domingo, 18 de febrero de 2024

Memoria histórica con sacarina

Somos propensos a olvidar. Muchas de las cosas que creemos recordar son reconstrucciones parciales, montadas sobre lo que otras veces hemos extraído de la memoria. En esas sucesivas remodelaciones no podemos asegurar la exactitud de lo restaurado. Los relatos de otros modifican el recuerdo, y si no somos suficientemente críticos podemos aceptar como verdades interpretaciones deformadas de la verdad.

Si esto le puede pasar a quien han vivido la historia, si la manipulación puede alterar los recuerdos menos firmes, los más jóvenes no pueden tener una visión mínimamente objetiva del pasado si se les muestra una visión parcial y edulcorada, y esto es lo que ocurre actualmente con las informaciones que mayoritariamente se dan en los medios, Las "redes sociales" reflejan esta visión interesada, y aunque también difundan conocimientos desinteresados, están altamente contaminadas, tanto por el sentido común mayoritario como por grandes aparatos difusores de falsedades al servicio de los dueños de casi todo. Aparatos opacos e invisibles, pero indudablemente reales.

Frente a esto el sistema educativo debería difundir una visión más completa del pasado, incluyendo análisis históricos que no oculten aspectos cruciales, como el papel de las clases populares en los conflictos que influyeron decisivamente en la transición, no tan inmaculada como nos la presentan, a una democracia no tan perfecta como nos quieren hacer ver.

Atentado contra Carrero Blanco en 1973

La muerte de Carrero Blanco en diciembre de1973, el reactivo y casi inmediato "espíritu del 12 de febrero", la revolución portuguesa del 25 de abril, ambos acontecidos en 1974, movieron a los reformistas del régimen a intentar cambiar algo para mantener lo esencial. Franco murió, como era ya previsible, el 20 de noviembre de 1975, pero no fue hasta el 15 de junio de 1977 que se pudieron celebrar al fin unas elecciones libres; solo relativamente, porque muchos partidos políticos seguían siendo ilegales.

Y la nueva constitución no se aprueba hasta el 6 de diciembre de 1978. Cinco años de transición, sin contar los más de dos transcurridos hasta que el 23 de febrero de 1981 el miedo amortiguó la inestabilidad. A finales de aquel año quedó consolidado el "bipartidismo de bicicleta", con ruedines (los nacionalismos de derechas catalán y vasco).

Fueron ocho años los que tardó en asentarse el nuevo régimen que perpetuaba tantas cosas del anterior. Los partidos del sistema están cómodos en él, y por eso cuesta tanto ofrecer una visión menos idílica que la oficial de consensos indoloros, acuerdos satisfactorios para todas las partes.

La correlación de fuerzas que Vázquez Montalbán consideraba más bien como una "correlación de debilidades" condujo en este largo proceso hasta la persistente situación actual. El relato oficial insiste en una interpretación "por arriba", un acuerdo entre personajes influyentes de ambos lados, encarnados en los "siete magníficos", los padres de la Constitución.

Conviene reconsiderar cuáles eran esas fuerzas enfrentadas. Desde luego que no eran los próceres a los que se atribuyen los acuerdos, ni siquiera las cúpulas de los partidos que los firmaron. Porque si de un lado los aparatos del régimen poseían la real fuerza económica, policial, judicial y militar, ¿qué otra fuerza real podía enfrentársele, si no era la de las movilizaciones populares, las huelgas y manifestaciones, en vez de la de unos partidos que, con alguna honrosa excepción, no eran sino grupúsculos voluntariosos, cuando no cáscaras vacías?

Se olvidan en este idílico relato los costes humanos, las muchas víctimas de la represión y de los pistoleros fascistas, los encarcelados y juzgados por el Tribunal de Orden Público, que nunca fue depurado, como no lo fue ninguno de los torturadores, que siguieron manteniendo paga y medallas hasta su muerte.

Hasta funerales de Estado tuvo Manuel Fraga Iribarne, uno de aquellos siete patriarcas, al que suele recordarse como conspicuo galleguista reciclado, olvidando que, como hoy mismo escribe Juan Carlos Monedero:

Pude recordar que Fraga fue ministro de Franco y que siempre reivindicó el golpe de Estado de 1936; que rapó el pelo de las mujeres de los mineros asturianos en huelga para intentar debilitar la moral de los huelguistas; que era el ministro de Gobernación del rey Juan Carlos cuando mataron a los trabajadores en Vitoria, y que pensaba cada 1º de mayo que la calle era suya, igual que España había sido durante cuarenta años del caudillo; que con ayuda del diario ABC manipuló los diarios del estudiante Enrique Ruano para que su asesinato por la Policía pareciera un suicidio y, como le debió saber a poco, también amenazó a sus padres con detener a su hija si no cesaban en la protesta. Fraga, cuando la Policía franquista torturó, tiró por una ventana y luego fusiló a Julián Grimau, salió a justificarlo diciendo que tenían un dossier que le hacía merecedor de esa muerte. Fraga, como ministro de la dictadura, firmó sentencias de muerte de españoles que peleaban por traer la democracia a España. Fraga, cuya firma está en la Constitución Española de 1978, rubricó el preceptivo "enterado" que autorizaba el garrote vil o el pelotón de fusilamiento a españoles a los que se mataba por querer recuperar la democracia que perdimos en 1939.

Contra la versión idílica (que lo es, en el sentido más pastoril del término) se pronunciaba la actriz Ana Belén en una reciente entrevista con Jordi Évole, defendiendo el papel de la sociedad en aquellos duros años. "La Transición no la hicieron unos señores que se sentaron, no, la calle iba por delante" zanjó rotunda:

Jordi Évole charló con Ana Belén de la realidad social y política. Preguntada por si "estamos ahora más en las 'dos Españas' que en los años 80", la artista respondió sin dudarlo: "Entonces había cierta unanimidad porque se trataba de que España se equiparase a lo que significaba ser un país moderno, aspirar a ser europeo y creo que, más o menos, la mayoría estaba en eso. Y ahora no".

Acerca de la Transición, Ana Belén reconoció que "fue imperfecta", pero lanzó una clara pregunta: "¿Cómo se hacía con toda la gente que había, con Suárez Fraga...?".

"Claro que me hubiese gustado mucho más en ese momento, pero viniendo de donde veníamos, fue importante", añadió.

Al respecto, la artista recordó que "la calle en ese momento iba por delante, esas asociaciones de vecinos iban por delante y se manifestaban, cada día se salía a la calle".

"Fue la gente la que empujó, fue la gente en la calle, desde sus barrios, desde las asociaciones, desde los movimientos vecinales", insistió Ana Belén.

Victor y Ana grabaron, en aquellos años de militancia, canciones muy comprometidas, hoy difíciles de encontrar. Localizo algunas, en la voz de él, en este enlace.

Los "Partidos del Sistema" no tienen interés alguno en difundir otras visiones, aunque la izquierda coaligada con el PSOE quiera refrescar otra memoria democrática. Por eso el curriculum escolar sigue sumergido en esa nube dorada de un modélico paso de la dictadura a la democracia. Lo denuncia el libro La Transición española en las aulas. Historia y memoria en la enseñanza secundaria:


El estudiantado conoce un relato edulcorado de la Transición que no recoge la lucha social callejera

Un estudio analiza cómo se enseña la Transición en las aulas: el discurso deja de lado las reivindicaciones sociales, políticas y laborales más allá de las instituciones y continúa el relato de una Transición modélica y ejemplar sin violencia.











Ni las luchas vecinales, ni las huelgas que hicieron tambalear sectores económicos, ni tampoco las reivindicaciones de los presos y las mujeres durante la Transición. Nada de eso aparece en los libros de texto que maneja el estudiantado a la hora de aprender la historia más reciente de España. Eso es lo que se desgrana de la investigación publicada por el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, donde se analiza de forma pormenorizada los contenidos que los jóvenes, próximos votantes, retienen a la hora de comprender el pasado de su país.

Comandada por los docentes Andrea Tappi y Javier Tébar, ambos miembros del Centre d'Estudis Històrics Internacionals de la Universitat de Barcelona (UB), La Transición española en las aulas. Historia y memoria en la enseñanza secundaria clarifica la falta de actualidad en los 19 manuales de Historia que a día de hoy se editan en España: “A pesar de que la historiografía ha avanzado mucho en estas cuestiones, los libros de texto van muy atrasados”, comenta el primero de ellos.

Según Tappi, “que la Transición se enseñe como un pacto modélico conseguido sin violencia por parte de las instituciones y de la extrema derecha no ayudan a una plena conciencia ciudadana”

La cuestión se torna fundamental dado que, tal y como apunta Tébar, se trata de un tema en permanente debate en el discurso político: “Vistos los manuales de Primaria, Secundaria y Bachillerato, el discurso no cambia. Todavía se transmite ese relato impulsado en los años 90 de que la Transición fue ejemplar”.

De esta forma, la Transición dentro del aula se presenta desde una perspectiva institucional, relegando cualquier atisbo de protagonismo por parte de las masas. El alumnado que se enfrenta a la Evaluación de Acceso a la Universidad (EvAU), por ejemplo, sabrá quién es Juan Carlos I, qué es la Constitución y el papel que desempeñó Adolfo Suárez. “Pero desaparece la sociedad civil. No quieren que salga en los textos ese conflicto impulsado desde abajo, por miles de personas, que se vio en huelgas y manifestaciones desde los últimos años del franquismo, casi desde la década de 1960”, desarrolla Tébar.

“No quieren que salga en los textos ese conflicto impulsado desde abajo, por miles de personas, que se vio en huelgas y manifestaciones desde los últimos años del franquismo, casi desde la década de 1960”

A fin de cuentas, la Transición aparece como un pacto conseguido tras una Guerra Civil y 40 años de dictadura en el que todos los españoles se dieron la mano. Nada más lejos de la realidad. “No aparece nada de lo que sucedía en las fábricas y los talleres, el empuje estudiantil, la lucha desde las prisiones, incluso desde el mundo de la iglesia”, apunta este autor de la obra.

Solo se aprende lo que se evalúa

Por eso, no son pocos los docentes que crean y buscan sus propios contenidos sobre este periodo histórico, sobre todo los que imparten Historia en 2º de Bachillerato. Tappi explica que “uno de los problemas que existe es que este temario llega casi al final del curso, cuando apenas hay tiempo y la EvAU está a la vuelta de la esquina”.

Además, la investigación confirma que el alumnado solo aprende aquello de lo que serán evaluados. A esta determinación han llegado los autores tras analizar los apuntes de los universitarios que cursan el primer curso del Grado de Historia: “Ahí vimos que solo sabían lo que luego les entraría en el examen. Es curioso porque la EvAU condiciona todo el proceso de aprendizaje y el relato de la historia de la Transición que se enseña”, defiende Tébar, también profesor de Historia en la UB.

Tappi, por otra parte, conoce bien la realidad educativa italiana, por lo que puede realizar un análisis comparado: “En España se presenta la Transición como algo desligado totalmente de la realidad internacional. En Italia, por ejemplo, se estudia la historia del mundo medieval, moderno y contemporáneo en tres años diferentes, donde entra la historia del país, y así se puede contextualizar su devenir”. En el caso español, en cambio, los libros de texto citan la crisis económica de los años 70 como algo heredado del franquismo, sin mencionar que también estaba íntimamente unida al cambio que el capitalismo occidental sufría tras terminar los 30 años “gloriosos” después de la Segunda Guerra Mundial, parafraseando a este especialista.

Mismas imágenes, historias inacabadas

Una de las particularidades estudiadas se refiere a los recursos gráficos que los manuales emplean. En una época en la que los jóvenes se mueven por imágenes, los libros de textos adolecen de ellas, además de repetir las mismas. Por ejemplo, siempre aparece la jura de bandera de Juan Carlos I tras la muerte del dictador, o una imagen de “El abrazo”, que simula esa hermandad entre españoles.

En otros casos, los errores son mucho más graves: “En uno de los libros de Edelvives han puesto una fotografía de Marcelino Camacho para explicar la Ley de Amnistía del 1977. Ahí explican que esta ley posibilitó la excarcelación de los últimos presos políticos, pero en realidad Camacho fue indultado en diciembre de 1975. Es un error que ni merece más comentarios”, subraya Tébar.

Otra de las imágenes repetidas es el funeral multitudinario tras la matanza de los abogados de Atocha, en enero de 1977. Ninguna mención al asesinato de Arturo Ruiz a manos de un Guerrillero de Cristo Rey días antes durante una manifestación por la amnistía, o al de María Luz Nájera, un día después de este, tras el impacto de un bote de humo lanzado por la Policía durante una manifestación en repulsa de lo sucedido con Arturo.

“Los libros subrayan que el Partido Comunista (PCE) fue capaz de organizar la logística del funeral de los abogados. Dan esa imagen de que no son antisistema, que están a favor del diálogo y renuncian a la opción republicana”, comenta Tappi al respecto. Y añade: “Reducen la legalización del PCE a un acuerdo entre Suárez y Santiago Carrillo. Todo es cosa de dos únicas personas. Y tampoco mencionan que a esas elecciones democráticas Esquerra Republicana de Catalunya, Acción Republicana e Izquierda Republicana todavía estaban ilegalizadas”, ni siquiera en los libros de texto de Historia catalanes.

Una historia desde el presente

La Transición se llevó a cabo de tal forma que todavía hoy perduran ecos que aturden el relato impuesto. Desde luego, junto a la fotografía del entierro de los abogados laboralistas no se explica cómo el ultraderechista y uno de los perpetradores, Carlos García Juliá, estuvo prófugo de la justicia durante décadas y fue condenado a 193 años de prisión por cinco asesinatos y cuatro intentos de asesinato.

Tampoco se cuenta cómo en 1994, tras cumplir solo 14 años de condena, huyó a América Latina aprovechando un permiso penitenciario. Y ni mucho menos se dice que García Juliá encabezó la candidatura de Falange Española de las J.O.N.S en Bilbao las elecciones municipales del 2023. Explicar la Transición es explicar el presente.

Tébar recalca que el tratamiento del papel de las mujeres durante la Transición es absolutamente inexistente; igual con la lucha LGTBI, por la liberación de los presos sociales en las prisiones, la independencia de algunas regiones del Estado o las luchas vecinales

Por su parte, Tébar recalca que el tratamiento del papel de las mujeres durante la Transición es absolutamente inexistente: “En los últimos años se han realizado numerosas investigaciones relacionadas con este ámbito. Ya conocemos el nombre de decenas de ellas que deberían estar en los libros de Historia, pero lo que hay es una invisibilización total”, se explaya. Y como sucede con ellas, igual con la lucha LGTBI, por la liberación de los presos sociales en las prisiones, la independencia de algunas regiones del Estado o las luchas vecinales que consiguieron dignificar barrios y ciudades de toda la geografía española.

La escuela, fábrica de ciudadanos políticos

Tappi y Tébar, en su obra, aportan una propuesta didáctica alternativa. Desde este punto de vista proactivo, estos especialistas consideran esencial que el alumnado sepa que “el relato de la Historia es eso, un relato, el resultado del análisis subjetivo de fuentes que respeta una serie de reglas”. Por eso, consideran que el estudiantado debería familiarizarse más con las herramientas del historiador, para que los contenidos no solo terminaran en un estudio memorístico.

No se trata de que el alumnado se convierta en experto en Historia, sino que conozcan realmente qué hechos conectan lo que estudian con la realidad actual

“Ya hay muchos docentes que lo hacen, pero habría que impulsarlo más. Visitar un archivo puede ser una opción ideal para ello”, dice Tappi. No se trata de que el alumnado se convierta en experto en Historia, sino que conozcan realmente qué hechos conectan lo que estudian con la realidad actual, basados en argumentos y la fiabilidad de las fuentes.

Por eso, ambos expertos coinciden en que los recursos didácticos con los que cuenta el profesorado tendrían que englobar seis grandes conceptos, explicados por un especialista canadiense: el significado histórico, la evidencia o las pruebas, relaciones entre cambio y continuidad sobre fenómenos históricos, causas y consecuencias, desde qué perspectiva se arman los hechos para, por último, llegar a la dimensión ética de los mismos. “No podemos olvidar que el fin último de la escuela es la formación de una ciudadanía ética y política”, concluye Tappi.

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