domingo, 10 de marzo de 2024

LA SIEGA AJENA

Conrado Santamaría Bastida. Haro, La Rioja, 1962. Licenciado en Filología Clásica por la Universidad de Salamanca. Actualmente reside en Burgos y trabaja como profesor de instituto.

Su obra podría enmarcarse en la poesía de la conciencia o en la poesía social. Su obra nace de la necesidad de la memoria, de la necesidad de la esperanza, de las raíces del silencio, del miedo, del valor y del coraje, de cómo vivir mirándonos a los ojos mientras las palabras arden.

Las palabras que arden no necesitan glosa: tan solo sumergirse y ahogarse en su congoja, voluntad de sentir la amargura impotente del enjambre que liba donde todo se pudre.

Obras del autor en la página de la Biblioteca Nacional. Otros datos en La Casa de Zitas.

Publicado en Totalitaria, 2021. Y no cejar. Antología (2011-2021). Caraba Ibérica, 2022. 

Reuters

















LA SIEGA AJENA

Y vinieron los zánganos con sus ojos virtuales
donde la luz se astilla
y se deprava,
con sus alas bruñidas de verdad y ponzoña,
su zumbido sintético,
su aguijón
espurio a mataperros.
Y llegaron los zánganos y el cielo
malograba por siempre la inocencia,
y no hubo ya distancias, no hubo asilos,
y la flor del desierto,
y el agua de los valles,
y el cachorro del monte,
y las hijas e hijos de los seres humanos,
se sueñan noche y día en sangre e infrarrojos.

yo el verdugo
a la hora precisa en que madura
el polen y comienza la batida
yo el sicario a resguardo
aquí en mi alvéolo
frente a los monitores
donde el matiz no existe ni existe el titubeo
mis ojos palpo que se van pudriendo

Y apenas un zumbido, un destello en el aire
y, de repente,
quienes ya son espectros,
quienes ya fosforecen en rojos, amarillos,
en los tonos violáceos que las almas
adquieren cuando son
solo entrañas detrás de una vitrina,
los perros, las acacias, los aljibes, las piedras,
y las hijas e hijos de los seres humanos,
levantan a hurtadillas la mirada,
porque se saben néctar al alcance
y la muerte ya liba,
torpemente volando, los jugos de la tierra,
el polen del destino.
Sueñan en infrarrojos las orquídeas nocturnas,
en irreales ondas de un latido,
en bucles palpitantes de aureolas que crepitan.

yo el verdugo
en el sótano hermético
y a la hora precisa en que madura el polen
y mis manos empuñan la palanca
no estoy solo
en las otras celdillas limpiamente
maquinal el enjambre
pasea compra se enamora eleva
sus plegarias conduce su automóvil
recoge la basura no estoy solo
frente a los monitores
donde rastrean mis ojos y se pudren
a cada gota de sangre que destilan

Como fuego de azufre que un dios bituminoso
arrojara de golpe cuando el trigo germina,
sumario y arbitrario
el aguijón bastardo surca el cielo.
Negras nubes entonces florecen sin alarmas.
Todo es un objetivo:
las piedras, las acacias, los aljibes, los perros,
y los hijos e hijas de los seres humanos,
declarados hostiles se hacen humo,
se retuercen en sombras desteñidas,
y cualquiera,
más allá o más acá de las pantallas,
cualquiera que respire,
que sueñe en blanco y negro
o sueñe en infrarrojos,
yace muerto en la charca moral que nos ahoga,
desgajado el cordón de sus raíces.

como vosotros
yo el verdugo en mi alvéolo
yo el sicario
frente a los monitores donde el matiz no existe
palpo mis ojos que se van pudriendo
y aguardo la venganza
no estoy solo
cuando madura el polen y seguimos
como orquídeas nocturnas soñando en infrarrojos
y adorando postrados la añagaza
frente a los monitores
no estoy solo
no estoy solo
no estoy solo

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