lunes, 30 de diciembre de 2019

El meollo de la cuestión

En esta entrada del blog diario EL OTRO me topo, además de con este hermoso cartel y un enlace interesante sobre la red Gladio, con un escrito de Luis Casado sobre la productividad:
"Laboriosidad, así llamaban en el siglo XVII lo que hoy conocemos como productividad, esa terrible inquietud que corroe a los empresarios y  los economistas que ofician de bufones de su corte. 
Como es sabido, se trata de la intensidad, la aplicación y el entusiasmo con el que un asalariado cualquiera se empeña en trabajar para generar el máximo de riqueza durante las horas que su empleador lo tiene a su disposición a cambio de un salario."
La modernidad que nos corroe tiende a evitar un término de contenido moral para sustituirlo por otro más aséptico, pero la idea es la misma, y curiosamente los autores antiguos que trataron el tema fueron mucho menos hipócritas con su pía "laboriosidad", en la que con toda naturalidad reconocieron crudamente la explotación, que los modernos tecnólatras que la disfrazan como "productividad".

El artículo hace un recorrido histórico por la ideología que desarrollaron las clases dominantes para justificar la succión que siempre hicieron del trabajo ajeno como algo "natural", que no hace más que continuar lo que siempre ha ocurrido en la naturaleza "salvaje".

Por mi parte, quiero reproducir alguna cosa extraída de la sección de comentarios.




“¿Cómo puede el capitalismo fomentar el desempleo como recurso?” –me preguntas–.

Simplemente compeliéndote a trabajar más horas y con la mayor intensidad posible, a fin de que produzcas la mayor cantidad. Todos los modernos esquemas de “eficiencia”, el taylorismo y otros sistemas de “economía” y “racionalización “, sirven solamente para exprimir mayores beneficios del obrero. Es economía que interesa solamente al patrón. Pero en lo que te concierne a ti, al trabajador, esta “economía” supone el gasto más grande de tu esfuerzo y de tu energía, un desgaste fatal de tu vitalidad. Por esta razón, al patrón le conviene utilizar y explotar tu empuje y habilidad con la máxima intensidad. En verdad, ello arruina tu salud y destroza tu sistema nervioso; te convierte en presa fácil de enfermedades y de achaques (existen, incluso, enfermedades profesionales inherentes al obrero) y te invalida y conduce prematuramente a la tumba; pero ¿qué le importa todo eso a tu jefe? ¿No hay millares de “sin trabajo” esperando por el tuyo y listos a tomarlo en el punto en que lo interrumpa tu incapacidad o tu muerte?.

Es por esto por lo que redunda en beneficio del capitalista conservar al alcance de su mano un ejército de desocupados listos para ser utilizados. Ésta es la misión y el papel del sistema de jornales, y una de las inevitables características que le son propias.

Interesaría a las gentes el que no hubiese nadie desempleado, el que todos tuviesen una oportunidad de trabajar y ganarse la vida; el que todos ayudasen, en proporción a su habilidad y capacidad de esfuerzo, a incrementar la riqueza del país, y así, cada uno podría obtener, de ella, una participación mayor.

Sí, sería bueno acabar con él. Pero sólo podría esto cumplirse acabando con el sistema capitalista y su esclavizador salario.

Mientras tengas sistema capitalista –o cualquier otro sistema de explotación del trabajo y de búsqueda de beneficios– tendrás desocupación. El capitalismo no puede existir sin él; es inherente al sistema del salario. Es la condición fundamental del éxito de la producción capitalista.

¿Por qué? Porque el sistema industrial capitalista no produce para las necesidades del pueblo, produce para obtener beneficios. Los fabricantes no producen mercancías porque las gentes las necesiten, y no produce tantas como requieren. Ellos producen lo que esperan vender, y venden por una ganancia.

Si nosotros contásemos con un sistema sensato, produciríamos las cosas que las personas quisieran y en la cantidad que necesitasen. Supongamos que los habitantes de una localidad precisasen mil pares de zapatos; y supongamos que contamos con ochenta zapateros para la tarea de hacerlos. Entonces, en veinte horas de trabajo aquellos zapateros producirían los zapatos que la comunidad de nuestro ejemplo necesita.

Pero el fabricante de zapatos de hoy no está enterado, ni se cuida de saber, cuántos pares de zapatos se necesitan. Millares de personas pueden necesitar nuevos zapatos en tu ciudad, pero no pueden permitirse comprarlos. Así, ¿qué utilidad puede reportarle al fabricante saber quién necesita zapatos? Lo que él quiere saber es quién puede comprar los zapatos que hace, cuántos puede vender con beneficios.

¿Qué sucede? Que hará elaborar tantos pares de zapatos como crea que puede vender. Tratará de hacerlos tan baratos como pueda para venderlos tan caro como le sea posible, para así obtener una buena ganancia. Por consiguiente, para elaborar la cantidad de zapatos que quiera, empleará tan pocos obreros como pueda, y querrá hacerlos trabajar, y los forzará a hacerlo, tan “eficiente” y duramente como le sea posible.

Ves así cómo la producción por lucro precisa de un mayor número de horas y de menos personas empleadas que las que se requerirían en caso de que la producción fuera para el consumo.

El capitalismo es un sistema de producción cuyo fin es el lucro, y por esto, tendrá siempre desempleados.

Al capitalismo no le interesa la prosperidad del pueblo.

Al capitalismo, como anteriormente señalé, sólo le interesan los beneficios o ganancias. Empleando menos personas, y haciéndolas trabajar el doble número de horas, pueden doblarse las ganancias, lo que no puede hacerse proporcionando trabajo a más personas durante menos horas.

Por esto es por lo que le interesa más a tu patrón tener, por ejemplo, cien personas trabajando dieciséis horas diarias, en lugar de emplear doscientas durante cinco horas. Él necesitaría más habitaciones para doscientas personas que para cien, una fábrica más grande, más herramientas y maquinaria, y todo en esta proporción. Esto es, necesitaría invertir mucho más capital.

El empleo de mayor fuerza en menos horas le derivaría menos ganancias y, por esto, tu patrón no quiere poner en marcha en su fábrica un plan así. Lo cual significa que el sistema de buscar beneficios es incompatible con el bienestar del obrero y las consideraciones humanitarias que éste merece. Por el contrario, cuanto más duramente, más “eficientemente”, trabajes, y durante un mayor número de horas conserves tal ritmo, mejor es para tu patrón y más grandes son sus ganancias.

Puedes ver, por consiguiente, que el capitalismo no tiene interés en emplear a todos aquellos que quieren trabajar y que pueden hacerlo. Por el contrario, un mínimo de “brazos” y un máximo de esfuerzos es la máxima y el beneficio del sistema capitalista. Éste es todo el secreto de todos los esquemas de “racionalización”. Y es por esto por lo que encontrarás en cada país capitalista millares de personas queriendo y ansiando trabajar, y no obstante, imposibilitadas de obtener empleo. Este ejército de desempleados es una amenaza constante contra tu nivel de vida. Ellos están prestos a ocupar tu lugar a un precio más bajo, por una paga menor, porque la necesidad los impele. Y esto resulta, desde luego, muy ventajoso para tu jefe, porque pone en sus manos un látigo constantemente suspendido sobre tu espalda, para que trabajes como un esclavo para él y para que te “comportes”.

Puedes ver, por ti mismo, lo peligrosa y degradante que es para el trabajador una situación así, sin hablar de otros males del sistema.

Pero profundiza más aún en este sistema de producción por el lucro y verás que este mal básico provoca otros cien males más.

Vamos a continuar con el fabricante de zapatos de tu ciudad.

Él no tiene forma de enterarse –como ya he señalado de quiénes podrán, o no podrán, comprar sus zapatos. Conjetura toscamente, “calcula”, y decide elaborar –supongamos– cincuenta mil pares. Luego, lleva al mercado sus productos, o sea: al mayorista –o vendedor al por mayor–, al intermediario y al tendero, los cuales los ponen a la venta.

Supongamos que solamente sean vendidos treinta mil pares; veinte mil quedarán almacenados. Vuestro fabricante es incapaz de vender el total en su propia ciudad y entonces trata de colocar el resto en alguna otra parte del país. Pero otros fabricantes de zapatos han hecho ya análogo experimento. No pueden vender todo lo que produjeron. La oferta de zapatos es mayor que la demanda que de ellos hay –te dicen– y reducen su producción.

Esto supone que se desprenden de algunos de sus operarios, que van a aumentar, así, el ejército de desempleados.

“Sobreproducción”, se le llama a esto. Pero, en verdad, esto no es exactamente sobreproducción. Esto es subconsumo, porque existen muchas personas que necesitan zapatos nuevos, pero que no pueden permitirse comprarlos.

¿El resultado? En los almacenes se acumulan los zapatos que las personas quieren, pero no pueden comprar. Tiendas y fábricas han de cerrarse por la “sobreoferta”. Lo mismo sucede en otras industrias.

Te hablan de que hay una “crisis” y que tu salario ha de reducirse. Vuestros jornales son recortados. Te dejan trabajar sólo una parte de la jornada o pierdes tu trabajo definitivamente.

Millares de hombres y mujeres han perdido su empleo de esta forma. Sus jornales se agotan y no pueden comprar el alimento y las cosas que precisan. ¿Es que se carece de tales cosas? No, al contrario: los almacenes y las tiendas rebosan de ellos, hay demasiados, hay “sobreproducción”.

Así, del sistema de producción capitalista por la ganancia se infiere esta demencial situación:
1. Las gentes tienen que morirse de hambre, no porque no haya bastante alimento, sino porque hay demasiado; tienen que pasarse sin las cosas que necesitan porque hay acumuladas demasiadas de éstas. 
2. Porque hay demasiado, la producción se reduce, despidiendo a millares de obreros. 
3. Desempleados y, por consiguiente, no cobrando, aquellos miles pierden su capacidad adquisitiva, y el tendero, el carnicero, el sastre y toda la pequeña burguesía comerciante padecen las consecuencias resultantes. Esto quiere decir que se incrementa la desocupación y que la crisis se agrava.
Bajo el capitalismo sucede esto en cada industria.

Tales crisis son inevitables en un sistema de producción por lucro. Vienen de vez en cuando; retornan periódicamente, y se vuelven peores. Privan de su empleo a miles, a cientos de miles de trabajadores, causando pobreza e incontables calamidades y miserias.

Tienen como resultado bancarrotas y quiebras bancarias, que engullen lo poco que el trabajador pueda haber ahorrado en tiempos de “prosperidad”. Causan necesidad e indigencia, conducen a las gentes a la desesperación y al crimen, al suicidio y a la locura.

Tales son los resultados de producir sólo por los beneficios, tales los frutos del sistema capitalista.

Sin embargo, esto no es todo. Hay otra consecuencia de este sistema, una aún peor que todas las demás juntas.

Es la guerra.
Alexander Berkman

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