martes, 16 de junio de 2020

Taparrabos

El truco de las emisiones es un taparrabos demasiado escueto para tapar inconsecuencias muy grandes.

Como ahora se trata de defender a toda costa los empleos de hoy, sin pensar siquiera en mañana por la mañana, se quiere relanzar la industria del automóvil. Y se pretende renovar el parque automovilístico con la excusa de las emisiones contaminantes.

¿Pero es que fabricar un coche no contamina? ¿No hace falta acero, ni aluminio, ni electricidad, ni carbón para los altos hornos, ni metales escasos para las baterías, ni transporte, de componentes o de los propios vehículos? ¿Y la consiguiente minería, con su devastación de los territorios y su maquinaria pesada, que seguramente anda sola?

Si estos son eléctricos, baterías "eternas", que jamás habrá que renovar, hechas con materiales abundantísimos. Si son híbridos, con dos... motores. Si de gasolina, con consumo optimizado, que ahorrarán un 80 % de combustible. Y en todo caso, la energía a raudales con fuentes renovables no contaminantes, de "cero emisiones". Cuidado, que la biomasa produce CO2.

¡Y que no me hablen del hidrógeno!

Tengo para mí que mantener el viejísimo parque automovilístico que tenía Cuba en el periodo especial contaminó menos que fabricar las cuatro o cinco generaciones de coches que se dejaron de fabricar.

Ahora darán ayudas, que el ayudado dará a los fabricantes, como las ayudas al alquiler del tiempo de Zapatero sirvieron para mantener los altos precios del alquiler (o para aumentarlos, porque el inquilino disponía de más dinero).

Todas estas ayudas son en realidad ayudas al capital, para mantenerle sus beneficios, sin los cuales no "trabaja". Servidumbre total al "inversor", porque ni se plantea otra estructura socioeconómica.

Pues a esta le queda un cierto número de telediarios, aunque no sepamos muy bien cuantos.

Noticia de El País, de hoy mismo:


domingo, 14 de junio de 2020

¿Qué viene a continuación? (y VIII)

"Sin esperanza no pueden plantarse olivos". Así tituló Leonardo Sciascia uno de sus libros. Y porque el fatalismo no es nunca la solución en los tiempos difíciles, el artículo de Bellamy Foster finaliza ofreciendo una esperanza activa para conjurar esta difícil encrucijada, este callejón liberal-capitalista, sin salida aparente.

Ese futuro esperanzador y no garantizado no va a ser un camino de rosas. Una de las dificultades, si no la principal, está en las mentes. Para un sentido común criado en este sistema autófago no hay otro mundo posible. Por eso urge enseñar al que no sabe cual es la disyuntiva. Porque como afirma Anselm Jappe:
"Un capitalismo “durable” o “sostenible” –es decir, que se autolimite– es una contradicción intrínseca y no existirá jamás".
La experiencia del confinamiento que ahora se relaja, no sabemos por cuánto tiempo, debería habernos ha enseñado varias cosas:
  • Existen actividades esenciales y otras prescindibles.
  • Los trabajadores entregados a esas actividades esenciales sí que son imprescindibles, y sus trabajos los más dignos, por más necesarios.
  • Se puede vivir bien con menos, si somos capaces de jerarquizar correctamente las necesidades que tenemos que satisfacer.
  • ¿Estamos seguros de que la culpa de la nueva crisis que ya está aquí ha sido causada en última instancia por ese diminuto glomérulo? Si así fuera no habría ningún problema en reactivar nuevamente una economía lanzada "hacia el infinito".
Un futuro satisfactorio, que tenga en cuenta los límites que establecen recursos escasos y menguantes y la degradación de la ecosfera, debe ser forzosamente austero, pero la experiencia de lo que el capital entendió en la crisis anterior por "austeridad", aplicada a la mayoría mientras crecía la opulencia de unos pocos, ha convertido el término en algo muy poco atractivo.

Otra vez habla Jappe:
No se trata de predicar la ascesis y los sacrificios para salvar la naturaleza. ¡Una vida liberada de los productos consumistas, inútiles y nocivos, sería mucho más hermosa que la actual! En un mundo que haya recobrado un mínimo de armonía, será más agradable hacer una excursión al campo con los amigos que un viaje low-cost a la otra punta del mundo, será más atractiva la vida de barrio que las redes sociales, serán más sabrosas las fresas de temporada que la fruta importada por avión. Pero estos cambios deben afectar a todos los niveles sociales y no producirse a expensas de ciertas categorías.
Un ejemplo: expulsar de las ciudades a las clases populares a causa del aumento de los precios inmobiliarios y obligarlas a vivir en el campo, recortar después los medios públicos y finalmente reprocharles que utilicen el coche, y querer acabar con esta costumbre mediante el aumento del precio del carburante, como ha intentado hacer Macron en Francia, es absurdo y contraproducente.
(...)
No se trata, pues, de abandonar una vida agradable pero demasiado “costosa” en términos ecológicos y sociales, sino de renunciar a un estilo de vida a menudo absurdo, y que al mismo tiempo nos obliga a trabajar muchísimo para poder financiarlo. Una vida menos alienada también necesitaría menos satisfacciones compensatorias.
Vuelvo a la esperanza activa, imprescindible para llegar a ese futuro socialista de que nos habla John Bellamy Foster.

Y con esto termina mi presentación pautada de su artículo, iniciada aquí y cuya penúltima etapa ha sido ésta.


Esperanza Activa



John Bellamy Foster

El mundo se enfrenta a la elección entre "la transformación revolucionaria de la sociedad o la ruina de las clases en pugna"

(...)

¿Podría una aceleración revolucionaria de este tipo acontecer en el siglo XXI?

La mayoría de los analistas convencionales de los países hegemónicos del sistema imperialista mundial dirán que no. Se basan en una visión interesada porque las revoluciones continúan detonando en la periferia del sistema y sólo son sofocadas por la intervención económica, política y militar de las potencias imperialistas.

El fracaso del capitalismo a escala planetaria hoy en día amenaza a la civilización y a la vida del planeta tal como la conocemos. Si no se realizan cambios drásticos la temperatura global de este siglo aumentará entre 4 grados a 6 grados Celsius, lo que pondrán en peligro a la humanidad en su conjunto. Mientras tanto, el capitalismo extremo busca expropiar y utilizar todos los recursos de la existencia material, arruinando al medio ambiente en beneficio de unos pocos.

Con el aumento de las catástrofes naturales y con el vertiginoso proceso de concentración del capital, en este siglo la humanidad se enfrenta a un tipo de las relaciones sociales capitalistas que son más funestas que cualquier calamidad que hayamos conocido. (93)

Cientos de millones de personas ya se han involucrado en el combate contra este sistema, creando las bases de un nuevo movimiento mundial hacia el socialismo.

En su libro ¿Puede la clase obrera cambiar el mundo? Yates responde que sí se puede. Agrega: “sólo se podrá hacerlo si se unifican las luchas de los trabajadores y de los pueblos. Las batallas deberán tener como objetivo un auténtico socialismo". (94)

Los intelectuales postmodernos sostienen que “el sistema socialista ya se intentó y fracasó”; por tanto, ya no existe como alternativa. Sin embargo, la historia demuestra algo muy distinto. El siguiente periodo histórico desmiente claramente a los profetas postmodernos.

“Los primeros intentos del capitalismo, en las ciudades-estado italianas (de la Baja Edad Media) no fueron lo suficientemente consistentes para sobrevivir en medio de las sociedades feudales que las rodeaban, sin embargo el capitalismo como sistema terminó imponiéndose”.

Si algo nos enseña la historia es que el fracaso de los primeros experimentos de socialismo no presagia nada más que su eventual renacimiento con nuevas formas; más revolucionario, más universal, un socialismo que reconoce y aprende de sus anteriores fracasos. (95)

Podemos decir sin equivocarnos que a pesar de su fracaso (relativo) el socialismo es superior al capitalismo. La tradición de lucha por la libertad, la igualdad sustantiva y el desarrollo humano sostenible son consustanciales al socialismo y en la actualidad son una propuesta política que expresa cabalmente una necesidad histórica para la humanidad y el planeta. (96)

El economista conservador Joseph Schumpeter (que fue ministro de finanzas de Austria en los años 20) escribió que el capitalismo no moriría por “un fracaso económico, sino más bien porque el capital al centrarse solo en fines económicos, termina socavando los fundamentos de su propia existencia”. Según Schumpeter el capitalismo “crea inevitablemente las condiciones que le impedirán sobrevivir y estas condiciones apuntan claramente al socialismo como su heredero.” (97) En cierto modo, sus opiniones eran correctas, aunque esto no ha ocurrido como muchos lo esperaban.

El desarrollo global del capitalismo monopolista y la financiarización encabezado por el neoliberalismo –que surgió en esa Viena Roja- ahora está socavando las bases materiales, no solo del propio capitalismo sino de la ecología planetaria. A pesar de esto, el orden social neoliberal se impone en un confuso contexto político; hay menos oposición al capitalismo pero hay más oposición al neoliberalismo como si ambas cosas fueran distintas. (98)

El capitalismo neoliberal (el capitalismo realmente existente) es un sistema que destruye de manera permanente las bases de la existencia. Los trabajadores y los pueblos del mundo no tienen más alternativa que buscar nuevos caminos para el futuro.

Un movimiento inclusivo -basado en la clase trabajadora- que se proponga el socialismo para este siglo abrirá una etapa de progresos cualitativos que la humanidad necesita con urgencia. La anarquía de la sociedad del mercado con su avaricia institucionalizada no tiene nada que ofrecer a las nuevas generaciones. (99)

El nuevo socialismo deberá incluir el desarrollo de una tecnología que tengan contenido social, en oposición a la tecnocracia que mira solo por la ganancia individual de un sistema depredador. (100) Hoy técnicamente es posible la planificación democrática a largo plazo, lo que permite que las decisiones que se tomen originen una distribución de la riqueza fuera de la lógica del capital. (101)

Un socialismo, en su forma más radical, debe ser consistente con la igualdad sustantiva, la solidaridad comunitaria y la sostenibilidad ecológica, también deberá proponerse la unión, y no la división de las fuerzas del trabajo. El desarrollo humano sostenible requiere urgentemente que la actividad creativa y productiva se utilice para los valores de uso y no para los valores de cambio del mercado.

Cuando en un futuro –que ahora parece cerrado– se abran las puertas de una nueva sociedad, este cambio revolucionario lo hará de muchas maneras, produciendo un desarrollo completamente nuevo, más cualitativo, y con formas colectivas de organización. (102)

Las medidas prácticas que deberán tomarse hoy son imposibles con el actual modo de producción. No es la imposibilidad física, o la falta de excedentes económicos lo que impide la satisfacción de necesidades básicas como aire y agua limpia, alimentos, ropa, vivienda, educación, atención médica, transporte y trabajo útil. No es la escasez de conocimientos tecnológicos o de medios materiales lo que impide la conversión a energías más sostenibles. (103) No es una fantasmal división, congénita de la humanidad, la que obstruye la construcción de una nueva Internacional de los trabajadores y de los pueblos. (104) Todo esto está a nuestro alcance, pero requiere seguir una lógica que vaya contra el capitalismo.

Como Karl Marx advirtió: “la humanidad se impone sólo las tareas que puede resolver en su momento. Un examen detenido de la historia nos muestra que las soluciones surgen sólo cuando las condiciones materiales están desplegadas o al menos en están en camino de madurez.” (105)

Los desperdicios y los excesos del capitalismo monopolista se han transformado en el principal obstáculo para el desarrollo humano. Una vez que el mundo se libere de estas cadenas los nuevos medios tecnológicos permitirán que la planificación y la acción democrática construyan los caminos hacia un mundo de igualdad sustantiva y sostenibilidad ecológica. (106)

La respuesta a la crisis que tenemos ante nosotros son de carácter social y ecológica.

Estas respuestas exigen una regulación racional del metabolismo entre los seres humanos y la naturaleza. El nuevo mundo deberá se capaz de regenerar los procesos vitales, con ecosistemas saludables, tanto locales como regionales y globales.

A lo largo de la historia los seres humanos hemos luchado para domeñar el medio natural, pero la libertad humana integral sólo es posible si se vive con igualdad y en comunidad.

El desarrollo futuro no es posible sin sostenibilidad ecológica y tampoco es posible sin una sociedad que se construya sobre bases socialistas.

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Notas
(...)

93 John Bellamy Foster, “El capitalismo y la acumulación de catástrofes”, Revisión mensual 63, no. 7 (diciembre de 2011): 1–17.

94 Yates, ¿Puede la clase trabajadora cambiar el mundo?, 184–85.

95 Paul M. Sweezy, “Socialismo y ecología”, Revisión mensual 41, no. 4 (septiembre de 1989): 5.

96 Karl Marx y Frederick Engels, Collected Works, vol. 1 (Nueva York: Internacional, 1975), 157.

97 Joseph Schumpeter, Capitalismo, socialismo y democracia (Nueva York: Harper and Row, 1942), 61. Schumpeter era un producto genuino de la Escuela de Economía de Austria, pero era, al mismo tiempo, un pensador muy independiente. Fue el primero en ofrecer una fuerte crítica a la idea de Mises de que un sistema de precios racional no podía desarrollarse bajo el socialismo. Su independencia fue demostrada por su disposición a servir como ministro de finanzas en un gobierno socialista. Véase Márz, Joseph Schumpeter, 99–113, 147–63.

98 Schumpeter, Capitalismo, Socialismo y Democracia, 143.

99 Como enfatiza Antonio Negri, un movimiento inclusivo basado en clases comienza con un “concepto social” de clase divorciada de una construcción meramente económica. Esto significa que la cuestión de la clase trabajadora no puede separarse de temas como el trabajo doméstico de las mujeres, el medio ambiente, la formación de razas, etc. Antonio Negri, “Empezando de nuevo desde Marx”, Filosofía radical 203 (2018).

100 Vea la discusión indispensable de la tecnología socialista en Victor Wallis, Revolución rojo-verde: la política y la tecnología del ecoocialismo (Chicago: Political-Animal, 2018), 54–92.

101 Como comentó Sweezy, no hay “nada en el sistema [capitalista] que se preste o sea compatible con una planificación a largo plazo de un tipo que sería absolutamente esencial para la implementación de un programa ecológico efectivo”, mucho menos la garantía de que el progreso sería compartido equitativamente entre todos en la sociedad. El socialismo, en cambio, es modificable a tales desarrollos sobre una base democrática, precisamente porque significa un alejamiento de la acumulación de capital, las ganancias y la producción de bienes como los fines supremos de la sociedad. Sweezy, “Socialismo y ecología”, 7–8. Podemos ver las fortalezas de la planificación hoy de diferentes maneras en estados como Venezuela, con sus municipios y consejos comunales, y en Cuba con sus enormes éxitos sociales y ecológicos, a pesar de que ambos han sido sometidos a enormes presiones económicas y políticas, así como amenazas militares, que emanan de los EEUU. Ver a John Bellamy Foster, “Chávez y el estado comunal” Revisión mensual 66, no. 11 (abril de 2015): 1–17.

102 Sobre el desarrollo humano sostenible, vea Paul Burkett, “La visión de Marx del desarrollo humano sostenible”, Revisión mensual 57, no. 5 (octubre de 2005): 34–62.

103 El problema de la conversión ecológica se aborda sistemáticamente en Wallis, Revolución Rojo-Verde. Ver también Magdoff y Williams, Creando una Sociedad Ecológica, 283–329; Angus, frente al antropoceno, 189-208; y Fred Magdoff y John Bellamy Foster, Lo que todo ambientalista debe saber sobre el capitalismo (Nueva York: Monthly Review Press, 2011), 121–44.
Sobre una estrategia democrática y socialista radical en los EEUU, ver Robert W. McChesney y John Nichols, People Get Ready (Nueva York: Nación, 2016), 245–76.

104 Sobre una nueva internacional, vea István Mészáros, La necesidad de control social (Nueva York: Monthly Review Press, 2015), 199–217; Samir Amin, “Es imperativo reconstruir la Internacional de Trabajadores y Pueblos”, IDEAS, 3 de julio de 2018.

105 Karl Marx, Una contribución a una crítica de la economía política (Moscú: Progreso, 1970), 21.

106 Ver John Bellamy Foster, “La ecología de la economía política marxiana”, Monthly Review 63, no. 4 (septiembre de 2011): 5–14; Robert W. McChesney, Communication Revolution (Nueva York: New Press, 2007).


sábado, 13 de junio de 2020

¿Qué viene a continuación? (VII)

Una  vez analizadas las circunstancias que han conducido a esta problemática situación, la perspectiva muestra un horizonte no muy halagüeño. Es el momento de la prospectiva. Inmersos en la niebla, tratemos de orientarnos.

Así que remataré la serie por entregas El capitalismo ha fracasado con otra titulada ¿Qué viene a continuación?

Con ello concluirá mi despiece, que no ha tenido más finalidad que pautar la lectura de este importante artículo de Bellamy Foster, subrayarlo "a mi manera" y agregar algún comentario que me ha parecido oportuno.






















John Bellamy Foster

El mundo se enfrenta a la elección entre "la transformación revolucionaria de la sociedad o la ruina de las clases en pugna"

Lo que sigue a continuación

Al observar el naciente siglo XXI en el libro “La edad de los extremos”, el historiador marxista Eric Hobsbawm, expuso su preocupación por las amenazas que conmoverán este nuevo siglo.

Para Hobsbawm el siglo XXI nos trae peligros mayores que la terrible “edad de los extremos”, cuando la humanidad se vio estremecida por conflictos imperiales, depresiones económicas, dos guerras mundiales y la posibilidad de su propia auto-aniquilación.

En 1949 Hobsbawm describió cómo veía el futuro:
“Vivimos en un mundo transformado por un desarrollo económico y tecno-científico que ha dominado los últimos dos o tres siglos. Sabemos –o al menos es razonable suponer– que esto no puede continuar hasta el infinito. El futuro no puede ser una continuación del pasado, y hay indicios, tanto externos como internos, de que hemos llegado al punto de una gran crisis histórica. 
Las fuerzas generadas por la economía y la tecnociencia son ahora lo suficientemente poderosas como para destruir el medio ambiente, es decir, los fundamentos materiales de la vida humana. Las estructuras de las sociedades y las bases sociales de la propia economía capitalista están a punto de ser destruidas por una degradación que seguimos reproduciendo
Nuestro mundo arriesga una explosión o una implosión. Esto debe cambiar. No sabemos a dónde vamos. Solo sabemos que la historia nos ha llevado a este punto. Sin embargo, una cosa es clara, si la humanidad tiene un futuro posible, ese futuro no puede ser la prolongación del pasado o del presente. Si intentamos construir un tercer milenio sobre esta base, con seguridad fracasaremos. Y el precio del fracaso será una sociedad donde predomine la oscuridad”. (85)
Hobsbawm dejó pocas dudas acerca de cuál era el principal peligro: el sistema tendrá consecuencias irreversibles y catastróficas para el medio ambiente natural, incluida la raza humana que forma parte de él. (86) La fe teológica que afirma que los recursos son asignados por un mercado sin restricciones crea las condiciones para que se desarrolle el “capitalismo del desastre”.

En su momento la posición de Hobsbawm fue criticada, por gente de izquierda, por ser demasiado “pesimista”. (87) Un cuarto de siglo después, está claro que las preocupaciones que expresó entonces eran las correctas. Sin embargo después de décadas de neoliberalismo, estancamiento económico, financiarización, creciente desigualdad y deterioro ambiental una visión que aborde, de manera integral, el fracaso del capitalismo es todavía una “rara avis” en gran parte de la izquierda de los países ricos.

La respuesta más habitual es reivindicar el mito que una sociedad de mercado autorregulada puede salvaguardar la sociedad y el medio ambiente. (88) Esta concepción –que alimenta la esperanza de que el péndulo retroceda– ha sumado a cierta “izquierda” a distintas versiones de un social-liberalismo. Esta nueva versión del neoliberalismo esconde, sin disimulo, los fracasos del capitalismo y propone el retorno a una nueva era keynesiana, como si la historia pudiera desandar lo caminado.

Los políticos que promueven esperanzas de este tipo niegan a los menos cuatro realidades históricas.
Primero, la socialdemocracia floreció sólo mientras existía la amenaza de una sociedad socialista representada por la Unión Soviética y en Occidente partidos y una fuerza sindical importante que defendían a los trabajadores. Pero, como hemos comprobado, después de la caída del sistema soviético, las políticas socialdemócratas se desvanecieron rápidamente. 
Segundo, el neoliberalismo es la forma que adquiere el capitalismo en su actual fase monopolista-financiera. Ya no existe la realidad económica del capital industrial en la que se sostenía el keynesianismo. 
Tercero, en la práctica real, la Socialdemocracia Europea y de EEUU depende de un sistema imperialista que se enfrenta a los intereses de la gran mayoría de la humanidad. 
Cuarto, el estado “liberal-democrático” y el dominio de la clase capitalista industrial dispuesta a un acuerdo social con el trabajo es una reliquia del pasado. Incluso, cuando partidos socialdemócratas llegan al gobierno prometiendo establecer un “capitalismo de rostro amable”, invariablemente se rinden a las leyes del funcionamiento del capital correspondiente a la presente fase histórica.
Como ha puntualizado Michael Yates: “hoy en día, es imposible creer que habrá una recuperación de los derechos sociales, que el modesto proyecto político y económico de los sindicatos y los partidos políticos socialdemócratas aceptaron y ayudaron a construir en el siglo pasado”. (89)

La llamada izquierda social-liberal, ha aceptado acríticamente la modernización tecnológica sin tener en cuenta las relaciones sociales. Prisionera del determinismo tecnológico, esperan que la digitalización, la ingeniería social y una administración liberal gestionen el sistema.

Según los intelectuales social-liberales: “el capitalista neoliberal nos lleva a un desastre, pero este capitalismo (el neoliberal) puede ser reformado y debe hacerse desde arriba por imperativos tecnológicos”. En esta concepción el sistema capitalista mutará y solo quedarán “los marcos vacíos de las corporaciones, desprovistas de los intereses de la clase propietaria”.

Para el futurólogo Jørgen Randers (uno de los autores del libro Los Limites del Crecimiento): “la sociedad mundial dentro de cuarenta años vivirá un capitalismo reformado en que el bienestar colectivo estará por encima del individualismo”. Este capitalismo reformado estaría supeditado a: “un gobierno de sabios dirigido por tecnócratas, con menos democracia y también con menos mercado libre”.

En lugar de enfrentar directamente el fracaso del capitalismo, su estancamiento económico y la pobreza del “resto del mundo” Randers considera que estas cuestiones son secundarias. Predice que en el futuro: “la vida será más eficiente y sostenible que en la actual la versión del capitalismo”. (90)

Sin embargo, en los apenas siete años (desde que se escribió el libro en 2012) ya está claro que las predicciones de Jørgen Randers y compañía, están totalmente equivocadas. La situación que hoy enfrenta el mundo es cualitativamente más grave que cuando todavía las soluciones tecnocráticas parecían factibles para algunos y que el estado “democrático liberal” parecía estable.

Un cambio climático acelerado, un continuo estancamiento económico y una creciente inestabilidad geopolítica, son razones suficientes para entender que los desafíos a los que ahora nos enfrentamos son mucho más adversos que los vaticinios de “modernizadores progresistas” como Randers. Nunca la historia ha sido benévola con aquellos que se prodigan con predicciones. En particular si se conforman simplemente con proyectar determinadas tendencias tecnológicas y dejan fuera de cuadro a la mayoría de la humanidad y su vida cotidiana.

Por esta razón una visión dialéctica es tan importante. El curso real de la historia nunca se puede predecir. Lo único cierto sobre el cambio histórico es la existencia de luchas que impulsan cambios revolucionarios de carácter discontinuo.

Tanto las implosiones como las explosiones se materializan inevitablemente. Este proceso hace que el mundo para las nuevas generaciones sea diferente al de las anteriores. La historia nos enseña que todos los sistemas alcanzan un límite definitivo cuando son incapaces de regular las relaciones sociales y no pueden hacer un uso racional y sostenible de las fuerzas productivas.

El pasado humano está salpicado de períodos de regresión, seguidos por aceleraciones revolucionarias que barren todo lo que tienen ante ellos. El historiador conservador Jacob Burckhardt describió de esta manera los cambios revolucionarios: “un cambio histórico ocurre cuando se produce una crisis en todo el estado de las cosas, involucra a épocas completas y a muchos pueblos de la misma civilización… Entonces, el proceso histórico se acelera repentinamente de manera aterradora. Los cambios que, de otra manera, tardarían siglos se producen en meses o semanas”. (91)

Cuando Burckhardt escribió este texto tenía en mente la Revolución Francesa de 1789. Esta revolución fue una aceleración de la historia. En realidad, la Revolución Francesa inició una serie de revoluciones que mutaron a una velocidad aterradora. Transitó de una revolución aristocrática a una revolución burguesa y posteriormente a una revolución popular y campesina, que finalmente adoptó el carácter de un “bloque histórico”, invencible, que transformó gran parte de la historia de occidente. (92)


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Notas
(...)

85 Eric Hobsbawm, The Age of Extremes (Nueva York: Vintage, 1994), 584–85.

86 Hobsbawm, La era de los extremos, 563, 569.

87 Ver Edward Said, “Contra Mundum”, London Review of Books 17, no. 5 (1995): 22-23; Justin Rosenberg, “El siglo de Hobsbawm”, Monthly Review 47, no. 3 (julio-agosto de 1995): 139–56; Eugene Genovese, “The Age of Extremes", Review New Republic, 17 de abril de 1995.

88 Polanyi, La Gran Transformación, 76.

89 Michael D. Yates, ¿Puede la clase trabajadora cambiar el mundo? (Nueva York: Monthly Review Press, 2018), 134.

90 Jørgen Randers, 2052: Informe al Club de Roma en conmemoración del cuadragésimo aniversario de los “Límites al crecimiento” (White River Junction, Vermont: Chelsea Green, 2012), 14–15, 19–23, 210–17, 248 –49, 296–97.

91 Jacob Burckhardt, Reflexiones sobre la historia (Indianapolis: Liberty, 1979), 213, 224.

92 Georges Lefebvre, La llegada de la Revolución Francesa (Princeton: Princeton University Press, 1947), 212.

(...)

viernes, 12 de junio de 2020

Epidemia y crisis ecosocial: estrategia y tácticas

Jorge Riechmann ha escrito en Viento Sur y en su propio blog un extenso análisis sobre la crisis del coronavirus como momento del colapso ecosocial. Quienes trata de culpar al virus de todos los problemas económicos soslayan que en las condiciones de otros tiempos esta sería una crisis más, de aquellas en las que el capitalismo renacía vigoroso con una nueva fase expansiva, luego de purgados sus excesos. Pero esta es una crisis dentro de otra crisis, mucho más extensa, de la que ya no es posible escapar a la antigua usanza.




















Copio a continuación su parte propositiva:
Hablábamos de cambios sistémicos, de no volver a arrancar “el tren enloquecido de una civilización que corre hacia la destrucción masiva de la vida”, sino más bien –a la manera de Walter Benjamintirar del freno de emergencia para cambiar de vía. ¿Cómo se iniciaría algo así? De manera telegráfica, creo que se trataría de cambios como los siguientes:
  • Abandonar el PIB como supuesto indicador de bienestar: desarrollar un sistema de cuentas físicas para complementar los indicadores monetarios de la Contabilidad Nacional.
  • Socializar las compañías eléctricas y el sector bancario.
  • Reducir por ley el tiempo de trabajo asalariado, para redistribuirlo. Medidas de acompañamiento para redistribuir todos los trabajos (pagos e impagos).
  • Reforma fiscal fuertemente progresiva, con impuestos al capital, a la herencia y a las grandes fortunas.
  • Jubileo de deudas injustas e impagables (como se ha recordado más de una vez estos últimos años, la acumulación de capital tiene, como su reverso, la creación de deuda sin relación con la realidad biofísica y más allá de la posibilidad de reembolso).
  • Ingreso mínimo garantizado y esquemas de trabajo garantizado desde el sector público.
  • Desmercantilización de la vivienda.
  • Conversión industrial hacia la fabricación de bienes necesarios (hemos visto cómo las plantas automovilísticas se ponían a fabricar respiradores para las Unidades de Cuidados Intensivos; es sin duda un ejemplo inspirador…).
  • Reducción drástica de la movilidad motorizada; salida de la soberanía del automóvil privado; urbanismo ecológico.
  • Desglobalización ordenada; “constitución de redes de cooperación bio-regional basadas en relaciones sostenibles entre los ámbitos urbanos, rurales y naturales en economías (y sistemas alimentarios) resilientes de proximidad”, por decirlo con Fernando Prats.
  • Agroecología, agricultura de proximidad, permacultura.
  • Renaturalización de zonas muy extensas en campos y ciudades.
  • Alfabetización e ilustración ecológica a escala masiva (también aquí el despliegue informativo y pedagógico sobre el coronavirus nos da la medida de lo que tendría que ser tomarnos de verdad en serio la urgencia ecosocial).
Deliras, dirá casi todo el mundo. No, deliran quienes piensan que en lo esencial bastará con "sustituir motores de combustión por motores eléctricos para salvar el mundo”. En un país como España (y en muchos otros), hemos visto lo que significa de verdad hacer frente a una emergencia social con la respuesta a la covid-19. La emergencia ecológico-social es muchísimo más grave: ¿pondremos esta vez manos a la obra, de manera no retórica?
Y seguidamente, en una nota, añade:
Esa suerte de “programa de emergencia”, compartido en Twitter, fue objeto de la siguiente respuesta por parte de Emilio Santiago Muíño:
Entre la meta que plantea Jorge y nuestra realidad hay un hueco gigante. Este hueco sólo se cubre articulando políticas ecológicas de mayorías en esta sociedad. Esto es, asumiendo todos los apellidos nefastos que queráis ponerle (neoliberal, del espectáculo) y sus reglas de juego. Éste es un experimento en el que no hay varitas mágicas, y como demuestran los fracasos -relativos- de Corbyn y Sanders, aunque hemos avanzado mucho respecto a hace diez años, aún estamos muy lejos de lo que hace falta. Por complementar el buen programa que expone Jorge Riechmann, la tarea del cómo hacer se debe plantear algunos de los siguientes desafíos, que son inmensos:
  • Localizar elementos disputables a nuestro favor en el sentido común, pero en el que está dado, con su ambivalencia y contradicciones (esto es, disputar el sentido común sin esperar los efectos políticos de la ilustración ecológica). Por suerte, hay muchos elementos que juegan a nuestro favor para esto: empleo verde, salud, pacto generacional, el valor de lo local, ideas de vida buena frugales, innovación científica (sin tecnolatría), nostalgia de elementos de un pasado que estamos aprendiendo a echar de menos. 
  • Apropiarse de los grandes espacios de consenso sobre ‘política ambiental pragmática’, con todas sus debilidades, y disputarlos institucionalmente para sacar de ellos su mejor versión en el medio plazo: Agenda 2030 y ODS, Green New Deal. Buena parte de la izquierda cree que si el capitalismo habla tu lenguaje, lo has perdido todo. Otros pensamos que significa que vas ganando. La prueba es que no hay cambios en la hegemonía que no hayan sido profundamente mestizos. La historia nunca es todo o nada. No obstante, eso no es impedimento para que los movimientos sociales trabajen desde marcos más impugnatorios, que no hagan concesiones pragmáticas o posibilistas, porque eso es importante también en la guerra cultural. Pero me parece útil distinguir y separar escalas y métodos. 
  • Localizar pequeñas victorias concretas, en el ámbito de las políticas públicas posibles que estén en marcha, que supongan trincheras cualitativas fuertes, suelos conquistados desde los que plantear la pelea en mejores condiciones después, y poner mucho empeño en conseguirlas. Para mí esto lo cumplen cuestiones como introducir un indicador oficial alternativo al PIB, que la compra pública con criterios ambientales sea rutina, o establecer en nuestro país una planta para el reciclaje de materiales críticos, como minerales escasos. 
  • Descubrir las brechas existentes en el sistema mediático y saber hackearlas a favor de un discurso ecologista. Esto, además de una pericia que solo poseen algunas pocas personas excepcionales, tiene como base haber disputado bien y a tu favor el sentido común dado. 
  • Necesitamos muchísimo trabajo de investigación en el ámbito de lo que podríamos llamar traducción entre teoría ecologista y política pública. Este tipo de I+D+i es fundamental, y estamos en pañales. Si estuviéramos a la altura del desafío tendríamos decenas de tesis doctorales con propuestas específicas y bien diseñadas técnicamente sobre cómo reformar el sistema de pensiones en una economía de estado estacionario. Es un ejemplo de miles posibles. Como demuestra el caso del RBU, un buen trabajo de investigación y diseño técnico de su hipotética aplicación concreta no es garantía suficiente para su realización efectiva. Pero si es condición imprescindible para que pueda dejar de ser una propuesta de carácter solo moral.
  • Y necesitamos mucho ensayo y error en la política institucional concreta para comprender nuestros límites y posibilidades. Del dicho al hecho hay mucho trecho, especialmente en política. Y una legislatura en gobierno puede darnos más lecciones útiles que cien tesis doctorales. En sus charlas Yayo Herrero siempre dice que los cajones de los despachos universitarios están llenos de estudios ecosociales fantásticos. El problema es que sólo descubrirán su verdadero valor con la fricción y el roce de su aplicación en entornos de competencia política real. Aquí hay un problema y es que la evaluación de las políticas públicas reales siempre está distorsionada por los sesgos de nuestras militancias partidistas y sus luchas de poder. Es inevitable. Pero al menos deberíamos instalar un clima de debate en el que nos permitamos fallar."

El capitalismo ha fracasado (y VI)

En mi disección de este artículo de John Bellamy Foster termina aquí la parte dedicada al pasado que nos ha traído a esta situación que usando el eufemismo de Al Gore podemos calificar por lo menos como "verdad incómoda".

Las entradas anteriores son estas:



Vistas las fases del proceso capitalista y su capacidad para adaptarse a circunstancias cambiantes, modificando a su medida las sociedades para acomodarlas a su insaciable voracidad y superando las barreras que se alzan a su paso, llegamos a la conclusión que puede servir de lema a esta panorámica:

El fascismo como último recurso

El revisionismo conservador se exculpa habitualmente, reservando el término fascismo para un momento histórico ya pasado, incluso para la versión original en un país concreto. Para la definición más amplia, que engloba mejor a formas políticas posteriores, véanse Los 14 síntomas del fascismo eterno, de Umberto Eco.

Continuaremos la serie intentando viajar al futuro.


Pinochet, el triunfo del fascismo de mercado




















John Bellamy Foster

El mundo se enfrenta a la elección entre "la transformación revolucionaria de la sociedad o la ruina de las clases en pugna"

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El estancamiento, la financiarización, la privatización, la globalización, la mercantilización del estado, la reducción de las personas a “capital humano” y de la naturaleza a “capital natural”, han hecho de las políticas neoliberales una característica obligatoria en la era del capitalismo monopólico-financiero.

En su fase globalizada el capitalismo monopolista ha desencadenado una crisis estructural y universal del propio sistema. Ante esta crisis la respuesta neoliberal es dar otro giro de tuerca, abriendo nuevas áreas de rentabilidad para unos pocos y perpetuando los problemas que nos causa a todos.

El resultado de esta lógica irracional no es simplemente un desastre económico y ecológico, sino la desaparición del Estado “liberal-democrático”. El neoliberalismo inevitablemente está en camino a un autoritarismo de mercado y a un neofascismo. En este sentido, Donald Trump no es una mera aberración. (80) En 1927, Mises lo expresó con claridad: “no se puede negar que el fascismo (y movimientos similares de la derecha) se propone al establecimiento de dictaduras, pero su intervención, por el momento, ha salvado a la civilización europea. La estimación que el fascismo se ha ganado vivirá eternamente en la historia de nuestros pueblos”. (81)

En 1973 los neoliberales Hayek, Friedman y Buchanan, apoyaron activamente el golpe de Estado de Pinochet que derrocó al presidente socialista Salvador Allende, para imponer la doctrina neoliberal a la nación chilena. En un viaje que realizó a Chile, en 1978, Hayek advirtió personalmente a Pinochet que impidiera la resurrección de una “democracia ilimitada”. Durante una segunda visita, afirmó que “una dictadura puede ser más liberal que una República Democrática”. (82)

El mismo Hayek había escrito en 1949: “debemos enfrentar el hecho que la preservación de la libertad individual es incompatible con la justicia distributiva”. (83) En resumen, el neoliberalismo no es un mero paradigma del cual el capitalismo pueda prescindir, al contrario representa las tendencias absolutistas en la “era de las finanzas monopólicas”.

Como señaló Foucault, “el capitalismo sólo puede sobrevivir por un tiempo mediante una aplicación de su lógica económica a toda la sociedad”. (84) Sin embargo, como en el Mito del Rey Midas, el capitalismo terminará destruyendo todo que toca.

Pero, si el capitalismo ha fracasado, la pregunta pertinente es: ¿Qué viene después?


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Notas
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80 Ver Robert W. McChesney, prólogo de Trump en la Casa Blanca, 7–13.

81 Mises, Liberalism, 30. Ver también Herbert Marcuse, Negations (Boston: Beacon, 1968), 10.

82 Hayek citado en Renato Cristi, Carl Schmitt & Authoritarian Liberalism (Cardiff: University of Wales Press, 1998), 168.

83 Friedrich von Hayek, Individualismo y orden económico (Londres, 1949), 22; Paul A. Baran, “Sobre el capitalismo y la libertad”, Monthly Review 42, no. 6 (noviembre de 1990): 36.

84 Foucault, El nacimiento de la biopolítica, 164.

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