lunes, 18 de agosto de 2025

Cuando la realidad llega a toda prisa

Vendrá la realidad y nos encontrará dormidos. Por enésima vez lo digo desde este mismo sitio. Bien lo saben quienes me leen. Por desgracia los que no lo saben no lo leerán.

La frase, título de un libro de Santiago Alba Rico, es una cita recurrente que alude a la idea de que la sociedad actual está desconectada de la realidad, viviendo en una especie de sueño o ilusión, y que cuando la verdadera realidad golpee, será demasiado tarde para reaccionar.
Con su tono pesimista, sugiere que la sociedad actual "de celofán y neón" vive en una burbuja de comodidad y desinformación, ignorando los problemas y conflictos del mundo. La "realidad" que vendrá se presenta como algo inevitable y potencialmente destructivo, que nos encontrará desprevenidos e incapaces de hacer frente a sus consecuencias. 
Se ha utilizado para criticar la apatía social y la falta de conciencia sobre los problemas globales, como la injusticia, la desigualdad y la destrucción del medio ambiente. También se ha interpretado como una advertencia sobre la fragilidad de las conquistas sociales y la importancia de mantenerse alerta y comprometido con la realidad.

Así resume la idea la Inteligencia Artificial que utiliza Google. Este sueño del que nos cuesta despertar es a veces sacudido por un timbrazo alarmante del despertador. Entonces, casi siempre, apagamos el timbre, cuando no tiramos el reloj al suelo de un papirotazo (ese que llamamos, sin mucho éxito, "Reloj del Apocalipsis"), obstinados en seguir durmiendo.

La pandemia que nos enclaustró durante meses hace solo cinco años nos había despertado, y algunos creímos que sería un revulsivo que nos haría mejores, pero ¿quién se acuerda ya?

Ahora mismo suena, otra vez frenética, la alarma ante los devastadores incendios, tanto más dramáticos cuando están alcanzando y abrasando pueblos enteros:

En 2018, en California, se registraron incendios pavorosos, nunca antes vistos. Se han repetido después una y otra vez, pero ya apenas "son noticia".

Arde California: el reciente incendio de Mendocino Complex es el mayor de la historia registrado en el oeste de Estados Unidos. Según Michael Mann, profesor de la Universidad Estatal de Pensilvania, el aumento de las temperaturas vinculado al cambio climático está provocando que los fenómenos “sean más extremos y difíciles de controlar”.










En nuestro país, ahora mismo, el fuego avanza incontrolado, Difícilmente lo pueden apagar los desmantelados servicios contra incendios, cuando algunas regiones, como Castilla y León, han reducido el gasto un 90% en trece años.

Otro ejemplo más cercano: hace apenas unos días (¡tan pocos, con la que está cayendo!) que Vilagarcía de Arousa  ha puesto en marcha "el proceso de selección de brigadas contra el fuego", como denuncia Esquerda Unida de la localidad:

La formación que lidera Juan Fajardo también muestra “serias dúbidas” sobre la igualdad de oportunidades en este procedimiento. El Concello publicó las bases el día 7, las anunció el 8 para realizar las pruebas el 11, “ofrecendo apenas tres días, cun fin de semana polo medio, para que as persoas interesadas poidan inscribirse e preparar a documentación”, un plazo que ve “ridículo”.

Inacciones como esta, además, se cobran vidas. 

Incendio forestal en Oímbra (Ourense), en el que se quemaron tres brigadistas. (EFE/Brais Lorenzo)

Las imágenes del desastre causado por la inundaciones en Valencia son ya "agua pasada". Aunque dieron la vuelta al mundo, ahora solo se utilizan, contra toda razón, como arma política arrojadiza.

Vehículos amontonados tras las intensas lluvias de la dana en Sedaví (Valencia). BIEL ALIÑO (EFE)












Sigamos durmiendo. Como afirmaba Francisco de Goya, el sueño de la razón produce monstruos. No es fácil la interpretación correcta la frase: pudo querer decir que la razón reprimida es origen de muchos desastres ("lejos de nosotros la insensata manía de razonar"). O que los crea la propia razón que sueña despierta y se siente omnipotente. Lo primero encaja mejor en el pensamiento ilustrado de su época, lo segundo en la ciega confianza en el progreso científico y técnico de la nuestra.

Las soluciones tecnocientíficas ante los desastres pueden agravar los problemas si no tienen en cuenta los equilibrios de la naturaleza que pueden alterar, y que de hecho alteran profundamente.

Incendios, inundaciones y otros desastres se producen de forma natural, con periodicidades muy variables. Oímos a los negacionistas decir que siempre hubo lluvias torrenciales, olas de calor, sequías, sin que tengan que ver con la intervención humana, para nunca referirse a las que causa o agrava nuestra actividad.

Una visión cortoplacista puede hacernos olvidar que la naturaleza ha conformado la superficie terrestre a lo largo de cientos de millones de años, pero nuestra actividad la transforma todos los días, y lo viene haciendo, sobre todo, a lo largo de los últimos decenios. Procesos antropogénicos de alcance geológico, millones de veces más rápidos que los que han creado la riqueza y biodiversidad las están liquidando a toda prisa.

Es trágico que nuestra percepción del tiempo y del espacio estén tan condicionados por la escala humana. En el espacio lo próximo, en el tiempo lo inmediato, dificultan que apreciemos los lentos procesos de la naturaleza. No percibimos por ejemplo, que la rica biodiversidad que alberga un bosque primario ha sido modelada a lo largo de milenios. El bosque secundario repoblado por nosotros volvería a ser primario otra vez al cabo de mucho tiempo si lo dejáramos en paz.

Después de dos mil años, el desastre causado en Las Médulas por la avaricia romana se había transformado en un bello paisaje renaturalizado, que ahora tardará mucho en recuperarse del fuego antropogénico.

El blog de Jorge Riechmann me conduce hasta un extenso Informe del Colegio de Biologos de la Comunidad Valenciana sobre la destructiva DANA de octubre de 2024:

El Colegio de Biólogos de la CV ha presentado su informe (elaborado por Ricardo Almenar) al comité de expertos para la reconstrucción tras la DANA, un verdadero Plan de Regeneración Territorial con 30 medidas las 30 R. Va mucho más allá del catálogo de obras de infraestructuras al que, por desgracia, se está reduciendo este asunto…

Frente al recurso a la técnica para reproducir nuevamente la situación anterior, y aunque no renuncia a su concurso, el informe pone el acento en las alteraciones de las cuencas hidrográficas que han agravado la tragedia. La cuenca es una unidad que alcanza un equilibrio entre la parte alta que recoge la lluvia y la baja en que se depositan los sedimentos arrastrados. La deforestación de la primera agrava las riadas, las alteraciones en la baja dificultan la absorción natural que alimenta los acuíferos.

Desde hace tiempo, dos ramas de la ingeniería se han enfrentado por su interpretación del problema y de las soluciones: de un lado, los ingenieros de Montes, del otro, los de Caminos.

El informe que podéis (y deberíais) leer completo lo podéis descargar desde aquí. Para facilitar el acceso a sus contenidos os dejo el índice.


INFORME DANA 2025
COBCV
Ricardo Almenar


















Particularmente revelador es el apartado que indaga en la razón de la sinrazón que nos hace dormir este sueño que se convierte en pesadilla, y que reproduzco entero:

2.17.Cambio climático: parábolas y fábulas

¿Qué ha pasado y qué sigue pasando? ¿Cómo hemos llegado hasta aquí en menos de tres generaciones humanas? Y ¿por qué no cambiamos, por qué no evitamos semejante deriva? Tanto científicos naturales como sociales han intentado responder a estas dos preguntas utilizando encuestas, cifras, evaluaciones, escenarios y modelos para tratar de entender semejantes comportamientos que solo nos conducen al desastre. Con no demasiado éxito, al menos a la hora de comunicarlo al público en general y movilizarlo en consecuencia. Muy posiblemente se conseguiría bastante más utilizando ciertos relatos a través de los cuales busquemos responder a las preguntas planteadas: ¿Qué nos ha llevado hasta aquí? Y llegados aquí, ¿por qué no cambiamos? Desde las historias que se contaban en torno a un fuego en la cueva paleolítica, hasta los chats digitales de hoy, las narraciones han dado sentido al mundo en que vivimos, nos han ayudado a comprender cómo el mismo funciona y al menos implícitamente, si no explícitamente, cómo podría deliberadamente transformarse. Sí, los relatos modelan nuestra percepción y nuestra consiguiente actuación.

Hay dos narraciones originarias del pasado siglo que aplicadas al cambio climático siguen resultando particularmente útiles en ese desempeño. La primera puede designarse, alternativamente, como la parábola del prado comunal o la tragedia de los bienes comunes de Hardin, en referencia a este ecólogo que la popularizó a finales de los años 60. No estaba centrada en el cambio climático, ni siquiera en la atmósfera y su contaminación. Hacía referencia a la situación general que tiende a producirse en la utilización de todo recurso o sistema ecológico de propiedad común o de uso compartido que es aprovechado simultáneamente por distintos propietarios o usuarios.

Imaginemos encontrarnos en una sociedad tradicional como cualquier comunidad de la Europa medieval. La comunidad posee un prado común en el que puede pastar libremente el ganado de cada uno de sus miembros. Llega un momento, sin embargo, en que el número de cabezas es lo suficientemente grande como para consumir la máxima productividad vegetal de la que el prado es capaz. A partir de ahí, todo incremento de la carga ganadera solo supondrá una peor alimentación para cada una de las reses, una disminución de la productividad animal del conjunto del prado y, a la larga, un grave riego de degradación del mismo por sobreexplotación.

Pero pongámonos dentro de la piel del usuario individual. Si él lleva un animal más al prado, ciertamente disminuirá en algo la tasa de engorde de los que ya tenía anteriormente pastando. Sin embargo, a cambio aprovecha un animal más, lo que le compensa sobradamente de la pequeña pérdida anterior. Su beneficio privado marginal (el beneficio que le reporta el haber aumentado su rebaño en este último animal) compensa sobradamente el coste privado marginal que le provoca, porque la mayor parte de los costes que conlleva alimentar a esa nueva cabeza de ganado los ha transferido al resto de usuarios del pastizal común. Nuestro hombre parece actuar con una lógica individual enteramente racional; incluso puede suponer que de no aprovechar él primero esa posibilidad, otros lo harán y entonces sufriría solamente los costes sin obtener ningún beneficio. El problema es que si esa lógica se generalizase al resto de los usuarios, el prado común se degradaría inexorablemente y todos acabarían en la ruina.

La moraleja que extrajo Hardin de su parábola es que un recurso común, a disposición de todo el mundo, conduce a que su utilización excesiva se convierta en inevitable. Pues el individuo o la empresa que intensifica su explotación consigue una ventaja temporal y no es sino hasta un tiempo después cuando empieza a sufrir sus consecuencias. En cambio, el individuo o empresario responsable se coloca en una posición de desventaja si atiende a su conciencia y explota menos el recurso o ecosistema común de lo que le sería factible hacer. El mismo razonamiento puede hacerse respecto al vertido de desechos. Contaminar individualmente menos un ecosistema común implica asumir íntegramente el coste de las medidas de protección necesarias para ello, mientras que la mejoría resultante beneficia, en cambio, a todos los usuarios. Es el caso, por ejemplo, del vertido de gases de efecto invernadero y del cambio climático inducido por estas emisiones.

Ahora bien, la tragedia de Hardin está mal atribuida; los fenómenos que describe son mucho más propios de una fase anterior o posterior al establecimiento de un régimen de uso y propiedad común. Anterior, cuando parece que los recursos son lo suficientemente abundantes como para no estimar necesaria ninguna restricción a su apropiación individual. Posterior, cuando el ordenamiento común se encuentra tan debilitado por causas internas o externas que es ya incapaz de mantener limitaciones de uso. En uno y otro caso, lo que existe no es un régimen común, sino otro centrado en el libre uso y apropiación. La tragedia de los bienes comunes es, en realidad, la tragedia de los bienes de libre disposición, y es precisamente en estos últimos donde las conclusiones de Hardin resultan acertadas. El uso sin restricciones de recursos o ecosistemas, nunca ilimitados –aunque en algún momento lo parezcan–, lleva con facilidad a su degradación. En nuestro caso, a la alteración climática de la atmósfera.

Este primer relato nos sirve para responder a la pregunta: ¿qué nos ha llevado hasta aquí? La respuesta es la utilización del sistema atmosférico como un bien de libre disposición, sin particulares reglas que limiten el vertido de desechos en él. En una primera etapa, por su inmensidad y aparente inalterabilidad: era un típico bien libre en la concepción de los economistas clásicos, a disposición de todo el que quisiera verter ahí sus gases y partículas. En una segunda etapa –en la que todavía nos encontramos– porque las restricciones a su libre uso se han ignorado, solo han existido en el papel o no se han cumplido, pues, como la mal llamada tragedia de los comunes apunta, los beneficios de tal restricción se reparten entre todos los actores ya sean empresas, comunidades o Estados, mientras que los costes son asumidos por quienes restringen sus emisiones. Pese al camino ya recorrido por disposiciones, acuerdos y tratados para convertir a la atmósfera y al sistema climático en su conjunto en bien común de toda la Humanidad, su uso irrestricto o pobremente reglado sigue imperando en esta tercera década del siglo XXI. Confiemos, al menos, que no acabemos llegando más o menos próximamente a una tercera etapa análoga a la expuesta de degradación terminal del prado comunal: la de que la alteración climática ha llegado a tales niveles que estos hacen ya inútil todo intento de regulación común.

Y, sin embargo, ¿por qué, pese a todo, seguimos sin reaccionar? Para contestar a esta segunda pregunta, puede ser ilustrativo el traer a colación una segunda historia, la fábula de la rana cocida, narración que, a diferencia de la anterior, sí se popularizó en directa referencia al cambio climático a comienzos de la década de los 80. Como buena fábula, hace alusión a un experimento –ciertamente cruel si llegó a hacerse real, no ficticiamente– a que se sometió a una rana en un estanque climatizado en donde podía regularse la temperatura del agua. Si esta se elevaba hasta cerca del punto de ebullición y se tiraba la rana al estanque, el anfibio saltaba fuera del estanque cuando tocaba el agua. Pero si en lugar de esto, se introducía la rana en el estanque a temperatura normal y se iba elevando la temperatura poco a poco, la rana no reaccionaba y moría cocida en agua hirviente.

La moraleja de la fábula está clara. Un fenómeno lesivo, pero que se va produciendo poco a poco, provoca una reacción mucho menor que si se da abruptamente. Y el cambio climático antropogénico, pese a la tremenda velocidad a escala geológica en que se está manifestando, es relativamente lento (o todavía lo era, cuando se popularizó la fábula, hace cuatro décadas) a escala de la vida humana. Los cambios se van produciendo poco a poco: el verano se alarga, las olas de calor se hacen más frecuentes, el invierno se acorta, las heladas disminuyen o sencillamente dejan de producirse, la moda de entretiempo desaparece, la temporada alta playera se dilata, la de sol y nieve se contrae. Pero todo ello, más o menos pausadamente, lo que hace que esos cambios los perciban personas que han llegado a la madurez o a la vejez, mucho más que jóvenes o adolescentes. De otro lado, tales cambios se superponen con la variabilidad natural del clima, lo que lleva a que este verano no tiene por qué ser necesariamente más caluroso que el del año pasado, o que en este otoño las lluvias no han de ser necesariamente más torrenciales que en el precedente. El cambio climático es solo tendencial, irregularmente tendencial, podríamos precisar (por eso, aunque en el último decenio 2015-2024 hubo cuatro años menos cálidos que los inmediatamente precedentes, los diez años del decenio lo convirtieron en el más cálido desde que hay registros).

Paradójicamente, esta irregularidad tendencial que llega a poder encubrir un tanto al cambio antropogénico del clima, puede favorecer en ocasiones la alerta humanan frente a él. Es como si la rana de la fábula percibiera con claridad un momentáneo pero brusco aumento de la temperatura del agua del estanque y eso, tal vez, la empujara a saltar fuera del mismo. Una sequía particularmente severa, una intensa ola de calor, un huracán especialmente devastador o unas lluvias extraordinariamente copiosas que acaban provocando una catastrófica inundación, quizás, quizás conduzcan a las personas y sociedades afectadas a tomarse muy, muy en serio al cambio climático. Y a actuar, tanto para mitigarlo como para adaptarse a él en la parte del mismo que no se consiga evitar. La rana, aunque socarrada, acabaría saltando del estanque…

martes, 5 de agosto de 2025

El puñal flamígero del ángel exterminador

Por delegación, lo maneja el bárbaro y obediente administrador-liquidador de una Agencia de Protección Ambiental.

El verdadero ángel de la muerte es otro bárbaro de verbo incongruente, al que besan fervorosos sus súbditos en salva sea la parte. Él, a su vez, solamente adora a su Único Dios Verdadero: el Capital. Paul Lafargue describió La Religión del Capital como un fervoroso culto. Como toda religión verdadera, sus adoradores no pueden admitir otras, y por eso explícitamente quieren "apuñalar en el corazón" y arrojar a las llamas a los fieles de "la Religión del Cambio Climático".

El increíble Trump era increíble hasta que se ha convertido en una evidencia. Inmediatamente se ha rodeado de una tropa de ex-increíbles cada cual más zafio. Este obediente energúmeno, además de sumarse a las políticas negacionistas de lo evidente, entra en la competición abierta para ver quien larga la burrada más beoda.

Si sus sacrosantas políticas salen adelante, cuando el calorcillo conduzca hacia los polos a los supervivientes, que naturalmente esperan ser ellos, en algún momento se les acabará el combustible para el aire acondicionado. Se van a enterar.

Triste tiempo este en que la aberración se ha vuelto lo normal.


La agencia ambiental de EE UU rechaza que los gases de efecto invernadero sean una amenaza para la salud pública

La EPA quiere revocar una declaración histórica de 2009 que dio poder al Gobierno para limitar y regular las emisiones que causan el cambio climático

María Antonia Sánchez-Vallejo

31 JUL 2025

Lee Zeldin, administrador de la EPA, el 24 de julio en Ciudad de México. RAQUEL CUNHA (REUTERS)







El adelgazamiento del Gobierno federal emprendido por la Administración de Donald Trump va de la mano, en el caso de la Agencia de Protección Ambiental (EPA, en sus siglas inglesas), del negacionismo científico, al rebatir las numerosas evidencias que vinculan el cambio climático a la acción humana. Esta semana, su administrador, Lee Zeldin, ha anunciado que la EPA planea rescindir una declaración de riesgo climático de 2009, adoptada por la presidencia de Barack Obama, que concluía que los gases de efecto invernadero representan una amenaza para la salud pública.

Las Administraciones demócratas de Obama y el también demócrata Joe Biden se apoyaron en esa declaración para establecer límites estrictos a las emisiones de gases de efecto invernadero procedentes de automóviles, centrales eléctricas y otras fuentes industriales de contaminación.

En un acto celebrado el martes en un concesionario de camiones de Indianápolis, Zeldin se mostró ufano de la revocación, asegurando que clavaría un puñal en el corazón de la religión del cambio climático”, una de las manifestaciones más claras del ideario woke tan perseguido por la Administración republicana.

La declaración de 2009, que sustentaba la autoridad legal del gobierno para combatir el cambio climático, se consideraba un hito en el combate contra el calentamiento global. No menos trascendente es el intento republicano de acabar con ella, pues, según Zeldin, “equivaldría a la mayor acción desreguladora en la historia de Estados Unidos”. La iniciativa republicana también eliminaría los límites a las emisiones de gases de efecto invernadero de automóviles y camiones en las carreteras del país, de ahí al guiño en el concesionario de camiones (y al poderoso gremio de camioneros, muchos de los cuales apoyaron en las elecciones de noviembre a Trump).

La propuesta es el paso más trascendental hasta el momento para hacer descarrilar los esfuerzos climáticos emprendidos por las anteriores administraciones: ya no se trata de minimizar la amenaza del calentamiento global; ahora, directamente, se niega sin reparos la abrumadora evidencia científica del cambio climático. Marca un cambio notable también en la posición de la administración, de minimizar la amenaza del calentamiento global a negarlo rotundamente. Si la iniciativa del Gobierno de Trump se confirma en los tribunales, a las futuras administraciones les resultará mucho más difícil controlar la contaminación derivada de la quema de combustibles fósiles. Y ese es el mantra de Trump: “Drill, baby, drill”, “perfora, baby, perfora”, para potenciar los combustibles fósiles.

Lo más grave de la noticia es que ha pasado desapercibida entre el aluvión de información que genera a diario la Administración republicana. No así para los grupos ecologistas y de protección del medio ambiente. Diane Pataki, científica jefa de National Wildlife Federation, lamenta la iniciativa: “El hallazgo de situación de peligro [denominación oficial de la declaración de 2009], se basa en décadas de evidencia científica establecida y comprobada, y que ha sido afirmada repetidamente por los tribunales. Revocar esta decisión contradice directamente el mandato de la EPA de proteger la salud pública y abordar las fuentes de contaminación por gases de efecto invernadero que causan la crisis climática. En lugar de revocar una decisión que está respaldada por la evidencia científica, la Administración debería centrarse en garantizar un entorno más seguro para la vida natural y las personas por igual”.

domingo, 3 de agosto de 2025

La vertiginosa caída hacia lo infinito

Es una obviedad que todo conjunto se contiene a sí mismo, dado que todos sus elementos están contenidos en él. Decir esto no es sino afirmar la identidad de todo ente consigo mismo. Así lo dijo Gabriel Celaya: "como mágica evidencia, lo real se nos convierte en lo idéntico a sí mismo".

Más difícil resulta pretender que alguno de sus componentes pueda contener al conjunto en su totalidad. Yo, ser pensante, puedo pensar que estoy pensando. De inmediato se me hace evidente que pienso que pienso que pienso... ¿Hacia dónde me lleva este camino sin fin?

¿Puede un sistema comprenderse a sí mismo? Si esta pregunta se refiere a la mente humana, entonces nos encontramos ante una cuestión clave del pensamiento científico. Y de la filosofía. Y del arte.

Investigar este misterio es una aventura que recorre la matemática, la física, la biología, la psicología y muy especialmente, el lenguaje. Las definiciones que nos da un diccionario no dejan de dar vueltas sobre sí mismas. Por eso es imposible aprender una lengua utilizando solo su propio diccionario.

Todo lenguaje, todo sistema formal, todo programa de ordenador, todo proceso de pensamiento, llegan, tarde o temprano, a la situación límite de la autorreferencia: de querer expresarse sobre sí mismo. Surge entonces la emoción del infinito, como dos espejos enfrentados y obligados a reflejarse mutua e indefinidamente.

Gödel, Escher, Bach: un eterno y grácil bucle, libro de Douglas R. Hofstadter, es una buena puerta de entrada a esta ardua cuestión. Sorprendentes paralelismos ocultos entre los grabados de Escher y la música de Bach nos remiten a las paradojas clásicas de los antiguos griegos y a un teorema de la lógica matemática moderna que ha estremecido el pensamiento del siglo XX: el de Kurt Gödel. Podéis encontrar el libro aquí.

El artista holandés exploró este tema en sus escaleras o saltos de agua sin fin, o en aquel grabado en que entramos en un museo y descubrimos el propio museo en uno de los cuadros, para volver a entrar en él en una regresión infinita.

En la Ofrenda musical que dedicara a Federico II, el inmenso compositor alemán dejó algunos cánones dignos de explorar, junto a la enigmática inscripción Quaerendo invenietis ("buscando encontraréis"):

Uno de estos cánones, Canon in augmentationem (la duración de las notas aumenta progresivamente), está indicado Notulis crescentibus crescat Fortuna Regis (que la fortuna del rey aumente de la misma forma en la que lo hacen estas notas), mientras que en el canon denominado Canon per Tonos Bach va modulando a partir de la tonalidad de do menor para terminar de forma imperceptible en la tonalidad más alta de re menor y enlazando con el comienzo. De esta forma, el intérprete puede empezar de nuevo y, a medida que la tonalidad va ascendiendo, puede llegar de nuevo a la tonalidad de do menor, cerrando el círculo de modulaciones una octava más arriba. La indicación en este canon es Ascendenteque Modulationis ascendat Gloria Regis ("que la gloria del rey aumente como asciende esta modulación").

La regresión infinita ha encontrado su expresión más precisa en los conjuntos denominados fractales. La búsqueda iniciada por Gaston Julià alcanzó su mayoría de edad cuando Benoit Mandelbrot utilizó medios informáticos para su más perfecta representación.

A partir de cualquier punto del fractal podemos penetrar una y otra vez en la estructura completa del conjunto, en sucesivas ampliaciones sin fin. La naturaleza nos presenta un asombroso ejemplo en la compleja estructura del brécol romanesco.

El hermoso conjunto de Mandelbrot es una estructura plana. ¿Qué tal si le añadimos una tercera dimensión? Esto es lo que podemos ver en esta vertiginosa caída hacia el infinito (o hacia el infinitésimo) En este vídeo que me envía mi querida e infatigablemente curiosa hermana Marilina.

Sumergíos en el largo misterio: merece la pena. Para nada necesitamos psicodélicos paraísos artificiales. Sentiréis el vértigo de lo indescriptible en esa imposible y eterna autorreferencia.

sábado, 2 de agosto de 2025

Por el Imperio hacia... ¿Dios?

Que esta señora carece de escrúpulos morales lo demuestra cada día apoyando las políticas de exterminio de Israel. Que también anda escasa de autoestima ya lo vimos aquella vez en Erdogan la confinó en el sofá mientras los señorones compartían sillones; y tragó. Ahora pasa a formar parte de los que según el propio Trump le besuquean el culo. Sigue tragando, y con ella el conjunto de la Unión Europea.

Porque ella no es más que un peón del conjunto de esta UE que cierra con Trump el humillante acuerdo que impone aranceles del 15% a las exportaciones a EEUU (pero sin reciprocidad) y obliga a cebar a costa de todos nosotros sus negocios opíparos de combustibles y armamento.

Por si no bastara el dogal de la OTAN que te arruina y me enriquece, te quito el gas ruso y te vendo el mío más caro. Chúpate esa.

Y además aplaudes con las orejas.

No solo está en juego un amenazante nuevo orden mundial, sino el futuro político de una Europa que, si no reacciona, corre el riesgo de quedar atrapada entre su dependencia energética, su debilidad productiva y tecnológica y su creciente irrelevancia estratégica.

Alberto Garzón hace aquí historia de un imperialismo económico y militar que hundió en la miseria a medio mundo y ahora amenaza con hundir al mundo entero.


Acuerdo UE-EEUU: el Tratado de la Humillación Atlántica


Donald Trump y Ursula von der Leyen. Red Guerdin/EU Commission /dpa










A comienzos del siglo XIX, el Reino Unido emergía como la potencia hegemónica del mundo. Fue el primer país en industrializarse, gracias a una poderosa combinación de innovaciones tecnológicas, uso intensivo de combustibles fósiles y un sistema colonial que le aseguraba el acceso barato a recursos naturales y a mano de obra explotada. El resultado fue una economía extraordinariamente competitiva a escala global: las manufacturas británicas inundaban los mercados y desplazaban a las producciones locales en todos los rincones del planeta.

Ese ascenso no fue espontáneo ni fruto del libre mercado. El Reino Unido se había desarrollado bajo políticas mercantilistas: aranceles elevados, proteccionismo, subsidios y un Estado activamente comprometido política y militarmente con la promoción de su industria. Solo una vez alcanzada la cima, y con clara superioridad tecnológica, Londres se convirtió al credo del libre comercio. Gracias a su dominio del carbón y de la máquina de vapor, podía ofrecer precios imbatibles. Abrir los mercados del mundo a sus productos era, en realidad, una forma de blindar su posición hegemónica.

Pero muchos países no estaban dispuestos a jugar con esas reglas. Algunos intentaron proteger sus propias industrias, si bien otros ya eran colonias directamente controladas por potencias europeas. Uno a uno, sin embargo, todos fueron “convencidos” por el Imperio británico. La India, por ejemplo, fue desindustrializada incluso antes de que se estableciera formalmente el dominio británico. Las colonias ya sometidas no tenían opción. Para el resto, Londres utilizó un instrumento eficaz: los llamados tratados desiguales.

Uno de los primeros precedentes fue el tratado firmado con Portugal en 1810, cuando la corte lusitana se había trasladado a Brasil tras la invasión napoleónica. Aunque Brasil seguía siendo formalmente una colonia, el acuerdo permitía a los productos británicos pagar menos impuestos que los portugueses, y mucho menos que los de cualquier otra nación. Con ese privilegio arancelario, el Reino Unido comenzó a vender masivamente sus manufacturas a las élites brasileñas, a vestir a la mano de obra esclava, y —según cuenta una célebre anécdota— incluso a proveerles con patines de hielo. El mensaje era claro: el tratado no respondía a un principio simétrico de libertad comercial, sino a una relación de fuerza, impuesta mediante presión diplomática y amenaza militar.

Después de Brasil, vendrían muchos más acuerdos del mismo tipo. Siam, el Imperio Otomano, Japón y, sobre todo, China, firmaron tratados redactados para beneficiar unilateralmente a los intereses británicos. Si los principios liberales no bastaban para persuadir a las élites locales, el imperio se encargaba de imponerlos directa o indirectamente. En 1953, los historiadores John Gallagher y Ronald Robinson describieron este fenómeno como ‘imperialismo de libre comercio’: una forma de dominación sin conquista formal, pero igualmente efectiva en términos económicos y políticos.

En China, este proceso dejó una huella profunda. El periodo que va desde las Guerras del Opio hasta principios del siglo XX es recordado como el siglo de la humillación. El primer tratado desigual se firmó en 1842, tras la primera guerra anglo-china, e incluyó la cesión de Hong Kong, la apertura forzada de puertos al comercio británico, la neutralización de su política arancelaria, y privilegios legales para los ciudadanos del Imperio. Para las élites chinas, la experiencia de aquella subordinación forzada dejó una marca imborrable, cuyas consecuencias aún resuenan en la política contemporánea del país.

Volver sobre esta historia resulta inevitable al conocer los detalles del nuevo acuerdo económico entre Estados Unidos y la Unión Europea. La gran diferencia es que, si el Reino Unido imponía tratados desiguales para consolidar una hegemonía en ascenso, hoy Estados Unidos lo hace para frenar su declive. Y eso explica por qué, en lugar de defender el libre comercio, Washington apuesta por una selección estratégica de políticas neomercantilistas.

El nuevo acuerdo es abiertamente desigual. De la información conocida hasta el momento sabemos que Estados Unidos impone aranceles del 15% a todas las importaciones europeas, con excepciones como el acero y el aluminio (que podrían mantenerse en el 50%) y algunos productos considerados estratégicos por Estados Unidos y que necesita baratos (como los minerales críticos). A cambio, la Unión Europea se compromete a no aplicar ningún arancel a las exportaciones estadounidenses. Pero eso no es todo: Donald Trump ha exigido a los países europeos la compra obligatoria de energía estadounidense por al menos 750.000 millones de dólares, así como inversiones productivas por valor de otros 600.000 millones dentro del territorio estadounidense. Todo con la excusa de reducir los desequilibrios comerciales, una narrativa engañosa que ha aceptado incluso la propia Ursula von der Leyen. 

Como en el siglo XIX, la clave del acuerdo está en la desigual correlación de fuerzas. Estados Unidos sigue siendo la primera potencia militar y conserva, por ahora, una posición dominante en la economía global. Y si puede imponer condiciones tan draconianas es porque la Unión Europea carece de autonomía estratégica. Trump desprecia a sus aliados europeos, y no hace el menor esfuerzo por ocultarlo, pero su verdadero foco de preocupación no es Bruselas ni Moscú, sino Pekín.

En una ironía histórica, es hoy China –víctima de los tratados desiguales del pasado– quien amenaza la hegemonía de Estados Unidos. No lo hace a través de la fuerza militar, que en todo caso es creciente, sino con su planificado liderazgo tecnológico en sectores estratégicos: energías renovables, baterías, vehículos eléctricos, inteligencia artificial. Además, China controla buena parte de las cadenas de suministro de minerales críticos como las tierras raras, el litio o el cobalto. Ya no es solo la fábrica del mundo; es también uno de los centros de innovación global. Y con esa ventaja, su apuesta por el libre comercio no es ideológica, sino pragmática. Hoy las tornas están cambiadas, y quien se agarra a las ideas pro-libre mercado de David Ricardo es China y no Occidente.

Una parte del enfado estadounidense con Europa tiene que ver con la ambigüedad europea respecto a China manifestada en las últimas décadas. Mientras Washington reorientaba su estrategia geopolítica hacia Asia desde la era Obama, países como Alemania o España mantenían relaciones económicas estrechas con Pekín, especialmente en el ámbito tecnológico. Durante mi etapa en el Gobierno, casi todos los debates sobre seguridad tecnológica estaban marcados por esta tensión latente. Y el reciente viaje de Pedro Sánchez a China no ha hecho sino reavivar el malestar estadounidense.

En términos económicos, el nuevo acuerdo entre EEUU y la UE es claramente asimétrico. Pero en términos políticos representa una rendición total de la Unión Europea, que acepta desempeñar un papel subordinado en la arquitectura del poder global. Esta entrega se suma al compromiso europeo de aumentar el gasto militar –con la vista más puesta en Asia que en Rusia– y a los privilegios fiscales otorgados a las grandes empresas estadounidenses. La dependencia energética hace aún más frágil la posición europea, y lo que podría ser una vía para superar esa vulnerabilidad –una colaboración estratégica con China en tecnologías limpias que acelere la transición energética– está siendo saboteada desde Washington.

El imperialismo no pertenece solo al siglo XIX. Ha cambiado de actores, de recursos y de formas, pero sigue operando bajo la misma lógica: regular ad hoc los mercados, imponer condiciones político-militares y subordinar al resto del mundo a los intereses de la potencia dominante. Hoy, como entonces, las reglas del comercio internacional no se deciden en pie de igualdad, sino en función de la fuerza. No es un símbolo menor que el acuerdo se haya firmado en un campo de golf en Escocia, propiedad del propio Trump, al que se han desplazado los líderes europeos. Lo que está en juego no es solo el nuevo orden mundial (que se debate entre el unilateralismo estadounidense y un multilateralismo en ciernes), sino el futuro político de una Europa que, si no reacciona, corre el riesgo de quedar atrapada entre su dependencia energética, su debilidad productiva y tecnológica y su creciente irrelevancia estratégica.

viernes, 1 de agosto de 2025

Autolimitarse o emigrar... pero ¿adónde?

La revista Ecologista publicaba en su número 123 un artículo que su autor reproduce ahora en el blog tratar de comprender, tratar de ayudar. Además de profesor de filosofía y poeta, es sobre todo un militante ecologista, y aquí se hace eco de algunas simples pero notables ideas halladas en un importante texto de Richard Heinberg.

Como ocurre en muchas especies, también los grupos humanos tienden a explotar sus medios de subsistencia hasta agotarlos, sufriendo ciclos de rápida expansión seguidos de otros de reducción drástica que en ocasiones lleva a la extinción. Llegados a este punto, solo hay dos soluciones: autolimitarse o emigrar. La emigración traslada el problema a otro lugar, desequilibrando una vez más el nuevo hábitat. Y así sucesivamente, hasta que los límites planetarios plantean la disyuntiva a otra escala: ¿nos autolimitamos o emigramos... a otro planeta?

Dejemos a un lado a los fantasiosos tecnoutopistas como Elon Musk. La emigración planetaria, de hacerse realidad, solo podría transportar a una población numéricamente ínfima y llevar con ella un ecosistema paupérrimo. La biodiversidad absolutamente mutilada no permitiría la supervivencia.

Los ecosistemas maduran cuando logran cierto equilibrio y los ciclos expansivos y depresivos atenúan su virulencia. Los ecosistemas alterados recuperan poco a poco el equilibrio perdido.

La emigración paulatina no se puede confundir con la colonización depredadora que ha sido la norma en los últimos siglos. Hoy, incluso este brutal modo de expansión encuentra límites insalvables, en un mundo lleno. El último gran fracaso del modelo colonial lo estamos viviendo ahora en Palestina.

Porque la "indigenación", la adaptación del intruso al ecosistema que invade y altera, lleva tiempo y solo se produce cuando, alcanzado de nuevo el equilibrio, se integra como un componente más.

La colonización toca a su fin. Ya no hay lugares a los que escapar. Las resistencias actuales al colono no son tan débiles como las que pueblos aborígenes, desde mucho antes "indigenados", podían oponer a las nuevas potencias imperialistas siglos atrás.

Como indígenas, ya a escala planetaria, como seres pensantes capaces de prever los futuros alternativos posibles, solo nos queda la muy anticapitalista autolimitación.


Indigenación

Jorge Riechmann






















El autor, profesor de filosofía y poeta, propone una reflexión sobre las sociedades humanas y su paralelismo con las especies invasoras. La pregunta ¿tratar de seguir colonizando o indigenarse? resuena en una época donde se están sobrepasando los límites biofísicos de la Tierra.

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Indigenación, nos intima el poeta Daniel Macías. [1] Sugirió Juan Ramón Jiménez que el poeta es un “indígena de la belleza”. Indígena, del latín inde (de allí, de aquí) + gena (nacido de; derivado de genere, engendrar). ¿No somos todos indígenas hasta que nos desterramos o nos destierran? O aún más, como nos preguntan Cecilia Vicuña y James O’Hern: ¿no somos todos indígenas en la familia humana pero lo hemos olvidado?

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Colonizar nos ha llevado a un desastre terminal. ¿Optamos por la vía de la indigenación? Un notable texto reciente de Richard Heinberg merece atenta lectura (como todos los suyos)… Se trata de una aguda reflexión sobre la policrisis de la Modernidad, algunos de cuyos párrafos quiero rescatar:

“Mientras que los tecnoutópicos prevén que la humanidad se haga cargo de la Tierra y luego se traslade a las estrellas, los críticos de la Modernidad, al contemplar el futuro de nuestra especie, son más propensos a buscar pistas en la naturaleza. Cuando una especie encuentra una nueva fuente de alimento y se multiplica, acaba alcanzando los límites de esa fuente; su población sobrepasa un nivel sostenible y se desploma. Este ciclo de extralimitación/muerte de la población es especialmente común entre las especies invasoras, que a menudo afectan negativamente a las especies autóctonas. Sin embargo, una vez que las especies invasoras han estado presentes el tiempo suficiente, suelen coadaptarse a las especies autóctonas circundantes, a veces en detrimento a largo plazo de al menos algunas de las autóctonas, a veces en detrimento de la invasora. Si los invasores son depredadores, acaban aprendiendo a capturar sólo algunas de sus presas potenciales. Si los invasores son especies de presa, aprenden nuevas estrategias de supervivencia, que pueden incluir el camuflaje. 
En las sociedades humanas se han producido ciclos similares de auge y decadencia. Muchas sociedades experimentaron épocas doradas en las que los recursos parecían abundantes y el confort, la comodidad y el conocimiento aumentaban para una parte significativa de la población. A estas épocas doradas les siguieron épocas oscuras de escasez de recursos, pobreza y pérdida de la alta cultura. En la actualidad, la única diferencia es que hemos alcanzado una Edad de Oro global basada en el uso de combustibles fósiles (que nos permiten extraer recursos en mayores cantidades y trasladarlos a distancias más largas); a medida que los combustibles fósiles se agoten y las consecuencias de su combustión degraden los ecosistemas, es probable que sobrevenga una Edad Oscura global. Pero su grado de oscuridad dependerá de la voluntad y el éxito con que la humanidad se adapte a los límites." [2]

El ecólogo, ensayista y colaborador del Post Carbon Institute sugiere entonces que quizá sea útil pensar en el proceso histórico de adaptación cultural humana a los límites medioambientales en términos ligeramente diferentes. En un pasado lejano, cuando un grupo humano concreto llegaba a una crisis de límites (normalmente alimentaria), tenía dos opciones: indigenarse o colonizar.

“Indigenarse significaba adaptar el tamaño de la población y el comportamiento de consumo del grupo a niveles que pudieran sostenerse con los recursos existentes. Colonizar significaba trasladarse a otro lugar, apoderarse de los recursos de otros grupos o inventar formas de acceder a recursos que antes eran inaccesibles. Sin duda, las circunstancias y la historia del grupo (y, por tanto, su mentalidad) predispusieron a cada grupo hacia una u otra estrategia. La Modernidad marca el momento histórico en que los colonizadores se han apoderado de todo el mundo. Pero, una vez hecho esto, se encuentran en un aprieto: no hay ningún otro lugar que colonizar, los recursos en manos de los pueblos indígenas ya han sido saqueados en su mayoría y los nuevos recursos sin explotar (entre los que quizá se encuentren el torio o el hidrógeno geológico) son escasos y de utilidad o accesibilidad cuestionables. La única solución real a largo plazo es que los colonizadores se indigenen.” [3]

3

Cuidado, no se trata aquí de ninguna exaltación romántica del “buen salvaje”. Sospechamos que, en muchos casos, se trata más bien de haber asimilado con éxito las duras lecciones de la adaptación y la coevolución. Como señala Heinberg, “el impulso de moderar nuestras humanas ansias (hacia la codicia y la expansión hacia el exterior) surgió muchas veces de un humillante descenso previo a la escasez que se produjo por la sobreexplotación de los recursos”. Durante los últimos sesenta o setenta mil años, Homo sapiens se dispersó por todo el planeta, encontrando ecosistemas nuevos (Australia, América, las islas del Pacífico). [4] Y aquí topamos con la tragedia de la extinción de la megafauna: en cada lugar desconocido que encontraban estos seres humanos, tendían a matar animales grandes que proporcionaban un alto rendimiento al esfuerzo de caza. Muchos de estos animales (como los mamuts, los mastodontes, los perezosos terrestres o tres especies de camellos) se extinguieron y la gente tuvo que recurrir a la caza de animales más pequeños cuya caza requería más trabajo. Poco a poco, los pueblos que permanecieron en un mismo lugar durante muchas generaciones aprendieron a dejar suficientes plantas y animales sin recolectar para que estas especies pudieran reproducirse y florecer. La pauta para estos pueblos de cazadores-recolectores parece ser la siguiente: gran destrucción al llegar a un ecosistema nuevo y desconocido, y adaptación posterior.

“Los antropólogos Colding y Folke, en sus estudios sobre los pueblos indígenas, descubrieron seis tipos de tabúes tribales que regulan la recolección de especies vulnerables. Se trata de tabúes de segmento’, que prohibían la recolección de un recurso a las personas de determinada edad, sexo o clase social; tabúes temporales’, que prohibían el uso de un recurso de subsistencia durante determinados días, semanas o estaciones; los tabúes de método’, que restringen las técnicas de recolección excesivamente eficientes que pueden agotar las reservas de un recurso; los tabúes de ciclo vital’, que prohíben la recolección de una especie durante el desove o la nidificación; los tabúes de especie específica’, que protegen a una especie en todo momento; y los tabúes de hábitat’, que prohibían la explotación humana de especies en determinados arrecifes o bosques que servían de reservas o santuarios biológicos. Los pueblos indígenas no eran automáticamente ecologistas por el mero hecho de ser premodernos.

“Indigenarse es decir: soy de aquí. Terrestre. Indígena manchego, o asturiana, o andaluz, o gallega. Nacido en esta Madre Tierra, y dispuesto a defenderla. Involucrarnos en la red gigante y esplendorosa que constituimos todos los seres vivos; volver a ser terrestres”

Habitaban mundos que ya habían sido sobreexplotados, con los consiguientes conflictos y privaciones. Las lecciones de moderación se ganaron a pulso y acabaron dando lugar a culturas arraigadas localmente que asumían la responsabilidad de mantener el equilibrio de la naturaleza, que hacían demandas modestas a los ecosistemas y que reciclaban todo. Algunas sociedades indígenas, como los aborígenes de la actual Australia, desarrollaron conocimientos prácticos y probados para vivir en equilibrio con un mundo más que humano que perduraron durante decenas de miles de años.” [5]

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En este punto piensa uno en el famoso artículo de Kenneth E. Boulding que releo cada año con mis estudiantes de tercer curso del Grado en Filosofía (“The economics of the coming spaceship Earth”, 1966) [6] donde se contraponen la economía del cowboy colonizador y la economía del astronauta teórico de sistemas que ha de hacerse cargo de los límites. (La metáfora encierra un grave peligro tecnocrático, claro está: no debemos fantasear con gobernar la Tierra a la manera de una nave espacial…). Quien falta en ese escenario made in USA es justamente el poblador originario, el indio que fue casi exterminado mientras aquella nación genocida se iba forjando en el mito de la conquista del Oeste. Esto es: no nos sirven ni la economía del cowboy ni la del astronauta: lo que de verdad necesitamos (y cuadra bien con mi perspectiva de ecosocialismo descalzo) es la economía del pielroja (o si se prefiere: de la indígena potawatomi). [7]

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Una ecoespiritualidad es una espiritualidad de la Tierra, de la Madre Tierra: Gaia o Gea. Y por eso tiene todo el sentido volver a conversar con los pueblos y las culturas que han mantenido vivas esas cosmovisiones de una Tierra viva, [8] especialmente los pueblos originarios (pienso en mediadores como Robin Wall Kimmerer, como Ailton Krenak, como Eliane Brum, como los mamos koguis y arhuacos). Y por eso tiene todo el sentido hablar de indigenación.

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Indígena, en sentido etimológico, significa “nacido/a aquí”. Es obvio que, en un sentido trivial, todos somos indígenas (de nuestro lugar de origen). Podemos ir un paso más allá y exigir cierta vivencia y sentimiento de arraigo. Pero sabemos que el arraigo encierra un gran peligro: puede fácilmente derivar en prácticas de exclusión y enfrentamiento con el otro. Puede ser caldo de cultivo de posiciones reaccionarias, incluso fascistas. Necesitamos una suerte de arraigo cosmopolita (sin que se vea en ello una contradicción en los términos), o aún mejor: que el arraigo local, biorregional, sea al mismo tiempo un arraigo en la Tierra.

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Indigenarse no quiere decir hacer el indio (esto es, apropiarse, de forma más bien ridícula, de piezas de identidad ajenas), sino decir: soy de aquí. Terrestre. Indígena manchego, o asturiana, o andaluz, o gallega. Nacido en esta Madre Tierra, y dispuesto a defenderla. Ailton Krenak, y las demás personas sabias de los pueblos originarios, nos invitan a parar de desarrollarnos y comenzar a involucrarnos[9] Involucrarnos en la red gigante y esplendorosa que constituimos todos los seres vivos; volver a ser terrestres.

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Notas

[1] Su intervención en el curso de la UNIA “Voces del Extremo: la poesía a través del libro, el cante y la pared” (La Rábida, 22 a 24 de julio de 2024) se titulaba: “Indigenación: cómo descubrir y revivir el credo natural o precivilizado de nuestra especie para crear una nueva relación con la comunidad y la naturaleza”

[2] Richard Heinberg, “The evolution of Modernity”, resilience, 21 de marzo de 2025; https://www.resilience.org/stories/2025-03-21/the-evolution-of-modernity/

[3] Heinberg, “The evolution of Modernity”, op. cit.

[4] Capta muy bien las enseñanzas de la expansión de los pueblos polinesios por el Pacífico Ricardo Almenar en El fin de la expansión, Icaria, Barcelona 2012. Hay una nueva edición actualizada de este libro excelente que aguarda editor…

[5] Heinberg, “The evolution of Modernity”, op. cit. El autor sigue explicando: “Algunos colonizadores posteriores también alcanzaron la sabiduría ecológica tras haber devastado sus entornos. Aproximadamente en el año 500 a.C., la antigua Grecia estaba deforestada y la capa superficial de suelo fértil se había agotado en gran medida. En este contexto surgieron los filósofos estoicos y cínicos griegos, que aconsejaban una vida sencilla, pacífica y virtuosa en armonía con la naturaleza (Epicuro: «La pobreza, puesta en conformidad con la ley de la Naturaleza, es una gran riqueza»). Entre las religiones del mundo, el budismo ofrece quizá el mensaje más ecológico: otros organismos, como nosotros los humanos, están en el camino de la iluminación, así que no les hagas daño si puedes evitarlo. Practica la autocontención y refrena tus apetitos…”

[6] Kenneth E. Boulding, “La economía de la futura nave espacial Tierra”, Revista de Economía Crítica 14, segundo semestre de 2012.

[7] Robin Wall Kimmerer, Una trenza de hierba sagrada, Capitán Swing, Madrid 2021.

[8] J. Baird Callicott, Cosmovisiones de la Tierra, Plaza y Valdés 2015

[9] Ailton Krenak, La vida no es útil, Eterna Cadencia, Buenos Aires 2023, p. 33

jueves, 31 de julio de 2025

Notas de actualidad (II)

Que Góngora y Quevedo se enfrentasen literariamente no les impedía percibir, y criticar dentro de sus limitadas posibilidades, la corrupta e injusta sociedad que les tocó vivir. Desde la distancia vemos ahora muchas más similitudes literarias que las que ellos mismos hubieran admitido, más preocupados por resaltar sus diferencias.

Si el conceptismo de uno obliga a llenar de imágenes los conceptos, el culteranismo del otro hace lo propio en otro sentido, llevándonos a los conceptos a través de las imágenes. A fin de cuentas los unía el barroquismo de su tiempo; época retorcida y dolorosa.

Como bien dolorosa es la nuestra, tan corrupta e injusta como aquella. Por eso lo que su crítica tuvo en común es lo que también comparte con la nuestra. De ahí su actualidad.

La hipocresía, unida al descaro, siguen siendo comunes. No son incompatibles. Aquella sociedad de los maridos calderonianos era también una de las más promiscuas, siempre que "se guardaran las formas". Ahora, ni eso; lo demuestra la telebasura que nos empece.

Hablando otra vez de jueces, es significativo el paso "del río Marañon al río de la Plata".

Ahí queda un Góngora bien comentado, y otra vez canta Paco Ibáñez.

Dineros son calidad











Dineros son calidad, 
verdad!
Más ama quien más suspira,
¡mentira!

En cada una de las estrofas de esta letrilla Góngora denuncia alternativamente una verdad y una mentira: que el dinero todo lo puede y que muchos amores son falsos y sólo están movidos por el interés.

Cruzados hacen cruzados,
escudos pintan escudos,
y tahures, muy desnudos,
con dados ganan Condados;
ducados dejan Ducados,
y coronas Majestad:
¡verdad!

Con cruzados (moneda de oro portuguesa) se hacen cruzados (caballeros de las órdenes militares). Con escudos (monedas) se pintan escudos nobiliarios. Los ducados (monedas) dejan (proporcionan) ducados (territorios a cargo de un duque). Las coronas (monedas) proporcionan majestad (realeza).

Pensar que uno solo es dueño
de puerta de muchas llaves,
y afirmar que penas graves
las paga un mirar risueño,
y entender que no son sueño
las promesas de Marfira:
¡mentira!

Puerta = mujer = sitio por donde entra y sale mucha gente. Afirmar que los tormentos del enamorado quedan pagados con el mirar risueño de la amada.

Todo se vende este día,
todo el dinero lo iguala:
la Corte vende su gala,
la guerra su valentía;
hasta la sabiduría
vende la Universidad:
¡verdad!

En 1601 la Corte se trasladó de Madrid a Valladolid. Madrid ofreció cien mil ducados al duque de Lerma si impedía el traslado, mientras que Valladolid le prometió un palacio al rey (un ejemplo de cómo las coronas compran majestad).

En Valencia muy preñada
y muy doncella en Madrid,
cebolla en Valladolid
y en Toledo mermelada,
Puerta de Elvira en Granada 
y en Sevilla doña Elvira:
¡mentira!

Valencia era famosa por sus burdeles. Habla de mujeres que en Madrid presumían de doncellas y mientras en Valencia se prostituían, comían cebolla en Valladolid (comida vulgar) y en Toledo mermelada (comida refinada), en Sevilla eran señoras y en Granada eran puertas (otra vez, sitios por donde entra y sale la gente). Notemos que Madrid, Toledo y Sevilla eran grandes capitales frente a Valencia, Valladolid y Granada, más provincianas.

No hay persona que hablar deje
al necesitado en plaza;
todo el mundo le es mordaza
aunque él por señas se queje;
que tiene cara de hereje,
y aun fe la necesidad:
¡verdad! "

La necesidad tiene cara de hereje" era una versión popular de Necessitas caret leges, (la necesidad carece de leyes, es decir, quien se ve acuciado por la necesidad no respeta ley alguna). Góngora añade que la necesidad no sólo tiene cara de hereje, sino que tiene fe de hereje, es realmente hereje. (Por supuesto lo dice con ironía: está denunciando que a quien no tiene dinero no se le tiene ninguna consideración.)

Siendo como un algodón,
nos jura que es como un hueso,
y quiere probarnos eso
con que es su cuello almidón,
goma su copete, y son
sus bigotes alquitira:
¡mentira!

Aunque la tiene blanda como un algodón, jura que la tiene dura como un hueso, y para probarlo se pone duro todo lo que es blando: se almidona el cuello, se pone goma en el pelo y alquitira en el bigote (una goma destinada a atiesar los bigotes).

Cualquiera que pleitos trata,
aunque sean sin razón,
deje el río Marañón,
y entre el río de la Plata,
que hallará corriente grata
y puerto de claridad:
¡verdad!

Marañón era el nombre antiguo del Amazonas, y aquí sugiere la maraña que supone un pleito largo, frente a la rapidez con que puede resolverse si usa adecuadamente la plata. Salir a puerto de claridad era poder descansar, no tener ya que preocuparse por algo.

Siembra en una artesa berros
la madre, y sus hijas todas
son perras de muchas bodas
y bodas de muchos perros;
y sus yernos rompen hierros
en la toma de Algecira;
¡mentira!

Sembrar (y hacer crecer) berros en una artesa es una forma de decir que la madre era una hechicera. Las hijas son perras que han pasado muchas "noches de bodas" (pues la madre hechicera recompone su virginidad para la siguiente) y dichas bodas eran bodas de perros (pues tales eran los hombres involucrados). Los yernos (de la madre) rompen hierros (lanzas) al tomar Algecira[s] precisamente porque se la encuentran virgen.