miércoles, 6 de noviembre de 2024

¡Con la Iglesia hemos topado!

Aunque se ignora si fueron las primeras, en 1554 hubo al menos cuatro ediciones (Burgos, Amberes, Alcalá de Henares, Medina del Campo) de El Lazarillo de Tormes. La autoría desconocida de semejante éxito editorial indica que sin duda tuvo su autor poderosas razones para ocultarse.

Se concluye inmediatamente que se trata de una crítica social, que se dirige de modo especial contra la avaricia, la hipocresía y la corrupción imperante en la Iglesia de su tiempo.

Este vídeo resume la estructura de la obra:


En las antologías se recoge siempre, por su gracejo picaresco, el pasaje del ciego, pero en la obra aparecen otros ocho amos a los que Lázaro sirve sucesivamente. Y prácticamente en todos ellos hay comportamientos eclesiásticos muy alejados de lo que predicaba, y sigue predicando, la Iglesia Católica. Aunque no es exclusiva de esta religión la distancia entre la palabra y la obra, porque la estructura que las sostiene a todas es el control del poder sobre sus fieles, y siempre que les es posible, también sobre los no creyentes.

Estos son los oficios (el ciego también ejercía de tal) de los sucesivos amos a los que sirve el pobre niño:

1) Ciego. 2) Clérigo. 3) Escudero. 4) Fraile de la Merced. 5) Buldero, 6) Pintor de panderos. 7) Capellán. 8) Alguacil. 9) El arcipreste de San Salvador.

Prácticamente en todos los pasajes se observa algún comportamiento ruin o impropio de la imaginaria pureza y bondad exigible al clero, según su propia doctrina. La simonía está omnipresente, no solo a través del buldero. Y el celibato es una burla.

Aún ahora, en el folclore popular de Galicia, es una figura habitual "a criada do cura".

Pero hay otra figura que aflora hoy con mucha fuerza, y es la pederastia.

La catedrática Rosa Navarro Durán, en una reciente entrevista, atribuye la autoría del libro al erasmista Alfonso de Valdés, que en la Dieta de Augsburgo de 1530 había dicho:

«Lo único que quieren es una cosa, si la Iglesia no se la da, se separarán».

Lo único que quería Lutero era casarse, y si el Papa hubiera permitido que los clérigos se casaran, no estaríamos hablando de tantos casos de pederastia, los mismos que denuncia el Lazarillo.

Las mismas conductas que la Iglesia condenaba fuera del Santo Matrimonio eran la válvula de escape del clero para sus conductas viciosas. Y así ha seguido siendo.

Sobre la sátira antieclesiástica dice nuestra filóloga:

Todos los amos de Lázaro, menos el Escudero, pertenecían a la Iglesia, lo que me dio la respuesta sobre por qué nos había llegado incompleta y anónima: fue una obra prohibida siempre, estamos en la época de la Inquisición y se trata de una crítica clara a la Iglesia. La atribución del libro a este autor contiene argumentos de peso, pero se conceda o no, nadie puede dudar de la crítica nada velada contenida en el episodio más breve.

Este brevísimo episodio es el del fraile descalzo que tanto calzaba:

Dice Lázaro: «Ese amo me dio los primeros zapatos que rompí en mi vida; pero no me duraron ocho días ni yo pude con su trote aguantar más». Nos está diciendo que el fraile abusó de él, era un pederasta y ya nos lo estaba diciendo Alfonso de Valdés: si ahora se estuviera leyendo el Lazarillo siguiendo mi teoría, se podría poner como ejemplo de este vicio horrible que corroe a la Iglesia y que ya estaba presente en el siglo XVI. 

Conozco bien a los frailes de la Merced, que nacieron en Cataluña y ni llevan zapatos ni necesitan criados, son mendicantes. Y por otra, por todas las referencias que hace al calzado: el verbo calzar siempre se ha utilizado como sinónimo de fornicar. Describe a un fraile que «se perdía por andar por fuera, era muy amigo de los asuntos de la calle y de hacer visitas, tanto que pienso que rompía él más zapatos que todo el convento». Pero es que además, el propio Valdés en su Diálogo de las cosas acaecidas, habla de los clérigos que, «después de levantarse de la cama con su amiga o con su amigo, se van a decir misa».

Claro como el agua.

Sigue la entrevista:


Rosa Navarro Durán, filóloga: «No tengo ninguna duda de que Alfonso de Valdés es el autor del ''Lazarillo''»

OLGA SUÁREZ

Rosa Navarro Durán, catedrática de Literatura Española por la Universidad de Barcelona, asegura que no es una novela picaresca, sino una sátira erasmista que denuncia los abusos de la Iglesia

01 nov 2024

Los avances científicos ayudan a desvelar muchas incógnitas del pasado, pero hay algunas que siguen sin resolverse, como el nombre del autor del Lazarillo de Tormes, obra maestra de la literatura española, de obligada lectura en institutos y que muestra cómo era la vida en la España del siglo XVI. Está considerada la primera obra picaresca y así se ha estudiado siempre. Pero Rosa Navarro Durán, catedrática de Literatura Española de la Universidad de Barcelona, está convencida de que su autor es Alfonso de Valdés, escritor y político humanista nacido en Cuenca en 1490, representante del pensamiento erasmista, secretario de cartas latinas del emperador Carlos V. Pero además, esta filóloga, especializada en adaptar clásicos para público infantil y juvenil, niega que se trate de una novela picaresca: «Ni es novela, porque es una obra muy corta, ni es picaresca: Lázaro no era un pícaro, era un pobre niño que no tenía qué llevarse a la boca», afirma. Aunque ya está jubilada, sigue dando charlas en las que le apasiona hablar con los más jóvenes: «Sobre todo, los de 14 a 16 años me dan la razón, después de escucharme, leen el libro con otros ojos».

—¿Cómo llegó a la conclusión de que Alfonso de Valdés escribió el «Lazarillo»?

—Llegué por casualidad en el año 2002. Me di cuenta de que el último párrafo del prólogo no formaba parte del prólogo, sino que hablaba ya Lázaro, es decir, era el principio de la obra. Entonces empecé a hacerme preguntas, empecé a tirar del hilo y me di cuenta de cosas evidentes; la primera, que todos los amos de Lázaro, menos el Escudero, pertenecían a la Iglesia, lo que me dio la respuesta sobre por qué nos había llegado incompleta y anónima: fue una obra prohibida siempre, estamos en la época de la Inquisición y se trata de una crítica clara a la Iglesia. Y no es una novela picaresca. 

—¿En qué género la sitúa entonces?

—Es una sátira erasmista y es muy breve. Ni siquiera es una novela, es un libelo contra la Iglesia, una sátira, porque el tono es cómico: a pesar de lo que va diciendo del pobre Lázaro, que es un muchacho maltratado, no hay dolor, sino risa. Le dan garrotazos, como en las películas del cine mudo de Buster Keaton, donde recibían golpes, pero se levantaban como si nada, y eso mismo es lo que le pasa a Lázaro. 

—¿Qué fue lo que le llevó al nombre de Alfonso de Valdés?

—La verdad es que todo es casualidad en mi vida, puro azar. En el siglo pasado, edité los dos Diálogos de Alfonso de Valdés por un encargo para Planeta. Me conocía perfectamente su obra, pero ni siquiera fue entonces cuando se me ocurrió llegar a él como autor del Lazarillo. Años después empecé a ver las similitudes con los Diálogos de las cosas acaecidas en Roma, por ejemplo, en el hecho de que no se ponga nombre a los personajes: ninguno de los amos de Lázaro tiene nombre porque en las sátiras no se ataca a una persona en concreto, sino a un miembro de un grupo que actúa como el que se describe: en los clérigos ataca a los religiosos avariciosos y en el fraile de La Merced a todos los pederastas que hay dentro de la Iglesia.

—Es el capítulo más corto, y quizás el más cruel…

—Es el más corto porque la Inquisición se encargó de eliminar ese tratado inmediatamente. Tiene muy pocos renglones, pero su significado está clarísimo. Dice Lázaro: «Ese amo me dio los primeros zapatos que rompí en mi vida; pero no me duraron ocho días ni yo pude con su trote aguantar más». Nos está diciendo que el fraile abusó de él, era un pederasta y ya nos lo estaba diciendo Alfonso de Valdés: si ahora se estuviera leyendo el Lazarillo siguiendo mi teoría, se podría poner como ejemplo de este vicio horrible que corroe a la Iglesia y que ya estaba presente en el siglo XVI.

—¿Cómo explica esa teoría?

—Por una parte, porque conozco bien a los frailes de la Merced, que nacieron en Cataluña y ni llevan zapatos ni necesitan criados, son mendicantes. Y por otra, por todas las referencias que hace al calzado: el verbo calzar siempre se ha utilizado como sinónimo de fornicar. Describe a un fraile que «se perdía por andar por fuera, era muy amigo de los asuntos de la calle y de hacer visitas, tanto que pienso que rompía él más zapatos que todo el convento». Pero es que además, el propio Valdés en su Diálogo de las cosas acaecidas, habla de los clérigos que, «después de levantarse de la cama con su amiga o con su amigo, se van a decir misa». Es el mismo que está escribiendo el Lazarillo, no tengo dudas.

—¿Es esta dura crítica a la Iglesia lo que llevaría a no firmar la obra?

—Era una obra peligrosísima por todo lo que dice, al igual que los dos Diálogos de Valdés, que también fueron prohibidos y circularon siempre anónimos. Y a él no lo quemó la Inquisición porque era secretario de Carlos V, estaba protegido por el emperador. Es el momento del protestantismo, cuando Lutero quema las bulas y empieza la gran separación de la Iglesia. Alfonso de Valdés participó en las conversaciones y lo dijo muy claramente en la Dieta de Augsburgo de 1530: «Lo único que quieren es una cosa, si la Iglesia no se la da, se separarán». Lo único que quería Lutero era casarse. Si el Papa hubiera permitido que los clérigos se casaran, no estaríamos hablando de tantos casos de pederastia, los mismos que denuncia en el Lazarillo.

—Valdés era una persona muy importante en la época, pero desconocida hoy.

—Alfonso de Valdés era un tipo inteligentísimo y no llegó más arriba porque murió infectado de peste en 1532. Pero estaba llamado a ser canciller; era un gran político. 

—Si Alfonso Valdés escribió el «Lazarillo», no pudo escribirse en 1550, como siempre se ha dicho…

—Claro que se escribió antes. Yo coloco el Lazarillo en los años treinta. La primera novela picaresca, Vida y hechos del pícaro Guzmán de Alfarache, de Mateo Alemán, se publica en 1599, a finales del XVI, no antes. Y las novelas picarescas nunca se prohibieron, porque a los curas no les preocupaba la lujuria de los demás, pero sí que denunciaran la suya. 

—También ve en la obra muchas referencias al pasado judío de los Valdés.

—En realidad muchos de los grandes escritores del XVI tienen origen judío, como Teresa de Jesús; católicos que se mantienen al margen y pueden dar una visión distinta de lo que están viendo. Y sí, hay muchas referencias en la obra: el escudero es judío converso, porque cuando va a misa sale el último para que todo el mundo lo vea; las mujeres que vivían junto a él viven solas, y en esa época solo las judías podían vivir solas; el capellán le pedía 30 maravedíes, el mismo número de monedas por las que Judas vendió a Cristo; y lo que ganaba los sábados era para él, otra referencia al día sagrado. La gente lee estos datos y no se da cuenta de lo que está escrito, pero están ahí. Cuando se lo digo a los chicos en los institutos, lo ven clarísimo. 

—Incluso asegura que dejó su nombre encriptado en el título…

—Eso lo vi mucho después por casualidad en un facsímil de la Junta de Extremadura donde las tres letras del comienzo estaban destacadas en otro color. «LAV»; y entonces vi el final: La vida de Lázaro y de sus fortunas y adversidades. ¿Por qué un título tan largo para un libro tan pequeño? Si se une el principio y el final del título ahí está el Valdés, leído de izquierda a derecha porque así se lee el hebreo, otra referencia judía más.

—¿Qué le falta al «Lazarillo» para no ser una obra incompleta?

—Además de las partes censuradas del tratado del fraile de la Merced, el texto original tuvo que tener un apartado llamado «Argumento», característico en todas las obras de la época, lo que hoy sería la contraportada de los libros. Ahí explicaría algo así como que una dama, a la que llegan rumores sobre su confesor, pide que se haga una información sobre el caso; y para ello le pregunta a su criado, que también es el pregonero, y que es Lázaro. Para la Inquisición, esto era tan fuerte que lo debió de quitar inmediatamente, al igual que la explicación de quién es Lázaro y quién es Vuestra Merced. Con ese resumen que no se conserva, no nos hubiéramos equivocado al leer el Lazarillo

—¿Conoce las otras teorías que dan la autoría a otros escritores?

—Las conozco todas y te las puedo desmontar una a una. La última que ha salido dice que el autor es Juan Valdés, el hermano gemelo de Alfonso. Los dos se querían mucho, y Alfonso, antes de morir, pide a su hermano que guarde todos sus documentos. Por eso es él quien tenía el Lazarillo, pero no porque lo hubiera escrito. Juan escribía mucho peor que su hermano. Otra teoría dice que lo escribió un inquisidor, Horozco. ¿Cómo va a ser un inquisidor el autor de un libelo contra la Iglesia?; también hablan de un cura al que le encontraron un ejemplar en su celda, y digo yo: ¡porque lo estaría leyendo! Y también hablan de Diego Hurtado de Mendoza. A ese me lo conozco muy bien porque me he leído toda su correspondencia: era un señorito, un noble que fue embajador en Venecia y gobernador de Siena. Es imposible que alguien como él se preocupara por los pobres y escribiera una obra como esta. Escribió la segunda parte del Lazarillo, en 1555 para hacer una sátira contra el emperador y vengarse de él. 

—¿Por qué cree que su teoría no ha sido aceptada?

—No tengo ninguna duda de que tengo razón. La Universidad es muy jerárquica, y los que estaban en la cumbre son los que habían escrito sobre el Lazarillo. Sé que muchos dicen que estoy loca, pero no pretendo nada; conseguí ser catedrática de Universidad siendo de familia humilde y tengo una pensión que me permite vivir dignamente, y eso es lo que me basta. Además, como tengo cierto prestigio siguen invitándome a institutos, y eso me mantiene viva, poder explicarles a los chavales lo que descubrí me da vida para seguir. 

—¿Cuántos ejemplares tiene del «Lazarillo»?

—Tengo facsímiles de las cuatro primeras ediciones, publicadas todas en 1554.


Otras teorías en torno a la autoría del «Lazarillo»

FRAY JUAN DE ORTEGA. El fraile que tenía una copia escrita a mano en su celda: Antonio García, trabajador de la Biblioteca Nacional, defiende que el autor fue fray Juan de Ortega. Se basa en el hecho de que un fraile de su mismo convento encontró una copia del libro escrita de su propia mano, en su celda, después de morir. El bibliotecario indica, además, que nadie como el fraile «tenía una relación tan estrecha con el río Tormes», ya que vivió durante su infancia muy cerca del monasterio de Alba de Tormes. «Eligió el nombre de Lázaro porque es un personaje evangélico, quería exponer que tuvo una infancia llena de privaciones». 

SEBASTIÁN DE HOROZCO. El dueño de la casa en la que Lázaro vive con el escudero: su candidatura la postuló ya en el siglo XIX José María Asensio y Toledo, editor de su Cancionero y fue defendida en 1914 por Julio Cejador y Frauca en su adaptación del Lazarillo, basándose en un pasaje de la obra de este autor en que aparece un mozo de ciego llamado Lazarillo. En el año 2018, su nombre volvió a estar vinculado a la obra después de que se descubriera la ubicación exacta de la casa en la que vivió en Toledo, y que coincide con el escenario urbano donde transcurre el tratado tercero, en el que Lázaro convive con el escudero.

DIEGO HURTADO DE MENDOZA. Un cronista, autor de la segunda parte del «Lazarillo»: la historiadora Mercedes Agulló defendió hasta su muerte que el autor era Diego Hurtado de Mendoza, un erudito de la nobleza, autor de la segunda parte del Lazarillo. Agulló encontró unos documentos del albacea de Hurtado con la anotación «legajo de correcciones hechas para la impresión de Lazarillo». Ese fue el inicio de su investigación. Y afirmaba que escribió un libro «divertido, amargo también, un retrato de los bajos fondos del reino, de la orfandad infinita del miserable, de la astucia para sobrevivir; una epopeya del hambre, del ingenio, del ridículo y de la humillación».

JUAN DE VALDÉS: La última teoría, basada en datos lingüísticos: el investigador Mariano Calvo argumenta la autoría del Lazarillo en favor del humanista conquense Juan de Valdés, apuntando además que pudo colaborar en la obra su hermano Alfonso. Asegura que la obra fue escrita en 1525 en Toledo y se reeditó en 1554. También José María Martínez, catedrático de la Universidad Rey Juan Carlos, apunta a Juan como posible autor, basándose en la similitud lingüística con sus otras obras, caracterizada «por una gran abundancia de oraciones subordinadas», que se explican por la tendencia a copiar el modo natural de hablar.

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