martes, 31 de enero de 2023

Una barrera invisible

El pasado sábado 28, el PSOE de Pontevedra presentaba su candidatura a la alcaldía, inaugurando así la (¿pre?)campaña para las elecciones municipales, a cuatro meses del evento. Invitado por una buena amiga, asistí.

A Praza da Ferrería era el lugar elegido para la presentación. El día era frío y ventoso. Un sol radiante ayudaba a calentar el ambiente, pero desde el norte avanzaban nubes, y si se cubría el cielo nos íbamos a helar. Sin embargo, aquellas nubes que parecían arrolladoras nunca llegaron a tapar el sol.

Allí estaba la plana mayor del partido, con alguna ausencia más o menos previsible. La multitud de personalidades repetía el inevitable guion protocolario, tan parecido al de otros mítines electorales que podrían incrustarse en una película de Berlanga. Antes de que hablaran sabías lo que iban a decir, pero ¿qué otra cosa iban a hacer, sino someterse a la liturgia democrática?

Más preocupado por el frío que por la consabida retórica de tantos alcaldes y otros cargos públicos, atendía al avance inmóvil de las nubes. Cuando una oleada amenazante se desgajaba de la masa compacta que la seguía, de forma casi imperceptible se iba disolviendo en el azul impoluto hasta desaparecer. Una barrera invisible, en realidad una ligera pérdida de altura y el consiguiente ascenso térmico sobre el punto de rocío frenaban el en apariencia incontenible avance.

Por fin tocó el turno al alcaldable que debía cerrar el acto. Para mi gusto fue un buen discurso. Dejó claro que el actual alcalde y su partido se apropiaban del protagonismo que en sus correspondientes parcelas ejercían los concelleiros socialistas, muchos allí presentes. Eclipse parecido al que los mismos socialistas practican en el gobierno central, cuando muchas de las políticas de que alardean les vienen impuestas por la presión de sus socios de coalición, y bastantes las desarrollan asesores y cargos de esos otros partidos.

Dedicó la parte más interesante y mejor trabada a denunciar la actual gestión económica, carente de intervenciones públicas que vayan más allá del embellecimiento urbano, privatizadora de servicios y con muy pobres políticas sociales. Se ha hecho del modelo de ciudad el principal argumento electoral, pero ese modelo, un acierto que nos hace tan cómoda la vida a los habitantes del centro, es ya compartido por muchas otras urbes, y cada vez es menos distintivo. No se puede fiar el avance de la comarca a un turismo que llega, admira y pasa. Que probablemente tiene los días contados. La ola innovadora que presuntamente salvaría a una ciudad sin otro atractivo que su belleza y comodidad se va frenando sin remedio, y hacen falta otras políticas, como la atracción de industrias innovadoras, compitiendo en esto, hay que recordarlo, con todas las demás ciudades.

Si la ola urbanística está agotada (aunque yo veo muchas grúas levantando nuevos edificios como si no pasara nada), ¿qué podemos esperar de esta otra ola "digital-verde-sostenible-innovadora" con que los aspirantes a gobernarnos dan esperanzas y siembran ilusión? Como ocurre con los frentes nubosos que avanzan oleada tras oleada para disolverse sin que casi nos demos cuenta de lo que ha ocurrido, una barrera, no tan invisible, se alza frente a las proyecciones de futuro que elección tras elección nos proponen prácticamente todos los partidos. Porque el que diga otra cosa, quien se salga del modelo, "no sale en la foto", como decía con su habitual descaro aquel mordaz vicepresidente socialista.

No es solamente "el modelo de ciudad" la única nube que se disuelve en el aire. Las inconcretas nubes alternativas que se lanzan para sustituirlas también serán disueltas por esa barrera que fingimos invisible porque casi nadie la quiere ver.

El escritor Sergio Andrés Cabello ha escrito el libro La España en la que nunca pasa nada, ese país intermedio entre la «España vaciada» y la «España metropolitana». Nuestra ciudad entra de lleno en esta categoría de ciudades medias, y sería bueno que sus futuros munícipes tomaran nota de lo que José Manuel Mariscal Cifuentes escribe en la reseña del libro publicada en el número 257 de Nuestra Bandera:

EcoExploratorio












"Entre las postales bucólicas del rural y las oficinas cristalinas de los barrios financieros de Madrid o Barcelona está la realidad. Ciudades medias y pequeñas que son las que han articulado en buena medida el territorio de nuestro país. Ciudades que absorbieron una parte importante del éxodo rural al calor de una industria que, aunque débil, constituía una oportunidad de trabajo y futuro para las gentes de sus comarcas y que hoy ha desaparecido. Estas ciudades, tal y como señala Esteban Hernández en el magnífico texto que prologa el libro, se han venido sumando al curso de los acontecimientos mucho antes de intervenir en ellos para modificarlos. Todas estas ciudades, en una especie de pensamiento mágico, han aplicado las mismas recetas (sálvese quien pueda) para tratar de incorporarse a la modernidad: poner guapo su casco histórico para los turistas; buscar un arquitecto de renombre para construir un centro de arte contemporáneo o una ciudad  de la justicia o un palacio de congresos o un aeropuerto, aunque sea de avionetas; organizar el enésimo festival de música indie; colocar con letras bien grandes el nombre de la ciudad en alguna de las rotondas de su entrada; construir un polígono industrial con suelo gratis o instalar un co-working o un «nido de empresas»; en fin, todo sea por generar un «entorno atractivo para el emprendimiento». Pero la industria se fue y los sueños de grandeza de muchas de estas ciudades se han frustrado por el camino. A las ciudades medias les ha sucedido, y esta es una tesis fuerte de Sergio Andrés, algo parecido a lo que ha pasado con las capas medias aspiracionales. Para lograr-el-éxito-en-un-entorno-competitivo recurrieron a las mismas recetas que pasaban por hacer de la ciudad una marca, construir un signo de distinción con respecto a las demás: da igual que la distinción pase por poner más bombillas que nadie en Navidad o por tener el estadio de fútbol más molón. El caso es que, al final, esas ciudades se parecen mucho entre ellas. Las calles de la ciudad en la que vives están repletas de locales cerrados con el cartel de «se vende» frente a las mismas tiendas de las mismas franquicias de las mismas marcas. En la ciudad en la que vives tienes que coger el coche para ir al cine, o al pediatra, o al colegio. En la ciudad en la que vives hay una élite local en franca decadencia que se siente amenazada por la globalización y que confunde sus intereses con los del conjunto de la ciudad."

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