viernes, 4 de marzo de 2016

Tiempo y mudanza

Como el autor de este artículo, con toda seguridad tengo más vida detrás de mí que la que me pueda quedar por delante. De las seis "salidas" que propone, desde la niñez opté por la última, sin que eso me produzca especial tristeza ni añoranza.

Pero de ahí a la ataraxia hay un largo trecho. Porque aunque algunas religiones lo pretendan, es imposible despojarse de deseos y pasiones que no siempre tienen una meta de logro personal.

Por ejemplo, hay un deseo de hacer, de llenar el tiempo con actividades apreciadas, sea por sí mismas y el goce que puedan producir, sea por el valor que se les concede. Pero esto es inseparable de una escala de valores; en parte, socialmente aprendida, en parte, construida.

También amamos a personas y querríamos, no ya conservarlas para nosotros, sino para que existan aun sin nosotros. Y con esas personas, sus entornos, sus culturas y los bienes que ellas aprecian. Ensanchando el círculo acaba entrando toda nuestra especie y la naturaleza entera.

Dentro de esa escala de valores, apreciamos también cosas, y de nuevo no es siempre para poseerlas, sino por el simple hecho de que existan.

Si bien se mira, queremos dejar una huella, queremos que nuestra obra perdure, incluso sin que se nos recuerde personalmente. Lo que yo he apreciado, lo que he logrado, lo que pueda haber creado, que lo aprecien y lo tengan otros, aunque mi recuerdo se pierda en el olvido, que se perderá sin duda.

Eróstrato y todos los eróstratos que, por sus buenas o malas obras, quieren ser recordados para siempre, tienen perdida la guerra. Incluso aunque se recuerde su nombre, no significará nada. Tal vez incluso sea un nombre falso. ¿Qué más da? los impostores, como los héroes, pasarán, y nunca "para siempre", convertidos en imágenes de cartón.

Nuestra sociedad, abocada a destruir todo lo que toca, transforma en residuos digeridos lo que sucesivamente va creando, y eso es lo que duele. En este punto, algunos nos volvemos conservadores, en el mejor sentido de la palabra. Sobre todo, conservadores de cosas que valoramos.

Parar el tiempo, al menos este tiempo, es lo que nos queda. No el tiempo imparable de nuestra vida, pero sí el de un mundo que estamos destruyendo.

Un inciso de ahora mismo (mientras escribía esto me acaban de avisar) sobre esa destrucción creadora (¿de qué?) que es la obsolescencia programada:
La impresora que utilizo tiene ya algunos años, pero funcionaba a la perfección. Hasta que de pronto dejó de admitir el papel. Al intentar repararla, me dicen que no es posible, porque tiene dos piñones rotos. No hay repuestos. Una avería de algunos céntimos sirve para que se haya fabricado ya (estaba previsto) una impresora nueva, y producido residuos inservibles en cantidad equivalente. Y mientras, los recursos disponibles menguan a toda prisa. Pero eso no (les) importa.
Tengo la seguridad de que estaba planificado que esas piezas se rompieran pasado el ciclo de vida que el fabricante concedía a la máquina. Y que en ese tiempo se dejaran de fabricar los recambios. Y que yo "necesite" una impresora.
Henry Ford estudió la vida útil de las piezas de un automóvil para no gastar inútilmente material. El tiempo de vida de todas ellas debía ser semejante para no malgastar las que sobrevivieran. De ese modo se aseguraba la adquisición de un automóvil nuevo.
Ahora es peor: para adquirir una máquina nueva basta con que alguna pieza vital se rompa. Para tirar con el resto.

Parece que dan "lo no venido por pasado". No ya en cuanto a las vidas personales, fáciles de amortizar, sino en la vida de la sociedad y del planeta entero

Algunos queremos transformar para desplegar potencialidades, no para destruir la vida. La vida, no "mi vida" que ya debo dar por acabada y es lo único en que he de acertar con seguridad.


Eso sí, esta certeza no me da ninguna pena, aunque mucho aprecie la vida mientras dure.


El instante suspendido

Rebelión

Vivimos tiempos permanentemente amenazados por el cam­bio. Cuando hemos tomado cariño por algo, se esfuma, desapa­rece o muere. Nada hay duradero. Mejor dicho, nunca hasta ahora hemos debido estar tan preparados para perder lo que amamos y esforzar­nos en conservarlo. Si no lo hacemos así, si no pone­mos voluntad y medios el vendaval de la trepidante vida actual lo barrerá. El cam­bio por el cambio, el vértigo, lo fugaz, lo transitorio, lo efí­mero, lo relampagueante, lo destelleante, el ahora... es lo que cuenta. Atrás queda el placer de lo invariable y el de la paciencia como virtud práctica y diná­mica (real­mente, como virtud queda atrás todo cuanto fue virtud). Es lo instantáneo, el chispazo, eso que carece de fases y de procesos que empiezan en el germen, pasa al desarrollo y termina en la madurez, lo que se busca y los in­tereses creados lo atizan.

Se desdeña lo duradero, eso prolongado en el tiempo; lo evi­terno, eso que tuvo principio pero no tendrá fin; lo intemporal, eso que está fuera del tiempo; y lo eterno, eso que carece de un antes y de un después. Conceptos, los cuatro, con fuerte carga filosófica, escolástica, física y metafísica. Lo infinito, no si­quiera tiene ya sen­tido en la cosmología; se ha descartado. Lo que me pregunto es por qué ya nada se busca como el oro que da valor al dinero. Sin duda el marco de los bits que nos en­vuelve, influye poderosa­mente en el desdén al saber que el cam­bio, la "actualización" inexo­rable nos acechan. La necesi­dad, o el capricho -carezco de opinión al respecto- de actuali­zarlo todo remueve hasta las pie­dras. Hasta el cambio climá­tico, con la carga de consecuencias ne­fastas para el planeta y para la Humanidad, se une al festival. Sin embargo, ¿qué es el “tiempo"? Un misterio sin realidad propia y om­nipotente, una condición del mundo de los fenómenos, un mo­vimiento mezclado y unido a la existencia de los cuerpos en el espa­cio y a su movimiento. Pero ¿habría tiempo si no hubiese mo­vimiento? ¿Habría movimiento si no hubiese tiempo? ¿Es el tiempo fun­ción del espacio? ¿O es lo contrario? ¿Son ambos una misma cosa? El tiempo es activo, produce. ¿Qué produce? Pro­duce el cambio. El ahora no es el entonces, el aquí no es el allí, pues en­tre ambas cosas existe siempre el movimiento...

Así es cómo, de un mundo mensurable, concéntrico y apolí­neo, de las estrellas fijas, hemos pasado a otro desconcentrado, a so­cie­dades en las que todo pasa en un abrir y cerrar de ojos y todo se hace vetusto de un día para otro. Admiramos la pirámi­des, la Acró­polis de Atenas, el Coliseo de Roma, el Acueducto de Sego­via... pero no hay la menor intención de que nada de lo que se cons­truye, se fabrica y se vive perdure. Y sin embargo, lo que no cambia, oh paradoja, en la misma proporción, al me­nos en la socie­dad occidental y menos aún en España, es la índole, la condi­ción del individuo acaparadora, ventajista, men­daz, manipuladora, patológicamente obstinada en el abuso....

Todo esto me parece tiene importancia al efecto de las expectativas que nos incumben sobre todo a quienes nos queda de vida una pequeña parte del tiempo vivido. Y a su propósito, las especulacio­nes y conjeturas (algunas de las que desembo­can unas veces en simple postulado y otras en afirmación categó­rica o en cre­encia firme) acerca del destino del ser humano y de los demás seres vivos una vez marchitada por fuera y por dentro la masa corpórea, se amontonan desde la no­che de los tiempos. Pero como la mayoría de los seres pensan­tes (aunque no todos) precisan aquie­tar una natural curiosidad y el deseo (seguramente inducido) de persistencia y de inmortali­dad, de vida a toda costa y sea como sea la idea de vida, las inteligencias incipientes de los humanos elabo­raron y die­ron desde muy pronto en la historia de la humani­dad distin­tas respuestas a guisa de "solución" para satisfacer esa cu­riosi­dad y aplacar su sed de perdurabilidad. Así, y según esa inten­ción, lo que se nos propone para después de la muerte física en las culturas que engloban a la mayor parte de la población del mundo, es una de estas seis "salidas":
1- un paraíso, o lugar utópico donde el ser alcanza la felicidad plena y eterna;
2- una reencarnación en que la esencia individual de las perso­nas (alma, conciencia o energía) adopta un cuerpo material no solo una vez sino varias según va muriendo;
3- un renacimiento del mismo ser, sin conocimiento ni conscien­cia del trance, con dos posibles interpretaciones: de una vida a otra, o de un momento a otro durante esta vida;
4- una metempsicosis, que no involucra al ser real en el cam­bio de estado o nivel y el individuo puede encarnar en minera­les, ve­getales o animales;
5- una tansmigración o peregrinación o cambio de estado o ni­vel que excluye la idea de un retorno a un estado o nivel pa­sado; 
6- una extinción definitiva y sin vestigios, ni del cuerpo ni del espí­ritu, ni del alma, ni de la conciencia... 
Como se comprende, esta enumeración de posibilidades por un lado no responde al numerus clausus y por otro son optativas. Si bien la decisión individual viene condicionada por potentes facto­res varios: desde la cultura determinante de una mentali­dad o la mentalidad determinante de la cultura en que el indivi­duo ha ido desarrollando su intelecto y su sensibilidad, hasta la personalidad intrínseca del individuo que, superando y trascen­diendo cultura o mentalidad, por su propio impulso adopta una de las seis.

Así las cosas y en todo caso, pese a vivir sobrecogidos por el cam­bio y el torbellino del cambio, lo que sí perdura es la necesi­dad de perdurar del ser (del yo, cualquiera que sea la forma), la ne­cesidad de ser inmortal es aunque nos transforme­mos en un infu­sorio que, dadas ciertas enseñanzas, todo podría ser... Esa nece­sidad sigue preponderando en toda la sociedad humana, aun­que ciertamente atenuada dicha en los últimos tiem­pos por la debili­dad de la creencia, por el auge de las ideo­logías y por el re­ino definitivo de lo que desde siempre se ha en­tendido como sen­tido común.

Sea como fuere, el hombre y la mujer fáusticos siguen an­siando no dejar de existir, aunque sea a través de una atractiva metamorfo­sis. Lo eterno, lo inacabable, lo absoluto, lo infinito, lo duradero... siguen siendo, sotto voce, la vocación del individuo común. La cuestión es que, si respondiendo por lo ge­neral al ata­vismo de estas ideas transmitido a sus genes o si superado el ata­vismo, podrá razonar con la lógica formal de que disponemos, o no, su preferencia y determinación. Sobre todo si tenemos en cuenta el diseño mental y la pasión por lo fu­gaz que se ha adue­ñado de la sociedad postmoderna.

Por todo ello opino que la última de las opciones enumeradas, esto es, la extinción definitiva, a la que se resiste el humano con el denuedo del ser indefenso, del débil, del temeroso que "necesita" creer, es la que mejor se adecúa a los parámetros del presente mile­nio. Pues si, por un chispazo del espíritu trasla­dado al inte­lecto asumimos la idea de la dualidad y de paso la idea de la alter­nativa que acompaña a la mayoría de inteleccio­nes y pre-senti­mientos, aún me parece más propio quedarse con esta posibilidad alternativa, práctica, racional e idealista al mismo tiempo: o no hay nada después de la muerte, o hay algo mejor cuya naturaleza, por el mismo propósito catártico que re­busca este razonamiento, debiéramos renunciar a descifrar.

jueves, 3 de marzo de 2016

Organización del trabajo en el mundo

Pablo González Casanova ha sido rector de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Sociólogo y analista político, coordina el proyecto "Perspectivas para América Latina" patrocinado por la UNAM y la Universidad de las Naciones Unidas. Es un conocido promotor del compromiso social del científico y últimamente su obra gira en torno de la trascendencia del estudio de los sistemas complejos como herramienta para un cabal entendimiento y transformación de nuestra realidad

El texto que sigue fue presentado en la II Conferencia Internacional CON TODOS Y PARA EL BIEN DE TODOS, que se realizó en La Habana, del 25 al 28 de enero con motivo de la reunión del Consejo Mundial del Proyecto José Martí.

Tras mostrar con crudeza el callejón sin salida a que nos aboca un sistema basado en el lucro, cita algunos de los mecanismos tanto coactivos como distractivos de que dispone. Además, hay que hacer un gran esfuerzo para superar aquellas reacciones psicológicas ante el colapso que nos conducen al abandono, cuando no directamente a la complicidad, para la que siempre es buena excusa un "es lo que hay, la vida es así". Por eso, hoy tal vez el frente principal de todas las luchas por la humanidad (insisto: por la humanidad) es la batalla de las ideas.





Alainet


No vamos a esbozar aquí los problemas que plantea a la imaginación, la utopía de More, Bacon, o Fourier. Vamos a limitarnos a esbozar algunos problemas de distopia, y no sólo en relación a los muchos, para quienes es un infierno la vida en la tierra, sino para todos los seres humanos, incluso para los que gozan de la “dolce vita”, y, de hecho, para cuanto ser viviente se encuentra en el Planeta y goza de eso que se llama la biósfera.

En una segunda parte vamos a ver cómo conocimientos y denuncias no faltan en relación al infierno de los muchos, y tampoco sobre los peligros de ecocidio que a todos los seres vivientes amenazan.

Es más existiendo conocimientos precisos, válidos, confiables y abundantes, y viniendo ese saber de numerosos investigadores científicos, que en su inmensa mayoría son de “la corriente principal”, es decir de la que recibe el apoyo de fundaciones y gobiernos, resulta sorprendente que cuando comprueban esos daños y peligros ni les hacen caso, ni sólo los descalifican por cuanto medio está a su alcance, sino hasta los persiguen, como si fueran culpables al no legitimar sus autores el sistema de los “decision makers”, integrantes del “poder oculto” tras el capitalismo corporativo al que dominan unos cuantos billonarios superpoderosos, como los del tristemente famoso Grupo Bilderberg que se reúne regularmente en los grandes hoteles con sus “think tanks”, y sus invitados distinguidos, algunos candidatos a gobernar. Ese grupo sobre todo, y algunos otros cuyos miembros se le integran o asocian, determina la suerte de buena parte de la humanidad y de los conflictos a enfrentar mediante colusiones, cooptaciones, corrupciones y represiones de variadas tramas, organismos e instituciones...

En palabras llanas, la descalificación y el asedio contra los investigadores que publican hechos y evidencias sobre peligros de que son causantes los grandes propietarios y accionistas de las corporaciones multinacionales, trasnacionales y globales, psicológicamente corresponde a esa “negación” freudiana de causas y efectos que política y consciente o inconscientemente buscan ocultar sus autores, y que en términos psicopatológicos y hobbsianos se ocultan a sí mismos.

Daños al mundo y peligros actuales y futuros que sufre la humanidad se niegan de varias maneras. O se afirma que los informes y estudios que los revelan son falsos, y eso se sigue afirmando todo lo que se puede, o cuando ya no se puede más, se afirma que los fenómenos “negados” no son ni tan peligrosos ni tan amenazadores como sostienen personas y grupos a los que se califica de apocalípticos o perversos y, ya en último extremo, esto es, cuando aparecen una tras otra las crisis anunciadas, se dice que los males que las provocan van a ser resueltos, y se emplean varias formas de mentir sobre el tiempo y magnitud en que van a resolverse, o sobre los recursos que van a emplearse y los subsidios e inversiones que se van a hacer, o sobre las tecnologías que los resolverán y que por supuesto en nada afectarán las inmensas ganancias que para las corporaciones significa, como efecto no deseado, la destrucción de la tierra.

La situación cognitiva resulta ser todavía más grave cuando se comprueba que a tamañas falsedades se añade el hecho invariable de que las partes se cuidan de adquirir compromisos vinculantes, o acuerdos ejecutivos, que en alguna y poca medida lograrían las políticas con que creen y hacen creer que se resolverán los problemas ecológicos, todo lo cual entraña una conclusión necesaria en que los ricos y poderosos no quieren ni pensar, y es la de que en la organización actual de la vida y el trabajo es totalmente imposible resolver los problemas sociales y ecológicos de la humanidad y del planeta. Y ese totalmente es rigurosamente determinista como algunas leyes de la física… Pero con una diferencia, que eso no ocurrirá si se implanta otra organización de la vida y el trabajo con “atractores” que no sean la maximización de poder, riquezas y utilidades.

Ese es el verdadero problema y aquélla la ciega defensa de los intereses creados. Ese es el origen del mentir y mentirse. Aquélla la irracionalidad de mentiras y peligros que se acallan o descalifican y que muestra las entrañas innegables de la prioridad por el poder y la riqueza que lleva a sus beneficiarios a disponer lo que, por un tiempo, les permita alargar la vida de que gozan, con una “duración” que no incluye ni siquiera a sus jóvenes descendientes. No, literalmente no piensan más que en ellos mismos y para nada en los demás y ni en sus estirpes, observación que hago aquí más que como un problema ético, como un problema cognitivo y psicopatológico.

La “negación” que Freud descubriera casi un siglo atrás en algunos de sus enfermos, la “negación” como descalificación actual de quienes sostienen eso que en inglés se llama “unconfortable knowledge”, y la insistencia en recurrir a las “ilusiones” de que “las amenazas ecológicas son problemas tecnológicos”, que van a resolver las corporaciones con sus nuevas tecnologías, son consecuencia de un gigantesco y dramático autoengaño pues si las nuevas tecnologías realmente se aplicaran y realmente fueran resolviendo los problemas, correlativamente irían reduciendo las inmensas utilidades y riquezas que los accionistas de las corporaciones tienen, problemas que en el fondo saben y ocultan super-ricos y super-poderosos, para entregarse a los problemas y temas habituales de pensar y tomar decisiones que aseguren su poder, sus ganancias, y su seguridad personal y corporativa, así como las que consoliden la inmensa fe que tienen en el poder de las tecnociencias y de los recursos de producción, mediación, corrupción y destrucción de que disponen para dominar y acumular, para persuadir e ilusionar, y para acentuar las crisis hechizas que desde los años sesenta aplican cada vez más y que los ayudan a enriquecerse, fortalecerse y dominar el mundo. Con crisis, corrupción y deudas dominan los estados con los mercados y los mercados con los estados, amén de variadas medidas que entrañan las políticas neoliberales.

Que esas crisis buscadas y controladas deriven en una crisis no buscada, incontrolada e inevitable no cabe en los problemas de que se ocupa la mayoría de los actores ni en la prepotencia mental o en la mentalidad bursátil, policial o mafiosa de quienes sólo ponen atención, inteligencia y energía en un negocio o crimen o peligro determinado, o en un conjunto de ellos, pero no en los que forzosamente, y hágase lo que se haga se darán con el tiempo en todo el mundo y por los que al fin perderán con su propia vida sus propios bienes. No es ese su tema. No forma parte de su existencia.

Es así como ni por asomo, el común de los ricos y el poderosos plantea el problema de que con la crisis del capitalismo estamos asistiendo también a la crisis de la civilización y de la especie humana, y que en la causa de ellas ocupan un primer lugar el capital corporativo y su entramado mundial de asociados, coludidos, cooptados, corrompidos así como las articulaciones de los complejos-empresariales-militares-políticos-y-mediáticos, y la fusión del negocio organizado y el crimen organizado. No pensar que corporaciones y complejos son causantes de lo que Bush padre llamó “la guerra sin fin” y que con ella advino la crisis terminal del sistema capitalista y de la civilización occidental, representa para todas esas fuerzas un conjunto de problemas que dan por ideológicos, o académicos, o falsos, y que, en todo caso, no les interesan, interesados como están en la maximización de su poder, utilidades y riquezas con un bienvenido subconsciente que los lleva a vivir los atributos de la eternidad…

Los complejos militares-empresariales, políticos y mediáticos dominantes, que para la toma y puesta en práctica de las decisiones mundiales cuentan con el eficiente y eficaz apoyo de sus coludidos, cooptados, subrogados y empleados exigen de éstos un silencio cómplice que quien rompe –traidor o enemigo– se enfrenta a su inmenso entramado de organizaciones formales e informales, de negocios respetables y de crímenes organizados, con grandes fuerzas gubernamentales y mediáticas de alcance global que están comprometidas, “compradas” e inclinadas a obedecer, defender, y legitimar a los poderosos, y de criminalizar, perseguir, despojar y eliminar a los miserables, marginados o pobres, así como a destruir la vida, riqueza, libertad o fama de los insumisos y rebeldes, muchos de los cuales al ser acosados, cooptados o aplastados por el sistema también se doblan o se quiebran. Así piensan. Así actúan.

El sistema dominante opera con fuerzas amalgamadas muy eficientes e inescrupulosas y emplea sus variadas redes en una guerra integral, que diseñan y libran sus expertos y conocedores, y de la que se aprovechan -en todos los niveles de mando y servil obediencia- quienes dirigen o realizan las operaciones de la guerra real y virtual, que los señores del sistema han desatado, usando para apoyarla una notable variedad de armas en que destacan las finanzas, las asociaciones, las macro-corrupciones y macro-represiones por las fuerzas políticas y sociales, militares y paramilitares, abiertas y encubiertas, uniformadas y disfrazadas, reales y virtuales, todas con el encargo de combatir, crear y armar el terrorismo, el narcotráfico y el mercado negro o paralelo, y de perseguir y destruir a los competidores y rebeldes en medio de “un caos controlado” para una “crisis controlada”. Esas también son sus creencias, sus convicciones.

El conjunto de los ejecutores de tamaña “guerra sin fin” fomenta cuanto atentado quepa imaginar, muchas veces revestido de un fanatismo a modo, que sus adeptos invocan cuando destruyen sus propios templos y ciudades, matan a sus propias familias, a mujeres, niños, jóvenes y ancianos, al tiempo que apoyan –como en Siria- los bombardeos de manzanas enteras y los “golpes aéreos inteligentes”, que según los jefes de estado de las grandes potencias son de tal modo precisos que sólo destruyen la habitación de la ciudad o villa en que se halla un terrorista identificado, sin que nadie más a su alrededor sufra daño alguno…
Como antecedente notable de tan siniestra y ya acostumbrada situación se da el hecho de que terroristas y bombarderos han tomado como campo de batalla las ciudades y poblados donde los terroristas se meten y donde los “aparatos inteligentes” indican el sitio exacto en que están los terroristas. En los hechos al destruir a uno o a varios terroristas, los aviones y las fuerzas de mar y tierra, también destruyen las infraestructuras urbanas y rurales existentes. Y esa es la extraña coincidencia entre los terroristas y sus enemigos de las grandes potencias; los dos destruyen a los pueblos, tanto quienes los defienden o dicen defenderlos como quienes dicen atacarlos y los atacan.

Con tales artimañas muchos de los habitantes de África, del Mundo Musulmán y Asia Central se han quedado sin ciudad, sin país, y con víctimas que llegan a millones entre sus residentes y entre quienes prefieren ahogarse en el mar con su mujer e hijos buscando escapar a la macabra guerra de bombas y drones que acabaron con la casa que tenían, con la escuela a donde sus hijos iban, con los hospitales donde sus enfermos graves y leves se atendían, y hasta con las infraestructuras de transporte terrestre y aéreo, de electricidad, agua, gas y calefacción, tan necesarias todo el año y sobre todo en el crudo invierno.

Tal es el panorama de quienes viven en el Medio Oriente y en Asia Central con diferencia en cuanto al clima en el Zagreb y en África Negra, y con formas de horror y odio parecidas, todas ellas “adaptadas al contexto religioso e ideológico”, y aplicadas en variable escala con igual sevicia, como ocurre en las regiones de nuestra América donde habitan los pueblos indios campesinos, hoy despojados de sus tierras, con millones de ellos también desterrados de sus campos y países, y que viven bajo el terror y la miseria o que en el camino a la utopía de Hollywood caen en la esclavitud o la muerte, o en el paso de fronteras y ya en los territorios añorados caen en las redes de la migra y son deportados a su lugar de origen. Y así muchos que ya llegaron vuelven al mismo sitio de que habían buscado escapar.

La emigración de los miserables alcanza a millones de seres humanos de acuerdo con las estadísticas oficiales, y esos millones son mucho más cuando no sólo se incluye a quienes emigran a otros países y continentes, sino a los que emigran de un lugar a otro en su propio país, y dejan las tierras y casas de sus mayores. En estudios recientes –es cierto-, se ha descubierto que la mayoría de los emigrantes no viene de los más pobres, sino de las clases medias con profesionales y técnicos que tienen los recursos necesarios para pagar transportes costosos. Sumado este hecho a los anteriores, en que la mayoría de las víctimas siguen siendo los pobres se ve que junto a la destrucción de las ciudades e infraestructuras se está cambiando la política que Andre Gunther Frank calificó de “desarrollo del subdesarrollo” por una política de “subdesarrollo del desarrollo”, que alcanza a numerosos países que vivieron con las ilusiones de los gobiernos desarrollistas. Para colmo de males, a los desastres de la guerra y de la emigración se añade la disminución de la esperanza de vida, y el incremento de la tasa de mortalidad por las hambrunas y pandemias y por el aumento de los desastres ecológicos producidos por el creciente peso económico-político-cultural e informático de las corporaciones y sus subsidiarias, y por los desastres ecológicos derivados de grandes incendios, inundaciones, y poluciones del agua, la tierra, el aire, los lagos, los ríos y el mar, hechos a los que se añade la disminución y desaparición de numerosas especies animales y vegetales y la del medio ambiente desde el Polo Norte hasta el Polo Sur en que los deshielos causan la muerte de osos y esquimales.

A lo desagradable que resulta hablar de todo esto, se añade lo doloroso de vivirlo en carne propia. Pero como dijo un inglés notable “a todo nos acostumbramos”.

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No puedo menos de esbozar aquí esta breve descripción del mundo en que vivimos. Lo hago a sabiendas de que me encuentro ante los miembros e invitados de un organismo vinculado a la educación, la ciencia y la cultura.

La emoción que expresan verdades como éstas es parte de un conocimiento de la ciencia, la cultura y la pedagogía que impulsen acciones responsables destinadas a enfrentar, explicar y construir alternativas a una situación, que en nuestro tiempo tiene enredadas las cabezas con profundas incógnitas, ante innegables dificultades y ante obstáculos abrumadores, en que la firmeza de las convicciones propias y de la fuerza de los pueblos, a pesar de todo y por encima de todo, nos llevará a repetir el firme clamor de “¡VENCEREMOS!” con la convicción de que, “más temprano que tarde”, como dijo Salvador Allende, nuestra nueva proclama de “otro mundo posible” se convertirá en realidad.

Nosotros aquí, y muchos otros en otros muchos lugares de Nuestra América y otros continentes, podemos contribuir al nuevo pensamiento crítico y creador que asuma los problemas y los enfrente en sus movimientos insumisos al amparo de la ciencia, la cultura y la educación.

La prioridad de los problemas a enfrentar –estoy seguro– es la política del desconocimiento, del engaño y de la barbarie reinantes, precisando la actual organización de la vida y del trabajo en el mundo, y no sólo buscando y practicando las alternativas más idóneas, sino atendiendo un problema no menos grave y descuidado, el de los procesos de transición a un mundo en que la vida y el trabajo se organicen en un sistema que no tenga como atractor principal la maximización de poder, de riquezas y de utilidades, sino la democracia con el socialismo y con la libertad, con los tres amalgamados, si a la realidad conceptos y palabras se refieren.

Llegados a este punto vemos la necesidad de aclararnos “¿qué tanto es lo posible?” y cómo varía y variará “lo posible” en el tiempo, el espacio, la organización y la estrategia,-que es como varían muchas otras categorías reales y conceptuales…

Reparar en el significado actual de aquéllas categorías que sean fundamentales para la acción y la reflexión, y señalar el éxito de valor universal alcanzado por la Revolución del 26 de julio en Cuba, o por los indios mayas del movimiento zapatista en México, nos llevará a incluir también algunos de los avances y obstáculos de los movimientos bolivarianos que con Venezuela encabezó Hugo Chávez y que con el Estado Plurinacional de Bolivia encabeza Evo Morales, así como de los avances y retrocesos de gobiernos progresistas que surgieron en América del Sur y evolucionaron, se fortalecieron y debilitaron entre diferencias significativas.

En todo caso, de los movimientos revolucionarios y progresistas buscaremos deducir algunos requisitos para la construcción de otro mundo posible y necesario…

Para emprender el análisis de la organización de la vida y el trabajo en el capitalismo del siglo XXI, es un buen principio partir de los Estados Unidos de Norteamérica, en tanto se trata del único Estado-Nación que tiene bases militares en toda la Tierra y una influencia global mucho mayor que la de cualquier otro país. Es más, si no vivimos en un mundo unipolar como pretende el complejo militar empresarial norteamericano, los habitantes de América y el Caribe sí vivimos en lo que tradicionalmente ha sido el “patio trasero” del imperio norteamericano. Desde fines del siglo XIX, Estados Unidos es la principal potencia que domina esta región del mundo con la excepción de Cuba. Estados Unidos destaca también en el entramado de poder empresarial, militar, político y mediático que caracteriza al capitalismo global y al Estado neoliberal de Occidente como el sistema autoregulado más eficaz para lograr las mediaciones de gobiernos, partidos y movimientos afines.

El país metropolitano y los países dependientes -con excepción de Cuba- muestran una dialéctica controlable por su “complejo empresarial-militar”, en períodos relativamente largos, con inclinaciones a la derecha y a la izquierda que son aceptables para el “complejo”. En el propio país metropolitano, las inclinaciones a la derecha hasta ahora han mostrado ser controlables, incluso hoy en que revelan un movimiento parecido al de los años veinte en Alemania e Italia, con una ideología de extrema derecha a la “americana”, que acentúa sus rasgos y sus expresiones racistas, y abiertamente colonialistas y represivos.

El viraje a la derecha en los países latinoamericanos y caribeños tiende a modernizar sus tradiciones golpistas y ultra-conservadoras anteriores y a unir gobiernos, partidos y movimientos bajo nuevas posiciones de dependencia. El “aggiornamiento” de los dictadores civiles y militares los lleva a aplicar la vasta cultura de la contrainsurgencia y de los aparatos inteligentes para su mayor eficiencia en el gobierno de las democracias de fachada con estados adelgazados y países más y más empobrecidos, despojados de sus recursos naturales y sus mercados de producción y de servicios por los efectos de la política neoliberal.

Sobre todos esos países en el mundo entero en el momento actual, se ha lanzado una ofensiva creciente en que el complejo empresarial-militar de Estados Unidos ha logrado posiciones cada vez más ventajosas. La ofensiva no sólo afecta a los Estados Nación en lo individual sino a Nuestra América y a los convenios de solidaridad y apoyo mutuo como el ALBA y el ALMA. La ofensiva pesa en particular también contra los países ricos en recursos naturales –como el petróleo- y sobre los países que tienen gobiernos progresistas, desde los más moderados hasta los que significan un avance al socialismo, la democracia y la libertad, en los que destaca Cuba con su gran experiencia martiana y marxista de valor universal.

La ofensiva cobra formas diferentes en cada circunstancia, pero abarca a todas las naciones, incluso a las más neoconservadoras o neoliberales. Así va desde Venezuela con su gran proyecto chavista y bolivariano y su petróleo, pasando por Ecuador, Brasil, hasta Argentina en el Sur y México en el Norte, aquélla que ya perdió su gobierno progresista y éste que ya privatizó su petróleo y una gran cantidad de propiedades que antes eran nacionales, sociales y comunales.

En medio de la ofensiva hay resistencias notables y nuevos peligros que se enfrentan como es el caso de Cuba, último y primer baluarte del socialismo, la democracia y la libertad, o el de Venezuela con un Estado de orientación bolivariana y socialista, o, el de Bolivia, constituido por las naciones de los pueblos originarios que buscan construir un nuevo estado pluriétnico. En la resistencia, destaca también el proyecto zapatista que abarca una inmensa región cultural y cuyos integrantes –organizados y armados– cuentan como una fuerza inmensa con su moral organizada, con su conciencia y su voluntad organizadas en que transfieren a la sociedad el poder del estado. El movimiento zapatista en su pensar y hacer incluye el saber de los pueblos mayas y los nuevos valores y medios con que se ha enriquecido la democracia con el principio del poder en el pueblo, y por el pueblo. El zapatismo ha hecho aportaciones notables a la organización de un gobierno que es pueblo y de un pueblo que es gobierno. Desde l994 no cesa de enriquecer su pensamiento, su discurso, y la organización del trabajo y la vida hacia las metas que desde sus albores formuló en el decir y el hacer con su clamor de “Libertad, Justicia, Democracia”. Es un movimiento que cada vez más afirma y organiza su posición socialista, democrática y libertaria contra “la hidra capitalista”. Como todos los demás se encuentra inserto en esta lucha mundial en que a las incógnitas sobre la mejor estrategia a seguir algunos responden optando por una de las líneas tradicionales y otros respondemos apoyando toda lucha que tienda en los hechos a organizar la libertad, la justicia, la democracia y el socialismo con el pueblo, entre el pueblo, y por el pueblo.

Hoy, no podemos ignorar que están siendo acosados y en muchos casos destruidos muchos de los logros emancipadores de la Humanidad y que a los inmensos peligros de injusticia, terror y violencia actuales y polémicos de los complejos empresariales-militares que dominan el mundo, se añade un nuevo peligro en la historia de la humanidad, y es su capacidad de destruir la vida, y de provocar un ecocidio tanto con la acelerada destrucción de los recursos naturales, como con las luchas por los recursos naturales y los mercados y con las guerras reales y virtuales de desposesión y despojo que están lejos de asegurar el control de una guerra nuclear.

Si tan grave situación obedece a un sistema como el capitalista cuyo atractor principal es la acumulación de poder, riquezas y utilidades, el fenómeno indica día a día que corresponde a una crisis del capitalismo y también de la civilización con posibilidades de terminar con la historia de la especie humana y con cuanto ser viviente habita en la Tierra. Ante esos peligros, plenamente confirmados por las ciencias, y ante la vulnerabilidad que mostraron los países del llamado “campo socialista” que hoy viven bajo la restauración del capitalismo, lejos de caer en el fatalismo y el desánimo, debemos enfrentar éstos grandes problemas con propuestas derivadas de nuestras experiencias, y con las que sean capaces de frenar y derrotar las estrategias de dominación de corporaciones y complejos, y de una la organización de la vida y el trabajo en la Tierra no sólo extremadamente cruel sino ecocida.

1°. En el terreno del conocimiento y la acción por nuestra parte, en primer lugar creo que debemos considerar la estrategia y la táctica de quienes nos atacan. Al hacerlo descubriremos la importancia que para ellos tiene fomentar el individualismo en nuestras organizaciones. Con sus distintas formas de operar, el individualismo que fomentan los complejos empresariales-militares logra romper las organizaciones de la liberación de los pueblos y las que construyen las clases proletarias y los trabajadores o los jóvenes rebeldes que están con ellas. El individualismo representa a lo largo de la historia, una fuerza mucho mayor de aquélla que nos imaginamos con meras acusaciones y juicios de descalificación de personas o grupos, como los que se limitan a hacernos pensar que fulano o zutano son “oportunistas”, “disidentes” o “traidores”. Estas acusaciones, o las sanciones que los inculpados y organizaciones reciben, se quedan en el nivel de lo personal o de luchas entre grupos. No permiten destacar que el individualismo es una categoría general de la lucha contra la liberación y contra las clases explotadas y oprimidas. Tomar en cuenta la ofensiva del individualismo aplicado en nuestra contra como una estrategia de dominación, permitirá disminuir la vulnerabilidad de las fuerzas emancipadoras.
Y a continuación señalo otras formas de la ofensiva:
2º. La corrupción, que en gran y en pequeña escala acaba con líderes, partidos, sindicatos, uniones campesinas e incluso con estados-nación. Los funcionarios “vendidos” pueden ser frenados en todo momento por quien los compró, o denunciados por éste como corruptos si no obedecen demandas crecientes, más y más comprometedoras. En las clases y estratos sociales, la corrupción se presenta como cohecho, o como subsidio o como regalo, o como caridad, o como acción “humanitaria”. Para enfrentarla se usa el rechazo colérico o firme, y entre la gente pobre, la dignidad… La corrupción en los países que se encuentran encabezados por las fuerzas de liberación, se realiza en el mercado negro, y el mercado negro o la economía informal no sólo contribuyen a resolver algunos problemas de escasez de una parte de la población sino debilitan la moral de los usuarios que empiezan a creer eso de que “la vida es así”. De muchos de ellos salen las bases de apoyo cómplice para la restauración del capitalismo. El problema no queda allí. Incluye a los negociantes del mercado negro que hacen fortunas impresionantes con la complicidad de empleados públicos y de altos funcionarios. La lucha contra la corrupción constituye un imperativo de combate defensivo que ha sido de máxima prioridad en Cuba, y que enfrenta un arma enemiga que no cesa en su ofensiva en la propia Cuba. Es vital contraatacarla como lo saben los propios cubanos y todos aquellos que luchan por la emancipación. .
3º. Ilusionar con los sueños de la “sociedad de consumo”, es característica de la propaganda y la publicidad que vuelve sumisa a una parte de la juventud rebelde. Y para eso también sirve el opio o la marihuana. Volviendo a Cuba, es cierto que la ilusión revolucionaria se pierde por algunos jóvenes que no vivieron en la Cuba esclavizada anterior a la Revolución del 26 de Julio. Pero no es sólo eso lo que determina el atractivo de los jóvenes que quieren irse y buscar fortuna o que añoran revivir el pasado. Tanto en los viejos tiempos como ahora hay muchos jóvenes –hombres y mujeres- que eran y son conformistas, y otros que eran y son insumisos… orgullosamente rebeldes. Y éstos son hoy más que ayer. Pero incluso con aquéllos puede la pedagogía moral y política crear una conciencia, una inteligencia, una voluntad de lucha, muchas veces admirables e inesperadas con su participación orientada en acciones y organizaciones colectivas.
4º. Y aquí tocamos otro objetivo que amerita capítulo aparte: el de la moral como moral de lucha y como moral de cooperación y de “compartición”, ese neologismo zapatista que la computadora pone en letras rojas. Ya Benedetti decía que cuando hablamos de moral no hablamos de “moralina”. Es más: aquí queremos acentuar que la moral es una fuerza de tal modo importante que sin moral se despedaza toda revolución, todo movimiento emancipador, toda lucha por el socialismo, por la democracia y la libertad. Si usar el término de “moral” se ha prestado a razonamientos que reducen la moral a una conducta personal o a una posición meramente idealista, ya es tiempo de que nos percatemos que sin moral personal y colectiva estamos gravemente desarmados.
5º. El teatro de la guerra, el engaño y la mentira del poder establecido han progresado enormemente desde la época de Shakespeare. Las guerras “virtuales” y las guerras “a modo” son su máxima expresión. No sólo se diseñan para confundir la realidad con sus imitaciones de lo real y sus materializaciones de lo teatral. Sirven para organizar juegos de guerra en que los imperialistas arman el juego y los pueblos ponen los muertos. Y para que los juegos hagan destrozo y medio entre los propios pueblos, tanto la guerra política como la militar despojan las luchas de toda ideología, de todo programa que pugne por la organización de un mundo menos injusto y menos autodestructivo. No hacen de los mahometanos una raza maldita, como los nazis la hicieron de los judíos, hacen de ellos unos terroristas criminales a los que juntos bloques, estados, corporaciones y pueblos deben castigar o eliminar. Es así como luchas y guerras son relegadas al orden de lo criminal y se dan contra los terroristas o contra los narcotraficantes, son relegadas sin más alternativa.
Y allí donde la guerra es más fuerte -en la inmensa región musulmana-, la guerra neofascista se junta con la guerra por el petróleo y otras riquezas, y de paso con la eliminación neodarwinista de negros y musulmanes desechables, en que los genocidios acostumbrados sustituyen a los campos de concentración y a los hornos crematorios que los nazis organizaron para eliminar a los judíos. En cambio la destrucción de los pueblos africanos, árabes, y mahometanos se hace dizque para castigar a “quienes merecen castigo”, que son enjuiciados, comprobados como culpables y justamente castigados mediante acciones que lejos de ser terroristas constituyen una “guerra justa” de cielo, mar y tierra. Y esas mentiras colosales son compartidas por los pueblos y gobiernos partidarios de una globalización que incluye a Estados Unidos y Europa y a la que China cada vez se acerca más.

Actualizar, reforzar y comprometerse con ideologías y programas que den termino al actual modo de dominación y acumulación, de organización del trabajo esclavo, tributario, servil, y mentirosamente asalariado, así como al inmenso desempleo de miles de millones de jóvenes que luchan inútilmente y desesperados por un trabajo o una escuela es una tarea urgente que tome en cuenta todas las experiencias anteriores que fallaron, para no recurrir a ellas y todas las que tuvieron éxito para aplicarlas y adaptarlas, más las que han florecido recientemente y que enriquecen el proyecto revolucionario de otro mundo verdaderamente posible.

Ese mundo no puede tener como “atractor” o atractivo principal la maximización de poder y riquezas, sino la organización de la sociedad y del mundo entero en torno a los valores humanos que los clásicos y lo nuevos movimientos emancipadores defienden.

Lograr ese objetivo en la práctica corresponde a un proceso que se da, y tal vez se dé, como muchos otros, entre movimientos insumisos y rebeldes, políticos o armados, y entre confrontaciones y negociaciones. En cualquier caso las fuerzas progresistas y revolucionarias tendrán que encontrar tanto las alternativas que efectivamente les permitan construir la libertad, el socialismo y la democracia, como los procesos de transición que den mínimas garantías a los participantes para defender sus intereses y valores vitales en la nueva organización mundial.
La alternativa principal no es hoy reforma o revolución, sino desconocimiento o conocimiento de que la actual organización de la vida nos lleva a genocidios descomunales, a crisis crecientes de la civilización, y a la muerte del planeta. Este ya nos está enviando un mensaje indiscutible: capitalismo y muerte, o libertad, socialismo, democracia y organización de la vida y del trabajo para alcanzar esos objetivos.

En el mundo entero el país más indicado y con más experiencias en las luchas y las negociaciones emancipadoras es Cuba. Muchos consideramos que en ella debe organizarse el dialogo mundial permanente sobre las alternativas y las transiciones posibles para la organización de un mundo que asegure la vida y el trabajo. En ese diálogo tendrían que participar los “think tanks” de las corporaciones y complejos y los representantes de las luchas contra “la hidra del capitalismo”, imagen clara de los zapatistas que de las mil cabezas nos indica una que es necesariamente mortal, y en este caso mortal para el capitalismo.

El capitalismo sin fin es un mito. Y sin embargo ese mito es el que se está imponiendo en el mundo, no sólo con la aplicación del neoliberalismo, sino con la instauración del capitalismo corporativo en el antiguo “campo socialista”, y a últimas fechas con una creciente ofensiva, que coincide con la presencia cada vez mayor de la extrema derecha en Estados Unidos y Europa, y con el avance de la globalización en el camino de un mundo unipolar encabezado por Estados Unidos, entre los grandes obstáculos están los que representa entre contradicciones Rusia y China.

Tales hechos, sin duda constituyen un freno para cualquier proyecto de transición negociada a la organización del trabajo y de la vida en dirección al post-capitalismo. Y en este terreno Cuba es también la que nos convoca a hacer de nuestra voluntad, de nuestra moral, de nuestra conciencia una norma a seguir hasta el fin, y no sólo controlando el miedo sino perdiendo todo miedo, como les dijo Fidel hace tiempo a los estudiantes de la Universidad de la Habana.

Y termino esta plática de una manera no acostumbrada: ¡Viva la vida! ¡Venceremos!


miércoles, 2 de marzo de 2016

Sentido común

El sentido común ha sido llamado por algunos "el menos común de los sentidos". En realidad, habría que hablar de "buen sentido", porque lo que es más común es el pensamiento de la clase dominante, teñido de intereses, sobre todo de sus intereses inmediatos.

Porque los menos inmediatos, los intereses a medio y largo plazo (no tan largo como imagina la mayoría), esos sí que son comunes a todos los humanos, lo sepan o no.

Hecha esta salvedad, trabajemos porque el buen sentido llegue a ser sentido común.






Iberoamerica Social




La esfera de la economía no puede crecer indefinidamente sin acabar teniendo repercusiones negativas tanto sobre la esfera social en la cual se desarrolla, como sobre la esfera ecológica (o biosfera) sobre la cual, en última instancia, todo nuestro mundo construido reposa.

Hace poco más de un año tres reputados científicos de la NASA publicaron un impactante estudio en el que, basándose en complejos modelos matemáticos, pronosticaban el posible colapso de la civilización humana para dentro de pocas décadas. Las causas que se aludían como determinantes para llegar a tales conclusiones eran principalmente dos: la insostenible sobreexplotación humana de los recursos del planeta y la cada vez mayor desigualdad social existentes entre ricos y pobres (1).

Más allá de analizar la gravedad de esta predicción, me gustaría hacer notar que los dos motivos que –según estos investigadores– podrían acabar provocando el derrumbe de nuestra civilización son precisamente dos de las más claras características que posee el sistema capitalista: una insensibilidad total hacia la sostenibilidad ecológica del planeta y una abrumadora despreocupación hacia la (des)igualdad y la (in)justicia social.

En consecuencia –y como se verá en mayor profundidad en las líneas que siguen– no resultaría demasiado descabellado afirmar que el capitalismo es, a día de hoy, una de las mayores amenazas que se ciernen sobre la continuidad de la cultura humana en el planeta Tierra.

Evidencias de un sistema insensato

En las sociedades modernas de hoy en día nos hemos acostumbrado a asociar el poder adquisitivo con la capacidad de alcanzar una vida feliz. Es decir, se asume que –más que menos– nuestro nivel de renta determina la felicidad que podemos llegar a alcanzar en nuestra vida (o, como se suele decir, que el dinero da la felicidad).

Esta engañosa forma de concebir la vida (basada en los aspectos materiales y monetarios como medida a través de la cual lograr una vida buena) representa, probablemente, la mayor herramienta moral que posee el capitalismo en la actualidad. Sin embargo, y como veremos a continuación, esta concepción ofrece al menos dos evidencias que la hacen insostenible.

I) La evidencia social

Desde el punto de vista social el capitalismo es insostenible en tanto en cuanto promociona una sociedad global de poseedores y desposeídos en donde el sobre-consumo innecesario de unos pocos se produce a costa de las carencias vitales de la mayoría. Y es que una de las características que ha demostrado tener el capitalismo moderno es la construcción de sociedades en las que tienden a crecer las desigualdades sociales (lo cual sucede tanto si pensamos a una escala planetaria, a nivel de países, como si lo hacemos dentro de un mismo país bajo el prisma, cada vez más simplificado, de clases).

Paralelamente a esta estratificación económica de la sociedad en dos claros grupos (unas élites muy ricas y unas masas pobres), el capitalismo no ha logrado tan siquiera cumplir su clásica promesa de traer la felicidad a un creciente número de personas. Son cuantiosos los estudios que en este sentido han cuestionado rotundamente el axioma tan fuertemente instaurado en el ADN capitalista (y en el imaginario colectivo) de que el dinero da la felicidad. Estos estudios vendrían a mostrarnos cómo la correlación entre los ingresos y la satisfacción con la vida sólo se mantiene en etapas tempranas, cuando el dinero es usado para cubrir las necesidades más básicas. A partir de este punto entraríamos en una situación de comodidad en donde más dinero ya no significa necesariamente más felicidad. Es más, una vez ha sido alcanzada esta situación, seguir buscando obstinadamente el crecimiento económico (en el plano macro) y el aumento de la renta y el consumo (en el plano micro) puede resultar incluso contraproducente, pues tiende a hacernos descuidar otros aspectos de nuestra vida –intangibles pero igualmente esenciales para la felicidad– como las relaciones sociales o el buen uso del tiempo (2).

Así pues, parece claro que el capitalismo es un sistema que chirría tanto con la justicia social como con la felicidad humana. Como pusieron de manifiesto hace unos años Richard Wilkinson y Kate Pickett –en su magnífica obra Desigualdad: Un análisis de la (in)felicidad colectiva– estas dos cuestiones (justicia social y felicidad humana) son dos asuntos íntimamente relacionados. Parece ser que las desigualdades sociales tienden a hacernos más infelices: en aquellas sociedades en donde son mayores los niveles de desigualdad, mayores son también los niveles de infelicidad (3).

De todo esto se puede extraer la acertada conclusión de que una sociedad preocupada por maximizar sus niveles de felicidad debería ser una sociedad centrada en rebajar al mínimo sus niveles de desigualdad (lo cual, dicho sea de paso, parece una tarea incompatible con las actuales políticas de desarrollo occidental). Por ello, como sostiene Jorge Riechmann en su libro ¿Cómo vivir? Acerca de la vida buena, el capitalismo es “un enemigo declarado de la felicidad. Y por esta misma razón “los partidarios de la felicidad humana no pueden ser sino anticapitalistas”.

II) La evidencia ecológica

Por otro lado, el axioma del crecimiento indefinido que el capitalismo defiende, a la vez que (como hemos visto) un sinsentido social, es una inviable biofísica. La constante demanda de materiales y energía que conlleva una economía como la que tenemos no puede mantenerse de forma indefinida en el tiempo sin acabar chocando con los límites biofísicos de nuestro planeta (un lugar éste, no lo olvidemos, finito y acotado). Este hecho, a pesar de ser firmemente ignorado por los economistas convencionales (y por la inmensa mayoría de los políticos), constituye una realidad absolutamente incontestable, tal y como nos enseña la segunda ley de la termodinámica. Se podría afirmar, por lo tanto, que el capitalismo es, desde el punto de vista ecológico, biofísico y termodinámico (desde el punto de vista científico al fin y al cabo) un sistema imposible abocado al desastre.

Es por razones como ésta que [como ya se apuntó en la primera entrada de este blog] en política y en economía, al igual que sucede con el resto de aspectos de la vida, se hace imprescindible poseer un mínimo de cultura científica para poder ejercer como ciudadanos responsables y comprometidos (o lo que es lo mismo a efectos termodinámicos, para acomodar nuestro comportamiento a los límites biofísicos del planeta).

Me resultan muy interesantes en este sentido las sabias palabras de Wolfgang Sachs, quien sostiene que, en el futuro, el planeta ya no se dividirá en ideologías de izquierdas o de derechas, sino entre aquellos que aceptan los límites ecológicos del planeta y aquellos que no. O dicho de otro modo, entre aquellos que entiendan y acepten las leyes de la termodinámica y aquellos que no. No se trata por lo tanto de arreglar o refundar el capitalismo (como algún político sostuvo hace no mucho) sino de entender que nuestro futuro como especie en este planeta será un futuro no-capitalista o, sencillamente, no será (4).

Hacer comprender al común de los mortales que la esfera económica no puede crecer por encima de la esfera ecológica (al menos no sin comportarse antes como un cáncer) es, por sencillo que pueda parecer de entender, uno de los mayores desafíos a los que se enfrenta la ciencia y la educación del nuevo milenio.

Sin embargo, esta cuestión de las esferas concéntricas –cual muñecas rusas– y de los límites del planeta es (pese a los reiterados mensajes ilusorios en pro del gasterío insensato que el capitalismo se empeña en difundir) un asunto sencillo de concebir para todas las personas. Y aquí reside –precisamente– nuestra esperanza: la esperanza de un cambio social en aras de poder alcanzar otro mundo posible, más justo y sostenible.

Como argumentaba recientemente Juan Carlos Monedero, es mucho más factible hacerse anticapitalista a día de hoy desde posiciones ecologistas que desde posiciones marxistas. La inviabilidad de un sistema que aboga por el crecimiento constante en un mundo que es limitado es algo mucho más fácil de comprender para la gente normal que la tendencia descendente de la tasa de ganancia o el fetichismo de la mercancía de la que nos hablaba Marx.

Por lo tanto, y a modo de corolario, urge entender que ser anticapitalista a día de hoy no es ya una cuestión de ecologistas o de marxistas aislados, sino que es algo de sentido común; algo directamente relacionado con la lógica de supervivencia. Esperemos que este asunto sea entendido –más temprano que tarde– por la inmensa mayoría de individuos que pueblan la Tierra hasta convertirse en una evidencia popular. Nuestra continuidad sobre el planeta y nuestra felicidad de ello dependerán.

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Notas


(1) Motesharrei, S., Rivas, J., & Kalnay, E. (2012). A Minimal Model for Human and Nature Interaction.

(2) Para profundizar algo más sobre este tema se recomienda leer este artículo

(3) La obra de Wilkinson y Pickett (2009) muestra minuciosamente como el incremento en las desigualdades tiene significativas repercusiones negativas sobre otros aspectos de la vida que afectan directamente al bienestar y a la felicidad. Tal sería el caso de la educación, la esperanza de vida, la mortalidad infantil, la incidencia de enfermedades mentales, el consumo de drogas, las tasas de obesidad y sobrepeso o el número de homicidios; variables todas ellas que presentan peores valores en aquellos lugares en donde mayor es la desigualdad.

(4) Defender desde la argumentación socio-ecológica el “suicidio” social que supone seguir enfrascados en la lógica del capitalismo es un imperativo vital a la vez que uno de los grandes objetivos de este blog: crear conciencia anticapitalista a través de las Ciencias de la Sostenibilidad.

(5) EME: Evaluación de los Ecosistemas del Milenio de España (2011). Síntesis de resultados. Fundación Biodiversidad. Ministerio de Medio Ambiente, y Medio Rural y Marino.