jueves, 1 de septiembre de 2022

Epicuro, maestro de la moderación, y su vigencia

Hacia un ecologismo epicúreo es un artículo que Jorge Riechmann incluyó en su obra Un buen encaje en los ecosistemas.

Hallo en él algunas anotaciones de gran interés para educar en la imprescindible moderación de esta carrera desenfrenada hacia... ¿dónde?

He aquí una explicación sencilla sobre la incapacidad del sistema para encontrar un equilibrio cuya búsqueda lo desequilibra sin remedio:

No deberíamos subestimar la profundidad de la crisis en la que nos encontramos: vale decir, la lejanía del sistema respecto a posiciones de equilibrio. Vale la pena, en este punto, evocar alguna de las reflexiones de Immanuel Wallerstein: 

“He explicado que la fuente de la destrucción ecológica es la necesidad de externalizar costes que sienten los empresarios y, por tanto, la ausencia de incentivos para tomar decisiones ecológicamente sensatas. He explicado también, sin embargo, que este problema es más grave que nunca a causa de la crisis sistémica en que hemos entrado, ya que ésta ha limitado de varias formas las posibilidades de acumulación de capital, quedando la externalización de costes como uno de los principales y más accesibles remedios paliativos. De ahí he deducido que hoy es más difícil que nunca obtener un asentimiento serio de los grupos empresariales a la adopción de medidas para luchar contra la degradación ecológica. Todo esto puede traducirse en el lenguaje de la complejidad muy fácilmente. Estamos en el período inmediatamente precedente a una bifurcación. El sistema histórico actual está, de hecho, en crisis terminal. El problema que se nos plantea es qué es lo que lo reemplazará. Ésta es la discusión política central de los próximos 25-50 años. El tema de la degradación ecológica es un escenario central para esta discusión, aunque no el único. Pienso que todo lo que tenemos que decir es que el debate es sobre la racionalidad sustantiva, y que estamos luchando por una solución o por un sistema que sea sustantivamente racional” (Immanuel Wallerstein, “Ecología y costes de producción capitalistas: no hay salida”, Iniciativa Socialista 50, otoño de 1998, p. 62). Vale decir: lo decisivo no se juega en la racionalidad formal de los cambios marginales dentro del sistema, sino en la racionalidad sustantiva del cambio hacia otro nuevo sistema.

Las cuatro "leyes informales" de la ecología incluyen tres que ya fueron formuladas por el materialista Epicuro. La que el conocimiento sobre la evolución ha añadido tiene que ver con el larguísimo tiempo histórico de los procesos de la naturaleza frente a los vertiginosos cambios que la humanidad ha introducido en ella, en especial con el desarrollo capitalista, sin considerar lo poco que sabemos sobre sus inciertas consecuencias posibles. En este sentido, "la naturaleza sabe más":

“La importancia del materialismo para el desarrollo del pensamiento ecológico puede entenderse más claramente, desde la perspectiva ecológica contemporánea, si se consideran las cuatro ‘leyes informales’ de la ecología, bien conocidas, que ha formulado Barry Commoner. Son éstas:

(1) todo está relacionado con todo lo demás;

(2) todas las cosas van a parar a algún sitio;

(3) la naturaleza sabe más;

(4) nada procede de la nada.

Las dos primeras de estas ‘leyes informales’ y la última de ellas eran destacados principios de la física de Epicuro, en los que hace hincapié el libro I de Lucrecio, De rerum natura, que fue un intento de presentar la filosofía epicúrea en forma poética. La tercera ‘ley informal’ parece a primera vista implicar un determinismo teleológico naturalista, pero en el contexto en que la formula Commoner se entiende mejor en el sentido de que ‘la evolución sabe más’. Es decir: en el curso de la evolución –que debe entenderse no como un proceso teleológico o rígidamente determinado, sino como un proceso que contiene enormes niveles de contingencia en cada uno de sus estadios–, las especies, incluidos los seres humanos, se han adaptado al medio en el que viven mediante un proceso de selección natural de las variaciones innatas que opera en una escala temporal de millones de años. De acuerdo con esta perspectiva, deberíamos proceder con precaución al llevar a cabo cambios ecológicos fundamentales, y reconocer que, si introducimos nuevas sustancias químicas sintéticas, que no son producto de una larga evolución, estamos jugando con fuego”.

Sobre la falsa imagen que se proyectó sobre el epicureísmo como excusa para el desenfreno, comentaba Francisco Fernández Buey:

“Valoraba Manuel Sacristán en alto grado la obra de Epicuro por su materialismo, por su forma de entender la relación de los hombres con los dioses y, sobre todo, por su forma de defender la libertad. Por eso dijo y escribió varias veces que los marxistas son también cerdos del rebaño de Epicuro. Pero, justamente porque priorizaba la política como ética pública o colectiva, no los quería sueltos, es decir, yendo cada cual a lo suyo, a la salvación de su alma, sino en rebaño, en comunidad, con conciencia de los fines colectivos, al servicio de la colectividad”. 

La referencia al rebaño de Epicuro merece una explicación. En una carta que escribió el poeta latino Horacio a un amigo, le cuenta con lujo de detalles un banquete descomunal. Le presenta y describe los platos que ha probado y contabiliza los litros de vino que su organismo feliz ha recibido. El poeta se despide con la siguiente frase: “Te saluda un cerdo de la piara de Epicuro”. El epíteto funda un equívoco: para muchos el epicureísmo se asociará con la desmesura y la concupiscencia, mientras que si algo caracterizaba a su fundador era el ascetismo no enemistado con el placer.

¿Es el beneficio personal, como piensan los ultraliberales, la única guía que dirige la acción humana? Si así fuera no habría esperanza de resolución para los grandes problemas colectivos. Si hemos llegado hasta aquí es precisamente gracias a la gran capacidad humana para la cooperación: 

Gerhard Scherhorn y sus colaboradores han mostrado que los seres humanos están dispuestos a participar en tareas comunitarias importantes sin expectativas de ganancia personal. El estímulo proviene de los bienes comunes producidos mediante la acción colectiva. Las condiciones que favorecen esta disposición participativa pueden enumerarse:

  1. La acción ha de ser concreta, sus objetivos bien delimitados.
  2. Fuerzas y recursos han de ser adecuados al objetivo (de manera que haya perspectivas de éxito).
  3. Ha de procederse con justicia, de forma que todos o la gran mayoría participen, sin que la gente se escaquee.
  4. Las cargas han de repartirse equilibradamente, de acuerdo con las capacidades y recursos de cada uno/a.

Con este tipo de conocimiento (y no es escaso el ya acumulado por las ciencias sociales), podemos organizar contextos que favorezcan la cooperación en vez de disuadir frente a la misma.

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