismo en realidad no conduce al progreso. Creo que esta transformación es muy importante. En cambio, John Bellamy Foster cree que Marx siempre fue ecológico.
Observando sus cuadernos de notas, que han sido ignorados durante mucho tiempo, podemos ver cómo Marx desarrolla estas ideas a principios de la década de 1860. Podemos descubrir nuevos aspectos de Marx que pueden ser muy útiles para trazar su pensamiento después de El capital, porque después de esta obra no publicó demasiado y en cambio se puso a estudiar a consciencia las ciencias naturales y las sociedades precapitalistas porque a menudo eran más sostenibles. Estas sociedades imponían muchas restricciones en lo que se podía producir y cómo se podía consumir. Las regulaciones comunales sobre las tierras, los bosques y otros recursos hacían que estas sociedades fuesen no solo igualitarias sino también ecológicas.
Finalmente, en la década de 1880, Marx dijo que la sociedad rusa podía saltar al socialismo sin pasar por el capitalismo, pero también dijo que la sociedad occidental tenía que aprender a volver a este tipo elevado de sociedad arcaica. En este sentido, creo que Marx se convirtió en un comunista decrecentista, tomando como modelo a aquellas sociedades precapitalistas como ideales para la sociedad poscapitalista.
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Marx tenía reputación de productivista, y en aquel momento yo no estaba seguro de que fuese un punto de referencia demasiado útil más allá de cuestiones como la lucha de clases y la explotación. Pero entonces conocí el proyecto MEGA y algunos académicos que ahora conozco muy bien eran miembros que se dedicaban a editar los cuadernos de notas de Marx, y resulta que los cuadernos en los que trabajaban los académicos japoneses eran sobre ciencias naturales. Entonces pensé que sería una buena manera de estudiar los temas que me interesaban, y la verdad es que funcionó muy bien e hice mi tesis doctoral sobre esto, pese a que había hecho mi tesis de máster sobre Hegel. Al principio tenía que hacer el doctorado también sobre Hegel, pero en el momento en que escribía la tesis del máster sucedió el desastre de Fukushima y no estaba del todo seguro de si tenía que hablar de cuestiones tan filosóficas y abstractas.
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Una de las características de nuestra escuela o enfoque, a diferencia de Uno y su escuela, consiste en leer El capital u otros textos de Marx en alemán y prestar atención a los manuscritos, cartas y cuadernos de notas. Uno consideraba que El capital era una mezcla de ideología y ciencia, y que se podía eliminar la parte ideológica y extraer la ciencia pura de los principios de la economía política. Así pues, él reconstruía las cosas y omitía muchas partes para hacer su propio sistema.
Nosotros más bien intentamos trazar por qué Marx escribe como escribe. En lugar de decir simplemente que se equivocaba o estaba confundido intentamos pensar con Marx y por qué tenía que escribir de tal o cual manera, incluso cuando es confusa. Cuando es confusa, ha de haber alguna razón por la cual lo es. Así pues, somos más empáticos con Marx. Algunos malentienden que nosotros lo dogmatizamos o intentamos protegerlo buscando en los cuadernos de notas y manuscritos para encontrarle una defensa, pero no es nuestra intención.
Creo que es obvio que la teoría de Marx es limitada, que no lo explica todo, especialmente en el siglo XXI. Además, El capital es una obra inacabada, y especialmente el volumen tercero es bastante inmaduro. Pero hemos de clarificar hasta qué punto llegó Marx, y para hacerlo hemos de seguir su propio pensamiento. Reconocemos los límites, pero al mismo tiempo tratamos de clarificar estos límites con más cuidado. Por ejemplo, Marx no predijo el cambio climático, pero sabía que el capitalismo contenía la contradicción ecológica que ha acabado generando el cambio climático.
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