viernes, 29 de noviembre de 2024

Pierrot el loco y el negacionismo

Al final de esta película de Jean-Luc Godard, Pierrot-Ferdinand se suicida atándose cintas de dinamita alrededor de la cabeza. La manta con que los negacionistas se envuelven la cabeza (negacionistas del cambio climático y de muchas cosas más) tiene el mismo efecto letal.

En 1982, un informe secreto elaborado por los científicos de la compañía petrolera Exxon predijo con sorprendente exactitud el ritmo al que la temperatura del planeta aumentaría en las siguientes décadas si continuaban las emisiones de dióxido de carbono asociadas a los combustibles fósiles. En la gráfica que elaboraron entonces se puede observar que predijeron las 420 partes por millón (ppm) de CO2 que ya contiene nuestra atmósfera en 2024 y el aumento de 1°C que ya experimentamos respecto a 1960. Sus científicos, sencillamente, lo clavaron.

El secreto de su predicción, más exacta que la de otros científicos, está en considerar el impacto en la temperatura global de un solo factor: la composición de la atmósfera. Parece acertado considerar que, al repartirse el CO2 por toda la atmósfera, su efecto se deba considerar distribuido igualmente de forma global.

Otros modelos tratan de estimar el impacto del aumento de temperatura en otros parámetros climáticos, como la precipitación, a nivel regional y no global. En vez de perderse en estos modelos de alto nivel de complejidad, los científicos de Exxon consideraron la física que hay detrás del cambio climático por la actividad humana y utilizaron así la hipótesis más adecuada: el crecimiento de las emisiones.

Acertaron porque auguraron (¡bien lo sabían ellos!) que las emisiones de CO2 no dejarían de subir, tal y como ha sucedido, a pesar de décadas de esfuerzos de quienes trabajan contra el cambio climático. Tenían claro hacia dónde iban a ir las emisiones de gases de efecto invernadero. Una vez sabido, un modelo sencillo de balance de energía da una estimación bastante fiable del aumento de temperatura media global correspondiente.

La empresa tuvo buen cuidado de ocultar estos estudios, anteponiendo sus intereses económicos a cualquier otra consideracón. Ahora, la temperatura media anual del planeta supera por primera vez el umbral de +1,5ºC fijado en el Acuerdo de París.

Una inmensa ignorancia, en gran parte voluntaria, rodea al negacionismo. La perfecta correlación entre el calentamiento y el aumento de gases de efecto invernadero es innegable. Y, como podéis ver en este artículo, hoy se sabe mucho sobre la composición de la atmósfera en otros tiempos geológicos y el clima correspondiente en cada uno de ellos:


“No hace falta ser matemático para verlo”
Los científicos ponen la crisis climática delante de los ojos

22 de noviembre de 2024

Aunque sus efectos son cada vez más evidentes, algunos de los lugares en los que se mide el cambio climático son desconocidos para el gran público: estos son los escenarios en los que la crisis climática se manifiesta de forma tangible

El meteorólogo Emilio Cuevas mostrando la curva de CO2 registrada en el Observatorio de Izaña.
El meteorólogo Emilio Cuevas mostrando la curva de CO2 registrada en el Observatorio de Izaña. A.M.R.

En la azotea del Centro de Investigación Atmosférica de Izaña, situado a 2.364 metros de altitud y muy cerca del Teide, hay dos tubos que capturan el aire exterior y lo envían al laboratorio a través de un colector al que llaman “la vaca” porque recuerda a una ordeñadora automática. Desde allí, el aire captado de las alturas y lejos de la actividad humana se envía hasta un espectrómetro que analiza su composición química y da una lectura en tiempo real de su contenido en CO2 medido en partes por millón (ppm).

Estos aparatos han estado midiendo el contenido de dióxido de carbono de la atmósfera desde 1984 y son, junto a los del observatorio hawaiano de Mauna Loa, que inició el registro en 1958, el sistema de referencia para documentar la acumulación de gases de efecto invernadero en nuestro planeta. En una de las paredes del observatorio están las tablas de valores que marcan la curva ascendente que ese espectrómetro ha ido registrando en medio siglo de actividad: desde las 345 ppm de principios de los 80 hasta las 427,45 ppm registradas en mayo de 2024 y que marcaron un nuevo récord.

Esa curva, que se solapa con la del aumento de la temperatura media global en alrededor de 1ºC, es el mejor testimonio de cómo estamos cambiando la atmósfera. En palabras del que fuera director de Izaña, Emilio Cuevas, “no hace falta ser matemático para verlo”.

¿Cómo ven el clima del pasado?

El Observatorio de Izaña forma parte de la red meteorológica mundial que registra las condiciones atmosféricas mediante miles de aparatos en tiempo real, tanto en tierra como desde el espacio. Estas pruebas se unen a las que recogen otros científicos a lo largo y ancho del planeta, desde quienes miden el deshielo en los polos y los glaciares, pasando por el aumento del nivel del mar que está afectando a zonas costeras hasta la acidificación de los océanos o la pérdida de biodiversidad.

Pero para documentar el cambio climático no basta con saber qué está pasando en el momento, sino que hay que saber cómo estaba la atmósfera y cómo ha evolucionado. Y como los datos meteorológicos directos se remontan solo hasta 1850, momento en que ya había termómetros y barómetros por todo el mundo, hay que mirar más atrás en el registro.

Acumulación de CO2 atmosférico medido en el Observatorio de Izaña. AEMET









Una pregunta clásica que lanzan algunos negacionistas es cómo se puede saber el tiempo que hizo hace 2.000 años. Esto se hace mediante unas sofisticadas reconstrucciones de las condiciones atmosféricas del pasado a las que se conoce como indicadores paleoclimáticos o proxies, y son las que llevan a cabo cientos de científicos en los lugares más insospechados, desde las estalactitas de las cuevas a lechos de antiguos lagos, acantilados en lugares remotos o arrecifes coralinos. En general, se aprovecha que los procesos físicos han ido dejando un registro en la superficie del planeta y en los seres vivos, de modo que —con las herramientas adecuadas— se puede leer en el pasado como en un libro abierto.

Escrito en el hielo

En un pequeño laboratorio de Bilbao, el equipo de Sérgio Henrique Faria examina al microscopio una muestra de hielo procedente de un cilindro de 120 metros extraído de las profundidades de Groenlandia. En el IzotzaLab, el laboratorio del hielo del Centro Vasco para el Cambio Climático (BC3), examinan la parte de hielo más reciente —los últimos 800 años— como si fuera un códice secreto y tratan de descifrar las grietas y deformaciones para entender mejor el clima del pasado y lo que está pasando en el presente.

En estos núcleos de hielo extraídos de las profundidades han quedado burbujas de aire que sirven como testigos de las atmósferas del pasado. Al analizar este aire atrapado a gran presión durante miles de años, los científicos pueden comprobar cuánto CO2 había entonces e incluso calcular las variaciones de temperatura gracias a la composición isotópica. “He trabajado con hielo de 2.000 metros de la Antártida y he podido escuchar ese sonido”, recuerda Faria. “Una vez estaba mirando en el microscopio y, por pura coincidencia, vi cómo una burbuja de apenas unas micras explotaba bajo mi lente y producía un ¡plop! Ese aire llevaba encerrado ¡87.000 años!”.

El aire anterior a 1765 extraído del hielo antártico para el proyecto Polar Zero. British Antarctic Survey’s (BAS)








Estas burbujas son una de las formas más sencillas de visualizar el cambio. Durante la Cumbre del Clima de 2021 celebrada en Glasgow (COP26), el artista Wayne Binitie, en colaboración con los científicos de la British Antarctic Survey (BAS), extrajo cuidadosamente miles de burbujas de los testigos de hielo de la Antártida y las almacenó en un recipiente para exponerlo en una vitrina: el público podía ver con sus propios ojos el aire que había en la atmósfera de la Tierra en el año 1765, antes de la revolución industrial, antes de que empezáramos a alterarlo todo.

Anillos, estalactitas y corales

Otros científicos, como Jesús Julio Camarero del Instituto Pirenaico de Ecología (IPE-CSIC), estudian el clima del pasado y cómo ha influido en los ecosistemas analizando los anillos de los árboles, mediante la conocida como dendrocronología. Él y otros investigadores han tomado datos de anillos de árboles en Eurasia y América para cuantificar y modelar la relación entre la temperatura y el crecimiento radial durante el siglo XX. En otro trabajo, Camarero ha identificado variaciones en la población de pinos de alta montaña en los Pirineos relacionadas con el azote de la peste negra hace 500 años, cuando disminuyó la presión humana sobre los bosques. Como en los anillos quedan registrados los periodos de crecimiento, los científicos pueden usarlos para construir nuevas cronologías de temperatura que se extienden cientos de años atrás y en las que se ven otras grandes variaciones climáticas.

Reconstrucciones de temperatura global de los últimos 2000 años, utilizando diferentes métodos de proxy. Wikimedia Commons










Estas mismas pruebas se encuentran en las cuevas y en los isótopos de los depósitos de carbonato en las estalactitas y estalagmitas. En abril de este año, un equipo español pudo establecer los cambios de temperatura registrados en los últimos 2.500 años a partir de ocho estalagmitas obtenidas en cuatro cuevas del Pirineo Central.

Los depósitos de sedimentos son también una valiosa fuente de información climática. En el fondo de algunos antiguos lagos de la Isla de Pascua, por ejemplo, Sergi Pla Rabés descubrió los factores que pudo conducir al colapso de su población hace 500 años. Trabajos anteriores habían detectado la súbita desaparición de las palmeras hacia 1400, pero él y su equipo descubrieron que una parte clave del registro sedimentario —las páginas de la historia que faltaban— había sido barrida por una sequía prolongada durante décadas.

Datación de capas de sedimentos del lago Crawford Patterson Lab, Carleton University








Los sedimentos pueden ser útiles para identificar cambios más recientes. En el fondo del pequeño y desconocido lago Crawford, en Canadá, la geóloga Francine McCarthy extrajo un cilindro de sedimentos en el que se puede leer la historia más reciente de nuestro planeta, desde los isótopos de las pruebas nucleares de los años 50, al aumento de la carbonilla procedente de la combustión y las variaciones bioquímicas producidas por el aumento de temperatura.

Al igual que los anillos de los árboles, la larga vida y crecimiento lento y regular de los corales proporcionan a los científicos datos ambientales muy valiosos. Recientemente, el equipo de Diego Kersting, del Instituto de Acuicultura de Torre de la Sal (IATS-CSIC), ha encontrado contaminantes procedentes de la quema de combustibles fósiles en esqueletos de coral, un registro que se extiende a lo largo de décadas y muestra una imagen clara de lo extensa que es la influencia humana en el medio ambiente.

El lugar menos pensado

Además de en paisajes naturales, las pruebas sobre el clima del pasado se encuentran a menudo en creaciones humanas. Como los anillos de los árboles están presentes en materiales como la madera de los violines, las vigas de las catedrales o las cuadernas de los galeones hundidos, estos objetos pueden contener evidencias muy valiosas. La investigadora de la Universidad de Amsterdam Marta Domínguez Delmás, por ejemplo, es especialista en datar la madera de edificios antiguos y barcos hundidos. Hace unos años consiguió ampliar la cronología de los huracanes ocurridos en el Caribe, que hasta entonces llegaba solo hasta el siglo XIX, cruzando los datos de los anillos de los pinos de Florida y las fechas de los naufragios.

El equipo de Ricardo García Herrera analizó los cuadernos de bitácora de los navegantes españoles para caracterizar los sistemas meteorológicos anteriores a 1850

La aproximación del equipo de Ricardo García Herrera, de la Universidad Complutense de Madrid (UCM), para conocer el clima del pasado es todavía más original. En un proyecto denominado CLIWOC (por las siglas en inglés de Base de Datos Climatológica de los Océanos del Mundo), Herrera analizó los cuadernos de bitácora de los navegantes españoles que viajaban a las Indias y, a partir de sus anotaciones sobre la fuerza y dirección del viento, caracterizó cómo eran los sistemas meteorológicos antes de 1850.

Otras veces, las pruebas aparecen en las obras de arte. En un conocido trabajo de 2003, un grupo de investigadores italianos encontraron una forma muy original de documentar el aumento del nivel del mar en Venecia: examinaron las marcas dejadas por agua en los edificios venecianos que aparecen en los cuadros de Canaletto, pintados en el siglo XVIII, para compararlos con los actuales y documentar cómo ha ido variando el nivel de las aguas a lo largo de los siglos.

Diferencia de la altura del agua en Venecia en los cuadros de Canaletto, del siglo XVIII, y la actualidad. Dario Camuffo, 2003.









Estos son solo algunos ejemplos de la larga lista de evidencias sólidas que prueban que el planeta ha experimentado en los dos últimos siglos un calentamiento sin precedentes y que es la actividad humana la que ha producido estos cambios. Además de los glaciares que desaparecen ante nuestros ojos, las estaciones de esquí fantasma en lugares que antes tenían nieves perpetuas o los acantilados que se come la erosión por el aumento del nivel del mar, las pruebas del cambio están escritas en los testigos de hielo, los anillos de los árboles, los corales y hasta los cuadros que pintaron nuestros antepasados, cuando la maquinaria industrial que calentó la atmósfera aún no se había activado. Y, como pasa con el registro de CO2 de Izaña, las pruebas son tan evidentes que para entenderlo no hace falta ser un experto. Basta con prestar un poco de atención a los detalles.

jueves, 14 de noviembre de 2024

Sobre los números presentes en las letras: la métrica

Aunque abstracta e inmaterial, es la existencia real de los números naturales, presentes y sumergidos en los conjuntos numerables, la que nos permite compararlos, manejarlos y operar con ellos. Pero, salvo para algunos de los primeros números de la lista, somos incapaces de imaginarlos sin emplear algún sistema de numeración. Podemos incluso caer en el error de considerar que el número es esclavo del sistema con que lo nombramos, cuando los esclavos somos nosotros

Aun sin enmarcarlo en el sistema decimal, para "percibir" un número como el "siete" la mente recurre a la imagen de dos conjuntos menores, de cuatro y tres elementos, por ejemplo; o tres (nunca muchos más) de dos, dos y tres. Números mayores somos incapaces de imaginarlos fuera de un sistema. Sistema que precisa de un lenguaje.

Es la necesidad de sistematizar para hacer la realidad accesible al conocimiento la que ha dado lugar a los lenguajes, y el primero de todos es la lengua natural de cada uno.

Así como las unidades básicas del lenguaje matemático son unas pocas cifras, en las lenguas habladas esas unidades son los fonemas, más numerosos, que se concretan en unidades fónicas aún más variadas, las sílabas. Y las sílabas son numerables.

En la lengua hablada hay sílabas que destacan sobre las demás, que se acentúan. Hay lenguas, como el latín, en que es la duración la que distingue sílabas largas y breves; en otras el acento viene dado por el tono musical, en otras por la intensidad. El énfasis se acentúa combinando varias de estas modalidades.

En nuestro idioma, el acento es tónico, y existe en cada palabra de más de una sílaba, con una de ellas tónica y las demás átonas. Al hablar, las palabras se enlazan sin pausa, hasta que la respiración fuerza a ella o se completa el sentido de la frase. El diptongo y el hiato unen o separan unidades fónicas, y la sinalefa crea sílabas que pertenecen a distintas palabras. Todo esto hay que tenerlo en cuenta al contar sílabas. Y también que si la frase termina en una sílaba acentuada la pausa posterior cuenta como una sílaba más.

En la poesía popular hay que considerar también las pronunciaciones dialectales, con omisiones y fusiones que cambian por completo el número de sílabas. Pienso ahora en las letras del flamenco.

Las técnicas habituales de la poesía han sido hasta hoy la rima y el metro. Me centraré en el segundo.

La métrica tradicional se ocupa en contar las sílabas de cada verso, considerando que lo normal es que cada uno de ellos contenga un significado relativamente completo, y también de situar en él la posición de los acentos. Así como no podemos separar el significante del significado, tampoco debemos hacerlo con el sentimiento y su expresión, el contenido y la forma que adopta. Un buen verso debe aunar ambas cosas en un todo que refuerce lo que quiere expresar. En esto la métrica tiene mucho que decir.

En la poesía actual se rompe con frecuencia la preceptiva, pero también en el buen verso libre están presentes la estructura fónica y la ruptura inteligente de ese fluido continuo de palabras. Por eso se siguen escribiendo, como le decía un paisano analfabeto a mi abuelo, "esos libros de los rengloncillos cortos".

Los versos castellanos se clasifican en "de arte menor", hasta ocho sílabas, y "de arte mayor", de nueve o más. En los de arte mayor la acentuación adquiere su máxima importancia, pero a partir de doce sílabas una cesura los descompone en dos hemistiquios.

El endecasílabo viene a ser así el verso más largo que se puede construir sin hacer una pausa al recitar. No olvidemos que la poesía está hecha para oírla: incluso en una lectura muda no dejamos de oírla mentalmente.

En él cobra la mayor importancia la colocación de los acentos. Tratadistas sutiles han estudiado el efecto que producen en el ánimo las distintas acentuaciones, y cómo esto influye en el estado de ánimo del lector-oyente, confluyendo en la mejor poesía la expresión y lo expresado .

Esto analiza el artículo que sigue a estas consideraciones mías. Según la colocación de los acentos considera hasta treinta estructuras formales que podéis ver ahí (si no veis bien la imagen que copio podéis acudir al enlace que facilito).

De esta clasificación escojo dos ejemplos, de Bécquer y Garcilaso, citando el efecto que según el autor de la clasificación produce en el lector-oyente:

"verso melódico puro":

Volverán las oscuras golondrinas
--'--'---'-

"verso sáfico puro pleno":

Libre mi alma de su_estrecha roca
'--'---'-'-

Si esto es importante para reforzar el carácter de la composición, también lo es la terminación de un verso para pasar al siguiente. Esto puede hacerse de modo forzado o natural. Si el paso está forzado el recitador puede seguir el sentido de la frase completa o pausar la lectura. Mi opinión es que es mejor hacer la pausa en el cambio de verso.

Este dilema se presenta en casos como este, de fray Luis de León:

Y mientras miserable-
mente se están los otros abrazando
con sed insacïable
del peligroso mando,
tendido yo a la sombra esté cantando.

La lectura sin pausa de "miserablemente" impide percibir la estructura del verso y lo convierte en prosa.

En cambio, hay otros casos en que felizmente no se plantea este dilema. He aquí dos ejemplos de pausas oportunamente situadas:

Esta es de Garcilaso:

Las hojas que en las altas selvas vimos
cayeron, y nosotros a porfía
en nuestro engaño inmóviles vivimos

El salto entre «vimos» y «cayeron» se adecúa perfectamente a lo que se está diciendo. La forma sigue al contenido: las hojas efectivamente parecen caer de un verso a otro. 

Con este otro ejemplo de Herrera sucede lo mismo:

Quebrantaste al cruel dragón, cortando
las alas de su cuerpo temeroso

Aquí coinciden el corte de las alas y del verso. Casi se las puede ver desplomarse cuando se empieza a leer el segundo verso. El adjetivo «temeroso» introduce un sentimiento adicional que culmina los dos versos y los enriquece.

Sigue el artículo completo.


La mecánica del endecasílabo

Orfeo y Eurídice, de Jean-Baptiste-Camille Corot.













En España, el verso de once sílabas se empezó a cultivar en serio en el Renacimiento. En los siglos que han transcurrido, esta medida ha hecho fortuna y hoy se acepta que es el que mejor se adapta a la forma de hablar en castellano, el que corresponde de manera natural con grupo fónico mayor; ese segmento de un discurso considerado como límite en una pronunciación normal y no forzada. Es decir, el que queda delimitado por dos pausas sucesivas de la articulación. Sucediendo además que a partir de doce sílabas los versos suelen ser compuestos (un alejandrino, de catorce, es casi siempre un 7+7), el endecasílabo viene a ser lo más largo que se puede decir vocalizando sin respirar.

Si identificamos una respiración con una idea, y de ahí a un verso con una idea, tendremos que el endecasílabo es la manera ideal para transmitir algo de cierta extensión de una manera natural. La unidad de pensamiento poético mayor en castellano. En francés, por cierto, la medida es un poco diferente: en ese idioma se dejan de contar sílabas a partir del último acento. En inglés también es diez.

Si hay un grupo fónico mayor, lo habrá menor. Efectivamente. En castellano, ese se corresponde con ocho sílabas, el octosílabo de los romances, el de los temas populares, festivos, y de ideas sencillas. Pero es difícil hilar una idea completa con solo ocho sílabas, y aun siendo el octosílabo el más largo de los cortos, a menudo no es suficiente. Las coplas de Manrique son una excepción, aunque más allá de las dos más conocidas, su esquema resulta monótono.

Por el otro lado, el de los versos que tienen más de once sílabas, tenemos el alejandrino, un verso que exige una cesura, un corte para no ahogarte al recitar (porque la poesía es para ser dicha). No soy al único al que los versos de catorce sílabas le parecen pesados, ampulosos y solemnes, quizá porque cuando los estudiábamos en el instituto lo hacíamos a través de Los cisnes de Rubén Darío. Versos tales como:

Brumas septentrionales nos llenan de tristezas,
se mueren nuestras rosas, se agotan nuestras palmas,
casi no hay ilusiones para nuestras cabezas,
y somos los mendigos de nuestras pobres almas.

justifican la crítica de «decoradores de la decadencia» que les hicieron a los modernistas. El tema del poema no ayuda tampoco a apreciar al alejandrino como se merece, pero hay que reconocer que tampoco los versos más antiguos y épicos aguantan una medida tan larga. Un ejemplo de Berceo:

En Toledo la buena esa villa real,
que yace sobre Tajo esa agua caudal,
hubo un arzobispo coronado leal,
que fue de la Gloriosa amigo natural.

Esto, la cuaderna vía, con su cesura bien indicada, está muy bien en pequeñas dosis. Al cabo de un rato, cansa por su monotonía. El poema del Cid, ese que estudiaban durante varios meses los que iban por letras en educación secundaria, le pasa algo parecido. Resulta interesante por su encaje en la historia del español (el primer poema largo en esta lengua) más que por sus virtudes poéticas, las cuales Borges, —sensible a la épica, pero también a la lírica— calificó de rústicas.

El verso de siete sílabas se ha usado mucho en la poesía castellana, y queda bien combinado con el once. Pero empleado por sí mismo ofrece pocas posibilidades expresivas. Las estrofas de heptasílabos acostumbran a quedarse cortas para tratar temas de cierto calado. A los versos intermedios entre ocho y once, a los de nueve, diez, doce y trece, se les tiene por incompletos, como que les falta algo. Al de doce se le ha tachado de empalagoso. Compárese el famoso endecasílabo:

se muestra la color en vuestro gesto

Con una versión en doce sílabas:

en vuestro gesto se muestra la color

Cualquier lector habitual de poesía notará la diferencia: el primero fluye (gracias a la colocación de los acentos), mientras que el segundo se atasca en «gesto», y después en «la». Ambos versos dicen exactamente lo mismo, pero uno de manera poética y el otro prosaica

Como se ve, los acentos son fundamentales para que un verso castellano funcione. Marcan su ritmo sonoro, que en otros idiomas se basa en la intensidad, cantidad, entonación, aliteración o rima, pero que en español se asienta con fuerza en el acento. Esto es algo que no sucede en, por ejemplo, el latín o el griego, que priman la cantidad. Un hexámetro clásico suena bien no por dónde estén colocados los acentos, sino por la cantidad de sus sílabas, breves o largas. En castellano, todas las sílabas duran lo mismo.

Mi editor de poesía, Abelardo Linares, me dijo hace muchos años que la poesía sigue unas reglas tan precisas como la física. Me sorprendió mucho su afirmación, y debo confesar que enarqué las cejas al escucharla, pero viniendo de él, no la olvidé. Con el tiempo y tras reflexionar, he venido a darle la razón. Hay versos buenos y versos malos; estrofas que funcionan y estrofas que se despeñan, y hay razones técnicas que explican el éxito o fracaso de los poemas. Las durezas rítmicas ocasionales se pueden emplear con fines estéticos, como la disonancia en la música, pero hay reglas entreveradas en la manera que tenemos de hablar en español, en la estructura rítmica de la lengua, que hacen que en poesía no valga cualquier cosa, por más que haya gente que se empeñe en que unas palabras en cierta disposición sobre una página conforman un poema.

Los tratadistas llevan hablando de estas cosas desde hace siglos. El Terenciano o Arte Métrica de Gregorio Mayans i Siscar (1770) recoge ya algunas de las ideas que he recogido arriba. Pero fue Andrés Bello con sus Principios de la Ortolojía (sic) y Métrica de 1835 quien marca un punto de ruptura. De alguna manera, fue él quien fundó la métrica moderna, aunque hoy se discrepe de su concepción del ritmo. La ciencia del verso (1908) de Mario Méndez Bejarano es también una obra formidable cuyo título es una declaración de intenciones. Más cerca de nosotros, es muy conocido el texto de Tomás Navarro Tomás (Métrica española, 1956), pero sobre todo los de Isabel Paraíso (La métrica española en su contexto románico, 2000), y de Antonio Quilis (Métrica española, 1969), reeditados incansablemente al ser textos de referencia en los estudios universitarios de filología.

La premiada tesis de Quilis, publicada en 1964, es un buen ejemplo de lo que se puede lograr analizando la mecánica de la poesía empleando métodos físicos. Trata sobre el encabalgamiento, ese desajuste entre sintaxis y métrica que tantas alegrías nos da a los poetas al permitir huir de la monotonía y sorprender al lector. Como todo recurso, hay que usarlo con moderación. Aunque también sirve para parir engendros, como hizo fray Luis de León cuando perpetró esto:

Y mientras miserable-
mente se están los otros abrazando
con sed insacïable
del peligroso mando,
tendido yo a la sombra esté cantando.

No es un error de composición. Fray Luis hizo eso, una tmesis, para que la estrofa se pudiera considerar una lira. Pero no es esa la idea de esta licencia. Garcilaso sí que sabía usarla bien:

Las hojas que en las altas selvas vimos
cayeron, y nosotros a porfía
en nuestro engaño inmóviles vivimos

El salto entre «vimos» y «cayeron» se adecúa perfectamente a lo que se está diciendo. La forma sigue al contenido: las hojas efectivamente parecen caer de un verso a otro. Acabamos de leer el primer verso felices, ingenuos de nosotros, y al empezar el segundo, viene el mazazo. El placer estético que se experimenta al leer eso es extraordinario. Con este otro ejemplo de Herrera, el gran Herrera, sucede lo mismo:

Quebrantaste al cruel dragón, cortando
las alas de su cuerpo temeroso

Aquí coinciden el corte de las alas y del verso. Casi se las puede ver desplomarse cuando se empieza a leer el segundo verso. El adjetivo «temeroso» introduce un sentimiento adicional que culmina los dos versos y los enriquece. Aclarar ahora —para acabar con este aparte sobre el encabalgamiento— que hay dos escuelas sobre cómo se deben leer los versos. Unos dicen que la pausa versal se hace siempre. Otros afirman que el encabalgamiento evita esa pausa, una postura a mi juicio incomprensible, porque destroza el efecto que persigue la licencia. La tesis de José Manuel Bustos (1992) creo que zanjó la cuestión, aunque aún se escuchan poemas leídos sin la debida pausa al final del verso. Si se sabe que esa era la intención del autor, no hay problema, pero al menos Garcilaso y Herrera (y legión de poetas tras ellos) pensaban como Bustos.

Volviendo a la tesis de Quilis, el de Larache llegó muy lejos en su aplicación de la física para cuantificar el ritmo y elucidar la mecánica de la poesía. Su análisis de sonogramas mediante una técnica de análisis de Fourier que se emplea para identificar armónicos fue más que novedosa en España teniendo en cuenta los medios limitados con los que contaba, ya que estábamos aún en la era analógica, la de las grabadoras de cinta. Hoy, en la digital, es mucho más fácil. Gracias a la tecnología, cualquiera puede analizar el canto de un pájaro con una aplicación del teléfono e identificar la especie a la que pertenece. Lo mismo para la voz. Mi lectura del famoso primer verso del soneto XXIII de Garcilaso tiene este aspecto:

Screenshot





Además de la «pausa boomer» (ese medio segundo del principio sin nada, que tanta gracia hace a mis estudiantes), se aprecia que esta «huella dactilar» del primer verso del soneto XXIII de Garcilaso permite medir con precisión, a la décima de segundo, los acentos y las pausas. A partir de ahí se pueden sacar conclusiones que pueden llegar a ser muy sofisticadas, como hizo Quilis. Su tesis es muy recomendable, pero como en tantas otras cosas, llega un momento en que para avanzar en el conocimiento experto del tema hace falta estudiar. La divulgación tiene sus límites y su ámbito, que es fundamentalmente excitar la curiosidad y animar a leer sobre el tema.

La mecánica del endecasílabo es lo suficientemente rica como para haber merecido decenas de libros, tesis y artículos en revistas técnicas. Como verso de once sílabas, tiene un acento fijo en la décima sílaba. Luego puede tener otro en la sexta o en la cuarta. En el primer caso se habla de un endecasílabo mayor. En el segundo de uno menor.

Los endecasílabos mayores, los que llevan acentos en la sexta y décima sílaba, pueden tener un tercero en la primera, segunda o tercera sílaba. Se les llama endecasílabos enfáticos, heroicos y melódicos, respectivamente. Pero puede haber más acentos, claro, lo que multiplica las combinaciones. En 1891 Eduardo de la Barra se entretuvo en hacer una bonita compilación de ritmos con ejemplos de versos castellanos, que en formato tabla (y aportando algunos ejemplos diferentes) sería algo así:

Screenshot










Estos treinta tipos de endecasílabos son los más comunes. En realidad, solo los veintitrés primeros son kosher; aunque a los versos dactílicos algunos tratadistas los tachan de horrendos. Dicen (y es verdad) que no tienen gracia, que suenan a prosa, y que parecen octosílabos a los que se le ha pegado un trisílabo. Nótese que los endecasílabos buenos no tienen acento en la séptima: si se lo pones, creas un octosílabo y entonces las tres sílabas que quedan dan la impresión de ser un añadido. Las estructuras rítmicas que hacen el número 24 y 25 de la tabla se los tuvo que inventar Bello para ejemplificar sin ofender a nadie que esas dos combinaciones de acentos suenan fatales. Como regla general, dos acentos seguidos estropean el ritmo del endecasílabo. Se puede hacer un verso de esa forma, pero tiene que haber una buena razón para ello; un contenido que se adecúe a ese tropiezo rítmico, como en el caso del encabalgamiento.

Los versos del final de la tabla: los galaicos (también llamado «de gaita gallega», y ese nombre no pretendía ser un halago), guaraníes y sáficos inversos se tienen por monótonos. El ejemplo que he escogido del sáfico inverso de Darío es particularmente doloroso al oído. Es de un empezar brillante, con acento en la primera, para atropellarse en la sexta y séptima; lo cual puede ser aceptable si lo que dice el verso es congruente con esa idea, pero no es el caso. Darío era muy bueno, y ya quisieran la variedad de su poesía los modernistas franceses de su época, pero este verso no es muy afortunado.

El último caso de la lista, el endecasílabo melódico 3-8-10, presenta otras complicaciones, pero tampoco es especialmente agradable al oído. Se puede arreglar rítmicamente, cambiando «cuanto» por «cuánto», lo que lo convertiría en un melódico largo, pero eso no es lo que quería decir Garcilaso en su canción segunda. En poesía, añadir un tilde, una coma, o alterar el orden de las palabras cambia un (buen) poema, cosa que no sucede con la prosa. La forma es clave.

Hay más elementos que contribuyen al ritmo de un poema. Se le puede añadir textura, o timbre a los acentos. Hasta se ha identificado a cada letra con un conjunto de características, y a su repetición en los versos con sonoridades e intenciones estéticas concretas. En el caso de las vocales, la «a» se considera una letra que no es suave pero sí magnífica, cuya repetición resulta adecuada para hablar de temas importantes. La «e» se considera la mejor vocal, no tan sonora como la «a», pero clara, graciosa y elegante, sin que ofenda al oído cuando se repite (no en vano el valenciano tiene tres sonidos para esta letra). La «i», siendo floja, serviría para las cosas débiles, y su repetición acordaría bien con temas tristes. La «o» expresa un carácter repentino, y repetida sirve para expresar afecto, engrandeciendo la oración. Por último, la «u», que es nasal, se emplea para temas ocultos, de misterio y oscuridad. A estas disquisiciones de los preceptistas uno las puede hacerle el caso que quiera, pero sí que es cierto que «búho» es un palabra que asusta y que resulta oscura, una palabra que realmente da miedo (lo que, por otro lado, se conjuga mal con ese precioso animal).

Con las consonantes también hay una serie de reglas más o menos subjetivas. Sí que es cierto que repetir el sonido de la «c» o de la «k» queda feo, que demasiadas eses hacen un verso sibilante, pero que cansa; o que la «n» refrena a la vocal que la sigue (como se puede ver en el sonograma de arriba) siendo una letra que va bien para hablar de temas interiores. Lo mismo que con las vocales, a esto se le puede dar el crédito que se quiera, pero nadie me negará que «Alicia» es un nombre precioso. A la zeta (fonéticamente es |a ‘li θja|) se la considera la consonante más suave; y a la ele, líquida, blanda y dulce. Enlazadas con dos aes y dos íes (que se compensan: la magnífica «a» sonora queda modulada por la debilidad y languidez de la «i»), el conjunto es una combinación irresistible al oído.

Ante este despliegue de preceptos que a muchos parecerán arbitrarios surgen varias dudas. La primera, si hay que saber de esto para escribir buenos poemas. Naturalmente que no, y habrá poetas excelentes que jamás hayan oído hablar de estas cosas. Construir un buen poema requiere sobre todo de oído, sensibilidad y buen gusto, que son destrezas que se adquieren leyendo mucha poesía. Para que un verso suene bien no hace falta saber por qué lo hace, de la misma manera que para bailar bien no hace falta saber ni mecánica ni física. Hace falta práctica. Y por supuesto nadie te obliga a escribir en endecasílabos. Esta medida, en el Renacimiento, fue objeto de furibundos ataques de, por ejemplo, José de Castillejo. Aunque Alfonso X y el marqués de Santillana ya habían compuesto versos de once sílabas, a mucha gente los de Garcilaso, italianizantes, les sonaban raros. A los nuevos ritmos cuesta acostumbrarse.

La segunda duda que puede surgir, relacionada con esto último, es si estas reglas se pueden romper. Ante esto hay que recordar que por supuesto, que el arte es transgresión continua, pero también que lo que dicen los preceptistas suele ser una senda firme, un camino seguro del que salirse únicamente cuando ya se domina, al igual que una cosa es lo que te enseñan en la autoescuela cuando aprendes a conducir y otra cosa la forma de conducir de Fernando Alonso subido a un F1. Hay que transgredir si se quiere ir más allá, claro, pero para eso primero hay que dominar de lo que se trate, ya sea escribir poemas, novelas o diseñar satélites. Advertir no obstante que es raro que en la ciencia del verso una transgresión inconsciente se traduzca en un poema feliz. Es mucho más probable que se trate de un error que afecte gravemente a algún aspecto del poema. No hay que olvidar tampoco que la inmensa mayoría de las obras que han sobrevivido al paso del tiempo son las que cumplen con las «leyes físicas» de la poesía de las que hablaba Linares.

¿Podemos extender estas ideas sobre el endecasílabo para juzgar si un poema «es bueno»? No tan rápido. Con el ritmo del verso solo hemos arañado la superficie, y de un único metro, el de once sílabas. Los lectores hacemos trampas al leer, yendo más deprisa o más despacio para ajustarnos a lo que suponemos que tiene medir un verso, especialmente con las estrofas clásicas, que nos inducen unas medidas determinadas. Hay muchos matrices y excepciones. Un verso como

En tanto que de rosa y azucena

se puede contar como de diez o de once sílabas, dependiendo de cómo se lea la sinalefa, si doble o triple. De la métrica se sacan tesis doctorales; no es un tema trivial ni que se pueda despachar en un artículo. Por otro lado, el análisis de un poema completo requiere tratar no solo el ritmo, sino también y como mínimo: tema, asunto, estructura, título, citas, pragmática, y niveles léxico, semántico y sintáctico. El tema de la traducción es otro mundo: traducir el endecasílabo al francés al español es una odisea.

Queda todavía mucho que decir sobre el resto de los aspectos de un arte, la lírica, que no solo es una fuente casi inagotable de placer estético, sino una actividad que proporciona una aproximación singular al mundo. La poesía culta vive en el reino de la metafísica, de lo que no se puede explicar, de lo que está —por definición— más allá del conocimiento científico. Ese mundo solo puede ser, si acaso, vivido; no explicado. Lo que la poesía pretende es en realidad un imposible: trasladar lo inefable. Lo hace no explicando, sino mediante la resonancia, generando una vibración sutil que pretende ser capaz de inducir un estado correspondiente en el lector. Pero ese intento desesperado, en el marco de lo que desde Kant y Wittgenstein sabemos que no puede formar parte del saber compartido de la especie, la convierte en una necesidad y en una forma única de comunicación humana. 

viernes, 8 de noviembre de 2024

Los tres tiempos del desastre

Si hablamos aquí y ahora del desastre no hace falta decir a qué nos referimos, siendo el que más inmediatamente nos afecta. Aunque por desgracia no sea el único, ni el más catastrófico de los que están azotando el planeta ahora mismo, la espectacularidad de los daños ha impactado fuertemente en todo el mundo.

El tiempo geológico, a través de larguísimas deposiciones de sedimentos, muchas de las cuales serían también catastróficos aluviones, se encargó de sepultar grandes cantidades de carbono, pero han bastado varios siglos de extracción para devolverlo a la atmósfera.

Algunas décadas han transcurrido luego desde que nos dimos cuenta de esta alteración rápida en la composición del aire, cambios que podrían producir también cambios rápidos en el clima.

Pero la inercia sistémica insiste siempre en retrasar las medidas, necesarias a medio plazo, no ya para cambiar las estructuras del sistema, sino siquiera para apuntalarlas. En cambio, los intereses inmediatos prevalecen. Los intereses de los más poderosos, pero también la comodidad de los demás. A escala mundial este tiempo perdido es la primera causa del desastre.

Descendiendo al detalle, entre las causas de que los daños hayan sido aquí tan grandes está el olvido interesado de pasadas catástrofes. Se sabe que las aguas buscan salida por cauces construidos a lo largo de milenios, y prácticamente en todos estos lugares ha habido anteriormente grandes riadas. Pero cuando pasa algún tiempo el riesgo se olvida y parece que no volverá a ocurrir en un tiempo cercano. Un urbanismo especulativo y desastroso, alimentando la voracidad sin límites del capital, ha seguido construyendo en zonas inundables. A la ocupación de los cauces se suma hoy la de las costas, cuando el aumento del nivel del mar llega ya a las puertas de las urbanizaciones turísticas en muchos lugares.

Los dos tiempos anteriores, ya perdidos, son las causas, pero el tercer tiempo tiene mucho que ver con uno de los efectos más trágicos, que es la pérdida de vidas humanas. A escala de lo inmediato puede decirse que la gestión ha sido desastrosa.

No insistiré en la búsqueda de culpables, que los hay a varios niveles. Pero sin duda los de la pérdida del tiempo de reacción están claros.

Este vídeo resume lo que todos hemos visto y unos y otros interpretan de forma más o menos correcta, según su visión política. Apunta a las causas remotas y cercanas:

Con unas horas de culpa directa y muchos meses de colaboración con los que han agravado lo que ya no era evitable, el presidente valenciano tiene ahora todas las papeletas para que pronto se refiera a él su partido como "ese señor del que usted me habla".

Esto es algo habitual, y tiene su lógica. Tal como el PP repudió Bárcenas, el PSOE dio pronto esquinazo a Ábalos, y Sumar se ha desprendido del apestado Errejón tal como la lagartija (dicho sea sin ánimo de ofender) sacrifica su rabo.

¿Será ahora la izquierda "a la izquierda del PSOE" el rabo a sacrificar? El PSOE siempre estuvo cómodo en el bipartidismo, y son muchos en su seno los que también repudiarían con gusto a Sánchez, si con eso se quitan de en medio a Yolanda.

La derecha política, que comparte tantas cosas con la otra pata del bipartidismo, es implacable cuando este se altera y el PSOE debe configurar una mayoría compleja y contradictoria.

La izquierda no levanta cabeza en este gobierno, por culpa de personalismos individuales o de grupo. No es el caso del PCE ni de IU, que no han participado en esta batalla. Claro que en su interior, como en todos los colectivos, hay controversias y frecuentes disputas, pero nunca han sacrificado alianzas por interés oportunista. 

Si el partido hegemónico en el gobierno gira a la derecha, volviendo al PSOE de (casi) siempre, volverá al poder más absoluto la derecha reaccionaria, tan fortalecida a escala global. Esto hace que siga siendo fundamental apuntalar a este gobierno y seguir en él.

Es como el caso del bloque anti OTAN, que abarca hoy miembros tan heterogéneos como Rusia, China, Corea del Norte o Irán. Pero es que la OTAN es peor.

En medio de este berenjenal político, un gobierno débil intenta hacerlo como mejor puede ante el desastre ecológico y la tragedia personal de todo un territorio, pero toda situación sirve al tándem de la derecha para embarrar, nunca mejor dicho. 

Mi sobrino Antonio, que sólo escribe "cuando está muy enfadado", me envía este desahogo:

Después de una semana, y del desastre padecido, me dispongo a escribir para quien quiera leer. Reconozco que desde la comodidad de mi sofá, en mi casa en el Foro, resulta muy fácil. Habiendo consumido muchas horas de información y también de desinformación, he llegado a algunas conclusiones que no sé si serán acertadas o no. Los hechos no hace falta volver a explicarlos, porque son de sobra conocidos; sabemos que la AEMET avisó varios días antes y el mismo día desde antes de las ocho de la mañana anunció una alerta roja para la tarde del día 29, y también sabemos que el presidente de la Generalitat del País Valenciano hizo una declaración diciendo que a las 18h la tormenta se desplazaría hacia la serranía de Cuenca. Pasamos a conocer a los responsables, que son muchos, de la mayor catástrofe natural que recuerda mi generación y ya paso los cuarenta.

Carlos Mazón, el encargado de gestionar el territorio, más interesado en desmantelar la UVE por considerarla un chiringuito del gobierno anterior, para al mismo tiempo regar con diecisiete millones de euros a ayudar a la tauromaquia para no ofender al que fue su vicepresidente, casualmente antiguo torero. El mismo dirigente ineficaz y negligente, incapaz de emitir las señales de emergencia a la población, y al mismo tiempo conceder a los trabajadores de la diputación la posibilidad de abandonar sus puestos de trabajo hasta seis horas antes. El mismo impresentable que no solicita efectivos de ayuda al gobierno central y, tal y como afirma el máximo responsable de la UME, el encargado de darles las órdenes para que se desplacen a las zonas afectadas.

El presidente del gobierno, por su incapacidad para tomar el mando de la situación, ya sea por ignorancia o por intentar beneficiarse políticamente de la ineptitud de los gobernantes de la oposición, aunque la realidad parece más que es por no recibir acusaciones de intromisión en competencias ajenas y no ser tildado de comunista (como si eso fuera un insulto). La situación, como no podía ser de otra manera, acaba en una tragedia de dimensiones aún desconocidas, por las que pagará sobre todo la clase trabajadora. El miedo a legislar y a informar cuesta vidas, lo sabemos desde hace mucho. La falta de información también, ¿Qué significa Alerta Roja? ¿ Por qué no se específica qué se puede o no hacer en esa situación? Yo mismo recibí una notificación similar en mi móvil en septiembre del 2023, y tuve que asistir a mi puesto de trabajo, que no era otro en aquella fecha que la conducción de trenes de alta velocidad de Madrid a Castellón. Yo soy un trabajador público y puedo sentir la presión por no asistir a mi puesto de trabajo en un momento dado, pero también he trabajado para la empresa privada y se que una ausencia injustificada puede suponer una razón para el despido. Se tiene que ser taxativo, y de acuerdo a los criterios que tengan los expertos, especificar qué significan estas alertas. El trabajador debe estar protegido en todo momento y el resto de la ciudadanía también, y si para ello es necesaria una ley, un decreto o cualquier otro mecanismo legal que lo haga, hay que aplicarlo. Si Alerta Roja significa IMPOSIBILIDAD DE SALIR DE CASA, salvo causa justificada, que así sea, y que sepamos que no habrá repercusiones por parte del empresario. El gran empresario, con el fin de no ver perjudicados sus "pingües beneficios" no permite a la clase trabajadora el abandono o la no asistencia a sus puestos de trabajo. Se les permite la construcción en zonas sin realizar estudios que prevengan a los futuros habitantes. No hay problema, la mano de obra se puede sustituir y el lavado de imagen lo pueden realizar con unas altruistas donaciones y con la colaboración de los grandes medios de comunicación. Ya hemos sido testigos de cómo el gran Amancio abre fondos para ayudar al pueblo; lo que deja de pagar en impuestos no es importante, aunque sea dos o tres veces más de lo que "ayuda", o de cómo titulares de periódicos nos venden como un gran gesto que Juan Roig se remanga para ir a ayudar a los vecinos de los pueblos afectados, eso sí: de los camiones de reparto con su marca pixelada en las noticias, ni una palabra. De los trabajadores de Mercadona yendo a trabajar en Alfafar un par de días después, tampoco. Los medios de comunicación, tanto los grandes como los menos grandes, pero todos regados con dinero proveniente de publicidad institucional, o pseudomedios financiados por organizaciones religiosas. Llevamos años soportando campañas de odio y odiosas, llenas de mentiras hacia el migrante, el pobre, las mujeres; hacia colectivos, ya no de izquierdas, sino hacia cualquiera que no sea un extremista de la más rancia derecha. En programas de entretenimiento, de "divulgación científica", en tertulias políticas, hasta en panfletos deportivos; falta poco para verlos en programas infantiles. Por no hablar de las redes sociales, en las que analfabetos (llamados así por ellos mismos, y orgullosos de serlo) son elegidos europarlamentarios. Ya hemos llegado al momento en el que se agrede con un palo al presidente del gobierno, y no seré yo quien apoye sus políticas, y desde esas mismas redes, parlamentarios de la extrema derecha dicen que se encargan de darle otro palo al agresor, o desde el senado, un senador dice que el presidente huye como una rata, pero en cambio el rey es un ejemplo, no se muy bien de qué. El domingo 3 de noviembre tanto Ferreras en la Sexta, como Prats en Antena 3, como el que narraba la noticia en la 1, coincidían casualmente en que el rey es un ejemplo de mesura y que el verdadero objetivo de los vecinos eran los representantes políticos. El mismo rey que aparece en televisión hablando con un joven vinculado a una agrupación juvenil apadrinada por VOX con parafernalia de la división azul. ¿En qué momento un nazi es un interlocutor válido? Por otro lado se permiten discursos de eminencias científicas como Miguel Bosé, Mario Vaquerizo o Tamara Falcó. ¿En qué momento se confundió la libertad de expresión con la libertad de poder decir cualquier estupidez y equipararla con verdades científicas? ¿En qué momento personajes con relevancia pública, con miles de seguidores en redes sociales pueden decir que hay 700 coches sin salir de un garaje, o decir que el ejército no va a ayudar a Valencia para no ofender a catalanes y "batasunos" y no se les sancione? NO TODAS LAS EXPRESIONES SON RESPETABLES, ni mucho menos. Hoy por hoy, en el momento en el que las mentiras se han normalizado y las agresiones están empezando a serlo, ¿a qué demonios está esperando el gobierno más progresista de la historia para cambiar algo? ¿A perder las siguientes elecciones y cuando esté en la oposición regalarle los oídos a sus votantes? El relato por parte de la izquierda ya se ha perdido, pues den la razón a aquellos que los acusan de socialcomunistasbolivsrianoscatristasfiloetarrasestalinistas y empiecen a gobernar.

Antonio Alonso Guirado