Hasta aquí hemos llegado. La vivencia del tiempo como presente con valor en sí mismo es sustituida por un presente hipotecado por la necesidad de asegurar el futuro, un futuro que, cuando llegue, también se dedicará a asegurar otro presente venidero, aún más alejado, más futuro. Todo en un ciclo interminable. ¿Interminable?
Tal vez sea equívoco y difícil de interpretar este juego de palabras, porque el futuro solo "será" cuando se haya convertido en presente. El conflicto entre el presente que es al enfrentarse al que será.
Pero ese futuro que nos pre-ocupa está determinado por un juego presente de interacciones sociales que limitan extraordinariamente nuestra capacidad individual para afrontarlo. Ese juego existe en un contexto de mercado capitalista que necesita, para subsistir, acelerar continuamente su ciclo reproductivo. Porque de su rotación depende la revalorización del capital, que sólo acude allí donde esa rotación es más rápida.
Alberto Quiñónez, miembro del Colectivo de Estudios de Pensamiento Crítico (CEPC), describe aquí este ciclo que sólo conduce a la desvalorización de todos los valores.
Rebelión
El ser humano está, casi por naturaleza, abocado
hacia el tiempo. En el tiempo se construye. Sólo por el tiempo es. Pero
la percepción del tiempo está inscrita ya fuera del marco eminentemente
natural. Dicha percepción opera en el plano específicamente humano, en
el plano de la historia y la cultura. La percepción del tiempo deviene
de una actividad que, siendo necesaria, presupone una condición humana
de enajenación. Por eso aparece cuando en el ser humano surge la
preocupación por su vida. Un pulso vital amenazado impele a pensar en el
tiempo como ámbito de despliegue de la actividad práctica que puede
preservar la vida.
En el presente ensayo nos proponemos abordar el problema del tiempo desde la concreción de la actividad práctica del ser humano encaminada a su sobrevivencia, haciendo particular hincapié en las condiciones actuales de existencia. Esas condiciones las caracterizamos como la generalización del régimen de trabajo abstracto, cuyo culmen se ha alcanzado históricamente con la constitución del capitalismo como modo de producción hegemónico a escala planetaria.
En el presente ensayo nos proponemos abordar el problema del tiempo desde la concreción de la actividad práctica del ser humano encaminada a su sobrevivencia, haciendo particular hincapié en las condiciones actuales de existencia. Esas condiciones las caracterizamos como la generalización del régimen de trabajo abstracto, cuyo culmen se ha alcanzado históricamente con la constitución del capitalismo como modo de producción hegemónico a escala planetaria.
La preocupación y el trabajo abstracto
La preocupación es casi un atributo ontológico del ser humano. Está
presente en él desde los albores de la historia. La preocupación
contiene al tiempo, siendo de esta forma el motivo que hace aparecer la
dimensión temporal en el pensamiento humano y en toda su actividad
práctica. Pero la preocupación aparece motivada por la actividad
práctico-utilitaria del ser humano, es decir, en el enfrentamiento real
del sujeto con el mundo. Entre la preocupación y la actividad práctica
existe una vía de doble determinación, pues aquella supone el
presupuesto sobre el cual la actividad práctica es realizada, mientras
que ésta condiciona la asimilación de la preocupación como condición
histórica. Tal relación atraviesa toda la historia y se mantiene hasta
hoy.
En general, la preocupación aparece cuando el ser humano
se ve abocado a una lucha de sobrevivencia que debe prolongarse más allá
de su momento presente. Es una pre-ocupación del futuro. En este
sentido, no puede hablarse de la preocupación como sólo un estado
emocional, ni como un estado intelectivo aislado. Más bien, la
preocupación es un eje transversal constitutivo de la vida humana en su
fase específicamente humana, histórica. Esto significa que son las
condiciones del desenvolvimiento humano las que determinan el
aparecimiento de la preocupación en la vida humana misma. Concretamente,
la preocupación aparece cuando el sujeto carece de las posibilidades
generales para garantizar el mantenimiento de su vida en el presente y
su prolongación en el futuro; lo cual remite a la insuficiencia material
generalizada en el marco de un desarrollo incipiente de las fuerzas
productivas de la humanidad o, lo cual parecería más determinante, al
aparecimiento y generalización de las condiciones del régimen del
trabajo enajenado o, en otras palabras, la sustitución del trabajo
concreto por el trabajo abstracto.
Esta generalización del
trabajo abstracto es característica de los sistemas de producción cuya
vocación mercantil y cuyo grado de división social del trabajo han
eliminado las posibilidades de sobrevivencia del individuo si no es a
través de la constitución de los productos de su trabajo como valores o,
en el extremo de esta configuración, en la constitución de su fuerza de
trabajo como mercancía.
En este sentido, la preocupación
expresa una característica cuasi ontológica en el sentido de que es una
característica de la vida humana civilizada que opera
trans-históricamente pero que opera como una norma cosificatoria de la
actividad humana. La preocupación determina la inclusión del tiempo en
la actividad del ser humano, ya sea en tanto presupuesto práctico del
presente como en las posibilidades de proyección hacia el futuro; pero
en tanto que expresa la situación enajenada del sujeto, la preocupación
tuerce la actividad cotidiana y la proyección futúrica hacia un
vaciamiento del momento presente y una pre-ocupación del mañana.
En tal sentido, la pre-ocupación del mañana cercena al sujeto de las
posibilidades de realizarse en el presente y, más aún, de construir su
futuro en y desde el momento presente. De esta forma, la transformación
liberadora del mundo se pospone indefinidamente bajo el peso de la
pre-ocupación, el transcurrir del tiempo en tanto vivencia del sujeto se
vuelve un eterno presente que opera homogeneizando el presente y el
futuro. La historia no existe. El trabajo como ente creador del sujeto
humano se vuelve una actividad enajenante, negando así el carácter
realizador del trabajo como fuente de ideación y construcción efectiva
del futuro.
La pre-ocupación del futuro anula el peso de la
historia pasada en la constitución presente del sujeto. El pasado es
negado en tanto peso muerto para la garantía de la vida en el presente
continuo que se prolonga hasta el mañana. Con ello se niega no sólo la
ontogénesis del ser humano como ser práxico e histórico, sino que niega
en la personalidad del sujeto las pulsiones originarias cuya represión
determina el origen del desenvolvimiento civilizatorio. La enajenación
del trabajo reditúa en una espiral en la que dichas pulsiones son cada
vez sujetas a mayor represión. La velocidad de la vida productiva y
consuntiva, como se dirá más adelante, tiene a la base esa
administración negativa de las pulsiones humanas, la cual tiende a
generalizarse e institucionalizarse en el marco de las relaciones
sociales de producción de carácter capitalista.
Política capitalista del tiempo: rotación y acumulación del capital
La generalización de condiciones de vida de carácter capitalista a
nivel mundial, esto es, la generalización de un modo de reproducción de
la vida material cuya base es el régimen de trabajo abstracto, se
configura no como un hecho aislado sino como una condición sistémica. En
otras palabras, se establece una tendencia de correspondencia entre el
régimen de trabajo abstracto y las dinámicas sociales y políticas. La
vivencia del tiempo depende de las formas históricas en que cohabitan e
interaccionan en la subjetividad las formas de reproducción económica,
social y política. Además, la política no es sólo el ejercicio en el
marco de las instituciones estatales, sino algo que permea todo ámbito
del quehacer humano. Por ello, la forma en que el régimen del trabajo
abstracto incide en la determinación de la vivencia del tiempo es un
ejercicio del poder que coadyuva a la dominación del ser humano. El
condicionamiento capitalista de la percepción y vivencia del tiempo es,
por tanto, una política capitalista del tiempo.
En el
marco de relaciones sociales de carácter capitalista, la medida social
del tiempo se determina por el ciclo de rotación del capital
[1]. Dicho ciclo está constituido a grandes rasgos por tres momentos:
La velocidad de rotación del capital, es decir el desarrollo completo del ciclo del capital o frecuencia de regreso del capital a una forma valórica específica, se encuentra en función de la composición orgánica del capital que es el vínculo tecno-económico que relaciona capital fijo y capital variable o trabajo muerto y trabajo vivo, visto en el ámbito de realización de la fuerza de trabajo como valor de uso. La velocidad de rotación incide sobre el volumen de plusvalor que reditúa el proceso de acumulación del capital, por eso los procesos de tecnificación de la producción y la circulación del capital apuntan a intensificar el ritmo de la explotación de la fuerza de trabajo o, dicho de otra forma, incentiva la forma relativa de la extracción del plusvalor [3].
a) la existencia del capital como dinero, aun cuando el dinero en sí mismo sólo actualice su carácter de capital en una relación de intercambio que le permita valorizarse;
b) la metamorfosis del dinero, cuyo sustituto es la masa de la producción como valores de uso que encarnan valores y no sólo utilidades; y,
c) la metamorfosis de la producción en tanto que mercancías en su equivalente general que es el dinero.El ciclo comienza y termina en una forma determinada del valor, pudiendo ser ésta la forma mercancía o la forma dinero; pero en el plano de la producción capitalista lo realmente sustantivo es que sea predominante la forma dinero pues permite, en tanto que equivalente general, la perdurabilidad del proceso de acumulación. Lo que diferencia al primer y al último momento del ciclo es una diferencia cuantitativa, pues el valor de uso que encarna ambos momentos es el equivalente general, el dinero, y no las expresiones concretas de las mercancías en tanto valores de uso [2].
La velocidad de rotación del capital, es decir el desarrollo completo del ciclo del capital o frecuencia de regreso del capital a una forma valórica específica, se encuentra en función de la composición orgánica del capital que es el vínculo tecno-económico que relaciona capital fijo y capital variable o trabajo muerto y trabajo vivo, visto en el ámbito de realización de la fuerza de trabajo como valor de uso. La velocidad de rotación incide sobre el volumen de plusvalor que reditúa el proceso de acumulación del capital, por eso los procesos de tecnificación de la producción y la circulación del capital apuntan a intensificar el ritmo de la explotación de la fuerza de trabajo o, dicho de otra forma, incentiva la forma relativa de la extracción del plusvalor [3].
El aumento de la velocidad de rotación del capital influye y determina
las pautas de vivencia del tiempo como experiencias del sujeto. La vida
o, lo que quizás sería más exacto, la realización del valor de uso de la
fuerza de trabajo, debe adaptarse a la pauta de la rotación del capital
y del capitalismo en su conjunto. De este modo, se da una subsunción de
la fuerza de trabajo cuya principal forma de aparecer es la regulación
del tiempo. Esta, a su vez, se realiza como una dominación a través del
mercado y de las instituciones del Estado. La dinámica económica copa el
ejercicio del poder y marca la pauta de la dominación como dominación
de la vivencia del tiempo y en el tiempo (aunque no es el único ámbito
en que dicha dominación opera).
El capital ejerce así una
política del tiempo: un ejercicio de dominación sobre la percepción del
plano temporal que tiene el sujeto. La opresión se expresa en el
condicionamiento de las pautas de vida de este sujeto, tanto a nivel
productivo como consuntivo. Las frecuencias y las intensidades de las
actividades en estos dos ámbitos se multiplican en función de la
acumulación capitalista. La velocidad de la vida, que en plano de la
valorización del capital no es sino la velocidad de usufructo de la
fuerza de trabajo, tiende a aumentar. La base tecno-económica que lo
permite se adapta para facilitar el uso de la fuerza de trabajo en tanto
mercancía en los procesos de producción, circulación y realización del
plusvalor: mejoran los medios de transporte y comunicación, se potencia
el trabajo a destajo, disminuye el tiempo de cualificación de la fuerza
de trabajo en áreas consustanciales a la acumulación capitalista, se
supeditan a la razón instrumental las posibilidades del pensamiento
crítico. La historia se detiene: es un presente continuo.
La subversión de la historia
La historia es el espacio en que coincide la existencia objetiva del
tiempo, en tanto desenvolvimiento de eventos sucesivos, con la vivencia
subjetiva del tiempo, esto es, como percepción del tiempo por parte del
individuo. Si la raíz de la historia coincide con la existencia del ser
humano como sujeto de y en la preocupación, la trascendencia del sujeto
sólo puede hacerse a costa de la subversión de los principios
ontológicos de la historia. Pero el ser humano carece de la posibilidad
de modificar o intervenir la existencia real del tiempo; el carácter
sucesivo de los procesos de la realidad, ya sean naturales o sociales,
no puede ser transformado todavía. El carácter de la realidad es
eminentemente procesual. La parte cambiable del binomio histórico es la
que atañe al carácter de las vivencias del tiempo, a la forma de la
introyección subjetiva del transcurrir objetivo del tiempo.
La
historia constituida sobre los cimientos del trabajo enajenado y, por
tanto, de la preocupación como principio regulador de la percepción
subjetiva del tiempo, está en contra de la humanización misma del ser
humano. Una humanización que no está en función de una naturaleza humana
predefinida, sino como una posibilidad abierta de realización que por
el mismo carácter gregario inherente del ser humano exige diversos
niveles de sociabilidad. Por tanto, la tarea de emancipación humana
exige una subversión en los criterios que dan cuenta de la historia. En
esa tarea va inmersa la superación del régimen del trabajo abstracto y,
con ello, la eliminación de la preocupación como ocupación previa
fetichizada del futuro. La subversión de la historia es en esencia una
subversión de la perceptiva humana del tiempo. Actualmente, la
determinación económica del tiempo hace de la rotación del capital el
criterio de velocidad sobre el cual se construye la vida humana,
individual y colectivamente. Es ineludible, de cara a la aspiración de
humanización del ser humano, la ruptura de esa velocidad y de las
fuerzas centrífugas que la mantienen a costa de la vida humana; pero ese
es un juego político: la lucha del poder contra el tiempo hiriente del
capital.
Bibliografía
- Benjamin, W. “Sobre el concepto de historia”. En: Conceptos de filosofía de la historia. Terramar ediciones. Buenos Aires, Argentina. 2007. Págs. 65 – 76.
- Hegel, F. Filosofía de la historia. Editorial Claridad. Buenos Aires, Argentina. 2008.
- Kosik, K. Dialéctica de lo concreto. Grijalbo. México. 1976.
- Marx, K. El capital. Fondo de cultura económica. México. 1958.
- Marx, K. Los manuscritos de 1844. UCA Editores. San Salvador, El Salvador. 1987.
Notas:
1
Incluso en la economía política el criterio de demarcación entre el
corto y el largo plazo es la existencia de una dotación fija de
factores de producción. Este criterio no sólo rige para el ámbito de
valorización del capital en sentido estricto, sino también para el ámbito del Estado o el marco de valorización en sentido general.
2 El ciclo es descrito por Marx como D – M – D’, en donde la
diferencia entre D y D’, ΔD, es la materialización monetaria de la masa
de ganancia. La virtual eliminación del eslabón de la mercancía es
también la eliminación del contenedor material del valor de uso y con
ello del hecho humano presente en la actividad económica. Al eliminar
el punto de aparecimiento del valor de uso, también se esconde el hecho
inexcusable que permite la constitución de los valores de uso como
valores: la utilización de la fuerza de trabajo como fuerza creadora
del valor.
3
No entraremos a la discusión de la dinámica que opera en el corto
plazo entre la composición orgánica del capital y la cuota de ganancia;
pues el aumento de la rotación del capital con base en la
tecnificación, es decir, debida al aumento de la composición orgánica,
detiene el aumento de la cuota de ganancia. Pero dado que la cuota de
plusvalía aumenta como resultado del aumento de la masa de plusvalor (o
por la disminución relativa del peso del capital variable), el
resultado sobre la cuota de ganancia es más bien ambiguo en el plano
puramente abstracto. No obstante, la confrontación de las tendencias
históricas que presentan las cuotas de valorización y la composición
técnica apuntan a validar la tesis marxiana de la disminución secular
de la tasa de ganancia y, con ello, el carácter cíclico de las crisis
de valorización.
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