viernes, 12 de junio de 2020

Epidemia y crisis ecosocial: estrategia y tácticas

Jorge Riechmann ha escrito en Viento Sur y en su propio blog un extenso análisis sobre la crisis del coronavirus como momento del colapso ecosocial. Quienes trata de culpar al virus de todos los problemas económicos soslayan que en las condiciones de otros tiempos esta sería una crisis más, de aquellas en las que el capitalismo renacía vigoroso con una nueva fase expansiva, luego de purgados sus excesos. Pero esta es una crisis dentro de otra crisis, mucho más extensa, de la que ya no es posible escapar a la antigua usanza.




















Copio a continuación su parte propositiva:
Hablábamos de cambios sistémicos, de no volver a arrancar “el tren enloquecido de una civilización que corre hacia la destrucción masiva de la vida”, sino más bien –a la manera de Walter Benjamintirar del freno de emergencia para cambiar de vía. ¿Cómo se iniciaría algo así? De manera telegráfica, creo que se trataría de cambios como los siguientes:
  • Abandonar el PIB como supuesto indicador de bienestar: desarrollar un sistema de cuentas físicas para complementar los indicadores monetarios de la Contabilidad Nacional.
  • Socializar las compañías eléctricas y el sector bancario.
  • Reducir por ley el tiempo de trabajo asalariado, para redistribuirlo. Medidas de acompañamiento para redistribuir todos los trabajos (pagos e impagos).
  • Reforma fiscal fuertemente progresiva, con impuestos al capital, a la herencia y a las grandes fortunas.
  • Jubileo de deudas injustas e impagables (como se ha recordado más de una vez estos últimos años, la acumulación de capital tiene, como su reverso, la creación de deuda sin relación con la realidad biofísica y más allá de la posibilidad de reembolso).
  • Ingreso mínimo garantizado y esquemas de trabajo garantizado desde el sector público.
  • Desmercantilización de la vivienda.
  • Conversión industrial hacia la fabricación de bienes necesarios (hemos visto cómo las plantas automovilísticas se ponían a fabricar respiradores para las Unidades de Cuidados Intensivos; es sin duda un ejemplo inspirador…).
  • Reducción drástica de la movilidad motorizada; salida de la soberanía del automóvil privado; urbanismo ecológico.
  • Desglobalización ordenada; “constitución de redes de cooperación bio-regional basadas en relaciones sostenibles entre los ámbitos urbanos, rurales y naturales en economías (y sistemas alimentarios) resilientes de proximidad”, por decirlo con Fernando Prats.
  • Agroecología, agricultura de proximidad, permacultura.
  • Renaturalización de zonas muy extensas en campos y ciudades.
  • Alfabetización e ilustración ecológica a escala masiva (también aquí el despliegue informativo y pedagógico sobre el coronavirus nos da la medida de lo que tendría que ser tomarnos de verdad en serio la urgencia ecosocial).
Deliras, dirá casi todo el mundo. No, deliran quienes piensan que en lo esencial bastará con "sustituir motores de combustión por motores eléctricos para salvar el mundo”. En un país como España (y en muchos otros), hemos visto lo que significa de verdad hacer frente a una emergencia social con la respuesta a la covid-19. La emergencia ecológico-social es muchísimo más grave: ¿pondremos esta vez manos a la obra, de manera no retórica?
Y seguidamente, en una nota, añade:
Esa suerte de “programa de emergencia”, compartido en Twitter, fue objeto de la siguiente respuesta por parte de Emilio Santiago Muíño:
Entre la meta que plantea Jorge y nuestra realidad hay un hueco gigante. Este hueco sólo se cubre articulando políticas ecológicas de mayorías en esta sociedad. Esto es, asumiendo todos los apellidos nefastos que queráis ponerle (neoliberal, del espectáculo) y sus reglas de juego. Éste es un experimento en el que no hay varitas mágicas, y como demuestran los fracasos -relativos- de Corbyn y Sanders, aunque hemos avanzado mucho respecto a hace diez años, aún estamos muy lejos de lo que hace falta. Por complementar el buen programa que expone Jorge Riechmann, la tarea del cómo hacer se debe plantear algunos de los siguientes desafíos, que son inmensos:
  • Localizar elementos disputables a nuestro favor en el sentido común, pero en el que está dado, con su ambivalencia y contradicciones (esto es, disputar el sentido común sin esperar los efectos políticos de la ilustración ecológica). Por suerte, hay muchos elementos que juegan a nuestro favor para esto: empleo verde, salud, pacto generacional, el valor de lo local, ideas de vida buena frugales, innovación científica (sin tecnolatría), nostalgia de elementos de un pasado que estamos aprendiendo a echar de menos. 
  • Apropiarse de los grandes espacios de consenso sobre ‘política ambiental pragmática’, con todas sus debilidades, y disputarlos institucionalmente para sacar de ellos su mejor versión en el medio plazo: Agenda 2030 y ODS, Green New Deal. Buena parte de la izquierda cree que si el capitalismo habla tu lenguaje, lo has perdido todo. Otros pensamos que significa que vas ganando. La prueba es que no hay cambios en la hegemonía que no hayan sido profundamente mestizos. La historia nunca es todo o nada. No obstante, eso no es impedimento para que los movimientos sociales trabajen desde marcos más impugnatorios, que no hagan concesiones pragmáticas o posibilistas, porque eso es importante también en la guerra cultural. Pero me parece útil distinguir y separar escalas y métodos. 
  • Localizar pequeñas victorias concretas, en el ámbito de las políticas públicas posibles que estén en marcha, que supongan trincheras cualitativas fuertes, suelos conquistados desde los que plantear la pelea en mejores condiciones después, y poner mucho empeño en conseguirlas. Para mí esto lo cumplen cuestiones como introducir un indicador oficial alternativo al PIB, que la compra pública con criterios ambientales sea rutina, o establecer en nuestro país una planta para el reciclaje de materiales críticos, como minerales escasos. 
  • Descubrir las brechas existentes en el sistema mediático y saber hackearlas a favor de un discurso ecologista. Esto, además de una pericia que solo poseen algunas pocas personas excepcionales, tiene como base haber disputado bien y a tu favor el sentido común dado. 
  • Necesitamos muchísimo trabajo de investigación en el ámbito de lo que podríamos llamar traducción entre teoría ecologista y política pública. Este tipo de I+D+i es fundamental, y estamos en pañales. Si estuviéramos a la altura del desafío tendríamos decenas de tesis doctorales con propuestas específicas y bien diseñadas técnicamente sobre cómo reformar el sistema de pensiones en una economía de estado estacionario. Es un ejemplo de miles posibles. Como demuestra el caso del RBU, un buen trabajo de investigación y diseño técnico de su hipotética aplicación concreta no es garantía suficiente para su realización efectiva. Pero si es condición imprescindible para que pueda dejar de ser una propuesta de carácter solo moral.
  • Y necesitamos mucho ensayo y error en la política institucional concreta para comprender nuestros límites y posibilidades. Del dicho al hecho hay mucho trecho, especialmente en política. Y una legislatura en gobierno puede darnos más lecciones útiles que cien tesis doctorales. En sus charlas Yayo Herrero siempre dice que los cajones de los despachos universitarios están llenos de estudios ecosociales fantásticos. El problema es que sólo descubrirán su verdadero valor con la fricción y el roce de su aplicación en entornos de competencia política real. Aquí hay un problema y es que la evaluación de las políticas públicas reales siempre está distorsionada por los sesgos de nuestras militancias partidistas y sus luchas de poder. Es inevitable. Pero al menos deberíamos instalar un clima de debate en el que nos permitamos fallar."

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