domingo, 16 de noviembre de 2014

El aniquilamiento del espacio por el tiempo


Acumulación, sostenibilidad y urbanismo

Metro de Sao Paulo























Cualquier sistema complejo con capacidad adaptativa tiene como primer objetivo su propia conservación. Siendo los sistemas dinámicos, el primer paso es su simple reproducción, el mantenimiento de sus estructuras a lo largo del tiempo. El difícil equilibrio entre las fuerzas productivas a su disposición y las fuerzas destructivas que se le oponen, por no hablar de las que él mismo desencadena, hace que el sistema tienda a una reproducción ampliada, al crecimiento, para no menguar y llegar a desaparecer. El rendimiento absoluto es un balance de flujos, de intercambios entre el sistema y el medio: la diferencia entre la entrada desde el medio en que el sistema opera y la salida a ese medio de materiales (sean materias primas o productos) y energía (aprovechable en la entrada, relativamente inutilizada a la salida). Flujos entre el sistema y el medio. El rendimiento relativo es el cociente entre el incremento y el estado inicial.

Como ocurre con todos los flujos, el resultado tiende a la nivelación, a un estado estacionario en que no hay intercambio. En los sistemas dinámicos esto equivale a la muerte térmica del propio sistema.

Todo eso es válido para cualquier sistema complejo adaptativo, siempre inmerso en otro sistema mayor, que constituye su medio. Hay que hacer notar que la relación entre ambos es dialéctica: el sistema es criatura del medio, pero a su vez lo modifica, en mayor o menor medida.

Las sociedades humanas son sistemas dinámicos, y su reproducción implica producción. Un ciclo permanente productivo-destructivo en que el sistema agota sus posibilidades y debe recurrir a cambios que lo relancen de nuevo.

Marvin Harris explica muy bien cómo la ley de los rendimientos decrecientes lleva a cambios en el modo de producción, cuando se agotan las posibilidades del modo anterior. Nuestras sociedades han conocido distintos modos de producción-reproducción. El primero en que nuestra especie alteró de forma sensible el medio natural que la sustenta fue la revolución agrícola neolítica. El último por ahora es el capitalismo, que amenaza con arruinarlo definitivamente.

Hay dos procedimientos para superar el agotamiento del sistema. El primero es la expansión, la extensión territorial; el segundo, la intensificación. En el caso de la producción agrícola, se buscan nuevas tierras que cultivar, pero cuando esto no basta se introducen mejoras que intensifiquen la productividad, en este caso de la tierra, con nuevas herramientas y métodos de cultivo. No se trata de dos mecanismos separados, sino de procesos simultáneos, si bien en cada momento predomina uno de ellos, siguiendo la línea de menor dificultad. Y cuando la expansión de un grupo humano no puede continuar sin chocar con otros, les puede arrebatar su producto, o al menos puede intentarlo.

La contingencia e inestabilidad, la incertidumbre de los procesos azarosos de la agricultura, condujo a la necesidad de acumulación, y como producto inmediato a la usura: para anticipar los resultados de una cosecha, o simplemente para sobrevivir en caso de malos resultados era necesario endeudarse. El préstamo era el fuelle que regularizaba la producción, y lo sigue siendo. Mucho más para la industria moderna, que requiere disponer en todo momento de liquidez para afrontar una inversión cada vez más costosa, que sólo tras un tiempo puede realizarse como nuevo capital.

Interactúan en el proceso materias primas, productos elaborados, sea para consumo o para nuevos insumos en la producción, infraestructuras varias y fuerza de trabajo humano, todos ellos intercambiables por sus valores equivalentes como mercancías.

El valor que el trabajo ha añadido en el proceso se reparte entre varios campos. Uno es el mantenimiento del trabajador, que supone la reproducción de la fuerza de trabajo, a través del salario; otra, el beneficio del capital, que a su vez se descompone en varios apartados: consumo del capitalista, reinversión para la reproducción, preferentemente ampliada, del capital, renta por los bienes raíces e inmuebles, y devolución, también ampliada, de la deuda contraída.

La reproducción ampliada es entonces un ciclo, al final del cual el capital invertido en insumos (materiales y mano de obra) reaparece, deseablemente aumentado. El ciclo circulatorio puede ser más o menos largo, según se produzcan bienes perecederos rápidamente consumidos o infraestructuras de larga vida útil. La propia reproducción de la fuerza de trabajo depende del largo ciclo vital del trabajador cuya puesta a punto lleva muchos años, y mucha inversión.

Los procesos tienden siempre al crecimiento, pero cuentan con muchas trabas, unas impuestas por la naturaleza, otras por las propias contradicciones que genera de modo inevitable. Y periódicamente se producen excedentes, bien de capital, bien de mercancías, bien de trabajadores. Que universalmente se resuelven con la devaluación o la destrucción de esos excedentes. Aunque la fuerza de trabajo se puede destruir físicamente en las guerras que causa el mismo sistema, lo habitual es que se mantenga un exceso de trabajadores como ejército industrial de reserva, funcional al sistema porque abarata la producción. Naturalmente, eso disminuye el consumo y en consecuencia la producción.

Contra lo que dicen los neoliberales, que contraponen retóricamente mercado a estado, el estado es una parte inseparable del capitalismo, al que garantiza con sus aparatos la seguridad y la estabilidad de los intercambios, amén de hacer posibles grandes inversiones que sólo a largo plazo pueden producir beneficios (infraestructuras, educación, salud pública…) y por eso tienen forzosamente una rotación de capital poco interesante, por lo que los capitalistas no acuden a ellas sin incentivos públicos. Y si, como ahora mismo ocurre, se privatizan, siempre lo hacen con una clientela segura y cautiva, y con la garantía del rescate público en caso necesario.

Los tres motores del proceso histórico (que han desplegado, en un tiempo cada vez más acelerado, las sociedades actuales) son, como los define el historiador y arqueólogo Neil Faulkner, el desarrollo técnico, la competencia entre las clases dominantes y la lucha de clases entre dominantes y subordinados.

Así es a grandes rasgos, pero, tratándose de un proceso complejo, un grupo dominante puede contar con el apoyo de sus subordinados. Y también hay competencia en el seno de las clases subalternas.

Estos factores modulan los procesos alternativos de expansión e intensificación que constituyen siempre huidas hacia adelante para asegurar la pervivencia del sistema, que se transforma continuamente a sí mismo y al medio en el que actúa.

La innovación continua, acelerada por las fuerzas de la competencia, es la característica básica que ha ido transformando al sistema capitalista, desde que se levantó sobre las ruinas del feudalismo.

La vertiginosa carrera hacia los límites naturales es el efecto más notable de la aceleración en la rotación de los capitales, desde el momento que la rentabilidad de los mismos depende sobre todo de la relación entre su incremento en el ciclo (rendimiento absoluto) y la duración de ese ciclo, el tiempo necesario para obtenerlo, del que depende el rendimiento relativo, el que importa en definitiva.

El geógrafo David Harvey ha estudiado las consecuencias de este proceso en la remodelación del espacio geográfico (Espacios del capital, Akal, 2011, pág. 94): 
Pasemos ahora a considerar algunos de los atributos básicos del sistema de producción capitalista, porque una parte del conocimiento de lo «urbano» que yo puedo ofrecer procede de aunar la noción de «formación y resolución de crisis» en el contexto del proceso de acumulación. Para empezar, el sistema de producción establecido por el capital se basó en una separación física entre el lugar de trabajo y el de residencia. El crecimiento del sistema fabril, que creó esta separación, descansaba en la organización de la cooperación y en las economías de escala en el proceso de trabajo. Pero también suponía una creciente fragmentación en la división del trabajo y la búsqueda de economías de escala colectivas mediante la aglomeración. Todo esto supuso la creación de un entorno construido que funcionaba como medio colectivo de formación de capital. Parte de ese entorno construido debe asignarse al transporte de mercancías en el espacio, cuya velocidad y eficacia influye directamente en la tasa de acumulación. Como observó Marx, el «aniquilamiento del espacio por el tiempo» se convierte en una necesidad histórica para el capital, y con esto surge el impulso de crear configuraciones del espacio «eficientes» (para el capital) con respecto a la circulación, la producción, el intercambio y el consumo. La acumulación requiere, entonces, que se cree un espacio físico conducente a la organización de la producción en todos sus aspectos (incluidas las funciones especializadas de intercambio, banca, administración, planeamiento y coordinación, y otras similares, que por lo general poseen una estructura jerárquica y una forma particular de racionalidad espacial). 

Pero hay también un paisaje de consumo, un paisaje para vivir opuesto al paisaje del trabajo, que está en parte creado por la manera en la que la burguesía consume sus ingresos y es, por consiguiente, una expresión particular de la cultura burguesa, con todo lo que eso implica. Debe haber también un paisaje para la reproducción de la fuerza de trabajo, no sólo cuantitativamente, físicamente y en localizaciones próximas a las actividades de producción, sino también en lo referente a destrezas, atributos y valores que deben en cierto grado ser congruentes con el proceso de trabajo capitalista. Además, a medida que aumenta el poder de compra de los trabajadores –y así debe ser con la acumulación– también la forma en que el poder de compra se expresa en el mercado actúa sobre la acumulación de capital. En un grado creciente, por lo tanto, la realización de los valores producidos en el lugar de trabajo depende de los hábitos de consumo de la burguesía y de los trabajadores en el lugar de residencia. El capital, por consiguiente, llega a dominar la vida así como el trabajo, y lo hace porque debe hacerlo. La socialización de los trabajadores que se da en el lugar de residencia –con todo lo que esto implica respecto a las actitudes de trabajo, consumo, ocio y demás– no puede dejarse al azar. El capital puede buscar formas de dominio directas, como hizo en las primeras comunidades modelo y en experimentos posteriores como el de Pullman, pero le resulta más apropiado buscar controles indirectos a través del poder mediador del Estado y sus instituciones asociadas (educativas, filantrópicas, religiosas, etc.). La colectivización del consumo mediante el aparato estatal se convierte en una necesidad para el capital. Con la inevitable consecuencia de que la lucha de clases se interioriza en el Estado y en sus instituciones asociadas. Volveremos a ver estas características en el contexto de la lucha de clases en general. 
Harvey hace partir el proceso de conformación del territorio según los intereses capitalistas de aquella necesidad de reducir los tiempos de circulación del capital, en su proceso de reproducción ampliada, a lo que Marx se refería como «aniquilamiento del espacio por el tiempo». Pero como observa Harvey a lo largo de su trabajo, ese dominio del tiempo sobre el espacio produce nuevas formas de espacio, que a su vez influyen, para bien y para mal, en el empleo del tiempo. El tiempo, como dimensión unidireccional, es más científicamente controlable por medio de la disciplina en la organización del trabajo, El tiempo desaparece en su propio discurrir, pero las modificaciones del espacio tienen efectos mucho más duraderos… en el tiempo. Establecen tiempos largos, duraciones que no se pueden controlar en la misma medida. Y el propio proceso de remodelación continua, que el capital exige en su necesidad de optimizar tiempos, requiere nuevos procesos de construcción-destrucción permanente, grandes consumidores de medios y de tiempo.
Si por una parte se aspira a racionalizar las relaciones entre usos del territorio, por otra esa «racionalización» conduce a aumentos de recorridos, que se pretende minimizar con aumentos de capacidad y velocidad. La dialéctica «reducción de distancias-segregación de usos» se muestra altamente contradictoria.

Las dinámicas que han llevado a crear las zonas residenciales suburbanas, los polígonos industriales, las áreas de compra y de ocio alejadas de la residencia, todo el entramado que se sostiene a través del transporte cuya infraestructura crece exponencialmente y que destruye sus propios logros en términos de ese precioso tiempo que se pretende optimizar, lo único que optimizan es el beneficio inmediato.

Marx se centró sobre todo, aunque no solamente, en la producción capitalista como proceso temporal, análisis conducente al materialismo histórico. Harvey extiende ese análisis al proceso histórico de la conformación del espacio geográfico, añadiendo la variable espacial, menos lineal en su desarrollo, pero igualmente necesaria, sobre todo en estos momentos en que el desarrollo urbano aparece como crecientemente insostenible.

Esta consideración del espacio-tiempo como la base del análisis me reconduce a este enlace sobre la victoria del tiempo sobre el espacio.

Juan José Guirado

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