Este libro de título provocador no va dirigido contra la idea de sostenibilidad, sino contra el empleo de la palabra para confundir, presentando como sostenibles cosas que no lo son.
Este naufragio de las palabras lo causa tanto su propio carácter polisémico basado en analogías como el empleo interesado, cuando no retorcido, que se hace de ellas. Una forma de utilización tendenciosa es dejar de lado el todo para ocuparse de alguna parte, y muchas veces de aquella parte que más nos aleja de una interpretación pertinente. Troceamos así la gran cuestión pendiente (los límites físicos del crecimiento) para tratar por separado aspectos inseparables.
Y un escamoteo muy claro es el que lleva a aplazar una y otra vez el tratamiento diáfano del tema principal.
Sobre el cambio climático, por ejemplo, podemos primero dudar de su realidad, luego admitirla como hecho comprobado, después negar sus verdaderas causas; admitidas finalmente, considerar que está fuera de nuestro alcance evitarlo (obviando que deberíamos frenar sus peores efectos). Con todo ello dejaremos para más adelante el abordaje de inconvenientes no deseados.
Este libro trata de puntualizar todos estos aspectos a los que se buscan habitualmente tratamientos paliativos, y como idea principal está el tema permanente del aplazamiento de las soluciones "para cuando sea posible" abordarlas. Un ejemplo diáfano es el de la "Agenda 2030" que pretende alcanzar ese contradictorio Desarrollo Sostenible para esa fecha (mientras tanto seguiremos desarrollándonos de forma insostenible). Aún más sorprendente es la fecha propuesta del 2050 para lograr la neutralidad climática (¿cuánto podrá haber empeorado el clima para esa fecha?) Porque ¡hasta alcanzar esa neutralidad la situación seguirá agravándose!.
El autor recuerda en esta entrevista que los próximos 10 años son críticos para disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero, y denuncia el hecho evidente de que «muchas empresas e incluso gobiernos están aumentando sus emisiones». Y nos apunta a todos, a la población en su conjunto, por ocultarnos a nosotros mismos que:
«a lo que nos resistimos como gato panza arriba es a un cambio de sistema económico que nos obligue a hacer mudanzas de calado en cómo funcionamos socialmente y como personas»
Entretanto, seguimos buscando las llaves bajo la luz de la farola, aunque las hayamos perdido en otro lugar.
Andreu Escrivà: «Queda más por salvar que lo que hemos perdido»
El divulgador y doctor en Biodiversidad publica Contra la sostenibilidad (Arpa Editores), un ensayo en el que rehúye las soluciones simplistas y retardistas contra el cambio climático.
Andreu Escrivà (Valencia, 1983) aparece sonriente en la pantalla. No es para menos. Acaba de publicar su tercer libro, Contra la sostenibilidad. Por qué el desarrollo sostenible no salvará el mundo (y qué hacer al respecto), un ensayo valiente que desmantela los mitos y leyendas que nos han vendido respecto a la crisis climática, y en el que aporta recetas para combatirla. Al fondo, pueden verse montones de estanterías repletas de volúmenes que hablan de su trayectoria: este doctor en Biodiversidad y licenciado en Ciencias Ambientales posee una gran erudición sobre un tema crucial para afrontar el siglo XXI, pero quizá su mayor virtud resida en la claridad de su escritura y esas dotes pedagógicas que lo convierten en un fantástico divulgador. Autor de Y ahora yo qué hago (2020) y Aún no es tarde (2018, Premio Europeo de Divulgación Científica Estudio General), su última obra, publicada con Arpa Editores, tiene visos de convertirse en una referencia para entender la crisis ecosocial y luchar contra el greenwashing. De ella conversamos.
¿Cómo surge el libro y cómo lo fue escribiendo? Cuenta que fue un proceso de años. ¿Ha pasado por distintas fases?
Hace diez años anoté un esquema que se llamaba contra el medioambiente, y ahí había algunos apartados… De hecho, contra el coche eléctrico era en realidad contra el coche híbrido, y había otros como contra el oso panda, pues era la típica conservación basada en especies peluche. Eso se quedó durmiendo en mi ordenador, yo pasé a escribir de cambio climático, y luego en enero de 2019 hice un hilo en Twitter criticando la palabra «sostenibilidad», porque tras una charla a la que asistí yo había cuestionado este término y hubo cierto revuelo. Obviamente, ya había críticas contra la sostenibilidad y el desarrollo sostenible, pero lo que me dio un calambrazo fue que en 2019 hubo mucha gente que reaccionó al hilo. Hasta me llamó un periodista de La Vanguardia, que hizo un tema sobre «palabras banalizadas» y me dio a entender que ahí había un caldo de cultivo interesante. Y así surgió Contra la sostenibilidad, que es una reflexión sobre si realmente estamos enfocando esto bien o no, porque ya tenemos demasiados indicios de que no estamos yendo por el buen camino: estamos planteando la movilidad como coche eléctrico, o el cambio de economía como economía especulativa de finanzas sostenibles… Todavía falta mucha reflexión, pero, así como en el 2017 o 2018 había que hacer un esfuerzo puramente divulgativo de qué es el cambio climático, ahora creo que la sociedad está más madura para participar y alentar debates más profundos, y eso me da esperanza.
«A lo que nos resistimos como gato panza arriba es a un cambio de sistema económico que nos obligue a hacer mudanzas de calado en cómo funcionamos socialmente y como personas»
Insiste en ir a la contra de muchos conceptos: contra el reciclaje, o contra la transición ecológica. De alguna manera, está intentando decirnos que hay que desaprender antes de ponerse en marcha a combatir la crisis climática. ¿Hemos sido engañados?
La palabra es desaprender, sí. Más que «contra» en el sentido de dinamitar un muro, se trata de quitar los ladrillos y construir otra cosa, cambiando algunos. La clave es que nos han hecho pensar que la sostenibilidad es una cosa que no es, que parece que hay que cuidar el envase de algo, o poner un sello verde a un coche que contamina mucho. Entonces, creo que ha habido un engaño. Hay una parte de autoengaño, porque al final nos gusta pensar que podemos cambiar pequeñas cosas y seguir igual; a lo que nos resistimos como gato panza arriba es a un cambio de sistema económico que nos obligue a hacer mudanzas de calado en cómo funcionamos socialmente y como personas. Pero, más allá de nuestras resistencias, creo que ha habido un esfuerzo muy consciente en muchos sectores por engañar. Desde cómo calificas una inversión como sostenible, hasta engaños como el del plástico, es decir, si conseguimos que la gente piense que el reciclaje funciona, seguiremos vendiendo mucho plástico. Y, por supuesto, el de las petroleras, el de Exxon, que hemos visto estas semanas. Ha habido un engaño deliberado, y yo creo que las grandes industrias se dan cuenta de que resulta más rentable, en vez de oponerse frontalmente, desviar la atención y dirigirnos por un sitio haciéndonos pensar que vamos por el buen camino, cuando no es así. Creo que hay un problema enorme con la sostenibilidad, porque se ha vaciado de significado y se ha rellenado con otros que no son positivos, y por lo tanto la palabra no nos sirve. Esa parte central no debe entenderse como una pataleta sino como un ejercicio, como tú has dicho, de desaprender.
Pero es mucho más difícil así, ¿no? Imagínese decirle a la gente: «ahora no sirve reciclar», con todo lo que hay montado alrededor.
No, no. Hay que decirle a la gente: hay que reciclar, y hay que hacerlo mejor, pero no nos pensemos que eso es la sostenibilidad, ni que simplemente reciclando eliminaremos el problema de la producción de plástico, o de la gestión de los residuos plásticos, o de cómo se ha extraído ese petróleo. Al final es tratar a la gente como adultos y no como a niños que coleccionan cromos de sostenibilidad. Evidentemente, si te compras una botella de plástico, hay que ponerla en el contenedor que toca. Igual que te digo que el coche del futuro será un coche eléctrico, y es mejor en términos medioambientales que un coche de combustión. Ahora bien, que sea mejor no implica que sea la solución maravillosa, porque el coche eléctrico lo que hace es bloquear cambios de movilidad a mayor escala: desechar el vehículo privado por el transporte colectivo, reducir el espacio del coche en la ciudad, ganar espacio urbano para renaturalizar, etc. Sé que es un ejercicio complicado, pero hay que diferenciar las cosas que genuinamente la gente hace para intentar disminuir su impacto ambiental, como ahorrar luz, agua, moverse menos, reciclar, etc., con el hecho de que ese sea el camino que tengamos que tomar como objetivo último o que eso sea la sostenibilidad. Un coche eléctrico es insostenible por definición; el consumo que tenemos de plástico, lo reciclemos o no, es insostenible, y ahí hace falta esa pedagogía. Yo espero que con cada capítulo la gente tenga una especie de caja de herramientas…
Hay una desigualdad abismal entre el consumo de recursos naturales por parte de los ricos, digamos el 10%, y el resto del planeta. Sin embargo, advierte que poner ahí el foco puede desincentivar la acción: si fulano viaja X veces en avión privado, yo me puedo ir de vacaciones a República Dominicana. Pero creo que hay que matizar también quién es «el resto», posiblemente en Europa muchos estemos, si no entre el 10% más rico, sí entre el 20%-25% mundial. ¿Cómo activar las conciencias?
Ésa es una de las partes más difíciles. Es verdad que cuando hablamos a nivel mundial, muchos nos asustaríamos de ver en qué porcentaje estamos de riqueza. Hay mucha gente en España que no se lo cree, pero estaría en el 10%, o incluso en el 5%, o aunque estemos en el 20%… Es ahí arriba. Otra cosa interesante es que la desigualdad de emisiones ahora mismo se explica más por la desigualdad dentro del propio país; es decir, ahora hay más diferencia entre los ricos y pobres del propio país en cuanto a emisiones de carbono que entre distintos países. Aquí tenemos un hecho incontestable, y es que cuanto más rico eres, más contaminas, y que los muy muy ricos contaminan muchísimo, con lo cual tenemos a gente que vive ajena a cualquier tipo de limitación y consideración sobre el daño que está haciendo.
Pero lo que yo digo es que el hecho de que Taylor Swift coja su jet privado hasta para comprar el pan no evita que tengamos que hacer transformaciones estructurales, y esa cuestión es fundamental. Ni prohibiendo todos los jets privados evitaríamos tener que hacer transformaciones profundísimas en nuestro modelo productivo, consumo de energía, materiales, etc. Ahora bien, no creo que esos cambios estructurales puedan darse en una sociedad que libremente deja que haya gente que se salte todas las normas y pague por emitir lo que quiera. La gente no se va a sentir impelida a actuar si sigue viendo cómo hay quien pasa de todo esto.
Es una cuestión simbólica, pero al final el cambio climático va también de narrativas, de historias personales y colectivas, de cambios políticos, y todo eso se construye con emociones y con vínculos. Por ejemplo, el mundo tenía el mismo conocimiento de las emisiones de CO2 antes de que Greta Thunberg se pusiera en huelga, pero ahí hay una historia, nos hace sentir partícipes de esta reclamación, de esta rabia. Pues yo creo que no nos vamos a poder sentir partícipes de un esfuerzo colectivo mientras sintamos que hay gente que escapa a él. Y por eso es tan importante limitar esos comportamientos y estilos de vida tan insostenibles de los ricos, para poder hablar de condiciones colectivas de vida.
«Muchas empresas e incluso gobiernos están aumentando sus emisiones. Los años críticos para disminuir emisiones son estos próximos 10 años»
Entre las estrategias fallidas contra las que hay que ir es importante destacar la neutralidad climática porque compone el núcleo de muchas políticas contemporáneas. ¿Puede explicar por qué es tan dañina?
La neutralidad climática suena muy bien: es un término que podemos entender y se puede revestir con mucha pompa. ¿Cuál es el problema? Que la neutralidad climática nos lleva a emitir tanto como lo que podamos absorber de gases de efecto invernadero (GEI): tú emites 10 y tienes que ser capaz de capturar 10. Ahí hay varios problemas. El principal es que estamos pensando en la neutralidad como meta para 2030 o 2050, cuando no debería ser una meta sino un paso, en el sentido de que no querríamos llegar a un estado de neutralidad donde lo que emitimos pueda ser absorbido, porque eso implica que la concentración de CO2 se queda estática.
Ahora mismo deberíamos estar pensando estrategias para disminuir esa cantidad de carbono que hay en la atmósfera, porque mientras esté estable en un nivel superior a las 350 ppm (partes por millón), y ahora estamos en unas 418, el calentamiento superior a 1,5 ºC y a 2 ºC está asegurado. Además, esos objetivos de neutralidad se están publicitando de cara a 2030, 2040 o 2050. Y muchas empresas e incluso gobiernos que publicitan estos objetivos están aumentando sus emisiones, con lo cual te están diciendo: de aquí a 20 años yo seré neutro, pero mientras voy aumentando, cuando justamente los años críticos para disminuir emisiones son ahora, estos próximos 10 años.
Y una última cosa por la que es tan perverso el término es que esa neutralidad climática viene dada por proyectos de captura de carbono que, o bien son experimentales de tecnología que no está a la escala necesaria ni va a estarlo en 20 años, o bien se basan en esquemas neocoloniales de intervención en territorios del Sur Global mediante los cuales se llega incluso a expulsar a la población indígena para plantar, por ejemplo, monocultivos de árboles que capturen CO2 porque le interesa a una empresa holandesa tenerlo en su memoria de sostenibilidad. Por eso creo que es uno de los conceptos que hay que combatir.
Partiendo de las enseñanzas de Erik Olin Wright, dice que hay que «erosionar el capitalismo» y actuar desde los intersticios. ¿Puede darnos ejemplos concretos de esa erosión?
[Cariacontecido – ríe] ¡No porque la esperanza cristalice en ideas abstractas tenemos que desecharlas! Yo creo que esos intersticios pueden surgir sobre todo del cooperativismo y el asociacionismo; es decir, de unirse con otras personas para ir cambiando pequeñas parcelas de realidad. Yo no salvo el mundo, pero soy de Som energia, que es una cooperativa energética. Estamos viendo que hay pequeños resquicios como ése, o las comunidades energéticas, o el autoconsumo, que por fin parece que está despegando. O los huertos vecinales, o que puedan vender los agricultores directamente a kilómetro cero. O, por ejemplo, la recuperación del espacio urbano. Al final son pequeñas utopías, como las superislas de Barcelona: no son perfectas, pero se ha recuperado un espacio que parecía cedido para siempre al coche.
Es verdad que son insuficientes, y a veces uno se siente impotente porque, por mucho que compre de proximidad, sigue viviendo en un sistema capitalista que no tiende a eso, pero sí que creo que hay una capacidad de erosionar desde distintos frentes y de visibilizar alternativas y posibilidades. A mí me gusta recuperar un ejemplo de Valencia. Aquí durante el franquismo, es decir, durante una dictadura fascista en la cual lo de la protesta estaba regular, se paralizó la urbanización del jardín principal, el río Turia, que iba a ser una autopista. Eso se paralizó por una protesta vecinal. Luego la Albufera, parque natural, también se iba a urbanizar y se paralizó por otra protesta vecinal muy fuerte. Ahora los valencianos y valencianas podemos disfrutar de estos espacios fundamentales porque hubo quien pensó que eso era posible en un momento de condiciones políticas mucho más adversas que las actuales. Yo ahí cojo inspiración. Creo que tenemos el deber de visibilizar las cosas buenas, de ver ese cambio. Por ejemplo, la experiencia de la Asamblea Climática, que muestra que la gente, cuando se la sensibiliza y dispone de tiempo para pensar y de diferentes científicos que le transmitan información, tiene muy claro el tipo de medidas por las que apuesta.
«Me posiciono en contra de los que conscientemente alimentan escenarios de miedo […] Eso puede ser cooptado por los ecofascismos»
Habla de ir «contra el catastrofismo»; sin embargo, los datos de emisiones, etc. no son nada halagüeños. En general, en su libro se da una reflexión muy profunda sobre qué términos emplear, qué palabras son más o menos apropiadas, cuáles son sus efectos… ¿La encrucijada de la crisis climática se juega en el lenguaje?
Tengo que decir que tengo muchas dudas sobre cómo comunicar todo esto. Y entiendo que humanamente es difícil enfrentase a la perspectiva de crisis climática, caos ecológico y hasta derrumbe civilizatorio que se pueden vislumbrar en el horizonte. Y creo que no tenemos que tildar de catastrofistas a quienes simplemente están compartiendo datos o dando la voz de alarma, pero hay determinado tipo de divulgación que, de forma consciente o inconsciente, lo que está haciendo es alimentar la inacción mediante la inoculación de la certeza de que no hay nada que hacer.
El problema es que, pese a que el cuerpo nos pida intentar sacudir a alguien, cogerle de las solapas y decirle: «¡¿Es que no lo ves, o qué?!», debemos intentar siempre que la gente se active, se movilice, piense, presione y cambie. Yo lo intento, quizá no lo consigo siempre, pero al final se trata de divulgar realidades y que esa divulgación ayude a la transformación. Creo que hay algunos tipos de comunicación científica o ambiental que no contribuyen a la activación, sino más bien lo contrario. A mí me han llegado algunas personas que me han dicho: oye, me he leído esta entrevista y es que no hay nada que hacer. Yo eso en Ahora yo qué hago lo cuento así: nos vamos a morir todos, y no por eso nos cruzamos de brazos y nos ponemos a reptar por el salón de nuestra casa. Pues esto es lo mismo: al final saber que va a ser difícil y que no va a salir como queremos no tiene que ser un impedimento para intentar hacer las cosas lo mejor posible. Mientras estemos aquí hay que intentar inocular la capacidad de acción.
Además, cuando yo voy contra los catastrofistas no voy a favor de los unicornios, sino de decir: vale, tenemos pérdidas muy graves a nivel de biodiversidad, temperatura, etc., pero queda más por salvar que lo que hemos perdido. Y ahí creo que algunas personas y movimientos tendríamos que hacer un examen de reflexión sobre qué estamos transmitiendo. Asumiendo que siempre transitamos la delgada línea en la cual si te pasas de optimista parece que no haya ningún problema, con lo cual, oye, ya lo vemos en 10 años, y si te pasas de negativo, pues para qué voy a hacer nada si está todo perdido. Eso es muy difícil. Yo me posiciono en contra de los que conscientemente alimentan escenarios de miedo, de no querer ver el futuro y de aversión a cualquier posibilidad de cambio, porque al final todo eso puede ser cooptado por los ecofascismos.