Extraño momento el que nos toca vivir. Se parece a otros tiempos inciertos, y es a la vez enteramente distinto. Los fenómenos se asemejan, pero los enormes cambios de escala en el espacio y la aceleración en el tiempo los hacen bien diferentes.
"El cielo es el límite", dijo Emilio Botín no hace mucho. "Hay un abismo bajo nuestros pies", nos amenazan ahora desde diferentes ángulos. Optimistas y pesimistas cruzan sus apuestas.
Un estímulo eléctrico activa un músculo, pero la corriente alterna lo paraliza. Palo y zanahoria, miedo y esperanza, incertidumbre y falsa certeza, hábilmente manipulados, modifican las conductas colectivas. O de otro modo, las impiden por completo. Es la doctrina del shock de Naomi Klein.
Enormes fortunas, aunque hechas en su mayor parte de humo, poseen lo grandes medios de (in)comunicación. Sin más información que la suya, o buscamos datos por otra parte o llegaremos a creer que el único futuro es el diseñado por ellos. El mundo será para nosotros la caverna de Platón, encadenados de espaldas a la luz y viendo sólo las imágenes-sombras que nos proyectan. O el mundo virtual de Matrix, de sombras 3D, pero con ojos y oídos del rey bien reales.
Pero no es cierto que haya sólo un futuro: todos los futuros posibles se han citado para coincidir en este ahora, encrucijada de incertidumbres y turbulencias que puede conducir a cualquier parte.
El devenir de la historia está en apariencia más determinado que nunca. Quieren que creamos en el Destino. No creáis. Sólo el pasado está determinado.
A tientas, busquemos otra luz para ver el camino.
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