Hace ya muchos años, un veterano y curtido comunista me reconocía que había un elemento compartido entre la religión y el ideario comunista: la fe. En cierto sentido puede interpretarse el comunismo soviético como una religión laica.
Sin tener fe en algo no se lucha por ello. El descreído no batalla si no es a la fuerza, y deserta en cuanto tiene la oportunidad de escapar.
Esa fe, inseparable de la esperanza, se fue perdiendo por el camino en la URSS, porque a diferencia de la fe religiosa, cuyas promesas son vagas e indeterminadas, imposibles de contrastar con la realidad, el comunismo soviético concretaba sus profecías a fecha fija. No prometía, como las religiones al uso, cuyas creencias están al margen de la razón, un paraíso poco definido, sin fecha ni comprobación posible. Al contrario, los planes quinquenales definían objetivos a alcanzar y establecían comparaciones con los logros de otros países. Incluso algún dirigente se atrevió a poner fecha fija a la llegada de una sociedad comunista. Cualquier fracaso, cualquier alteración no prevista, quedaba a la vista de todos.
Como estaba a la vista el escaparate capitalista, mostrando lo más brillante de sí mismo, mientras sus miserias e inseguridades no se percibían de la misma forma.
Muchas veces los logros económicos se conseguían a costa de desastres ecológicos, y ese desprecio por la naturaleza se pagó muy caro. Lo que ahora es un azote generalizado les llegó bien pronto. En realidad, fue la continua y difícil emulación con el capitalismo depredador la que forzó la máquina hasta agotarla. Pero lo que vemos agotarse en nuestros días es lo mismo que mató la religión soviética y matará la fe capitalista: un productivismo insostenible.
Otra razón del descreimiento vino de los propios logros del sistema. Cuando se alcanza un cierto nivel de prosperidad es fácil considerar lo que ya se tiene (alimento, cobijo, sanidad, educación...) como inamovible, y aspirar a otras cosas que se echan de menos. Los éxitos prácticos del desarrollo social y material soviético trabajaron contra la dimensión de creencia (religiosa) de su doctrina.
Sin olvidar cuántas veces es el comportamiento del clero el que seca la fe.
"Con armas derrotaremos al enemigo, con duro trabajo tendremos pan. ¡A trabajar, camaradas!". Años '20. |
He aquí otro apartado del artículo La disolución de la URSS que Rafael Poch escribió en 2017, al cumplirse cien años de la Revolución de Octubre. Esta era la presentación de la serie, que ahora enlazo con lo último que he (re)publicado, analizando la lenta degeneración moral del sistema soviético y sus causas.
Ahora el autor se ocupa, como ya he comentado, de la pérdida de la fe en el sistema por una población pasiva. La que por eso mismo hizo bien poco para defender sus mejores logros.
Un épico cartel de 1941 llamando a la defensa de Moscú ante la invasión nazi |
La disolución “espiritual”
Un sistema como el soviético se basaba en creencias. Eso tiene que ver con muchas cosas, pero también con el hecho de la fuerte impronta religiosa y mesiánica que el llamado “comunismo” ruso adquirió desde sus inicios. Un aspecto fundamental de la disolución de la URSS, fue, precisamente, el proceso histórico de evaporación de esa creencia.
¿Cómo se secó aquella fuente de pasiones y creencias que invocaba a la “unión de los proletarios del mundo entero”, que había vencido una guerra civil con 8 millones de muertos y otra mundial con más de 25 millones de muertos, pagando precios espantosos, que reconstruyó el país mayor del mundo, y que había colocado su símbolo, la hoz y el martillo, sobre el mismo globo terráqueo en su escudo estatal evidenciando extraordinarias pretensiones de fraternidad e internacionalismo?
En el invierno de 1989 visité Karakalpakia, una región autónoma de Uzbekistán, a orillas del Mar Aral. Era una zona prohibida y creo haber sido el primer periodista europeo en visitarla (no la república, sino la orilla).
En veinte años el mar había desaparecido como consecuencia de los excesos de la irrigación. En el antiguo puerto de Muinak, el agua quedaba a 50 kilómetros de distancia y los barcos de la flota pesquera, sólidos barcos de hierro de hasta 60 metros de eslora, estaban varados en la arena. La población sufría patologías relacionadas con los pesticidas y la sal del agua que bebía. Visité una fábrica de conservas que para no cerrar se nutría de pescado que tenían que traer desde el Báltico, a casi 4000 kilómetros de distancia… En la salida de la destartalada y apestosa fábrica había un cartel, oxidado como todo, en el que bajo la imagen de Marx se leía una cita que decía, “El socialismo superará al capitalismo”. El funcionario del KGB local que me acompañaba, vio que miraba el cartel y me dijo en un susurro pillo: “…sí, jé, jé, lo superará dentro de 2000 años...”
Si hasta un guardia civil de Karakalpakia, penúltimo rincón de la URSS, bromeaba sobre todo aquello, quería decir que, verdaderamente, estábamos ante un agotamiento general.
¿Por qué se agotó aquella fe?
Hay que comprender algo esencial. La promesa religiosa es vaga e indeterminada. La reencarnación, el reino de los justos y el paraíso son promesas sin fecha, sin comprobaciones, ni resultados prácticos. Se cree en ello y ya está. Así van pasando los siglos. Las religiones funcionan así. La doctrina soviética era una religión. Pero era una religión laica y concreta.
Sus promesas no solo llevaban fecha (los planes quinquenales, con sus metas cifradas, incluso el “comunismo” al que Jrushov puso fecha: 1980), sino que además debían ser comparadas en sus resultados prácticos con los resultados de otras naciones competidoras.
Esa es la contradicción esencial entre la doctrina soviética y su creencia, y una religión normal que no precisa ni demostración ni verificación. Solo fe.
Además, esa religión laica devaluaba y erosionaba su sacralización conforme se desarrollaban sus resultados prácticos. Cuando Rusia y su espacio euroasíatico la abrazaron en 1917, aquello era una sociedad campesina en un 80%. Con el tiempo cada vez había mayor nivel educativo, mayor normalización de la vida (menos movilizaciones y sacrificios, mayor consumo y reflejos familiares e individuales de tipo clase media, podríamos decir), una mayoría urbanizada ya desde los años 60, más información sobre lo que ocurría fuera del país, y por tanto mayor capacidad de comparación entre sistemas.
Cualquier producto de importación, desde una película de Louis de Funes en la que el gendarme representante de la autoridad era un tipo grotesco, pelota y mezquino, hasta unos pantalones tejanos o la música de moda, o un radiocasete, actuaba como agujero en el muro del templo a través del cual cualquiera podía asomarse, mirar y extraer sus propias conclusiones.
Y lo que se veía por esos agujeros no era el trabajo infantil en India o Brasil, sino las luces de occidente; Nueva York, París, Londres…
De alguna forma, los propios éxitos prácticos del desarrollo social y material soviético trabajaron contra la dimensión de creencia (religiosa) de su doctrina.
En los años setenta, la afirmación central de la doctrina oficial de que la URSS representaba un estado de cosas al que toda la humanidad debía aspirar y acceder algún día (“El comunismo radiante porvenir de la humanidad”, la hoz y el martillo sobre el globo terrestre) ya había perdido toda fuerza religiosa. Contaban aspectos más banales y menos heroicos en las mentalidades: ¿Hay salchichón? ¿hay huevos y papel higiénico en las tiendas?
Fue así como el comunismo ruso-soviético perdió su alma. Una cuenta atrás que comenzó en el mismo momento de su sacralización.
Llegados aquí, dejemos clara una cosa: Todo esto no tiene nada que ver ni con la vigencia de la aspiración humana a una vida y un mundo menos injusto, ni con la actualidad del comunismo en general. Con lo que tiene que ver es con la historia ruso-soviética.
Sin atender a esto, al largo y larvado proceso histórico de muerte espiritual del comunismo como doctrina y creencia, sin esta disolución espiritual, no se entienden las otras dos disoluciones, la técnica y la degenerativa, de nuestro esquema. No se entiende la facilidad con la que todo ocurrió, sin que nada ni nadie lo impidiera u objetase.
Pasemos ahora a las consecuencias de la disolución de la URSS, último punto de mi exposición, que será mucho más breve y podemos liquidar en dos brochazos, porque todos ustedes las perciben de una u otra forma.
"...el conocimiento romperá las cadenas..." |