martes, 28 de noviembre de 2017

Complejidad... ¿qué complejidad?

En el blog The Oil Crash se ha venido publicando un debate sobre decrecimiento y complejidad. La polémica versa sobre si el decrecimiento obligará a disminuir la complejidad o si puede evitarse la descomplejización de las sociedades.

En realidad, todo depende de la definición que se adopte para la complejidad. Lo que hay que valorar no es lo complicado de un mecanismo, sino su eficacia para lo que se pretende conseguir. Y en lo que se pretenda conseguir está la clave, porque ahí entramos en el territorio de los valores. El positivismo los da por eternos e inmutables, el posmodernismo por poco menos que inexistentes, cuando siempre están ahí como referencia, y dependen estrechamente de la perspectiva de la época y de la clase social.

En el fondo del debate no está la complejidad como asunto técnico: lo que importa en realidad es la estructura y organización, porque la complejidad en sí misma, entendida como pura complicación, no garantiza el buen funcionamiento. Y  el buen funcionamiento es valorable según quién, cómo y cuándo lo evalúe.

Llegada la organización a un punto en que la complejización es ya un lastre, la estructura se puede (se ¿debe?) simplificar. Pero la nueva síntesis acumula la historia y hereda lo experimentado anteriormente. El desarrollo social, como el de los organismos vivos, acumula en el presente todo el pasado. ¿Puede considerarse menos complejo lo que está mejor armado?

(Ocurre esto en la ciencia. La complejidad de interpretación de los movimientos planetarios que llegó a alcanzar el sistema ptolemaico, con sus epiciclos, fue sustituida por la más simple explicación de Copérnico. Pero la síntesis copernicana acumulaba la experiencia y el saber de los astrónomos anteriores. De nuevo, fueron las precisas mediciones de Tycho Brahe las que aprovechó Kepler para ¿simplificar? la explicación de la dinámica planetaria).

Vuelvo al tema que nos ocupa y preocupa. En el estado de crisis global en que nos hallamos, se utiliza para vislumbrar el futuro la metáfora del Titanic. La incertidumbre sobre lo que vendrá se centra en si es aún momento de evitar el choque o debemos preparar los botes salvavidas.

En todo caso, lo que nos pone de acuerdo es que la sociedad del futuro será muy diferente de la actual. Y según los puntos de vista será más simple o más compleja.

Del artículo que pretende armonizar las visiones contrapuestas sobre el tema, me interesa destacar lo que debería orientar una transición ordenada. El autor viene a decir que la descomplejización ya se ha producido en las mentes, y da unas pautas para establecer la nueva complejidad.




Eduardo García Díaz

(...)

Lo que planteo es que, en el caso del ideario colectivo predominante,  no podemos hablar de descomplejización provocada por el choque con nuestros límites biofísicos, pues ya el pensamiento predominante en los pasajeros, antes del choque, ha sido convenientemente descomplejizado por los mecanismos de alienación  propios del capitalismo.

En consecuencia, y si consideramos el criterio de la resiliencia, mi argumento es que la mayoría de los pasajeros del Titanic carecen de la capacidad de investigar y resolver los problemas de supervivencia que deben enfrentar. De ahí que sea tan relevante  que los colectivos que constituyen la vanguardia ecologista hablen menos de volver al “pensamiento sencillo” y más de cómo desarrollar en la población la transición desde un pensamiento simplificador hacia otro complejo. Transición que debe entenderse como un cambio hacia:

  • Una perspectiva más sistémica del mundo, superadora de la visión aditiva de la realidad y de las formas de actuación y de pensamiento basadas en lo próximo y evidente, en la causalidad mecánica y lineal, en las dicotomías y los antagonismos, en la idea estática y rígida del orden y del cambio. Al respecto, habría que considerar todos los posibles elementos, relaciones y variables que están implicados en cada problemática, adoptando una perspectiva integradora que contemple a la vez lo global y lo local, que evite los planteamientos reduccionistas y que supere la dicotomía entre los aspectos naturales y los sociales.
  • Una integración de los diferentes tipos de conocimientos (conceptual, procedimental y actitudinal) entre sí y con la acción, estableciendo conexiones entre la ciencia y el ámbito de las actitudes, los valores y las emociones.
  • Una mayor capacidad para ir más allá de lo funcional y concreto, para abandonar lo evidente y para ser capaces de adoptar diferentes perspectivas, a la hora de interpretar la realidad y de intervenir en la misma, superando las visiones egocéntricas, sociocéntricas y antropocéntricas. La perspectiva compleja supone describir cualquier evento desde la triple perspectiva (simultáneas) del mesocosmos (lo perceptible, evidente y próximo a nuestra experiencia), el microcosmos (lo no perceptible por ser muy pequeño) y el macrocosmos (lo muy grande). Y otra perspectiva  del cambio y del tiempo, considerando el cambio del mundo como un cambio evolutivo (más bien una coevolución de los distintos sistemas complejos que lo habitan) e irreversible, que supere los enfoques fijistas, estáticos, fatalistas y cíclicos.
  • Un mayor control y organización del propio conocimiento, de su producción y de su aplicación a la resolución de los problemas complejos y abiertos de nuestro mundo, superándose, por una parte, la dependencia de la cultura hegemónica y de sus valores característicos (con el desarrollo de actitudes de tolerancia, solidaridad, cooperación, etc.) y, por otra, la sumisión a los dictados del experto (técnicos, políticos). Supone, sobre todo, trabajar la transición desde la perspectiva del antagonismo (el motor de las cosas es el enfrentamiento, el egoísmo, la competencia, el dominio, etc.) hacia la de la complementariedad (solidaridad, altruismo, defensa de lo común, la unión hace la fuerza, la acción más eficaz se basa en la cooperación, todos dependemos de todos...).
(...)

1 comentario:

  1. La deliberada simplicidad de las respuestas, elaboradas y emitidas para ocultar la complejidad de los problemas, forma parte de la beligerante negatividad de los mismos.

    Como bien dijiste en un reciente comentario en Arrezafe, "Un enfermo terminal que no quiere reconocer su enfermedad ya está muerto". Afirmación que, en este caso, podríamos formular de la siguiente manera: Un enfermo que no asume la complejidad del mal que le aqueja y la de sus posibles remedios, está desahuciado.

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