Artículo de Samir Amin, publicado en francés en Tlaxcala y traducido en Rebelión.
Su título es claro: no se puede seguir llamando democracias a las partitocracias más o menos bicéfalas en que estamos inmersos. De todos modos no hay que olvidar que surgieron como conquistas populares, triunfantes al menos en el plano ideológico.
Las clases dominantes se reagruparon en un bloque histórico de consenso al que no han sido ajenos movimientos en principio emancipatorios, sumados a él con la pretensión de configurar desde él un nuevo bloque y conquistar la hegemonía, con el resultado decepcionante de consolidar la situación. Se ha olvidado que el consenso es sobre todo estabilizador, consenso del no cambio.
El autor analiza, con dilatada perspectiva histórica, los procesos que en diversos países han desembocado en su situación actual. En todos los casos aparecieron disyuntivas que rara vez fueron adecuadamente sintetizadas: tradición o modernidad, universalismo o nacionalismo, continuidad o cambio, reforma o revolución, vanguardias o masas; (en el planteamiento de estos pares dialécticos aparece a mi entender la incomprensión de otro par que subyace: táctica y estrategia, acto y proceso, tiempo inmediato y tiempo dilatado).
Del conjunto del artículo quiero señalar un par de pinceladas, relativas a una falsa dicotomía en la dialéctica vanguardias - masas (y una apostilla mía, dedicada a los que dejan la democracia política "en la puerta de la fábrica"):
Su título es claro: no se puede seguir llamando democracias a las partitocracias más o menos bicéfalas en que estamos inmersos. De todos modos no hay que olvidar que surgieron como conquistas populares, triunfantes al menos en el plano ideológico.
Las clases dominantes se reagruparon en un bloque histórico de consenso al que no han sido ajenos movimientos en principio emancipatorios, sumados a él con la pretensión de configurar desde él un nuevo bloque y conquistar la hegemonía, con el resultado decepcionante de consolidar la situación. Se ha olvidado que el consenso es sobre todo estabilizador, consenso del no cambio.
El autor analiza, con dilatada perspectiva histórica, los procesos que en diversos países han desembocado en su situación actual. En todos los casos aparecieron disyuntivas que rara vez fueron adecuadamente sintetizadas: tradición o modernidad, universalismo o nacionalismo, continuidad o cambio, reforma o revolución, vanguardias o masas; (en el planteamiento de estos pares dialécticos aparece a mi entender la incomprensión de otro par que subyace: táctica y estrategia, acto y proceso, tiempo inmediato y tiempo dilatado).
Del conjunto del artículo quiero señalar un par de pinceladas, relativas a una falsa dicotomía en la dialéctica vanguardias - masas (y una apostilla mía, dedicada a los que dejan la democracia política "en la puerta de la fábrica"):
(...)
Todos los cambios con un alcance transformador real de la sociedad, 
incluso las reformas (radicales) siempre han sido el producto de luchas,
 conducidas por lo que puede aparecer en términos electorales como 
“minorías”. Sin la iniciativa de estas minorías que constituyen el 
elemento motriz en la sociedad, no hay cambio posible. Las luchas en 
cuestión, emprendidas de ese modo, terminan siempre - cuando las 
alternativas que proponen son clara y correctamente definidas - por 
implicar las “mayorías” (silenciosas al principio), o incluso ser 
ratificada a continuación por el sufragio universal, que viene después -
 no antes de - de la victoria.
(...)
Las luchas sociales y políticas (indisociables) podrían definirse algunos 
grandes objetivos estratégicos, que propondré en lo que sigue, para el debate 
teórico y político enfrentado permanentemente a la práctica de las luchas, a sus 
avances y a sus fracasos.
En primer lugar reforzar los poderes de los trabajadores en el lugar de 
trabajo, en sus luchas diarias contra el capital. Es lo que se dice, la vocación 
de los sindicatos. Sí, pero a condición de que éstos sean instrumentos de lucha 
reales. Lo que apenas son ya, sobre todo los “grandes sindicatos”, supuestos 
“fuertes” porque reúnen grandes mayorías entre los trabajadores interesados. 
Esta fuerza aparente es su debilidad real porque los sindicatos en cuestión se 
creen entonces obligados “ajustarse” a las pretensiones consensuadas, modestas 
al extremo. ¿Debemos asombrarnos de que las clases obreras en Alemania y Gran 
Bretaña (países de “sindicatos poderosos”, según se dice) aceptaron los ajustes 
drásticos que el capital les impuso durante los treinta últimos años, mientras 
que los “sindicatos franceses” - minoritarios y considerados débiles - 
resistieron mejor (o menos mal)? Esta realidad nos recuerda simplemente que 
organizaciones de militantes, siempre minoritarias por definición (el conjunto 
de la clase no puede estar constituido íntegramente por militantes), son más 
eficientes y capaces, más que los sindicatos de “masas” (por tanto no 
militantes), de implicar las mayorías en las luchas.
(...) 
Nota del comentarista:
He subrayado en el lugar de trabajo, porque, salvo en lo que se llama "tiempo libre", dedicado en realidad a reconstruir la fuerza de trabajo de cada cual, el trabajo es la palanca desde la que cada cual construye (o tal vez destruye) el mundo, y también puede transformarlo. Protestas, manifestaciones, manifiestos, proclamas, son hasta cierto punto reprimidos y hasta cierto punto asimilados. Son necesarios sobre todo para tomar conciencia. Pero la incidencia real de las luchas se manifiesta cuando ataca la yugular del sistema: el trabajo productivo-destructivo enajenado.

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