Dos son las acepciones básicas del verbo "sentir". Por una parte se relaciona con las sensaciones percibidas a través de los sentidos; por otra, con los sentimientos y las emociones. Pero esta segunda forma de sentir solo existe gracias a estímulos provocados por la primera.
Todos los sentidos contribuyen a la formación de sentimientos. Un olor o un sabor (la magdalena de Proust), pueden actualizar emociones pasadas; el tacto cariñoso más aún. Pero a través de la vista y el oído es como más frecuentemente la forma evoca sentimientos. Buen ejemplo es la emoción musical. También el amor a primera vista.
Bebés y animalitos se hacen querer tan solo por su aspecto. Los cuidados que hacen posible el éxito reproductivo dependen de ello, pero esto se extiende a especies diferentes, de humanos a animales y hasta en sentido inverso. Sentimientos extendidos a adultos que conserven caracteres infantiles (neotenia), como ocurre con koalas, osos panda o ciertas razas caninas.
Que las formas de la naturaleza induzcan sentimientos es el fundamento de la creación de formas que emocionen. Esa es la labor del artista. Las artes plásticas o escénicas son ejemplos visuales. Las musicales, ejemplos auditivos. También auditiva nació la poesía, y aún hoy un actor o un recitador, con su gesto, ritmo y entonación, puede añadir emoción al texto.
No hay creación literaria que no utilice figuras, sean de dicción, de pensamiento o patéticas, formas que nos arrastran a sentimientos de todo tipo. Estas formas expresivas son más o menos fácilmente traducibles. Más difícil es respetar en una traducción características inseparables de la lengua, como ocurre con el ritmo y la rima.
Aunque exista la prosa poética y también pueda recurrir a ellos, la poesía medida y rimada, la de "esos libros de los rengloncillos cortos", utiliza de modo determinante estas formas para reforzar los sentimientos que quiere comunicar. Bien lo sabían los poetas románticos, como muestran dos ejemplos de un maestro consumado como Zorrilla, que paso a comentar.
El primer ejemplo es el romance que comienza: "corriendo van por la vega..." y que contrastaré con el de Góngora Entre los sueltos caballos. Romance puro éste, con reparos el primero, ambos relatan un gesto generoso, la liberación de un prisionero para reparar su sufrimiento.
En ambos el motivo de la liberación es la compasión ante el sufrimiento amoroso, más convencional en el del cordobés, donde el amor correspondido lo siente el liberado, mientras en el que nos ocupa la impulsa el amor del que libera, un amor no correspondido. Sufre la pérdida, pero antepone a su propio sufrimiento evitar el sufrimiento de la amada.
Esta extrema generosidad la subraya el poeta mediante la rima. Cuando habla la prisionera emplea el clásico romance asonantado -a-a, como en el resto de la narración. La estrofa cambia cuando lo hace el moro. Para no romper la continuidad, se mantiene el verso octosílabo, pero la rima se torna consonante y se refuerza con la de los versos pares, en la forma cuarteta, abab.
Sutileza esta que utiliza la forma para reforzar la idea, mientras evita una ruptura demasiado brusca del discurso:
Oriental
Corriendo van por la vega
a las puertas de Granada
hasta cuarenta gomeles
y el capitán que los manda.
Al entrar en la ciudad,
parando su yegua blanca,
le dijo éste a una mujer
que entre sus brazos lloraba:
Enjuga el llanto, cristiana,
no me atormentes así,
que tengo yo, mi sultana,
un nuevo Edén para ti.
Tengo un palacio en Granada,
tengo jardines y flores,
tengo una fuente dorada
con más de cien surtidores.
Y en la vega del Genil
tengo parda fortaleza,
que será reina entre mil
cuando encierre tu belleza.
Y sobre toda una orilla
extiendo mi señorío;
ni en Córdoba ni en Sevilla
hay un parque como el mío.
Allí la altiva palmera
y el encendido granado,
junto a la frondosa higuera
cubren el valle y collado.
Allí el robusto nogal,
allí el nópalo amarillo;
allí el sombrío moral
crecen al pie del castillo.
Y olmos tengo en mi alameda
que hasta el cielo se levantan,
y en redes de plata y seda
tengo pájaros que cantan.
Y tú mi sultana eres;
que desiertos mis salones,
está mi harén sin mujeres,
mis oídos sin canciones.
Yo te daré terciopelos
y perfumes orientales,
de Grecia te traeré velos,
y de Cachemira chales.
Y te daré blancas plumas
para que adornes tu frente,
más blancas que las espumas
de nuestros mares de Oriente;
y perlas para el cabello,
y baños para el calor,
y collares para el cuello;
para los labios.... ¡amor!
¿Qué me valen tus riquezas,
respondióle la cristiana,
si me quitas a mi padre,
mis amigos y mis damas?
Vuélveme, vuélveme, moro,
a mi padre y a mi patria,
que mis torres de León
valen más que tu Granada.
Escuchóla en paz el moro,
y manoseando su barba,
dijo, como quien medita,
en la mejilla una lágrima:
Si tus castillos mejores
que nuestros jardines son,
y son más bellas tus flores,
por ser tuyas, en León,
y tú diste tus amores
a alguno de tus guerreros,
hurí del Edén, no llores,
vete con tus caballeros.
Y dándole su caballo
y la mitad de su guardia,
el capitán de los moros
volvió en silencio la espalda.
Otro ejemplo de este uso sutil de la rima aparece en el Tenorio cuando la novicia lee la carta que le envía Don Juan. La rima consonante y el octosílabo se mantienen, pero las redondillas abba cambian a una estrofa más compleja, de ocho versos. El cuarto y el octavo repiten la rima de palabras agudas -aab´-ccb´, que en la penúltima estrofa, antes de la despedida, se vuelve más obsesiva: -aab´-aab´.
Así como el ejemplo anterior se acentuaba suavemente el discurso del moro, ahora el estilo es más enfático, propio de lo que convencionalmente se considera una carta de amor.
Un amor que a lo largo de la obra nos va mostrando el cambio de farsante a amador arrepentido. ¿Es tal vez la carta, que al principio parece escribir como una treta engañosa, el punto en que Don Juan pasa a un sentimiento sincero?
Acaso ni el poeta lo tenía claro.
Don Juan Tenorio
Tercer acto, Profanación
Escena tercera
DOÑA INÉS
Amor has dicho?
Sí, amor.
DOÑA INÉS
No, de ninguna manera.
BRÍGIDA
Pues por amor lo entendiera
el menos entendedor;
mas vamos la carta a ver:
¿En qué os paráis? ¿Un suspiro?
DOÑA INÉS
¡Ay! Que cuanto más la miro
menos me atrevo a leer.
(Lee.)
«Doña Inés del alma mía».
Virgen santa, ¡qué principio!
BRÍGIDA
Vendrá en verso, y será un ripio
que traerá la poesía.
Vamos, seguid adelante.
DOÑA INÉS
(Lee.)
«Luz de donde el sol la toma,
hermosísima paloma
privada de libertad,
si os dignáis por estas letras
pasar vuestros lindos ojos,
no los tornéis con enojos
sin concluir, acabad».
BRÍGIDA
¡Qué humildad y qué finura!
¿Dónde hay mayor rendimiento?
DOÑA INÉS
Brígida, no sé qué siento.
BRÍGIDA
Seguid, seguid la lectura.
DOÑA INÉS (Lee.)
«Nuestros padres de consuno
nuestras bodas acordaron,
porque los cielos juntaron
los destinos de los dos.
Y halagado desde entonces
con tan risueña esperanza,
mi alma, doña Inés, no alcanza
otro porvenir que vos.
De amor con ella en mi pecho
brotó una chispa ligera,
que han convertido en hoguera
tiempo y afición tenaz.
Y esta llama, que en mí mismo
se alimenta, inextinguible,
cada día más terrible
va creciendo y más voraz».
BRÍGIDA
Es claro; esperar le hicieron
en vuestro amor algún día,
y hondas raíces tenía
cuando a arrancársele fueron.
Seguid.
DOÑA INÉS (Lee.)
«En vano a apagarla
concurren tiempo y ausencia,
que doblando su violencia,
no hoguera ya, volcán es;
y yo, que en medio del cráter
desamparado batallo,
suspendido en él me hallo
entre mi tumba y mi Inés».
BRÍGIDA
¿Lo veis, Inés? Si ese Horario
le despreciáis, al instante
le preparan el sudario.
DOÑA INÉS
Yo desfallezco.
BRÍGIDA
Adelante.
DOÑA INÉS (Lee.)
«Inés, alma de mi alma,
perpetuo imán de mi vida,
perla sin concha escondida
entre las algas del mar;
garza que nunca del nido
tender osastes el vuelo
al diáfano azul del cielo
para aprender a cruzar,
si es que a través de esos muros
el mundo apenada miras,
y por el mundo suspiras,
de libertad con afán,
acuérdate que al pie mismo
de esos muros que te guardan,
para salvarte te aguardan
los brazos de tu don Juan».
(Representa.)
¿Qué es lo que me pasa, ¡cielo!,
que me estoy viendo morir?
BRÍGIDA (Aparte.)
Ya tragó todo el anzuelo.
Vamos, que está al concluir.
DOÑA INÉS (Lee.)
«Acuérdate de quien llora
al pie de tu celosía,
y allí le sorprende el día
y le halla la noche allí;
acuérdate de quien vive
sólo por ti, ¡vida mía!,
y que a tus pies volaría
si le llamaras a ti».
BRÍGIDA
¿Lo veis? Vendría.
DOÑA INÉS
¡Vendría!
BRÍGIDA
A postrarse a vuestros pies.
DOÑA INÉS
¿Puede?
BRÍGIDA
¡Oh, sí!
DOÑA INÉS
¡Virgen María!
BRÍGIDA
Pero acabad, doña Inés.
DOÑA INÉS (Lee.)
«Adiós, oh luz de mis ojos;
adiós, Inés de mi alma;
medita, por Dios, en calma
las palabras que aquí van;
y si odias esa clausura
que ser tu sepulcro debe,
manda, que a todo se atreve
por tu hermosura don Juan».
(Otros ejemplos hay, como la declaración de Don Juan, ya en su quinta, pero basta por hoy).