domingo, 16 de agosto de 2020

Teoría de la extinción (y III)

Para completar la re-publicación del artículo de Troy Vetesse Una teoría marxista de la extinción, tras haber visto las dos primeras partes, La tragedia del ecologismo común y Subsumir y extinguir, traigo aquí la tercera.

Recordemos que la subsunción es la inmersión de un modo de producción en otro dominante, de modo que en una primera etapa las relaciones de producción internas del modo subsumido se mantienen, pero las externas son mediadas por el intercambio mercantil. Hablamos entonces de subsunción formal. En este caso la única forma de aumentar la productividad es la intensificación del trabajo, que mantiene las formas tradicionales.

Más adelante el modo subsumido se modifica, adoptando nuevas técnicas que aumentan la productividad, ese incesante motor de la acumulación, y asimilándose al modo dominante. Esta es la subsunción real.

Extendido el modo capitalista a la explotación de todo lo que existe, animales y plantas pasan a ser explotadas mediante la ganadería, el secuestro y la fábrica de la selva, fases analizadas en la segunda parte del artículo. La explotación, al chocar con los límites naturales, cuando la reposición es más lenta que la sobreexplotación, conduce a la extinción de muchas especies, y al frágil mantenimiento de las subsumidas.

En este momento crítico que vivimos la enorme cantidad de biomasa industrializada contribuye a la alteración de todos los equilibrios planetarios, como bien sabemos.

Por razones de índole termodinámica, la cadena trófica desperdicia energía a través de cada uno de sus eslabones:
La cadena trófica (del griego trophos, alimentar, nutrir)​ describe el proceso de transferencia de sustancias nutritivas a través de las diferentes especies de una comunidad biológica,​ en la que cada una se alimenta de la precedente y es alimento de la siguiente. También conocida como cadena alimenticia o cadena alimentaria, es la corriente de energía y nutrientes que se establece entre las distintas especies de un ecosistema en relación con su nutrición. 
En una cadena trófica, cada eslabón (nivel trófico) obtiene la energía necesaria para la vida del nivel inmediatamente anterior; y el productor la obtiene a través del proceso de fotosíntesis mediante el cual transforma la energía lumínica en energía química, gracias al sol, agua y sales minerales. De este modo, la energía fluye a través de la cadena de forma lineal y ascendente. 
En este flujo de energía se produce una gran pérdida de la misma en cada traspaso de un eslabón a otro, por lo cual un nivel de consumidor alto (ejemplo: consumidor terciario) recibirá menos energía que uno bajo (ejemplo: consumidor primario). 
Dada esta condición de flujo de energía, la longitud de una cadena no va más allá de consumidor terciario o cuaternario.
Por ejemplo, alimentar al ganado con soja es mucho menos eficiente que alimentarnos con ella. Sustituir los bosques tropicales por campos de soja o de palma es realmente un crimen ecológico. En definitiva, un crimen contra nosotros mismos.

También comer grandes pescados, como el atún, es un auténtico despilfarro de biomasa y de energía (además de que las sustancias tóxicas se concentran en los niveles superiores de la cadena), por no hablar del bajo rendimiento energético y los desechos de la piscicultura...

Por estas poderosas razones, el autor apuesta por el veganismo en defensa de la naturaleza, como una técnica de supervivencia. Pero aunque no adoptemos estrictamente esta postura, es indudable que alimentar a toda la población con las costumbres alimentarias actuales va siendo ya insostenible.

Como suele decir Jorge Riechmann, la conciencia de clase no basta ya para combatir al capitalismo depredador. Es necesario adquirir conciencia de especie. Que no puede separarse de la conciencia planetaria de la vida.

Equus quagga quagga
























Comunismo vegano

Karl Marx murió el 14 de marzo de 1883. Ciento cincuenta y un días más tarde, murió el último cuaga en un zoológico holandés.

El análisis de la subsunción formal y real, así como de sus formas intermedias, revela mecanismos de extinción específicamente capitalistas. Los capitalistas pueden tratar de pasar de la subsunción formal a la real una vez que se agota el número de especies, pero el ciclo de vida de la criatura puede ser demasiado delicado como para soportar el abrazo del capital, como sucede en el caso del atún. El capital puede que ni siquiera repare en si hay un sustituto adecuado disponible, como con el longhorn de Texas, que reemplazó al bisonte. Si una criatura es controlada por medio de la subsunción real, entonces no está amenazada por la extinción, excepto si se acaba diluyendo a través de cruces, como sucedió con los uros en 1627. Una vez que comienza la cría intensiva, como en el caso de la acuicultura del salmón o de las granjas de engorde, el capital va a tratar de aumentar la plusvalía relativa mediante el incremento de la productividad. Así como la productividad de un obrero de fábrica del siglo XIX aumentó al operar máquinas de vapor de mayor potencia que consumían cada vez más carbón, la subsunción real de la naturaleza permite la concentración de Naturkraft. La masiva población de ganado, artificialmente sostenida y que asciende a cerca de cincuenta mil millones, depende de cultivos nutridos por combustibles fósiles para mantenerse viva en este tipo de cantidades. Son fábricas vivas, motivo por el cual el Worldwatch Institute considera que la respiración del ganado es contaminación de gases de efecto invernadero, como si fuera expulsada por máquinas: vapores nocivos que componen el 51% de las emisiones totales.

La subsunción real ha permitido la expansión de la industria animal y es este proceso el que alienta de manera abrumadora la sexta extinción. Las industrias animales requieren más de cuatro mil millones de hectáreas, casi la mitad de la superficie habitable de la Tierra. Esta enorme cantidad de robo de tierras ya ha causado innumerables extinciones, pero llegarán más si la industria cárnica se duplica, como se prevé que suceda para 2050. La situación no es mucho mejor en el mar, porque muchos pescados muy demandados, especialmente el atún, son carnívoros voraces, lo que hace que el hecho de que los seres humanos se los coman sea tan extraño e ineficiente como sería comer bocadillos de tigre. Por cada mil toneladas de biomasa de atún (unos dos mil peces adultos), una operación de engorde de atún requiere entre cincuenta y sesenta toneladas de harina de pescado por día. Este alimento está empezando a ser escaso a medida que va creciendo la acuicultura y el rapto de atún, lo que obliga al capital a sondear profundidades cada vez mayores y a arrastrar la capa mesopelágica a cientos de metros de profundidad, dejando aún más hondas huellas de extinción. De esta manera, es posible ver los efectos de las formas intermedias. La ganadería aumenta la presión sobre otras criaturas, ya que el animal mercantilizado ocupa espacios enormes, mientras que el secuestro no solo ejerce presión tanto sobre el animal subsumido como sobre el ecosistema circundante; la tercera forma, la fábrica de la selva, acelera la decadencia de cualquier modo de producción que solo subsuma formalmente la naturaleza. Todas estas formas de subsunción deben ser revertidas si se quiere tener alguna esperanza de detener la sexta extinción. Esto implica devolver a la naturaleza al menos la mitad de la Tierra, incluyendo la mitad del mar. En este momento, solo una sexta parte de la masa terrestre del mundo tiene alguna protección y solo una veinticincoava parte del mar.

Los y las marxistas deben oponerse fervientemente a la dominación despiadada de la naturaleza por parte del capital, al convertir todo el mundo en una fábrica, un centro comercial o un vertedero de basura. A través de la subsunción, el capital aleja tanto a los humanos como a otras criaturas de su ser, de cómo deberían vivir naturalmente. La izquierda debe rechazar la Weltanschauung neoliberal según la cual la naturaleza es solo otra forma de capital: más bien, la izquierda debe esforzarse por apoyar también la autorrealización de la naturaleza. Es demasiado pronto para decir qué aspecto tendría eso, dada la escasez de trabajo marxista sobre el tema, pero como mínimo hay que dar más espacio a la flora y a la fauna silvestres, y ello implica que hay que poner freno a la ganadería. Aunque el análisis aquí esbozado se aplica a las plantas tanto como a los animales, evitar el consumo de productos animales minimiza al menos la complicidad con la subsunción de la naturaleza, dado el despilfarro que supone convertir el grano en carne y leche animal. Hacerse vegano es la acción más simple y efectiva que un individuo puede tomar para reducir su impacto medioambiental, aunque por supuesto ningún marxista se contentaría con una mera política de «estilo de vida».

Cualquiera que sea la forma que adopte la sociedad comunista del futuro, su surgimiento debe complementarse con la abolición de las industrias animales, que serán sustituidas por una agricultura orgánica vegana gestionada de manera comunitaria, de modo que la humanidad se mueva con cuidado por la biosfera global. Un dominio socialista de la naturaleza, que es lo que defiende la izquierda tecnófila, no va a detener la sexta extinción. En lugar de eso, la relación de la humanidad con la naturaleza debería estar guiada por la humildad, la empatía y la contención. La izquierda ha de preocuparse del hecho de que cualquier criatura sea subsumida en las fauces del capital y que permanezca cautiva o se extinga, condenando a la mitad de la creación al olvido.

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