De Egipto a Brasil, la acción en las calles impulsa el cambio, pero la organización es esencial porque si no será secuestrado o desarmado.
Es preocupante la capacidad de maniobra de los poderes establecidos, frente a la incapacidad de organización, y aún de conocimiento de la realidad subyacente, de las masas indignadas.
El desprestigio de la política en general (muy merecido por los partidos "del sistema", pero que salpica a los que más o menos intentan participar del "mecanismo democrático" establecido, y que a menudo se contagian de oportunismo, o al menos de tacticismo, aleja a los sujetos que deben hacer los cambios de la misma idea de organización.
Los partidos más radicales y minoritarios tampoco alcanzan a mover a las multitudes, cuya participación un tanto fluctuante puede acabar en el desencanto o en la impotencia.
Y los que intentan crear "nuevas formas de participación", sin memoria del pasado, simplemente pueden repetir, en su inexperiencia, los fallos que intentan combatir.
Necesitamos memoria, organización política, participación en partidos consolidados pero menos contaminados por el sistema, mismo para reconducirlos si hace falta hacia las reivindicaciones populares, y aún para meter en cintura a oportunistas, que en estos tiempos pueden ventear su posible ascenso y colarse en las organizaciones, y convergencia de las fuerzas transformadoras en amplios consensos, bien diferentes de las grandes coaliciones que en tiempos de fronda intentan los oligarcas que detentan el poder.
Y en esos consensos, que no se cuele la falsa izquierda que tanto a contribuido a desorientar a los ciudadanos.
Los mecanismos anarquizantes y meramente asamblearios fluctúan de la movilización a la desmovilización, del entusiasmo a la apatía o el desencanto, de la conciencia de su poder a la sensación de impotencia.
Tan necesaria es la organización como su control vigilante desde las bases.
Y organización inseparable de un sólido conocimiento de las realidades y una estrategia transparente y que pueda arraigar en los que se movilizan de modo en principio espontáneo.
Egipto, Brasil, Turquía: sin política, la protesta está a la merced de las elites
The Guardian
El final del artículo:
A pesar de sus diferencias, los tres movimientos tienen impresionantes características comunes. Combinan grupos políticos ampliamente divergentes y demandas contradictorias, junto con los despolitizados, y carecen de una base organizativa coherente. Eso puede ser una ventaja para campañas de un solo tema, pero puede conducir a una superficialidad de poca duración si los objetivos son más ambiciosos, lo que se puede decir que ha sido la suerte del movimiento Ocupa.
Todos ellos, por cierto, han sido fuertemente influenciados y conformados por los medios sociales y las redes espontáneas que fomentan. Pero hay muchos precedentes históricos de semejantes protestas de poder popular, e importantes lecciones de por qué con frecuencia se desbaratan o conducen a resultados muy diferentes de los esperados por sus protagonistas.
Los precedentes más obvios son las revoluciones europeas de 1848, que también fueron dirigidas por reformadores de clase media y que ofrecieron la promesa de una primavera democrática, pero prácticamente colapsaron en un año. El tumultuoso levantamiento de París de 1968 fue seguido de una victoria electoral de la derecha francesa. Los que marcharon por el socialismo democrático en Berlín Este en 1989 llevaron a privatización y al desempleo masivo. Las revoluciones de colores de la última década patrocinadas por Occidente utilizaron a los manifestantes para la escenificación de la transferencia del poder a oligarcas y elites favorecidas. Los movimientos de los indignados contra la austeridad en España fueron impotentes para impedir la vuelta de la derecha y una caída en una austeridad aún más profunda.
En la era del neoliberalismo, cuando la elite gobernante ha vaciado la democracia y asegura que no importa a quién votas, el resultado es el mismo, tienden a prosperar movimientos de protesta políticamente incipientes. Tienen fuerzas cruciales: pueden cambiar estados de ánimo, desechar políticas y derrocar gobiernos. Pero sin una organización con raíces sociales y objetivos políticos claros pueden destellar y fracasar o ser vulnerables a secuestros o desviaciones por parte de fuerzas más arraigadas y poderosas.
Lo mismo vale para revoluciones, y es lo que parece que ocurre en Egipto. Muchos activistas consideran que los partidos y movimientos políticos tradicionales son superfluos en la era de Internet. Pero ese es un argumento para nuevas formas de organización política y social. Sin ella, las elites conservarán el control, por espectaculares que sean las protestas.
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