jueves, 6 de abril de 2017

Pensionistas y jubilados



Y si ellos no se apartan voluntariamente encontraremos la forma de apartarlos y depojarlos de su dignidad, en primer lugar ante sí mismos.

En su columna habitual Ángulo de refracción del mensual Mundo Obrero, y bajo el títular interrogativo ¿Trabajo digno? escribe Constantino Bértolo:
Bajo la cultura del capitalismo el trabajador se auto-observa él mismo como capital pues la praxis capitalista nos lleva fácilmente a pensar que nuestra fuerza de trabajo es un capital que negocia y dialoga con el capital de quienes poseen los medios de producción. Nos convertimos así en un capital que necesita ser capitalizado, subsumido, por un capital ajeno. Vía esa institución que se llama contrato llegamos a pensar que el trabajo es el resultado de una negociación entre capitales: el propio del trabajador y el propio de la empresa. En ese contexto capitalista la dignidad del trabajador descansaría sobre la posesión de ese capital-fuerza de trabajo. Trabajo digno significaría por tanto contrato digno. El solapamiento entre trabajo y contrato se vuelve así el espacio que permite hablar de dignidad y desde esta premisa serían los sindicatos lo que tienen la responsabilidad de mantener los niveles de dignidad que ellos mismos, como representación de los trabajadores, determinen.
Si efectivamente se hace residir la dignidad del trabajador sobre la posesión de su "capital=fuerza de trabajo", quienes no poseen esa fuerza o carecen de capacidad para ejercerla son desprovistos, se quiera o no, de buena parte de esa dignidad.

Tanto tienes, tanto vales es en el fondo lo que el sentido social común tiene asumido como un hecho incontrovertible.

¿En qué se basaba el prestigio de los ancianos en las sociedades antiguas, agrícolas y ganaderas? En su capital, un capital de experiencia y conocimientos acumulados que era valorado por los más jóvenes, sobre todo en sociedades ágrafas, en que la transmisión oral del conocimiento hacía de los ancianos verdaderos libros vivos.

El jubilado actual es un capital laboral amortizado. Su prestigio social ha caído, como por otra parte ocurre con los desempleados, sean los mayores en paro de larga duración o aquellos "jóvenes aunque sobradamente preparados" sin mucha esperanza de encontrar un trabajo acorde con esa preparación. Es decir: quienes carecen de un trabajo digno (que es su capital, porque el capitalista dispone de otro para que le otorgue dignidad), esos son desplazados como inútiles, parásitos, y en consecuencia menos dignos.

Hace ya muchos años que en la Costa del Sol se distinguía entre "los moros" y "los árabes". No hace falta aclarar quienes eran unos y otros.

Por cosas como esta me rechina que la página sindical de la Federación de Pensionistas y Jubilados de Comisiones Obreras omita el segundo término, lo que según alguna explicación oída obedece a evitar una redundancia, porque "los jubilados son pensionistas".

Tendré que aclarar de nuevo que para mí la dignidad no la confiere el capital-trabajo, que los pensionistas por otras razones (discapacitados, enfermos), como los menores de edad, no tienen ni un gramo menos de dignidad que los trabajadores. Pero en el imaginario colectivo el término pensión, contaminado por la idea de que trabajo es dignificado por su carácter de capital del trabajador, tiene algo de olor a "beneficencia", de algo que en el fondo se otorga sin merecimiento al que lo recibe.

Gritemos a los cuatro vientos que no es así, que alguien que no puede trabajar no recibe la generosa ayuda de una pensión como un don no merecido. Pero el caso del jubilado ni siquiera puede ser interpretado como ese don que se concede graciosamente. Porque al jubilado, en un sistema de capitizacn como el nuestro, simplemente se le devuelve algo que estuvo acumulando en toda su vida laboral. Y que la cuota del empresario tampoco es otra cosa que una parte diferida del salario. La que aún así le permite obtener un plusvalor y seguir acumulando capital. Capital de verdad.

Hay que ser cuidadosos con las palabras, porque el lenguaje no es neutro. El lenguaje dominante contiene las ideas dominantes, las de la clase dominante. Por eso quiero acabar este exordio con unos párrafos leídos aquí:

Hacer política y empezar por el principio, por utilizar el lenguaje
 
Rebelión
 
 
(...)

El lenguaje se usa política/ideológicamente para preparar el terreno de la acción posterior, el lenguaje es herramienta de Poder, siendo la apropiación de los significados una estrategia a largo plazo, ya que la violencia sistémica no se puede mantener en el tiempo, interesando por tanto la permanencia de la Idea [...] integrada como ética de tribu [...].

Este uso sistémico del lenguaje se afina de tal modo que, por ejemplo, con el uso diferencial entre los calificativos radical, y de izquierdas, se separa/condiciona/neutraliza a una parte de la población que podría ser mas fuerte unida. Radical [...] se convierte en neutralizador/acusativo político, usado indistintamente para denigrar/criminalizar al sujeto al que se le aplica tal concepto, con la clara intención de invalidar de principio los argumentos y proposiciones que expone el/la criminalizada/o-descalificado/a.

Se podría pensar que quienes usan ofensivamente (en términos de daño) este calificativo, lo hacen desde otras acepciones existentes, tales como: partidario de reformas extremas, o intransigente, siendo la verdad que, si de lo que se habla es de una reforma, esta nunca puede ser extrema, ya que solo modifica en parte lo existente, y ser extremista, tajante o intransigente, solo son descalificativos subjetivos que se usan interesadamente para inducir el rechazo de los así calificados.

Radical es una más de las acepciones que se usan de forma torticera. En la misma situación se encuentran utopico, antisistema, antidemócrata, extremista, feminista, ácrata, comunista, okupa, marginal, etc., pero también pobre, identificándolo con “gentuza que vive de las subvenciones y comedores de caridad.” La idea como expresión del lenguaje más ideológico lleva al dislate neodarwinista según el cual “los pobres tienen un nivel de inteligencia inferior al de los adinerados”, con lo cual, el pobre no solo es culpable, sino tonto. Estas son expresiones de odio/desprecio hacia una parte importante de la población; la gente sin ingresos estables o salarios de pobreza. También dirán que tal barrio está lleno de delincuentes, cuando es un barrio combativo -rojo-, de gente que se define obrera/trabajadora, y tiene inmigración y pobreza. Los barrios buenos son los que la mayoría de su población se considera de “clase media” [...] y votan al bipartidismo de siempre.

El lenguaje no es neutro y es utilizado por la cultura (tampoco es neutra) como objeto y campo de lucha del/por poder, y como base necesaria de este. Esta cultura es forjadora del sentido de la identidad e interpretación colectiva y de producción simbólica mediante las cuales, cada sociedad, en cada época, explica/justifica los hechos y funcionamiento del Poder, así como normaliza/uniformiza las acciones del común hasta hacerlas hábitos.

(...)

1 comentario:

  1. "El lenguaje, los conceptos y los eufemismos son armas importantes de la lucha de clases «desde arriba», concebidos por periodistas y economistas capitalistas para maximizar la riqueza y el poder del capital. En la medida en que los críticos progresistas e izquierdistas adoptan estos eufemismos y su marco de referencia, sus críticas y las alternativas que proponen se ven limitadas por la retórica del capital. Poner «comillas» entre los eufemismos puede ser una señal de desaprobación, pero no sirve para promover un marco analítico distinto, necesario para el éxito de la lucha de clases «desde abajo». Y lo que es igual de importante, elude la necesidad de una ruptura fundamental con el sistema capitalista, incluido su lenguaje corrupto y sus conceptos engañosos.

    Los capitalistas han derribado las conquistas más esenciales de la clase trabajadora y nosotros no podemos contraatacar el dominio absoluto del capital. Esto debe volver a plantear la cuestión de la transformación socialista del Estado, la economía y la estructura de clases. Una parte intrínseca de este proceso debe ser el rechazo absoluto de los eufemismos utilizados por los ideólogos capitalistas y su sustitución sistemática por expresiones y conceptos que reflejen fielmente la cruda realidad, que identifiquen claramente a los responsables de esta decadencia y que definan a los agentes políticos de la transformación social."
    James Petras - Política del lenguaje

    http://www.rebelion.org/noticia.php?id=150182

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