sábado, 14 de septiembre de 2024

Ecologismo, pasado y presente

La preocupación ecológica sobre el devenir de la humanidad tiene ya un largo recorrido. Fue Malthus uno de los primeros en dar la alarma. Razonó que si el crecimiento de la población es exponencial pero los recursos disponibles son limitados, habrá que poner límites a ese crecimiento. A este buen clérigo no se le ocurrió otra cosa que dejar morir de hambre a los más pobres. 

Es preocupante que esta "solución final", agravada hoy al unir hambrunas y bombardeos, sea, aunque públicamente no lo confiesen, la que barajan los poderosos dueños del capital. Claro que eso de ir "recortando por abajo" la población choca con los proclamados pero no cumplimentados "derechos humanos".

Aunque en aquel tiempo arrancaba con fuerza en Inglaterra la revolución industrial, no era apremiante, como lo fue después, la escasez de materiales o energía, ni la contaminación del aire o el agua, por no hablar del consiguiente cambio climático, entonces inimaginable. Por eso el problema que preocupaba a Malthus era sobre todo agroalimentario, y no había en perspectiva ninguna "revolución verde" para parchearlo.

Seguramente el buen hombre no se daba cuenta de que el hambre de los pobres era sobre todo causada por su exclusión de los anteriormente accesibles recursos forestales, o por el uso que de sus tierras hacían los grandes propietarios. Como dedicar a pastos terrenos anteriormente de cultivo era mucho más rentable que tener que pagar jornales para producir alimentos, la extensión dedicada a la agricultura se redujo considerablemente. Al mismo tiempo, la mano de obra excedente fue impunemente explotada tanto en el campo como en la naciente industria. Bajada de ingresos y subida de precios, ecuación imposible para alimentar a los pobres.

Años después, esta fue la causa de la terrible hambruna que diezmó a Irlanda. Falta de alimentos por ansia de riquezas. Y el problema persistía un siglo más tarde, como puede leerse en el revelador artículo El problema de la tierra en Extremadura, referido aquí a la situación del campo latifundista en tiempos de la República.

Pero aunque hubiera en ello causas sociales que no se propusiera subsanar, el diagnóstico maltusiano era muy real. Hoy no es todavía lo más problemático alimentar a la población. Ahora la falta de recursos se manifiesta sobre todo en la energía y materiales estratégicos, a lo que se añade la difícil eliminación de residuos, la contaminación de la tierra, la atmósfera y los mares, la deforestación, factores todos que contribuyen al cambio climático en marcha. 

Como en el ocaso del siglo XVIII, Hay un problema social latente que la persistencia de nuestro modo de producción impide abordar adecuadamente. Son tantas las políticas audaces y urgentes que habría que implementar con urgencia que la mayoría no las ve posibles. Y mucho menos podemos esperar que los capitalistas cambien por las buenas su modo de hacer caja. El mercado instantáneo dirige las inversiones hacia lo más rentable, aunque sea el coche eléctrico o la industria militar, y los magnates que se lucran con él no tienen mucha intención de emprender otra vía y planificar un decrecimiento que no está en sus cabezas.

Jorge Riechmann acaba de presentar su libro Ecologismo: pasado y presente (con un par de ideas sobre el futuro). El título señala la evolución histórica del pensamiento ecologista, dejando ver carencias, debilidades y errores en sus planteamientos, en gran parte alejados de una práctica política eficaz.

Porque es en el terreno de la práctica en el que se han de desarrollar las resistencias al decadente capitalismo que nos arrastra. Un capitalismo del que hablamos mucho algunos, pero del que se disfraza hasta el nombre en los grandes medios de desinformación.

Asier Arias ha publicado una reseña de este libro en Mientras Tanto. Destaca en ella los errores que a juicio del autor ha cometido el movimiento ecologista:

  • el primer error sería el rechazo indiscriminado de la deep ecology
  • el tercero, de carácter más estratégico que teórico, haber cedido demasiado ante la perspectiva del «desarrollo sostenible», ante la idea de que cabía trabajar dentro del sistema con un margen razonablemente amplio de acción.

Postula Riechmann también dos verdades inaceptables dentro del marco cultural dominante pero de las que debemos hacernos cargo con urgencia, y a fondo: 

  • lo que el cambio climático pone en juego no es otra cosa que la viabilidad de las sociedades humanas organizadas
  • la única solución a la crisis energética consiste en vivir empleando cantidades de energía muy inferiores a las hoy habituales en las sociedades sobredesarrolladas del Norte global

Esta es la reseña:

Asier Arias

En los últimos años, el proyecto al que apuntan los esfuerzos de Jorge Riechmann es el de elaborar un «ecosocialismo descalzo» −así viene denominando a su ecosocialismo decrecentista− y una simbioética −una ética de ventanas abiertas al mundo no humano y orientada así a la simbiosis, la suficiencia y una forma no antropocéntrica de humanismo− con los que contribuir al desarrollo de una cultura gaiana. [1] Desde luego, ese proyecto es un proyecto político y no una de esas filigranas conceptuales que abundan en las publicaciones de filosofía práctica, también en las relacionadas con la cuestión ecosocial. [2] Así pues, los textos de Riechmann cobran sentido sólo a la luz de su relación con una práctica política bien concreta: aquella que ha dedicado los últimos cincuenta años a evitar que sucediera lo que está sucediendo. Se trata por tanto de una práctica que hay que leer, entre otros, bajo el prisma de la derrota[3] Ese prisma −nuevamente, entre otros− es el que se nos ofrece en Ecologismo: pasado y presente.

No hay nada parecido a una ruptura o discontinuidad entre este nuevo libro y los trabajos que durante la última década han definido los contornos del escosocialismo descalzo y la ética gaiana que Riechmann ha ido dibujando, orientado por una fuerte voluntad de realismo biofísico. [4] No obstante, tanto el formato de Ecologismo: pasado y presente como su contribución al señalado proyecto se ubican en algo así como una línea paralela a la trazada en aquellos trabajos: el análisis «poliético» con mirada atenta a nuestro contexto histórico −en su aspecto sincrónico y sus sucesivos planos biofísicos y sociales− da paso aquí a un escrutinio del movimiento ecologista −también histórico, si bien ahora en sentido diacrónico− en el que su historiografía y su cartografía se ponen al servicio de la elucidación de su encaje y sus posibilidades en nuestro presente.

La mitad del volumen se dedica a una historiografía y una cartografía del movimiento ecologista en las que la exactitud de los hechos y la pulcritud de los conceptos aparecen como medios, no como fines: una historiografía y una cartografía políticas antes que académicas. La historiografía se dedica a los ecologismos de los seis últimos decenios, pero toma impulso en una composición de lugar de sus antecedentes durante el siglo XIX y la primera mitad del XX. [5] Tras el ecuador del siglo pasado, en el que despega la Gran Aceleración fósil de posguerra, aparecen los primeros «análisis ecologistas contemporáneos» (p. 48) −Rachel Carson, Murray Bookchin, Barry Commoner−, pero no será hasta la década de los setenta cuando quepa hablar propiamente de ecologismo. La orientación política −los pies en la tierra− de esta historiografía se plasma, por ejemplo, en su concreción: lo que va a considerarse con más detenimiento es la historia del ecologismo español.

En cuanto a la cartografía −prolongada en un anejo de Adrián Almazán al capítulo cuarto−, Riechmann distingue la ecología política del conservacionismo [6] y, dentro de la primera, el ecologismo consecuente del ambientalismo. La diferencia que justifica la distinción es clara: en contraste con el ambientalismo, el ecologismo toma a la economía capitalista −y al entramado sociopolítico y cultural que la acompaña− como dato básico para la comprensión de la catástrofe ecosocial. No hay, pues, ecologismo consecuente fuera del anticapitalismo, fuera del reconocimiento de la incompatibilidad entre los límites biofísicos y la dinámica autoexpansiva de la economía capitalista, fuera de la asunción de que los problemas que ocasionan el crecimiento y la industrialización no pueden resolverse con más crecimiento y más industrialización. [7] El ecologismo consecuente se declina, claro, en plural −ecosocialismos, [8] ecofeminismos, ecologismo profundo−, y en Ecologismo: pasado y presente se nos ofrecen notas sugerentes sobre cada declinación.

Para pensar la señalada derrota desde esta historia y esta cartografía: tres errores y dos verdades inaceptables. El primer error lo ubica Riechmann en el rechazo indiscriminado de la deep ecology, el segundo en la escasa atención prestada a la bioeconomía [9] y el tercero, de carácter más estratégico que teórico, en haber cedido demasiado ante la perspectiva del «desarrollo sostenible», ante la idea de que cabía trabajar dentro del sistema con un margen razonablemente amplio de acción. En cuanto a aquellas verdades, inaceptables dentro del marco cultural dominante pero de las que debemos hacernos cargo con urgencia, y a fondo: a) lo que el cambio climático pone en juego no es otra cosa que la viabilidad de las sociedades humanas organizadas; b) la única solución a la crisis energética consiste en vivir empleando cantidades de energía muy inferiores a las hoy habituales en las sociedades sobredesarrolladas del Norte global.

Es inútil reducir a un esquema los trabajos de Riechmann: su utilidad y su riqueza residen siempre en la proliferación de caminos que abren a la indagación y el trabajo en todos los frentes, de la academia al abanico completo de los espacios de militancia. En todos esos frentes, la perspectiva es, no obstante, la misma: necesitamos un monumental esfuerzo de racionalidad colectiva cuyos mimbres apenas pueden atisbarse en sectores reducidos de grupos sociales en sí mismos marginales, y es probable que ese esfuerzo hubiera debido comenzar a desplegarse ayer con un vigor y una extensión hoy inconcebibles. En tiempo de descuento y sin sujeto revolucionario, en otras palabras. [10]

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Notas

[1] Al igual que hay algo así como el modo en que los zulúes o los samis se ven a sí mismos, a sus sociedades y al mundo, debe de haber algo así como el modo en que los sujetos enculturados en sociedades capitalistas hacemos esas mismas cosas, y quizás resulte imposible arrostrar nuestra coyuntura ecosocial sin una profunda y cuidadosa revisión de ese modo. Articular con las críticas bien desarrolladas en la tradición socialista y ecosocialista esta revisión de nuestras creencias y actitudes básicas en busca de una cosmovisión mejor es el objetivo al que apuntan los quehaceres «poliéticos» de Riechmann.

[2] Al igual que buena parte de la economía puede considerarse, sin más, como una rama no demasiado interesante de las ciencias formales −de la ciencia ficción, proponía recientemente Michael Hudson−, no escasean las publicaciones de filosofía política que manosean la «cuestión ambiental» del mismo modo que juegan los filósofos de la lógica, del lenguaje o de la mente con sus mundos posibles y sus verdades necesarias a posteriori (cf. Arias, A. La batalla por las ideas tras la pandemia. Crítica del liberalismo verde, Madrid: Catarata, 2020).

[3] El diagnóstico, en dos palabras: «la apuesta era muy alta, pero era la correcta; las fuerzas ético-políticas no dieron para tanto, por desgracia (para mal de la humanidad y de miles de millones de seres vivos no humanos)» (p. 94). «En nuestro país, y pensando en términos macrosociales, el movimiento [ecologista] logró éxitos en importantes luchas defensivas […], pero fracasó en su aspecto constructivo: avanzar hacia nuevas formas de vivir, producir y consumir. El cuestionamiento en serio del capitalismo […], una vez cerrada la ebullición emancipatoria que se dio al final del régimen franquista y durante la primera fase de la Transición, ha sido asunto sólo de franjas marginales de la sociedad española; y también resultó minoritario dentro de los movimientos ambientalistas y ecologistas. Faltó, por lo general, una comprensión mejor del carácter sistémico de la dominación capitalista y de la potencia autoexpansiva de la acumulación de capital. No se percibió lo suficiente la necesidad de pensar –y construir– el ecologismo como un movimiento revolucionario. Se creyó que había ciertos espacios para avanzar dentro del capitalismo realmente existente, espacios que a la postre eran mucho más exiguos de lo que se percibía. Hablo de esto en primera persona: antes del decenio de 2010 yo también concedí demasiado crédito a las ilusiones renovables, yo también confié demasiado en la posibilidad de cambios dentro del marco de la sostenibilidad, yo también pensé que sindicatos como CCOO podrían ecologizarse significativamente por la vía de la transición justa y los green jobs dentro del capitalismo. Por eso me apena hoy la reincidencia en esta clase de ilusiones de brillante gente joven que apuesta por un Green New Deal para el que ahora todavía hay menos espacio ecológico (y político) que hace treinta años» (pp. 133-134). «Asumir una derrota no implica tirar la toalla y dejar de luchar, pero nos exige hacernos cargo de las nuevas circunstancias en que van a desarrollarse las luchas sucesivas» (p. 139).

[4] En ese realismo radican el ruido y la ausencia de nueces de la «polémica en torno al colapso», sobre la que vuelve Riechmann en el capítulo que cierra este volumen (pp. 158 et seqq.).

[5] El modo en que los «atisbos ecológicos» dieciochescos se resuelven en un trazo rápido que desemboca directamente en la reacción romántica «frente a cierto racionalismo de la Ilustración europea» (p. 16) puede complementarse a la luz sosegada del séptimo capítulo de Ideales ilustrados, de Alicia Puleo (Madrid: Plaza y Valdés, 2023, pp. 111-137).

[6] «Las propuestas sólo conservacionistas, que quizá tenían su sentido en la primera fase de la sociedad industrial, lo pierden crecientemente desde que entramos en la fase de la crisis ecosocial global […]. La idea de los “santuarios” o “fortalezas” pierde sentido cuando los contaminantes químicos organoclorados se encuentran hasta en la última gota de agua de mar y en el último gramo de grasa animal, y cuando el rápido cambio climático antropogénico puede aniquilar ecosistemas enteros sin darles la menor oportunidad de desplazarse ni adaptarse» (p. 72).

[7] Como trasfondo, la persistente trampa del solucionismo tecnológico, esa «fe ciega en la tecnología que está velando los ojos de la mayoría social». En una de sus aproximaciones a esa trampa, Riechmann retrataba hace unos años la irracionalidad de esa fe en una potente imagen que traza una ominosa analogía entre nuestra situación ecosocial y la coyuntura de la Alemania de Hitler en los últimos compases de la guerra: «se estaba perdiendo en todos los frentes, pero la victoria final estaba asegurada, porque ¿quién podía dudar que los científicos arios estaban desarrollando armas secretas de todas clases, que iban a invertir la situación transformando la derrota en victoria?» (¿Derrotó el smartphone al movimiento ecologista? Para una crítica del mesianismo tecnológico, Madrid: Catarata, 2016, p. 233). Los cohetes fueron la más publicitada de aquellas armas. Se ha argüido con plausibilidad y frecuencia que el empeño alemán en este programa armamentístico contribuyó a acelerar la derrota, pues supuso el despilfarro de una importante cantidad de recursos y causó muy pocos daños a las fuerzas aliadas. Elocuentemente, aquellas «armas secretas de todas clases» eran en realidad armatostes extremadamente caros e imprecisos que, lejos de poder transformar la derrota en victoria, habrían contribuido a acelerarla. El Reich de los Mil Años duró apenas una década: tan pimpantes, los arúspices del business as usual le vaticinan eones al actual (Zamora Bonilla, J. Contra apocalípticos. Ecologismo, animalismo, posthumanismo, Barcelona, Shackleton, 2021; cf. Arias, A. «¿Quiénes son los contra-apocalípticos?», 15/15\15, 11 de septiembre de 2021), cuando, en los hechos, lo que tenemos por delante son −acaso− unos pocos años en los que habrá de decidirse −en condiciones materiales, políticas y culturales extremadamente adversas− si el tercer planeta del sistema solar puede seguir acogiendo alguna clase de sociedad humana.

[8] Para la polémica entre Harich y Sacristán, importante hito de la reformulación ecologista de la tradición comunista, véanse el prólogo de Sacristán a ¿Comunismo sin crecimiento? −mencionado aquí por Riechmann (p. 84) y recogido recientemente en Ecología y ciencia social. Reflexiones ecologistas sobre la crisis de la sociedad industrial (Mérida: Irrecuperables, 2021, pp. 135-151)− y los valiosos comentarios de Juan-Ramón Capella al coloquio que la auspiciara (en La práctica de Manuel Sacristán. Una biografía política, Madrid: Trotta, 2005, pp. 218-224).

[9] Una escasa atención a la que se añade hoy la desfiguración en grotescas campañas de marketing (Bonaiuti, M. “Actualidad del pensamiento de Georgescu-Roegen. La bioeconomía cincuenta años después de la publicación de La ley de la entropía y el proceso económico”, en L. Arenas, J. M. Naredo & J. Riechmann (eds.), Bioeconomía para el siglo XXI. Actualidad de Nicholas Georgescu-Roegen, Madrid: FUHEM/Catarata, 2022, pp. 77-93).

[10] Pregunta Riechmann en los textos con los que suplementa y actualiza la reciente reedición de su contribución a Ni tribunos (Madrid: Siglo XXI, 1996, en coautoría con Fernández Buey): «nuestras propuestas socialistas/comunistas, ¿pueden hacerse cargo de lo que hoy sabemos en física, en biología, en modelización de sistemas complejos? ¿Pueden asumir de verdad el hecho epocal de la extralimitación ecológica? ¿Pueden tomar nota de la excepcionalidad histórica de los combustibles fósiles? ¿Pueden retomar el ávido interés de Marx y Engels por las ciencias naturales sin prejuicios industrialistas y sin extravíos prometeicos? ¿Pueden asimilar la termodinámica, la ecología, la simbiogénesis de Lynn Margulis, la teoría Gaia? […]. Termodinámica básica, ecología, y un planeta lleno de realimentaciones: nos empobreceremos colectivamente, o por las buenas o por las malas. Y “por las buenas” (de manera deliberada, racional e igualitaria, vale decir: con ecosocialismo y ecofeminismo) resulta casi inimaginable hoy» (Otras sendas. Ideas para un programa escosocialista, Barcelona: Sylone/Viento Sur, 2024, pp. 328 y 304).

lunes, 9 de septiembre de 2024

La crisis global a día de hoy

Este es un vídeo de hace un par de años, a raíz de la comparecencia de Antonio Turiel en el Senado, sobre la que pronto se corrió un tupido velo de silencio.

Uno de los torpes argumentos que utilizan los negacionistas ante cualquier prospectiva que no les gusta es: "llevan toda la vida diciendo que va a pasar esto y esto otro y todavía no ha pasado".

Ocurre con el cambio climático o con las oscilaciones de la bolsa. Como en el devenir diario se suceden fases de frío y calor, de sequía e inundaciones, se dice que "estas cosas han ocurrido siempre". Pero las tendencias generales no pueden nunca ser ocultadas por estos coyunturales cambios.

Recordemos lo que se cuenta de Monsieur de la Palice, que "un cuarto de hora antes de su muerte estaba aún bien vivo".

He aquí el inventario que publica Turiel sobre la situación actual. No he podido importar las reveladoras imágenes, seguramente por motivos de propiedad intelectual, pero se puede acceder a ellas a través de los enlaces correspondientes:


Inventario de la crisis global: agosto de 2024



Queridos lectores:

Como habrán podido comprobar, llevo más de dos meses sin escribir en este blog. Estuve ocupado con la escritura de mi nuevo libro, El futuro de Europa, hasta mediados de julio, y después en acabar el papeleo de diversas convocatorias y otras zarandajas, más una semana de vacaciones a principios de agosto. Desde entonces, voy trabajando en temas pendientes y entre eso, y algunos cambios importantes en mi vida familiar, no me ha quedado mucho tiempo libre para seguir escribiendo. Ahora que las cosas están un poco más calmadas quería aprovechar para ir retomando el ritmo de publicación, pero antes de empezar me ha parecido importante hacer un post de resumen analizando dónde estamos en este momento.

Desde el punto de vista ambiental, es notorio que las cosas no van demasiado bien. La persistencia de una dorsal ártica (asociada a la ralentización de la corriente de chorro polar que ya hace años comentábamos) ha permitido que en España este verano no haya sido especialmente caluroso si lo comparamos con los últimos años, algo parecido a lo que pasó en 2013. Sin embargo, en el resto de Europa ha sido un verano terrible, con temperaturas que han excedido los 50 grados en Grecia que obligaron a cerrar la Acrópolis algunos días y que favorecieron que la capital griega se viera asediada por los incendios a principios de agosto. Y, por supuesto, una sequía que vacía ríos y pantanos de Grecia hasta Italia, pasando por Hungría y otros países. Del otro lado del Mediterráneo, las olas de calor se han cobrado su peaje en centenares de muertos en EgiptoSudán Arabia Saudita, y yendo ya más lejos por ejemplo en la India. En el conjunto del planeta, tanto junio como julio y previsiblemente agosto se cuentan entre los meses más calurosos de la Historia de la Humanidad.

Imagen: temperatura diaria del aire en superficie

La temperatura global del planeta se mantiene en aproximadamente +1,6ºC por encima de los niveles preindustriales, sin que la finalización de El Niño 2023-2024 haya conseguido devolvernos a los niveles de temperatura previos. Y es que todo indica que en este momento, cada vez que sucede ese fenómeno planetario, en vez de equilibrar las temperaturas globales, como hacía antes, lo que tenemos es un nuevo escalón de ascenso. En este contexto también son especialmente alarmantes los récords de temperatura en el Hemisferio Sur, donde actualmente es invierno, con desviaciones de 10ºC sobre la media en Australia o de 27ºC en la Antártida. Eso está llevando a que la extensión del hielo marino en el Océano Glacial Antártico sea muy inferior a la media de esta estación, solo superada por la de 2023, y eso que, como hemos dicho, estamos en el periodo invernal en ese hemisferio, que es cuando se forma el hielo.

Imagen: extensión del hielo marino antártico

Lo que es paradójico es que también se está en valores récord de anomalía negativa con respecto a la media en el Océano Ártico.

Imagen: extensión del hielo marino ártico

Esto es extraordinario, pues como norma general los dos hemisferios se comportan de manera opuesta, es decir, que cuando el hielo marino disminuye en un hemisferio se encuentra un exceso de hielo marino en el otro, y viceversa. Ese equilibrio energético entre ambos hemisferios parece haberse roto, y ahora en ambos nos encontramos bastante por debajo del nivel habitual para la época del año.

Pero el que quizá es el motivo más inmediato de preocupación y alarma es el extremo calentamiento de las capas superficiales del océano global, que está en niveles de récord desde el año pasado, desviándose brutalmente de la media instrumental.

Imagen: temperatura diaria de la superficie marina

La finalización de El Niño ha permitido una ligera mejora, pero aún estamos muy desviados de los valores observados durante los últimos 40 años. Algunas personas argumentan que la media instrumental de referencia en este caso es demasiado breve (solo 40 años, básicamente desde que hay satélites), pero no tienen en cuenta que el agua es mucho más densa y capaz de absorber calor que el aire, que los los 3 primeros metros del océano tienen la misma capacidad calorífica que toda la atmósfera, y que por eso el océano superficial puede absorber varios centenares de veces más calor que la atmósfera. Cuesta más de calentar el mar, y por eso lo que está pasando en los últimos años, aunque la serie no sea tan larga como la de la temperatura del aire, es muy significativo. Si se fijan en las figuras de más arriba, verán que la temperatura promedio mundial del aire a nivel de la superficie terrestre varía mucho más a lo largo del año (unos 4ºC) de lo que hace la temperatura promedio mundial de la superficie del mar (unos 0,4ºC, unas 10 veces menos). La desviación de +1,6ºC del aire debida al Calentamiento Global, relativa a sus 4ºC de variación a lo largo de las estaciones del año, es comparativamente mucho menor que la desviación de +0,7ºC de la superficie del mar relativa a sus 0,4ºC de variación dentro del año. Es, de hecho, un indicio de que algo muy preocupante le está pasando al mar. Entre otras cosas, que está acumulando energía a un ritmo muy rápido, y que esa energía solo tiene una vía de salida: a través de las tempestades, que se están volviendo más violentas, con vientos extremos, mayores precipitaciones, grandes riadas, granizo de gran tamaño y frecuente generación de tornados.

Intentar hacer un censo de los eventos extremos que se han registrado durante este 2024 sería abrumador, dado su increíblemente grande número este año. Se trata mayoritariamente de eventos muy localizados en zonas concretas pero con un nivel de destrucción en muchos casos nunca visto, y en todos los casos completamente fuera de lo habitual. Llaman particularmente la atención las lluvias extremadamente torrenciales en lugares muy áridos como Arabia Saudita o Yemen, o como la que se anuncia para las próximas horas en una amplia franja del desierto del Sáhara (los 50 litros por metro cuadrado previstos pueden parecer una lluvia importante pero no algo extremo en nuestra latitud, pero en el Sáhara es más que la precipitación media anual). Lluvias torrenciales y las consecuentes riadas y a veces deslizamientos que han arrasado poblaciones se han visto con frecuencia por todo el mundo en lugares para nada habituados a este tipo de eventos. Ningún continente se salva de este tipo de anomalías, que van de China a Pakistán, de Sudán a Marruecos, de Italia a España, de Francia a Polonia, de México a los EE.UU., de Argentina a Chile... Japón acaba de recibir la visita del tifón Shashan, que ha descargado en algunas zonas hasta 1000 litros por metro cuadrado y causado numerosos estragos. Algo completamente inaudito. Por más que algunos se empeñen en argumentar lo contrario, la Crisis Climática está tomando cada vez más fuerza.

En el caso de España, la anomalía de temperatura del Mediterráneo (hasta 2ºC por encima de los niveles de 1982) garantiza que es cuestión de tiempo que una tormenta de gran magnitud cause estragos en alguna ciudad española.

Simplemente es necesario que se produzca una configuración atmosférica adecuada, una DANA (Depresión Aislada en Niveles Altos) de cierta intensidad que venga desde el este hacia la costa española. Una DANA no especialmente intensa causó graves destrozos en Es Mercadal, en Menorca, hace dos semanas. Estamos en tiempo de descuento para que algo así acabe pasando en una gran capital. Será quizá mañana, de aquí en un mes, de aquí en un año o de aquí en cinco, pero tarde o temprano acabará por pasar, mientras que de manera real y efectiva no hacemos nada ni para prevenirlo ni para mitigar sus posibles consecuencias. Lo único en lo que pensamos en ampliar las carreteras, el aeropuerto y poner casinos para atraer más turismo, mientras la fiesta dure. Es el único modelo que hay.

La preeminencia de la Crisis Climática podría hacer pensar que la Crisis Energética ha pasado a un segundo plano, pero no es así. Se informa poco y discontinuamente de cuál es la situación, pero lo cierto es que la Crisis Energética sigue su curso de deterioro, afectando preferencialmente a países periféricos de la gran metrópoli que es aún el Norte global, pero avanzando inexorablemente.

En lo que se refiere al petróleo, la producción global de crudo y condensado (lo que se puede convertir en combustible) continúa bastante estancada y unos 3 millones de barriles diarios (Mb/d) por debajo de los niveles de noviembre de 2018. Las revisiones que el Departamento de Energía de los EE.UU. hace a un año vista siguen dando por hecho que vamos a recuperar los niveles de 2018 de aquí en un año, pero lo cierto es que es poco creíble, teniendo en cuenta que llevamos escuchando esa cantinela ("en un año volvemos a los niveles de 2018") desde por lo menos 2022.

Imagen: producción global de petróleo crudo y condensado hasta 2026

Por supuesto que cuando se añade a la contabilidad de lo que se denomina "todos los líquidos del petróleo" la categoría de "líquidos del gas natural", que en su mayoría solo sirve para hacer plásticos, se obtiene que hemos recuperado los niveles de 2018. Publicidad engañosa para disimular la realidad en la que estamos. Y es que, al margen del precio del petróleo, el mundo está en una situación de penuria desde hace tiempo. Hace unos días, Art Berman mostraba un gráfico muy revelador: cuánto petróleo hay en almacenamiento flotante, es decir, en petroleros que no estén circulando.

Imagen: el almacenamiento flotante se aproxima a cero

Prácticamente no hay margen, no hay petróleo almacenado en los petroleros, todo lo disponible está en movimiento. No hay reservas ni capacidad de hacer frente a imprevistos. Las últimas veces que pasó esto fue en 2008, cuando el precio del barril se fue a casi 150$, y en 2022, cuando llegamos a los 132$. El precio del petróleo ha oscilado mucho en las últimas semanas, a veces al alza y a veces a la baja, pero está claro que se intenta mantenerlo en esos 80$/barril con los que la OPEP se siente cómoda, suficiente para compensar sus gastos y no demasiado caro para estrangular la maltrecha economía global. A pesar de lo cual, la industria europea continúa su proceso de destrucción sobre todo en Alemania, y los indicadores manufactureros de la Unión Europea, EE.UU. y China indican una tendencia a la contracción.

Pero, al margen de si la energía es suficientemente barata para una industria de producción masiva (que probablemente ya no, y eso explica tanto la progresiva desindustrialización europea como la persistente inflación), el descenso de la producción de petróleo tiene ya efectos muy directos en la disponibilidad de combustibles, y sobre todo y más preeminentemente, el diésel. Aún faltan unos meses para la nueva edición de nuestro análisis ahora ya anual, "El pico del diésel" (pueden consultar el del año pasado), pero un simple vistazo a los datos de la Joint Organisations Data Initiative muestra que la producción mundial de diésel sigue un proceso de lento declive y se encuentra actualmente en torno a los 22 Mb/d, lejos del máximo de los 27 Mb/d que se marcó en el período 2015-2017 (casi un 20% menos). No es por tanto de extrañar que muchos países estén experimentando problemas de acceso a combustibles, no solo diésel sino también gasolina y keroseno para aviación. En América Latina podemos destacar los casos de BoliviaColombia y Venezuela, y el encarecimiento en Ecuador después de varios meses de problemas y la decisión gubernamental de retirar subsidios, lo que ha provocado una cierta caída del consumo. Argentina ha conseguido remontar una situación de escasez de petróleo y ahora está aumentando vertiginosamente su producción, algo muy interesante a lo que le dedicaré un post próximamente. En África el problema es endémico y muy extendido, con un epicentro fundamental: Nigeria. Los problemas de este superpoblado país son numerosos y crecientes, y muy preocupantes para el futuro. Javier Pérez le dedicó un análisis hace unos años y probablemente volveremos a hablar de Nigeria en el futuro. En Asia, los problemas son graves en MyanmarPaquistánKazajistán,... por no hablar de la situación en Líbano, Yemen o por supuesto en Palestina, donde la situación es gravísima por motivos que van más allá de los problemas geológicos de extracción del petróleo. En Europa no hay problemas dignos de reseñar con la excepción de Hungría, y en Norteamérica ha habido algunos algunos problemas en México en México, aunque lo más importante en ese país es su pérdida (aún no completamente) de condición de país exportador. En todo el mundo, el problema más repetido es la falta de combustible de aviación. Prominentemente ha faltado en Colombia, en Nigeria y en Japón, donde la industria turística local no ha podido despegar (dicen) por falta de keroseno. La escasez de keroseno, reflejo especular de la del diésel, es un problema cada vez más extendido, pero es algo de lo que se habla también en voz baja.

De lo que se ha hablado en voz algo más alta es del último informe de Exxon, del cual Quark ha hecho un buen análisis. Lo más impactante ha sido una gráfica ampliamente publicitada sobre cómo podría evolucionar la producción de petróleo de aquí al 2030 sin más inversión.

Imagen: efectos económicos de este modelo de suministro

Como ven, una escalofriante caída del 70%. Esto en realidad no es nada nuevo, y se ilustra mejor con otra gráfica, más técnica y con menos infografía, contenida dentro del informe.

Imagen: perspectivas de producción futura

En realidad, el mensaje de Exxon es que sin ningún tipo de inversión, en 2030 solo habrá un 30% de la producción de petróleo actual: una caída del 70%. Por otro lado, invirtiendo solamente en el mantenimiento y mejora de los pozos existentes, el declive sería de un 25%: tremendo, pero no tan catastrófico. Pero hay un tercer escenario, fijado por su escenario previsto de demanda (la curva "Global Outlook"), la cual se mantiene prácticamente constante (en realidad, con un pequeño aumento) hasta 2050, y para la cual, como dice el informe, debería haber nuevos proyectos. Varios comentarios son pertinentes aquí:

  • Exxon considera que la demanda se va a mantener alta, en niveles incluso ligeramente superiores a los actuales, porque no ve posible una substitución al nivel que prevén los planes de transición energética como los que se manejan en Europa. Por supuesto se puede pensar que Exxon es parte interesada en ver las cosas de esta manera, pero por desgracia lo que está pasando le da al menos parcialmente la razón.
  • El informe no dice de dónde van a salir este petróleo. Identifica que hace falta, pero es terra incógnita saber de dónde viene. Obviamente, Exxon utiliza este informe para intentar captar fondos para invertir en esto, pero eso no quiere decir que haya recursos explotables en el volumen requerido para satisfacer toda la demanda de la línea "Global Outlook". De hecho, es de sospechar que no hay suficiente para evitar cierto declive, que se irá materializando en los próximos años.
  • El informe dice que sin inversión la producción de los campos existentes cae a un ritmo del 15% anual. Esto es casi el doble que el ritmo que asume la Agencia Intenacional de la Energía (8%), como bien apunta Quark en su post, y es algo especialmente preocupante.
  • Está claro que el gran caballo de batalla de los próximos años va a ser el mantenimiento y mejora de los campos existentes. Con él, la caída hasta 2030 será del 25%, suponiendo que todo salga perfecto. Es una caída en línea con la que anticipaba la OPEP hace dos años, y similar a la que anunciaba BP. A falta de una proliferación de "milagros" como el argentino, está claro que los tiros van a ir probablemente por ahí.

La conclusión del informe de Exxon es que la fase actual, de caída ligera/prácticamente estancamiento de la producción de petróleo está tocando a su fin, y que vamos a entrar en la fase de aceleración. La cual agravará la crisis del diésel y los problemas con la industria global. Que las economías más desarrolladas entren en recesión (cosa que podría pasar este mismo otoño) no frenaría este problema sino que lo aceleraría, al hacer menos rentable la costosa explotación de los recursos restantes de petróleo. Y también está claro que de aquí a 2030 va a haber cambios radicales en nuestra sociedad.

Los problemas energéticos, por supuesto, no se acaban aquí. La lista de países que por diversos motivos han sufrido apagones más o menos extensos es bastante larga en este 2024, revelando la fragilidad de muchos sistemas, su fuerte dependencia sobre todo el gas y los recursos hidroeléctricos (en muchos sitios comprometidos por la sequía) y el mayor consumo de electricidad por el uso de aires acondicionados en un verano bastante bochornoso en todo el Hemisferio Norte. Entre los lugares menos esperables están Texas, los BalcanesItalia o Japón. Al tiempo, en muchas regiones de Francia y España se están experimentando cortes de luz de pocas horas de duración y limitada extensión geográfica pero repetitivos y con pinta de apagones rotatorios (es muy difícil enlazar ninguna noticia sobre ello, porque nadie se ha molestado en hacer una verdadera investigación periodística sobre el caso, solo tenemos testimonios dispersos de personas afectadas). Y aunque los inventarios de gas natural están altos y la demanda baja, de nuevo se anticipan problemas para Europa si el invierno viene frío -y no siempre podremos confiar en que los inviernos sean templados, y más si ya se acabó El Niño.

La clave sería, está claro, acelerar la transición energética, tanto por los problemas climáticos como por los de escasez de energía. Sin embargo, los planes de transición están derrapando. La mayoría de las compañías automovilísticas han puesto sus planes de transición al vehículo eléctrico en el congelador, mientras que países como Alemania han retirado sus subsidios a este tipo de coche y las ventas caen con fuerza en todo el Viejo Continente. La red eléctrica está saturada de electricidad no gestionable y los curtailments y otros problemas van en aumento. Y por si eso fuera poco, los fabricantes no chinos de aerogeneradores están hundiéndose: aún está pendiente de litigación la demanda contra Gamesa, quien tras un ERE anuncia que volverá a vender turbinas onshore el mes que viene después de casi un año sin fabricar (posiblemente, intento desesperado de no desaparecer); Vestas amplía sus pérdidas, Nordex reduce pérdidas pero no levanta cabeza y General Electric se enfrente a una demanda de 900 millones de dólares por sus turbinas defectuosas. En cuanto a los promotores, después de los movimientos contractivos de Iberdrola y Orsted durante el último año, ahora le toca a Equinor retirarse de algunos proyectos eólicos importantes en España y Portugal. Está claro para cualquiera que quiera verlo que el sector eólico está en una grave crisis, y con él todo el modelo de transición energética prevista.

Y eso no es todo. Los próximos meses prometen estar trufados de noticias impactantes, de los cuales iremos informando.

Permanezcan en sintonía

Salu2.

AMT

lunes, 2 de septiembre de 2024

El lavado de los sentimientos identitarios

No solo hablaba de música Daniel Barenboim en esta entrevista. Declaraba también en ella su profundo desagrado por el comportamiento inhumano de Israel hacia los palestinos, reflexionando que, si bien es aceptable el amor a la patria, no debe caer en el "nacionalismo barato".

Desde el minuto 10 de la charla afirma que "ese nacionalismo barato es muy diferente del patriotismo; el patriotismo es estar contento y orgulloso de tu patria, el nacionalismo es algo que excluye al que no es como uno".

Analizaremos luego las razones que pueda haber para ese "orgullo y satisfacción", evitando siempre que podamos su carácter excluyente.

Caso palmario de nacionalismo inaceptable es el de Israel, pero siempre ha sido tristemente habitual el peligroso nacionalismo excluyente, causante de innumerables guerras. Sin llegar a ser casus belli, el enfrentamiento entre Grecia y la Macedonia que fue parte de Yugoslavia, simplemente por el nombre del país balcánico, supuso un conflicto diplomático, resuelto a medias a día de hoy. 

Lo cuenta de primera mano Antía Fernández, que vivió y trabajó en Grecia varios años, en su libro Parias, kellys, rebeldes. Medita en él sobre las ideologías que han conformado el "espíritu nacional" de este pueblo. Dos tradiciones, la derivada de la religión ortodoxa y el Imperio Romano de Oriente (los griegos modernos aún se llaman a sí mismos "romanos"), y la importada del romanticismo occidental que mitifica el pasado clásico. La primera es más común en el pueblo llano, la segunda en las élites, aunque hoy se tiende a hacer una síntesis integradora que abarque todas las glorias patrias.

Los griegos, aunque no eran macedonios y fueron sometidos por estos, se han apropiado de la figura glorificada de Alejandro Magno, orgullosos de sus conquistas (y hasta de su juvenil apostura).

Reflexiona Antía:

En esta maraña histórica y geográfica, ponerse a buscar razones concretas o fronterizas parece un caos tan solo al alcance de reputadas mentes de la historiografía. (...) Y creo que, en realidad, buceando en los acontecimientos, el conflicto poco tenía que ver con razones puramente históricas. La Historia, la pasada, aquí en realidad poco tenía que decir. Era, sobre todo, un conflicto de presente, y, sobre todo, de futuro.

Esto es precisamente lo más problemático: la prolongación maniquea de un pasado manipulado que alimenta y perpetúa los enfrentamientos de ahora mismo. Pasado con el que tenemos ya muy poco que ver.

Esta manipulación de la Historia evocando un pasado glorioso es habitual para la "formación del espíritu nacional", muy útil para galvanizar las identidades. Si bien se mira, la mayor parte de las veces tales glorias no fueron más que crueles guerras de rapiña, cargadas de atrocidades.

Podemos admitir de buen grado el contento de Barenboim por la identidad propia, pero debemos revisar un poco ese orgullo patrio, salvo que lo fundamentemos en la hogareña satisfacción por nuestra cultura, considerando sus valores artísticos o literarios, el apego a la lengua aprendida en la infancia, nuestra música o nuestras costumbres. Y es bueno que hagamos un esfuerzo por aprender de otras culturas. En uno u otro caso, tendremos que pasarlo todo por un filtro crítico.

Glorificar las hazañas bélicas sin cuestionar las ambiciones que las mueven o las miserias que las acompañan es un ciego error. Un error de muchos del que se aprovechan pocos.

Cuando Santiago Abascal (¡y cierra España!) hace suyas las hazañas de los Tercios en Flandes soslaya los crímenes de guerra del duque de Alba.

El duque actual tiene muy poco que ver con aquel, salvo el título y las tierras heredadas. Si en cada generación la información genética de los progenitores se reduce a la mitad, al cabo de las quince transcurridas el actual conserva tres cienmilésimas de su antepasado; muy pocos motivos tiene para vanagloriarse de su fama o avergonzarse de sus crímenes contra la humanidad.

Observemos de pasada que buena parte de la mala fama de aquel soldado se debe a que reprimió con saña a un pueblo europeo, porque no se habla tanto de los crímenes perpetrados contra otros, sobre todo si fueron prácticamente exterminados y cayeron en el olvido.

Santiago Abascal con un morrión sobre la cabeza










Si esto es así para los individuos, otro tanto ocurre con los colectivos, pasado el tiempo. La embellecida Reconquista, las codiciosas hazañas de Cortés o Pizarro, son hechos históricos, como lo es la unidad de España forjada por la ambición de un matrimonio de conveniencia, pero poco deben contribuir al orgullo patrio, que podemos sentir con mayor legitimidad ante algunas bellas muestras de nuestra literatura o de la música popular.

Claro que es legítimo alegrarse de la medalla olímpica de nuestros futbolistas, pero no caigamos en el patriotismo barato de que hablaba Barenboim. El hooliganismo siempre es nocivo.

Con el "orgullo histórico", o con los triunfos y fracasos deportivos que tanto apasionan a tantos, hay que proceder como con la comida. Trátese de un plato exquisito o de una bazofia, hay después que enjuagarse la boca y lavarse bien los dientes, no sea que proliferen peligrosas bacterias.

Una cura de humildad, un enjuague de realismo desapasionante, es lo que recomienda aquí Irene Vallejo al recordarnos que "los grupos humanos tienen en común aquello que los enfrenta: la tendencia a creerse mejores".


Viaje a las miradas

Irene Vallejo

(...)

La pasión por clasificar heredada de Aristóteles ha sido una herramienta útil para el avance científico, pero tiende a ocultar las realidades ambiguas. Aplicadas a las personas, las taxonomías asfixian y aíslan. Para el pensamiento oriental, somos a lo largo del tiempo —e incluso un mismo día— muchas personas diferentes. Yo soy yo y mis contradicciones. Sin embargo, el espejismo de las identidades sólidas, absolutas y eternas es desde siempre —en oriente y occidente, al norte o al sur— detonante de hostilidad. Shakespeare hizo protestar a Julieta por un odio heredado y perpetuado en los apellidos, tan solo rótulos: “Únicamente tu nombre es enemigo mío. Montesco no es una mano, ni pie, ni brazo, ni cara, ni ninguna otra parte tuya. ¿Qué hay en un nombre? Lo que llamamos rosa olería tan dulcemente con cualquier otro nombre: igual Romeo, aunque no se llamase Romeo, conservaría la amada perfección que tiene sin ese título. Romeo, quítate el nombre”.

(...)

Como percibió pronto el viajero Heródoto, lo que los grupos humanos tienen en común es aquello que inevitablemente los enfrenta: la tendencia a creerse mejores. Los antiguos griegos fueron lo bastante lúcidos para cuestionarse si su etnocentrismo estaba justificado (pero, ay, concluyeron que sí). A todas horas escuchamos arengas políticas que intentan inflar sentimientos de pertenencia cerrados y desconfiados. Esos mensajes nos pasan factura porque crean fracturas. Agrietan nuestra comunidad y nuestra prosperidad. Nos colocan en orden de batalla para el siguiente enfrentamiento, para la siguiente revancha. Y, como advierte el Apocalipsis, los tibios serán escupidos. Frente a esas identidades asesinas, como las llamó Maalouf, esencias colectivas inmodificables, podemos atrevernos a explorar nuestros diversos rostros, nuestras ambivalencias, mestizajes, metamorfosis y contradicciones. “En nuestro lado hay personas con las que en definitiva tengo muy pocas cosas en común, y en el lado de ellos hay otras de las que puedo sentirme muy cerca”, escribe el pensador libanés. Avanzar hacia las miradas de otros puede ser antídoto y gimnasio: la convivencia necesita gente elástica. Una identidad en buena forma no es la que permanece siempre idéntica, es la que nos permite identificarnos con el prójimo. Lo más inteligente —y menos intransigente—, es abrirnos y abrazar lo ajeno en lo propio. Reconocernos en quien parece distinto, resistirnos al alineamiento. Como afirma el Tao Te Ching: “Todos los seres separados regresarán a la fuente común. Cuando lo sabes, de modo natural te vuelves desinteresado, divertido, de corazón cálido como una abuela”. La sociedad no es pura, esencial y auténtica, es cambiante y genuinamente híbrida. “Nosotros” contiene la palabra “otros”.