Es esta una palabra taparrabos que oculta las vergüenzas de la mentira in púribus. La wikipedia la recoge también como "mentira emotiva", pero me parece que sobra el adjetivo. Si Antonio Machado dejó esta soleá
¿Dijiste media verdad?
Dirán que mientes dos veces
si dices la otra mitad
que lleva directamente de la media verdad a la doble mentira, la posverdad miente cien veces a cada paso, sea emotiva o no.
Casualmente, hoy mismo me he topado con una entrada oportuna para el caso en el blog arrezafe. Es el prólogo de un libro muy necesario de Vicente Romano, La formación de la mentalidad sumisa, que descubre los mil procedimientos para ofuscar las mentes. Uno de los últimos es el fútbol diario.
Rebelión
Estar a la última moda
intelectual es capturar la esencia de ese neologismo oxfordiense (de
Oxford, no del Jurásico) que tanta presencia tiene en la actualidad:
posverdad o post-truth, dicho en el idioma-franco de la globalización
imperial.
Desde que se inició el siglo XXI, quizá antes, cuando cayó
el muro de Berlín, la “impronta pos” domina el escenario del pensamiento
occidental bajo el epígrafe omnicomprensivo de la posmodernidad.
Los
adalides y defensores de tal estética vienen a señalar con la fe del
carbonero de antaño, y de manera unilateral o dogmática altamente
sospechosa, que ya no hay relatos fuertes o grandes que puedan servirnos
de guía alternativa a la dimensión capitalista de la existencia humana.
Hay que habitar la vida anclados en un individualismo extremo y huir de
compromisos políticos que busquen un mundo distinto al actual. La
posmodernidad es una ideología defensora a ultranza de una multitud de
seres aislados en sus quimeras, sueños y miedos que solo debe
preocuparse de consumir experiencias y consumirse a sí mismo hasta la
última gota de su ser particular.
Aunque sancione los relatos
históricos de emancipación o revolucionarios como utopías perniciosas a
combatir, ella misma, la reina posmodernidad de los tiempos de la
velocidad supersónica, ubicua, ecléctica y cibernética, es un relato, un
cuento para vadear las contradicciones del sistema capitalista
ofreciendo una realidad distorsionada mediante ítems ideológicos que no
permitan pensar ni por asomo una sociedad diferente a la contemporánea.
El mensaje central de la posmodernidad en sus distintas advocaciones es
que vivimos en el mejor de los mundos posibles, rancio axioma de aroma
conservador y derechista. Los datos objetivos de precariedad vital,
pobreza, explotación laboral, violencia de género, xenofobia o racismo
son incapaces de modular una verdad alternativa a la visión única del
omnipotente relato posmoderno.
La razón crítica basada en la
objetividad nada puede hacer contra la imagen contada en pocos y
atractivos pasos por la elite dominante a escala internacional que
hegemoniza los medios de comunicación de masas con sus perspectivas de
propaganda política y publicidad comercial urbi et orbi.
La gente
quiere creer en algo y si es mediante una historia que atrape sus
emociones, mejor que mejor. En sociedades complejas donde la realidad se
ofrece a partir de capas multiformes sin relaciones obvias o evidentes,
no hay tiempo real para detenerse a pensar a conciencia: un cuento
sencillo y bien urdido toca directamente el corazón y moviliza al
instante nuestros sentimientos a flor de piel.
Si el mensaje se
repite hasta la saciedad sin oposición ideológica, el resultado es una
colonización total de la mente y el subconsciente colectivo.
Sin
embargo, no todo es mensaje positivo y dominante. El maniqueísmo sigue
funcionando a la perfección. Hace falta para cerrar el círculo de la
seducción de masas inventarse malos o enemigos acérrimos de la realidad
contada. Marginados, rebeldes, foráneos y minorías son los grupos
principales donde moran los adversarios imaginarios a batir.
No
obstante, el malo de la posverdad adopta perfiles de cierta novedad. Sus
figuras suelen estandarizarse dentro de paradigmas que encuentran
acomodo en dos conceptos-estrella de la posmodernidad: populismo y
terrorismo, dos grandes campos seminales de la maldad absoluta.
Los
populistas y los terroristas son “los otros” sin posibilidad de
enmienda o remisión. Ambas etiquetas pretenden neutralizar cualquier
iniciativa democrática o radical que intente cambiar el estado de cosas
hacia derroteros de mayor justicia e igualdad social.
Son diques
emocionales e ideológicos muy difíciles de sortear. Van a
contracorriente, contra la mayoría silenciosa sumida en el deseo
material inmediato, contra el sistema educativo neoliberal, contra el
discurso oficial, contra los prejuicios latentes de cariz nacionalista
que salen a flote en tiempos de crisis… Se posicionan, en definitiva,
contra un influjo metafísico de presencia evanescente que se nos ha
venido inculcando sibilina y lentamente, al menos desde la Grecia de los
filósofos, de que la libertad es la máxima y más noble aspiración del
ser humano. Sobre ese mito está edificada la civilización de corte
occidental.
Estamos ante el relato magnífico y primigenio del
Occidente blanco y avasallador de culturas. De hecho, pronunciar
“libertad” es tanto como enseñar a los aborígenes o culturas inferiores
la cruz evangelizadora del cristianismo. El aliento se suspende ante
tamaña demostración de fuerza y poderío áureo y benefactor.
Y
libertad no es más que una palabra vaciada de significado para embaucar a
las masas con un protagonista estelar o héroe hermoso que siempre nos
conduce por el camino correcto. Nuestra ética es emuladora o imitativa,
somos incapaces de decir por nosotros mismos cuál es la sustancia moral
de nuestras acciones o de terceros. Solo mirando a “libertad” sabemos
qué está bien y qué es contrario a la ética en el mundo imaginario del
régimen neoliberal del capitalismo globalizado.
Es tan arrolladora
la luz del storytelling de la posverdad, que es capaz de inventarse un
parque temático ideológico donde nos atrapa a todos y todas en sus redes
melosas de significantes huecos ataviados de envoltorios la mar de
vistosos e originales.
Gran relato aquel que nos hace olvidar el
paro, el hambre de los pobres, los contratos-basura, la explotación
laboral, el machismo asesino, la corrupción de las elites y la
desigualdad estructural de nuestras opacas y opulentas sociedades del
posbienestar socialdemócrata. Somos “libres” y la “sacrosanta libertad”
está de nuestra parte, ¿qué más queremos?
Esa es la pregunta
radical, ¿queremos algo de verdad? La posverdad, digámoslo sin tapujos,
no es más que un relato interesado para transformarnos en tristes
sombras o gilipollas de cartón-piedra que no puedan sentir más allá del
orgasmo inminente.
La libertad se hace cada día. Libertad caída
del cielo o de la posverdad es un anzuelo de las elites para pensar que
entonando su música, la libertad se hará en nosotros sin esfuerzo
alguno. Posverdad, en suma, no es más que una etapa más de la
posmodernidad rampante, pura ideología conservadora contra la razón
crítica, esto es, la enésima actualización de la propaganda capitalista
para entrar en las mentes cautivas de la muchedumbre de vasallos del
siglo XXI postrada ante el altar del consumo desenfrenado y de la
precariedad vital.
Vendrán más palabras de laboratorio y
conceptos intelectuales a colonizar la mente colectiva. ¿Hasta cuando?
¿Habrá algún día un despertar de las gentes seducidas por la “libertad
cegadora del capitalismo”? De momento, el storytelling está ganando las
principales batallas: Reagan, Thatcher, Bush, Cameron, Sarkozy, Rajoy,
Merkel, Trump…, ¿Le Pen? En esta lista inconclusa faltan los amigos de
la socialdemocracia en retirada. Un castrante pudor de izquierdas nos
impide mencionar sus nombres. Hágalo usted, por favor.
"La principal consigna de la posmodernidad es su ruptura con los valores ilustrados. La ilustración es la madre de la civilización occidental tal como la conocemos, un periodo histórico de increíble lucidez intelectual en la que se rechazó la religión, el nacionalismo, las desigualdades ante la ley y la superchería, reivindicando la ciencia, la democracia representativa y la separación iglesia-estado. La posmodernidad supuso romper con todo eso, alejándose de lo que consideraban ‘la tiranía de los datos’ y adentrándose en un escepticismo radical sobre todo y sobre todos."
ResponderEliminar"La existencia de la posmodernidad no deja de decirnos que vivimos en un mundo tan desigual que mientras unos luchan por sacar adelante a una humanidad que lo pasa francamente mal, existe una casta de niños caprichosos que se aburren con sus juguetes caros mientras se dedican a atarse a globos para así olvidarse de todos esos problemas reales que tan antiestéticos y molestos les resultan."
Angelo Fasce