martes, 23 de julio de 2024

"Mujer" y "trabajadora": una intersección ineludible

El final inconcluso de El Capital se interrumpe con una pregunta cuya respuesta no llegó el autor a desarrollar: ¿Qué es una clase?

El término tiene una definición tan amplia que ampara multitud de clasificaciones, siempre excluyentes de los elementos extraños a ella. El diccionario da dos acepciones:

1. nombre femenino
Conjunto de elementos con caracteres comunes.
Similar: género, especie, familia, orden, tipo, raza, casta, categoría...

2. nombre femenino
Conjunto de personas del mismo grado, calidad u oficio.
"La clase de los trabajadores."

La segunda restringe el concepto a grupos humanos, las "clases sociales", y es obvio que es la que consideraba Marx y la que nos interesa aquí.

Clase burguesa, clase obrera, pero también se habla de clase médica, clase política, clase empresarial, clase funcionarial, clase forense... ¿Hablaremos de "clase femenina"?

Podemos y debemos, desde luego. Siguiendo la definición no hay duda de que las mujeres constituyen una clase, al ser un conjunto de personas agrupables en la misma categoría. El feminismo ve en la mujer ese carácter de clase y demanda para ella la igualdad de derechos y oportunidades con el varón, restringida o directamente negada en casi todas las sociedades a lo largo de la Historia. Hay un paralelismo evidente entre las reivindicaciones de la clase trabajadora y las planteadas por las feministas.

El movimiento sufragista comenzó reivindicando derechos políticos, en primer lugar el derecho al voto. Aunque estaba implícita en los principios de la Revolución Francesa, la igualdad pregonada, de una forma que hoy nos puede sorprender, no se extendía a las mujeres (tampoco a la mayoría de la población masculina), del mismo modo que la Constitución proclamada en Estados Unidos no consideraba en la práctica que los esclavos fueran "hombres" al declarar que "todos los hombres nacen libres e iguales".

Como la igualdad de derechos políticos no se extendía a los ámbitos social y económico, las reivindicaciones de las clases subalternas se ampliaron pronto a estos espacios. Así surgió un potente movimiento obrero. Tuvo que pelear por su derecho al voto, impedido por el sufragio censitario, pero desde luego no se limitó a exigir ese reconocimiento.

Tampoco el feminismo pudo conformarse con la igualdad de derechos políticos, y fue en el seno del movimiento proletario donde, además de plantearse la igualdad entre los trabajadores de ambos sexos, se desarrolló un feminismo que iba más allá del sufragismo. La clase obrera femenina también exigía sus derechos.

Formalmente, en muchos países las mujeres han logrado emanciparse políticamente. Pueden elegir y ser elegidas, ocupar puestos antes reservados a los varones. Sigue habiendo de todos modos una brecha cuantitativa aunque cualitativamente no la haya. 

Hoy se llega a reivindicar la igualdad varón-mujer incluso en sectores privilegiados, si las mujeres son aún minoría en ellos. Se reclama la paridad hasta en los consejos de administración de las grandes empresas. Pero esta "igualdad estratificada" desvirtúa la situación real del conjunto de las mujeres, porque soslaya la desigualdad radical entre unas y otras, enmascarada por esa igualdad encerrada en los márgenes de cada nivel socioeconómico.

Que una mujer pueda presidir un gobierno o un consejo de administración no es un logro feminista si sus prácticas no cambian las de los varones más reaccionarios. Margaret Thatcher supuso más un freno que un avance.

Pertenecer a distintos colectivos puede crear conflictos cuando la defensa de uno de ellos distrae la atención de los otros. Poco deberían importar a la mujer trabajadora el feminismo empresarial o el nobiliario mientras se mantenga la desigualdad entre las mujeres ricas y ociosas y las trabajadoras pobres.

El concepto clave de "mujer trabajadora" no puede estar reservado para las que trabajan a cambio de un salario, sino que abarca a todas las que se ocupan del mantenimiento y el cuidado en el ámbito familiar. El patriarcado es mucho más antiguo que el capitalismo y ya ignoraba el trabajo doméstico. El capitalismo, preocupado exclusivamente por la obtención directa de plusvalía, ignora y desprecia lo que existe fuera de los circuitos mercantiles. Esta consideración como "no productivos" de los trabajos no mercantilizados cala tan hondo que he oído decir a un amigo que los servicios de salud no eran producción. Quedó algo perplejo cuando le pregunté si el negocio sanitario era productivo...

¿Y dónde dejamos a aquellas mujeres cuya orientación sexual las incluye en el colectivo LGTBIQ+? Pueden ser también obreras. No hay contradicción en incluirlas en ambos grupos si eso no desvía la atención de los problemas y demandas del otro lado.

Recordemos los roces que produjo la llamada "Ley Trans" para no dejarnos arrastrar a polémicas inútiles y perjudiciales. Eso sí, denunciemos las maniobras que pretenden diluir el significado de clase (obrera) que nunca debe abandonar el Día de la Mujer TRABAJADORA.

Manifestación por el 8M, en Pamplona. EUROPA PRESS/Eduardo Sanz

El 8M no es el día de todas las mujeres

05/03/2024

En el torbellino de noticias, consignas, cobertura mediática y manifestaciones que inundan las calles cada 8 de marzo (y no solo, hay que sumar la previa y la resaca) se han ido perdiendo los dos elementos esenciales que vertebraban este día. Porque el 8M no es el día -ni nunca ha sido- de la diversidad sexual, ni el día contra el genocidio, ni el día de pelear contra la monogamia, ni el día de los drag queens y, sin embargo, todo lo anterior, son ejemplos de carteles donde el "8M" es el denominador común. Se ha perdido de forma fulminante y en muy pocos años, que el día 8 de marzo es el día internacional de la mujer trabajadora. Primero se perdió el "trabajadora" y, poquitos años después, ha desaparecido incluso la palabra "mujer", no solo de esas cartelerías, sino de los discursos y agendas que se dicen "feministas".

Fue precisamente con el auge del feminismo que desapareció la palabra "trabajadora" del 8M. No sé si porque somos hijas de nuestro tiempo... un tiempo profundamente individualista, neoliberal y superficial, o porque (y quizás justamente por eso) hemos caído en la trampa capitalista de avergonzarnos de nuestra clase social, o incluso peor: de no creernos siquiera que pertenezcamos a ella. Quizás una mezcla de todo lo anterior, sumado a que de los años 80 en adelante somos, sin duda, generaciones que han perdido la paciencia. Contaba Bruno Patino en La civilización de la memoria de pez cómo Google se alegraba de haber sido capaz de medir el tiempo de atención que tiene la generación Milenial (precisamente quienes hemos nacido entre el 80 y el 95 aprox) antes de pasar a otra cosa. El número de segundos, digamos, que somos capaces de prestar atención a algo antes de aburrirnos y pasar a otra cosa. Son 9. Nueve segundos.

Con estos mimbres, no es de extrañar que las generaciones a partir de nosotras/os, necesiten más que nunca y que nadie que nos lo expliquen todo con eslóganes rápidos, y si no es así... casi mejor que no nos lo expliquen porque ya se pasó el tiempo de atender el asunto que fuera. Yo misma tengo que pelearme contra mi impaciencia, no hablo de oídas. Yo misma he notado cómo el mundo digital ha reducido mi capacidad de concentración y de atención. Por otra parte, también he notado cómo alejarme del mundo digital sana esa impaciencia. Por supuesto, no del todo. No creo que pueda ser capaz de volver a como eran las cosas antes, porque no se trata solo de mí, sino de la sociedad. La sociedad entera está contaminada del estrés, de la impaciencia, del cabreo que provocan las dos anteriores, están impregnadas de la polaridad y las luchas ideológicas. En definitiva, que en la era de las prisas, el odio por si acaso, de la autoexigencia, la explotación y la autoexplotación, en la época del "no puedo estar ni 5 minutos sin producir antes de que me entre la culpa o una crisis existencial", el 8M es solo uno de los símbolos y luchas políticas y de reivindicación que han caído junto a muchas otras, como el 25N. Igual que ocurre con el 8M, al ser un día relacionado con las mujeres, poco a poco han ido metiéndose sectores de todo tipo a parasitar, incluido el drag queen, ¡de nuevo!, que no es nada personal, pero no se puede olvidar que es uno de esos espacios donde las mujeres no pueden entrar, porque no tiene gracia cuando nos pintamos, nos ponemos plataformas y pelucas largas, ya se espera que hagamos todas esas cosas por nacer mujeres. Entonces la gracia (a quien se la haga) está en que lo hagan precisamente los nacidos hombres como parodia a las nacidas mujeres.

Creo que este es el primer año en el que no he visto ningún cartel, flyer o póster sobre el 8M (y puede que haya sido el año que más se hayan hecho) con la palabra "trabajadora". El año pasado alguno quedaba, este año, literalmente ninguno. Como ejercicio, pueden intentarlo ustedes, busquen "trabajadora". En unos años, les invitaré a que busquen "mujer", aunque ya habrán notado que también está desapareciendo. Es como que una vez que ya hemos satisfecho a la patronal en particular y al sistema en general, estamos decididas a convertirnos en ser también serviles al sistema patriarcal. Que no es que no lo seamos, ojo, que lo somos, pero se suponía que la lucha feminista peleaba contra eso, que era el pilar que nos quedaba. La feminista es, además, una lucha sólida, apuntalada, explicada de cabo a rabo, estudiada y analizada por mujeres de todos los puntos del mundo a lo largo de nada menos que 3 siglos... derramando muchas veces su propia sangre por el camino para que nos llegara y siguiéramos el relevo. Y, en un abrir y cerrar los ojos, el opresor no está claro y la oprimida mucho menos. La opresión ha perdido su significado, la realidad material no tiene importancia y desentrañar quién es cada uno en la jerarquía sexual del sistema patriarcal te dicen que es tan difícil que habría que coger un microscopio para analizarnos.

Como ven, ni el capitalismo ni el patriarcado necesitan de microscopios para distinguirnos, la realidad ocurre de manera paralela a la inventiva de quienes hablan de "trabajadoras sexual" para no decir "mujeres explotadas sexualmente", de quienes hablan de "gestación subrogada" para que no veas las granjas de mujeres en países pobres, todas embarazadas del semen de señores de países más ricos, de quienes dicen que "el género no es binario" para que no te des cuenta de que quienes mueren por diagnósticos tardíos en las urgencias de los hospitales por no tener cuerpos de hombres son las mujeres, usen los pronombres que usen.

El Día Internacional de la Mujer Trabajadora, el 8M, debería servir como un faro de lucha y resistencia para las mujeres trabajadoras, y aquí entramos todas las que si no trabajamos, no comemos. Es decir, el 8M no es el día de Ana Botín, no es el día de Ana Obregón, ni el día de las Carmen Lomana, las Marta Ortega, las María Pombo, las Dulceidas o las Tamara Falcó, ni de ninguna mujer con menos pompa y seguidores pero que viva de las rentas de los 20 pisos que le dejó su abuelo, ni de ninguna "empresaria" cuyo capital le llegó de una herencia de su padre. El día 8M es el día de las mujeres que si no trabajan, no comen. El 8M es el día de las trabajadoras de Mercadona, que hacen fila en las clínicas de fisioterapia en sus días libres. El 8M es el día de las limpiadoras del hogar, que trabajan en negro partiéndose el lomo, de las que hacen camas en los hoteles y limpian el WC para que otros se lo encuentren impoluto. El 8M también es el día de las que no consiguen ahorrar ni 100 euros, y de las que necesitan 100 euros más para llegar a fin de mes. El 8M también es el día de las abogadas de oficio, de las becarias, de las informáticas, de las dependientas de los centros comerciales.

Y, aunque el capitalismo las desprecie, también es el día de las que están limpiando la casa y la ropa de su marido y criaturas, la que plancha, ventila, baldea, sacude el polvo. La que empuja el carro y carga bolsas, la que valora qué pan compra a qué precio, la que se exprime los sesos y el cuerpo para llegar a las extraescolares, al zapatero, al Día y al banco por una comisión que nunca le debieron cobrar. La que no cotiza en la Seguridad Social ni cobra nada del sistema cuando es ella, precisamente, la que está alimentando, criando y educando a los futuros explotados por el sistema capitalista. Porque si no fuera por la labor que ellas hacen, el sistema se iría a pique. El sistema necesita soldaditos, y las mujeres le entregamos a los nuestros después de mucho dolor, mucho esfuerzo y mucha pasta puesta encima. Porque las mujeres de la clase trabajadora no tenemos hijos o hijas ricas, y también estas niñas/os serán mañana las protagonistas de los futuros 8M, si es que conseguimos que este día sobreviva.

Es obvio que la esencia revolucionaria de muchas fechas y reivindicaciones está quedando en un mar de ambigüedades y celebraciones descafeinadas, en un saco en el que todo cabe, para que nada destaque. Es algo que le hemos gritado durante la última década precisamente a Albert Rivera primero y Abascal después: la violencia contra las mujeres no puede ser mezclada en el saco de "todas las violencias importan". Decir eso es querer diluir el motivo y el foco de por qué ocurre. Ahora aplaudimos discursos similares solo porque vienen de personas que se dicen a sí mismas de otra ideología. Y volvemos al discurso de los 9 segundos: si X dice Y, se resuelve en Z y paso al siguiente asunto.

El 8M lleva unos años ya por esta senda despolitizada, y ahora parece más una fiesta donde ir después de nuestra jornada de trabajo (os acordáis de cuando hicimos huelga, ah, qué jóvenes éramos) para poder consumir (hola?) una coca-cola (pa más INRI) con nuestros amigos, que ellos también necesitan hacer sus chistecitos a cuenta de este día y un público. Por más que las mujeres feministas y de izquierdas intentamos reapropiarnos de lo que es nuestro, de lo que creamos nosotras, ni el capital ni el patriarcado van a soltar este hueso. Ni muchos otros con los que ya se han hecho.

Cuando veáis a las mujeres ricas y explotadoras, a aquellas que se benefician de las mismas estructuras de poder que oprimen a las de su mismo sexo en fábricas, oficinas y hogares, recordad que por muy morado que se ponga el fular o el logo de Instagram, el 8M no es su día, es el vuestro.

Y recordad también que ni el día de la diversidad sexual (25 de junio), ni el día LGTBIQ+ (28 de junio), ni el día del poliamor (21 de junio), ni el día internacional drag (16 de julio) tendrán espacio o tiempo (y así debe ser) para las reclamaciones de las mujeres. Valoremos la posibilidad de que, por una vez, seamos capaces de luchar por nosotras mismas, y solo por nosotras mismas. Porque no estamos bien, amigas, no estamos nada bien, y nadie, nadie en absoluto, cederá un ápice de sus días y de su agenda por nosotras. Mirad a vuestro alrededor, es fácil darse cuenta de que estamos solas. 

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