Una cuestión de la mayor importancia para los que queremos acabar con el actual estado de cosas (y no lo queremos solamente por que hemos soñado otra sociedad más justa y menos cruel, sino porque creemos que inmersos en esta actual la humanidad tiene los días contados) es qué tipo de cambios nos pueden alejar del desastre. Que no sé muy bien si se avecina o si ya está aquí.
Hasta gente muy conservadora (yo también puedo serlo, según cómo entendamos el término) estaría de acuerdo en que esta sociedad no va bien, más bien va mal, muy mal. De ahí la casi unanimidad en defender la necesidad del "cambio". El alcance que se quiera dar al término es harina de otro costal.
¿Hasta qué punto los pequeños cambios, las reformas limitadas, nos acercan a una sociedad más justa, o consolidan la existente al hacerla más soportable? Este ha sido siempre el dilema que han enfrentado históricamente todas las izquierdas (entendiendo convencionalmente como tales a las fuerzas partidarias de cambios verdaderamente cualitativos en las sociedades para acabar con las situaciones insoportables), expresado en la disyuntiva "reforma o revolución".
Rosa Luxemburgo |
Cada
vez que la situación plantea el dilema en toda su crudeza, la izquierda se
divide. Y quiéralo o no una de las dos facciones actúa objetivamente
como aliada de la derecha.
Por eso, muchas veces, hay que ver más allá de la primera impresión e intentar al menos, como decía Lenin, "el análisis concreto de la situación concreta".
Un caso muy simple que hemos visto en estos últimos tiempos: no cabe duda de que buena parte de la popularidad de Podemos, incluso antes de cuajar como partido, se debió a la cancha que le ofreció la televisión, y una cadena en concreto. No es ningún secreto que entonces se trataba de frenar el ascenso de Izquierda Unida, cuya popularidad subía de forma alarmante en las encuestas.
Ahora es Podemos, y más aún la coalición Unidos Podemos, el enemigo a batir. En la misma cadena de televisión. Como dentro de Podemos surge, nuevamente (antes había ocurrido en IU) el dilema del posibilismo, se airean las diferencias internas. De nuevo aparece otra divisoria ¿imprevista? Desde luego que no. Esta división, como tantas que hubo anteriormente, tiene que ver con el deseo de aumentar la base social por el procedimiento de disminuir la radicalidad de las propuestas. Pero "para convencer a los ofendidos se corre el riesgo de ofender a los convencidos".
Porque lo que se gana en extensión se pierde en profundidad. No estamos en tiempos de bonanza, y casi con seguridad no van a volver. Toca otra cosa, como decir la verdad y profundizar con ella en vez de extender la inoperancia.
Tampoco es cosa de tomar partido a brazo idem sino de hacerlo con conocimiento de causa. Y no hay que indignarse ni cabrearse en vano con las posturas oportunistas, salvo en lo que puedan tener de pura corrupción, sino comprenderlas y combatirlas con conocimiento de la realidad concreta en que se presentan. Y difundir ese conocimiento en la medida de las posibilidades de cada uno.
De un artículo de Nicolás González Varela, Urnas y calles: Lenin electoral, entresaco esta reflexión:
Un método usual del Oportunismo histórico es, según Lenin, el de tratar de probar “que la consigna más moderada es la más razonable, porque en torno a ella se puede unir el mayor número de elementos sociales”. El falso dilema oportunista es que se debe elegir siempre y en todo momento no entre Reforma o Revolución sino entre Reacción o Reforma. El Oportunismo afirma que por ello no se necesita ni un programa revolucionario (mucho menos “marxista”), ni una forma-partido revolucionaria, ni siquiera una táctica revolucionaria: solo consignas electorales moderadas, reformas y más proyectos de reformas. Lenin afirma que en realidad lo que demuestra la Historia parlamentaria europea es que “la táctica de los reformistas es la menos apta para lograr reformas reales”. O como decía el Marx de 1851 después de las primaveras europeas de 1848: “Las peticiones democráticas no pueden satisfacer nunca al Partido del Proletariado. Mientras la democrática pequeña burguesía desearía que la revolución terminase tan pronto ha visto sus aspiraciones más o menos satisfechas, nuestro interés y nuestro deber es hacer la revolución permanente, mantenerla en marcha hasta que todas las clases poseedoras y dominantes sean desprovistas de su poder.”
Y una metáfora espacio-temporal muy de mi gusto:
Hay que tener en cuenta la situación histórica específica (el universal concreto, un universal que abarca en sí toda la riqueza de lo individual, de lo singular, de lo individual), seguir todo el desarrollo y todo el curso sucesivo del ciclo revolucionario. Se puede hablar de un auténtico axioma leninista: El Tiempo (devenir) es a la Política lo que el Espacio es a la Física. Por eso, en una rara reflexión cuasi-filosófica, incluso heideggeriana, Lenin decía que “la Clase Obrera crea la Historia mundial con historicidad, abnegación y espíritu de iniciativa”. La tarea más ardua, incluso para alguien que posea el método y la teoría de Marx, es para Lenin éste: determinar los tempos y ritmos de la Política en su relación con la situación revolucionaria.
El límite necesario e infranqueable para que algo sea lo que es. ¿A partir de que crítico umbral la resta transforma algo dado en otra cosa distinta a lo que es? Esa es la cuestión (o una de las cuestiones que deberían preocuparnos).
ResponderEliminarY vaya si nos preocupa. El salto cualitativo es un hecho hasta físico, pero conocer el momento oportuno para darlo es muy incierto. El gato de Schrödinger puede estar vivo o muerto, pero cuando abrimos la caja lo que sea ya no tiene remedio. ¡Ay!
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