martes, 20 de agosto de 2024

¡De eso se trata!

Indignaba al gran poeta palestino que un soldado, cazador de sangre fría, pudiera asesinar a una criatura en los brazos de su padre. Esto escribe Mahmud Darwich:

"Su cazador debería haberlo pensado
dos veces: lo voy a dejar hasta que sepa deletrear
esa Palestina suya sin equivocarse…
me lo guardo en prenda
y ya lo mataré mañana, ¡cuando se subleve!"

Error, profundo error. Si lo mata ahora no podrá sublevarse mañana. "Los muertos no muerden", decía aquel pirata en La Isla del Tesoro. El infanticidio como fórmula no es cosa nueva. Las mitologías, de Edipo a Hércules, sin olvidar a Herodes, están llenas de casos así.

Lo que ocurre ahora en Gaza es esto mismo, a la escala que permiten las armas modernas. Para el Estado genocida, las víctimas que le producen mayor beneficio en esta siniestra economía son los niños, los niños muertos que ya nunca podrán luchar. A mayor crimen, mayor éxito.

Bien lo muestra la última de las VIÑETAS CONTRA EL IMPERIALISMO GENOCIDA de Mikail Çiftçi, que publica LOAM en arrezafe.

Sigue el amargo poema:

Muhammad 










Muhammad,
acurrucado en brazos de su padre, es un pájaro temeroso
del infierno del cielo: papá, protégeme,
que salgo volando, y mis alas son
demasiado pequeñas para el viento… y está oscuro.

Muhammad,
quiere volver a casa, no tiene
bicicleta, tampoco una camisa nueva.
Quiere irse a hacer los deberes
del cuaderno de conjugación y gramática: llévame
a casa, papá, que quiero preparar la lección
y cumplir años uno a uno…
en la playa, bajo la palmera…
Que no se aleje todo, que no se aleje…

Muhammad,
se enfrenta a un ejército, sin piedras ni
metralla, no escribe en el muro: «Mi libertad
no morirá» –aún no tiene libertad
que defender, ni un horizonte para la paloma
de Picasso. Nace eternamente el niño
con su nombre maldito.
¿Cuántas veces renacerá, criatura
sin país… sin tiempo para ser niño?
¿Dónde soñará si se queda dormido…
si la tierra es llaga… y templo?

Muhammad,
ve su muerte viniendo ineluctable, pero
se acuerda de una pantera que vio en la tele,
una gran pantera con una cría de gacela acorralada; mas
al oler de cerca la leche
no se abalanza,
como si la leche domara a la fiera de la estepa.
«Entonces –dice el chico– me voy a salvar».
Y se echa a llorar: «Mi vida es un escondite
en la alacena de mi madre, me voy a salvar… yo daré fe».

Muhammad,
ángel pobre a escasa distancia del fusil
de un cazador de sangre fría. Uno
a uno la cámara acecha los movimientos del niño,
que se funde con su imagen:
su rostro, como la mañana, está claro, claro
su corazón como una manzana,
claros sus diez dedos como cirios,
claro el rocío en sus pantalones.
Su cazador debería haberlo pensado
dos veces: le voy a dejar hasta que sepa deletrear
esa Palestina suya sin equivocarse…
me lo guardo en prenda
y ya le mataré mañana, ¡cuando se subleve!

Muhammad,
un jesusito duerme y sueña
en el corazón de un icono
fabricado de cobre,
de madera de olivo,
y del espíritu de un pueblo renovado.

Muhammad,
hay más sangre de la que precisan los noticieros
y a ellos les gusta: súbete ya
al séptimo cielo,
Muhammad.
*

Mahmud Darwich. En Poesía social y revolucionaria del Siglo XX. Selección y notas: Jorge Brega. Traducción: Luis Gómez García. Editorial Ágora, 2012.

Imagen: Talal Abu Rahma. Asesinato del niño Muhammad ad-Durrah, acribillado en brazos de su padre Jamal al-Durrah por soldados del ejército israelí el 30 de septiembre de 2000, en Gaza.

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