sábado, 2 de junio de 2018

Marx cumple doscientos años


Solo hace tres días que se publicó esta Crónica de la Razón Práctica en el blog Materia Crítica. Es buen momento para recordar que el cinco de mayo se cumplieron doscientos años del nacimiento de Karl Marx.

Es buen momento para precisar lo que se entiende por marxismo y por comunismo. Los términos han sido tan manoseados (¡hay razones para ello!) que conviene deslindar lo que se dice (¿quién lo dice?) y lo que se desprende de los textos que los opinantes no han leído, o no han leído bien.

Marx recargado empleando la terminología de los sistemas informáticos. Podría decirse reiniciado, vuelto a las condiciones iniciales, como se hace con un sistema operativo descompuesto, si esto no tuviera un matiz inmovilista, "reaccionario". Pero es todo lo contrario, porque las condiciones iniciales consisten precisamente en la idea original de una continua puesta al día de la teoría y de la práctica, en función de las condiciones siempre cambiantes de tiempo y lugar.

Recarguemos, pues, los conceptos.

Marxismo es un término que han contaminado tanto antimarxistas como depositarios de la pureza. Conviene por eso redefinirlo, como el despliegue dialéctico (e histórico, naturalmente) de las ideas de Marx, partiendo de esa declaración de intenciones que constituyen las dos últimas Tesis sobre Feuerbach.

La adopción deliberada y consciente del término comunismo es consecuente con esta ideas. En modo alguno era un vocablo o un concepto novedoso, pero sintetizaba perfectamente la meta perseguida, aunque también fue definido como el movimiento real, el camino que conduciría a ella. Como ocurre tantas veces, los obstáculos que aparecen en ruta pueden emborronar la meta. Por eso conviene limpiar el término de adherencias que no están en su esencia.

Y como a una meta puede llegarse desde diferentes lugares, sería un error considerar que desde todos ellos hay que recorrer el mismo camino.



Marx Reloaded (En el 200 aniversario del nacimiento del filósofo alemán)

Resulta habitual comprobar cómo el marxismo es asimilado, cuando no identificado, con la vertebración o traducción histórica o positiva del comunismo a lo largo del siglo XX.

El marxismo es por un lado una ciencia social –materialismo histórico–, pero es, además, una filosofía –materialismo dialéctico– y en ambos casos, su concepción dinámica lleva consigo distintas aplicaciones y su enriquecimiento hacia formas más evolucionadas. Al igual que la física, la biología o el psicoanálisis no son lo mismo ahora que hace un siglo, la esencia del marxismo es su dialéctica. Hoy, la ciencia marxista o materialismo histórico es refrendada en la práctica social del día a día: el capitalismo como paradigma de la injusticia o las grandes desigualdades sociales en las sociedades desarrolladas. Respecto al materialismo dialéctico, la superación de la filosofía tradicional, no se logra mediante lo que podemos denominar, la especulación o contemplación filosófica –idealismo–, sino en la definición de una filosofía práctica, real, comprometida –materialismo– que denuncie el carácter aparentemente neutral de las ideologías.

De todo ello puede concluirse que sólo desde el desconocimiento o la mala fe, se puede fosilizar el marxismo. Se puede ser marxista en cualquier país del mundo, pero naturalmente, la elaboración de un programa político marxista no puede ser idéntico por ejemplo en la China milenaria, feudal y esclavista, donde hace sesenta años arranca la Revolución, en la desarrollada y próspera Suecia, o en España. Nadie se atrevería a decir que el socialismo nórdico, con el mayor nivel de vida del planeta, fuera comunista durante la segunda mitad del siglo XX y, sin embargo, sí fue definido por todos los teóricos (marxistas y liberales) como objetivamente marxista. Olof Palme fue asesinado por liderar con éxito políticas marxistas en la democracia más rica y desarrollada del mundo. Salvador Allende murió también por marxista y, sin embargo, sus políticas económicas ­–que EEUU se encargaría de reventar antes de imponer a Pinochet–, nada tuvieron que ver con las de la rica Suecia.

La praxis, entendida como interpretación o aplicación efectiva del método, depende de cada realidad social. El marxismo en Cuba –que no puede entenderse sin un bloqueo comercial que ha buscado estrangular a la isla durante medio siglodebe juzgarse en contraposición al nivel de vida de sus vecinos Haití o República Dominicana; el de la actual China, por ejemplo, respecto a su antagónico liberal que arranca en igualdad de condiciones, La India. El socialismo nórdico y su resultado final: Suecia, Dinamarca o Noruega, sí resultaría pertinente compararlo con su antagonista liberal, los EEUU. El marxismo viene así condicionado por la realidad y las condiciones de existencia concretas de cada país. Los medios para alcanzar progresivamente mayores cotas de libertad –ausencia de dependencia económica–, no son los mismos en un país asolado por el hambre y la miseria, que en otro con abundancia de recursos económicos. En cualquier caso, la característica fundamental de un partido o una persona que se reclame marxista,  no puede ser otra que la de analizar, diagnosticar e intentar transformar las grandes fallas sociales, buscando un mayor bienestar para la mayoría de sus ciudadanos.

Cuando una sociedad discute el desmantelamiento de sus servicios públicos o la desigual redistribución de la riqueza; cuando se reclama una Europa social, se denuncian paraísos fiscales, blanqueo de capitales o la prescripción de los delitos; cuando se exige un espíritu honesto de la Ley o se protesta por detalles aparentemente menores como la dificultad para darse de baja respecto a ciertas relaciones contractuales, la sociedad no hace otra cosa que demandar –incluso sin saberlo– una interpretación marxista de la política. La creciente conciencia social respecto a la urgencia de una respuesta política, conlleva, en este sentido, una indiscutible vocación marxista cuya definición concreta es lo que está aún por determinar.

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