miércoles, 30 de abril de 2014

Pobres contra pobres

Peleas de perros o de gallos. Diversión infame. Los animales se destrozan ante un público apasionado. Circo romano, aún ahora.

Entre los espectadores, otra lucha diferente. Apuestan, y unos pierden y otros ganan.

Los pobres animales de pelea nunca podrán entender la situación. Para ellos el enemigo es el que pueden percibir como un semejante. Los espectadores están fuera de foco. 

Los seres humanos pueden ser diferentes, pero casi siempre buscan un enemigo de su talla, porque el verdadero enemigo está fuera de escala...

(O eso creen ellos).









Armando B. Ginés
Rebelión

La asonada reciente de Susana Díaz, presidenta de la comunidad autónoma andaluza, contra su socio de coalición IU por realojar a las personas defenestradas que ocupaban la corrala Utopía, ha merecido comentarios muy curiosos por parte de algunos analistas políticos: el PSOE, se dice, ha iniciado una guerra entre pobres, los que protestan y toman iniciativas para reivindicar y resolver acuciantes problemas sociales y los que callan y pasivamente se apuntan a las listas de espera de lo que sea, en este caso de viviendas públicas para familias y personas necesitadas de cobijo urgente.

Esos comentarios no descubren nada nuevo, la guerra entre pobres es santo y seña del régimen capitalista desde siempre. En esa pugna solapada se basa el fundamento principal de dominación de la clase hegemónica. Crear complejidades falsas y diferencias nimias provoca confusión e impide que la conciencia de clase trabajadora anide y eche raíces en amplias capas populares. Esa división o segregación construye sujetos de conveniencia que difuminan la realidad en múltiples perspectivas enfrentadas unas con otras, desfigurando al adversario o enemigos fundamentales, el empresario capitalista y la elite propietaria.

Mientras los ficticios sujetos en liza disputan entre sí por las sobras asistenciales que otorga el poder establecido, la capacidad de maniobra de las elites se fortalece y puede así hacer valer mejor sus derechos particulares o privados, prácticamente sin oposición ni resistencia alguna. Estamos ante una ley básica del sistema capitalista: edificar pluralidades sin fuste y complejidades irreales para evadir de responsabilidad a los grupos que ostentan el poder ejecutivo en la sombra, llámense mercados o emporios transnacionales o credos irracionales con vocación universal.

El mensaje de Díaz y el PSOE, además, intenta socavar y desprestigiar la protesta y movilización social consecuente antes de que cristalice en opción política. Ni la derecha ni la socialdemocracia son amigos de la reivindicación social. Ahí reside el nudo gordiano de la apuesta bipartidista: votar cada cuatro años, replegarse entre consultas electorales al silencio sumiso y tomar del Estado las provisiones graciosas que se implementen desde arriba. Si las ayudas no llegan, para eso están las listas de espera, para formar cola y aguardar a la beneficencia sine die, pero en todo momento en actitud entregada y respetuosa con las decisiones inapelables y caritativas del establishment.

Lucha de clases y guerra de pobres contra sí mismos. Son las dos alternativas radicales en las que se dirimen las disputas dentro del entramado capitalista. En España y en el mundo de la globalización neoliberal. El exacerbamiento de una u otra pugna indica el grado de dominación y sometimiento de la clase trabajadora a los designios de las elites nacionales e internacionales en cada momento histórico.

Las castas hegemónicas pretenden erradicar la lucha de clases a cualquier precio, manu militari cuando es menester e ideológicamente en épocas de paz social y control político sostenido en marcos más o menos democráticos. En estas situaciones de paz inestable, sobre todo en crisis profundas, se atiza la guerra entre pobres mediante la competitividad salvaje entre segmentos populares que tienen que sobrevivir en la imperiosa búsqueda de soluciones existenciales inminentes ante la escasez inducida de bienes, empleos y recursos económicos. Esa complejidad ficticia permite autoculpabilizar a la clase trabajadora en su conjunto y a las capas populares más desfavorecidas saliendo de foco los autores y responsables de las graves carencias que padecen. El divide y vencerás sigue funcionando a las mil maravillas.

Todos los días se dirime esa guerra de guerrillas entre pobres en dualidades maniqueístas creadas a tal efecto. Hombres contra mujeres. Feministas contra mujeres tradicionales. Autóctonos contra inmigrantes. Parados contra trabajadores. Trabajadores fijos o indefinidos contra trabajadores temporales o en precario. Empleados cualificados contra no cualificados. Heterosexuales contra gais y lesbianas. Creyentes contra ateos o simplemente laicos. Independentistas contra ciudadanos no adscritos a proyectos nacionalistas.

El rosario de binomios similares a los citados es extenso y prolijo. Por cada uno de ellos se escapan preciosas energías sociales que convierte en fuerza de dominación férrea o explosiva el régimen capitalista. Entrar en el juego de dispersión propuesto por el sistema hegemónico es fortalecer los intereses propios de las castas financieras y las elites políticas. En esa ceremonia de la confusión, la clase trabajadora, sin saberlo, se transforma en un magma de fácil digestión para el neoliberalismo actual.

Complejidad no es una categoría sinónima de libertad ni pluralidad de sujetos emergentes es tampoco garantía de una democracia saludable y perfecta. Complejidad y sujetos múltiples enfrentados entre sí son conceptos sociológicos de conveniencia levantados de la nada como mecanismo de control y sometimiento de las clases populares. El conflicto social verdadero y auténtico queda soterrado bajo este aluvión de reyertas superficiales y banales sin trascendencia histórica.

El conflicto histórico entre capital y trabajo se elude a conciencia en las sociedades actuales de corte occidental. La ideología es una batalla que jamás ha cesado, siempre está ahí operativa, moldeando modos de pensar e interpretar la realidad en línea con los intereses de las elites de todo tipo. En este campo, el ideológico, es donde más se perciben las debilidades estructurales de la izquierda transformadora.

El denominado estado del bienestar y las concesiones en materia doctrinal han desmovilizado a la clase trabajadora, dejándola a la intemperie, sin utopías ni horizontes hacia donde dirigir sus acciones, miradas e ilusiones colectivas. Tanto desde la posmodernidad como desde la globalización neoliberal se ha sentenciado a bombo y platillo que el fin de la historia ha cerrado cualquier relato filosófico y político por un mundo mejor. Solo existen ya impulsos individuales hacia la plena autorrealización personal, insolidaria y ególatra. Un triunfo aplastante de las tesis más derechistas y de las izquierdas institucionalizadas más contemporizadoras con el orden establecido y en sintonía con las clases medias surgidas de la desmembración social contra el capitalismo.

En ausencia de relato colectivo, ¿qué es un individuo aislado en mitad de la selva neoliberal capitalista? ¿A qué puede aspirar un parado sin el apoyo de los miembros de su clase? ¿Dónde llegará un inmigrante que huye de la pobreza extrema? La guerra de pobres contra pobres es una estrategia capitalista para controlar la justa rebeldía contra las clases dominantes. En Andalucía, en España y en el resto del mundo. La escasez y la austeridad convierten al ser humano en un lobo contra todos: esa competencia es el motor que engrasa la injusticia radical y la explotación extrema del sistema capitalista.

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