El biólogo estadounidense Randy Schekman, premio Nobel de Medicina en 2013, protesta en este artículo, publicado en El País el pasado día 12, contra el sistema de publicaciones en el mundo de la investigación.
Hace pocos días publiqué unas reflexiones del historiador británico Edward Palmer Thompson. Quise destacar su definición como charcutería intelectual de la búsqueda a cualquier precio del éxito profesional, particularmente entre los profesores e investigadores universitarios.
Esto se
observa muy bien en la meritología que las
revistas científicas, y particularmente las indexadas, otorgan a través de lo
que publican, y el procedimiento cuantitativo que lleva a muchos a valorar
sobre todo el número de las publicaciones, en un mercado del conocimiento en
que es difícil separar el grano de la paja.
Hoy mismo
publica Rebelión un artículo de Salvador López Arnal sobre este mismo texto de Schekman. Aún no lo he leído. Comprobaré a posteriori nuestras más que probables coincidencias...
Soy científico. El mío es un mundo profesional en el que se logran grandes cosas para la humanidad. Pero está desfigurado por unos incentivos inadecuados. Los sistemas imperantes de la reputación personal y el ascenso profesional significan que las mayores recompensas a menudo son para los trabajos más llamativos, no para los mejores. Aquellos de nosotros que respondemos a estos incentivos estamos actuando de un modo perfectamente lógico —yo mismo he actuado movido por ellos—, pero no siempre poniendo los intereses de nuestra profesión por encima de todo, por no hablar de los de la humanidad y la sociedad.
Todos sabemos lo que los incentivos distorsionadores han hecho a las
finanzas y la banca. Los incentivos que se ofrecen a mis compañeros no
son unas primas descomunales, sino las recompensas profesionales que
conlleva el hecho de publicar en revistas de prestigio, principalmente
Nature, Cell y Science. Se supone que estas publicaciones de lujo son el
paradigma de la calidad, que publican solo los mejores trabajos de
investigación. Dado que los comités encargados de la financiación y los
nombramientos suelen usar el lugar de publicación como indicador de la
calidad de la labor científica, el aparecer en estas publicaciones suele
traer consigo subvenciones y cátedras. Pero la reputación de las
grandes revistas solo está garantizada hasta cierto punto. Aunque
publican artículos extraordinarios, eso no es lo único que publican. Ni
tampoco son las únicas que publican investigaciones sobresalientes.
Estas revistas promocionan de forma agresiva sus marcas, de una
manera que conduce más a la venta de suscripciones que a fomentar las
investigaciones más importantes. Al igual que los diseñadores de moda
que crean bolsos o trajes de edición limitada, saben que la escasez hace
que aumente la demanda, de modo que restringen artificialmente el
número de artículos que aceptan. Luego, estas marcas exclusivas se
comercializan empleando un ardid llamado “factor de impacto”, una
puntuación otorgada a cada revista que mide el número de veces que los
trabajos de investigación posteriores citan sus artículos. La teoría es
que los mejores artículos se citan con más frecuencia, de modo que las
mejores publicaciones obtienen las puntuaciones más altas. Pero se trata
de una medida tremendamente viciada, que persigue algo que se ha
convertido en un fin en sí mismo, y es tan perjudicial para la ciencia
como la cultura de las primas lo es para la banca.
Es habitual, y muchas revistas lo fomentan, que una investigación sea
juzgada atendiendo al factor de impacto de la revista que la publica.
Pero como la puntuación de la publicación es una media, dice poco de la
calidad de cualquier investigación concreta. Además, las citas están
relacionadas con la calidad a veces, pero no siempre. Un artículo puede
ser muy citado porque es un buen trabajo científico, o bien porque es
llamativo, provocador o erróneo. Los directores de las revistas de lujo
lo saben, así que aceptan artículos que tendrán mucha repercusión porque
estudian temas atractivos o hacen afirmaciones que cuestionan ideas
establecidas. Esto influye en los trabajos que realizan los científicos.
Crea burbujas en temas de moda en los que los investigadores pueden
hacer las afirmaciones atrevidas que estas revistas buscan, pero no
anima a llevar a cabo otras investigaciones importantes, como los
estudios sobre la replicación. En casos extremos, el atractivo de las
revistas de lujo puede propiciar las chapuzas y contribuir al aumento
del número de artículos que se retiran por contener errores básicos o
ser fraudulentos. Science ha retirado últimamente artículos muy
impactantes que trataban sobre la clonación de embriones humanos, la
relación entre el tirar basura y la violencia y los perfiles genéticos
de los centenarios. Y lo que quizá es peor, no ha retirado las
afirmaciones de que un microorganismo es capaz de usar arsénico en su
ADN en lugar de fósforo, a pesar de la avalancha de críticas
científicas.
Hay una vía mejor, gracias a la nueva remesa de revistas de libre
acceso que son gratuitas para cualquiera que quiera leerlas y no tienen
caras suscripciones que promover. Nacidas en Internet, pueden aceptar
todos los artículos que cumplan unas normas de calidad, sin topes
artificiales. Muchas están dirigidas por científicos en activo, capaces
de calibrar el valor de los artículos sin tener en cuenta las citas.
Como he comprobado dirigiendo eLife, una revista de acceso libre
financiada por la Fundación Wellcome, el Instituto Médico Howard Hughes y
la Sociedad Max Planck, publican trabajos científicos de talla mundial
cada semana.
Los patrocinadores y las universidades también tienen un papel en
todo esto. Deben decirles a los comités que toman decisiones sobre las
subvenciones y los cargos que no juzguen los artículos por el lugar
donde se han publicado. Lo que importa es la calidad de la labor
científica, no el nombre de la revista. Y, lo más importante de todo,
los científicos tenemos que tomar medidas. Como muchos investigadores de
éxito, he publicado en las revistas de renombre, entre otras cosas, los
artículos por los que me han concedido el Premio Nobel de Medicina, que
tendré el honor de recoger mañana. Pero ya no. Ahora me he comprometido
con mi laboratorio a evitar las revistas de lujo, y animo a otros a
hacer lo mismo.
Al igual que Wall Street tiene que acabar con el dominio de la
cultura de las primas, que fomenta unos riesgos que son racionales para
los individuos, pero perjudiciales para el sistema financiero, la
ciencia debe liberarse de la tiranía de las revistas de lujo. La
consecuencia será una investigación mejor que sirva mejor a la ciencia y
a la sociedad.
Randy Schekman es biólogo estadounidense. Ha ganado el Premio Nobel
© Guardian News & Media, 2013.
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